Actualidad Internacional: Luchas y Movimientos

La crisis de la globalización neoliberal, el lugar de Brasil y los retos de la izquierda

13/08/2024

Insurgencia

Organización brasilera sección de la IV Internacional

Integrante del PSOL

Traducción: Germán Bernasconi
Fuente: 
Web de Insurgencia

Escribimos este documento en octubre de 2023, como parte del proceso de preparación de la IV Conferencia Nacional de Insurgencia. Elaborado a muchas manos y fruto de las discusiones que fuimos acumulando a lo largo de los últimos años, busca sistematizar los principales vectores y tendencias en curso en la actual coyuntura mundial. Esta contribución fue un esfuerzo de localización histórica y política de los desafíos que enfrentamos.

La contribución fue aprobada por la IV Conferencia Nacional de la Insurgencia como documento de trabajo, para ser desarrollado y discutido por nuestra militancia tanto dentro como fuera de la organización. Con este propósito publicamos hoy este documento. Sabemos que hay y siempre habrá actualizaciones que hacer, pero esperamos que pueda contribuir al debate entre las organizaciones y militantes con los que nos relacionamos.

Desde hace tiempo, en Insurgencia venimos trabajando en el entendimiento de que el escenario nacional e internacional es grave y está atravesado por una combinación de crisis. La crisis climática, un telón de fondo cada vez más protagónico en la vida cotidiana, que objetivamente atraviesa y condiciona todas las demás crisis; la crisis económica que no se resuelve desde 2008; las crisis energéticas, geopolíticas y militares, y la disputa por la hegemonía entre imperialismos históricos y ascendentes. Hay también una crisis y una lucha abierta en el seno de las burguesías centrales y sus asociados, divididos sobre el rumbo que deben tomar ante el agotamiento del modelo consolidado en los años 90; y una crisis en el seno de la izquierda, marcada por su fragmentación, su frágil implantación social y la ausencia de una orientación política más general que tenga en cuenta los desafíos impuestos por el momento histórico de intensas transformaciones que atravesamos.

Todas estas crisis están interdeterminadas, es decir, interactúan y se condicionan entre sí, influyéndose mutuamente en su desarrollo. Así, el desafío que este documento se propone es sistematizar los principales vectores de este conjunto de crisis y la dinámica de esta interdeterminación a lo largo de los últimos años, siempre a la luz del desarrollo de las luchas de clases en el período. Por último, también pretendemos plantear hipótesis político-programáticas para la intervención de la izquierda en la situación histórica que vivimos.

  1. La crisis de 2008 y sus consecuencias inmediatas

Es en la crisis de 2008 donde podemos identificar un primer hito en el desarrollo de la situación global que estamos viviendo. Aunque en los años posteriores el capitalismo ha recuperado en general tasas de crecimiento aceptables, la profundidad y el alcance de la crisis expresaron un agotamiento del pacto social y económico de la globalización neoliberal establecido con la caída del bloque soviético a principios de los años noventa. A partir de esta crisis se iniciaron los acontecimientos políticos que han marcado la última década.

La respuesta de la burguesía central a la crisis fue doble e inmediata: por un lado, una inyección récord de fondos públicos para proteger el mercado financiero y sus instituciones, algunas de las cuales fueron incluso renacionalizadas; por otro, rígidos programas de austeridad, es decir, la retirada de derechos sociales a la clase trabajadora y a los sectores populares, garantizando la recuperación de los beneficios mediante la intensificación de la explotación. Así, el impacto de la crisis sobre las condiciones materiales de vida de la clase trabajadora en diversos países se ha visto potenciado por la política liderada por Estados Unidos y la Unión Europea.

Tras dos años de recrudecimiento de la situación social y económica de los sectores populares, comenzó a desarrollarse un creciente ciclo de movilizaciones a nivel internacional. Ya en 2010, la lucha contra los paquetes de austeridad en Irlanda y Grecia ganó apoyo masivo. En enero de 2011, una oleada de manifestaciones contra el desempleo, el hambre y el régimen derrocó al Gobierno de Ben Ali en Túnez. Desde allí, el movimiento se extendió rápidamente por toda la región y ese mismo año también fueron derrocados los gobiernos de Egipto y Libia. En Siria, las movilizaciones se levantaron en armas contra el gobierno de Bashar Al Assad. También en 2011 se iniciaron movilizaciones en Portugal, España, EEUU y Reino Unido, procesos con impactos diferentes pero luego progresivos en la reorganización de la izquierda en estos países, con la fundación de Podemos en España; el nuevo impulso del Bloco de Esquerda en Portugal o el DSA en EEUU; y el fortalecimiento del ala izquierda del Partido Laborista en Inglaterra. El ciclo de movilizaciones continúa y en 2013 llega a Turquía y Brasil.

Finalmente, en 2014, Syriza, en aquel momento la herramienta partidista más prometedora surgida del ciclo político abierto en 2008, ganó las elecciones griegas y formó gobierno en enero de 2015. El país era la experiencia más avanzada desarrollada en este ciclo, con frecuentes movilizaciones de masas, una importante participación de la izquierda, los sindicatos y los movimientos sociales, y uno de los más golpeados por la crisis en Europa. Parecía haber esperanzas de ruptura con la Unión Europea y su austeridad económica. En junio, el nuevo gobierno convocó un referéndum para que la población decidiera si aceptaba la propuesta económica de la UE, e hizo campaña por el «No». El «NO» (OXI en griego) ganó con el 61% de los votos. Sin embargo, de vuelta a las negociaciones con la UE, el gobierno de Tsipras capituló y decidió aceptar un paquete aún peor que el rechazado en el referéndum.

Si la caída de Ben Ali en Túnez puede verse como el inicio de un ciclo de movilizaciones progresistas, la capitulación de Syriza acaba con la posibilidad -en ese momento aún abierta- de que una fuerza a la izquierda del reformismo histórico pudiera consolidarse como alternativa viable y coherente a la crisis iniciada en 2008. La relación de fuerzas a nivel internacional y la insuficiente preparación previa de la izquierda para su postulación como alternativa se expresaron en este episodio de forma trágica.

De hecho, en términos generales, el ciclo de movilizaciones posterior a 2008 no tuvo un desenlace progresista, sino todo lo contrario. En Libia, donde la intervención militar de la OTAN fue decisiva para la captura de Gadafi, el resultado fue una reacción tan profunda que en los años siguientes hubo mercados de trabajadores esclavizados en el país. En Egipto, tras la caída de Mubarak, hubo una junta de transición, un breve gobierno civil dirigido por los Hermanos Musulmanes y, mediante un golpe militar, desde 2014 el país está gobernado por el general El-Sisi. En Siria, el ascenso del Estado Islámico y otros grupos religiosos armados convirtieron la revuelta en una larga guerra civil que continúa hasta hoy, aunque con menor intensidad. En Turquía, Erdogan salió victorioso y se consolidó en el poder. Así que, en conjunto, la Primavera Árabe fue ganada por la contrarrevolución. En Europa, fue la austeridad la que se impuso.

En este sentido, es importante señalar que si bien es cierto que la crisis de 2008 abrió un ciclo de movilizaciones generalmente progresivo, lo cierto es que este ciclo, a falta de victorias decisivas de la izquierda, se ha agotado y ha sido históricamente derrotado: la dinámica se ha invertido. Cualquier análisis de la situación mundial que pretenda que la dinámica progresista de este ciclo ha continuado hasta nuestros días estaría llamando a la izquierda a repetir graves errores políticos cometidos en el pasado. La situación mundial actual no puede definirse como «polarización»: lo que prevalece es el desequilibrio de fuerzas. Desde al menos 2015, el signo general de la situación política en todo el mundo ha sido de derrota para la izquierda y la clase obrera. Desde entonces, es la burguesía en su conjunto, y en particular su sector más reaccionario, la que ha tomado la iniciativa política.

  1. La división de la burguesía y la ofensiva de la extrema derecha

Frente a una crisis económica que no ha sido superada en su totalidad y a pesar de que se han agotado importantes resistencias populares a las medidas implementadas para preservar el modelo vigente hasta entonces, se está desarrollando una división en el seno de las burguesías de los países centrales. Por lo tanto, también hay una disputa entre las burguesías asociadas a ellas en los países periféricos y semiperiféricos sobre qué hacer frente a la situación. Esta división se basa en el desplazamiento de una fracción de la burguesía mundial hacia la extrema derecha -concepto paraguas que utilizamos para englobar sus expresiones neofascistas, bonapartistas, etc.-. Si la derrota del ciclo de movilizaciones populares entre 2010 y 2015 allanó el camino, 2016 es un punto de inflexión importante porque consolida esta división con dos importantes victorias de la extrema derecha: en el referéndum sobre la ruptura del Reino Unido con la Unión Europea, quebrando el bloque que el país formaba con Alemania y Francia, y en la elección de Trump y su “America First” en Estados Unidos.

2.1 La extrema derecha, su programa y su desarrollo

Ambos procesos expresan el mismo movimiento y contenido: cuestionan los acuerdos establecidos en la globalización neoliberal, buscan reposicionar a sus estados nacionales en la división geopolítica y económica del mundo, negociando o imponiendo posiciones basadas en su propio peso individual en la lucha por las cadenas de valor del capital. Para ello, promueven internamente una radicalización del neoliberalismo en términos de lucha de clases: movilizan fuerzas reaccionarias para profundizar la explotación, en particular de los sectores más oprimidos de la clase trabajadora en sus territorios, lo que da a su programa un salto de calidad en la afirmación del racismo, el sexismo, el odio a las personas LGBT y a los pueblos migrantes. En los años siguientes, asistimos al crecimiento acelerado y a la masificación de las corrientes de extrema derecha en varios países: además de Estados Unidos y Reino Unido, Francia, España, Alemania, Italia, Hungría, Polonia, El Salvador, India, Filipinas y Brasil. En los últimos años, la alternativa de extrema derecha ha demostrado ser capaz de definir la agenda política a nivel global, ganar importantes gobiernos o convertirse en una fuerza política ineludible en todas partes del planeta, contando además con un intenso nivel de articulación internacional entre sus partidos.

En relación a la política exterior de esta facción de extrema derecha, también fue evidente el establecimiento de una ofensiva imperialista, particularmente en América Latina. Es cierto que se trató de procesos que contaron con el apoyo de sectores o de la mayoría de las clases dominantes a nivel local, pero el «Lava-Jato», preparado en conjunto con el Departamento de Estado norteamericano; el golpe en Brasil en 2016, así como la posterior elección de Bolsonaro en 2018; el golpe en Bolivia en 2019 y el intento de golpe en Venezuela, incluso con operaciones militares norteamericanas – son las expresiones más evidentes de esta ofensiva del imperialismo sobre nuestra región.

De hecho, el sector de la burguesía que se está desplazando hacia la extrema derecha es el factor más decisivo desde el punto de vista de la relación de fuerzas entre las clases en todo el mundo. Esta fracción no sólo ha conseguido cambiar la situación política en su propio beneficio: sus victorias han puesto a la burguesía en su conjunto a la ofensiva contra la clase obrera. Si bien la burguesía ya se vio reforzada en el período posterior a 2008 por las derrotas impuestas a la izquierda, este proceso no hizo más que intensificarse con la consolidación de la extrema derecha en la escena mundial. Desde entonces, se han aprobado en varios países dos contrarreformas estratégicas para el conjunto de la burguesía: la reforma de la seguridad social y la reforma laboral. Por supuesto, estas derrotas acumuladas repercutieron en la conciencia de la clase obrera y de los sectores populares, que se vieron obligados a volcarse en la lucha por su propia supervivencia material y política, con una importante pérdida de confianza en sus propias fuerzas.

En este sentido, es importante afirmar nuestro rechazo a las ideas ligadas a lo que históricamente se ha llamado la «teoría de la ofensiva», una política que se originó en el estalinismo pero que tiene una fuerte presencia en las organizaciones trotskistas. Según esta línea, la extrema derecha se fortalece por su «radicalismo» o su «programa antisistema», y por tanto la tarea de la izquierda sería promover este enfrentamiento radicalizando también su programa. Esta teoría también se combina, de forma menos explícita, con la idea del «fascismo social» elaborada por el estalinismo, una línea que afirma que, dado que los límites estratégicos del reformismo son el principal factor de la crisis política, hay que enfrentarse a él del mismo modo que al fascismo. Hay muchos ejemplos históricos del fracaso de esta política, empezando por el hecho de que no hizo nada para impedir el ascenso del nazismo en Alemania, al contrario, contribuyó a él. Más recientemente, el FIT en Argentina siguió el mismo camino en la segunda vuelta entre Milei y Massa, neofascismo contra peronismo.

El hecho es que cualquier programa debe responder siempre a una situación política concreta, no existe en abstracto. En este sentido, la extrema derecha o el neofascismo sólo encuentran eco al radicalismo de su programa porque es la burguesía en su conjunto la que está a la ofensiva, no la clase obrera. Si la clase obrera estuviera a la ofensiva, es decir, organizada, obteniendo victorias y avanzando posiciones en la lucha de clases contra la burguesía, entonces tendría sentido que la izquierda avanzara hacia un programa que cuestionara el sistema.

En una situación defensiva, por otro lado, nuestra tarea debe ser luchar por la concentración de las fuerzas de la clase obrera en frentes comunes entre la izquierda revolucionaria y la reformista; en este proceso, luchar por la conquista de la hegemonía sobre la clase obrera, cuya creencia en el reformismo se amplifica en situaciones defensivas; por conquistas inmediatas, incluso parciales, para la clase obrera, buscando aumentar su conciencia y confianza en sus propias fuerzas movilizándola lo más ampliamente posible. Esta es, al menos, la acumulación histórica hecha por la III Internacional antes de su estalinización y en la importante elaboración hecha por Trotsky en la lucha contra el fascismo. Y si bien es cierto que esta elaboración debe ser actualizada a la luz de las experiencias posteriores de la izquierda, no debemos olvidar que tenemos en ella un punto de partida.

2.2 La burguesía liberal-democrática: de la parálisis a la «transición verde»

Luego está el otro sector de la burguesía en esta escisión, que no se ha desplazado hacia la extrema derecha. Esta parte de la burguesía pasó años paralizada ante las victorias en serie de su fracción contraria: al principio, se limitó a defender los marcos del Consenso de Washington y las instituciones del régimen liberal-democrático. Su incapacidad para responder a la crisis de su propio modelo fue, por supuesto, ampliamente explotada por la extrema derecha.

Sin embargo, más recientemente, bajo la presión particular de la masificación del movimiento ecologista en los países centrales en 2019, la fracción liberal-demócrata ha ganado terreno en el proyecto de una transición energética «verde», prometiendo paquetes de inversión pública capaces de reorganizar y adaptar el capitalismo a matrices energéticas nuevas o menos contaminantes. De concretarse, esto tendría un impacto en toda la cadena de producción y reproducción del capital a nivel mundial, aunque no hay razones para creer que podría superar estructuralmente la crisis ambiental. Al mismo tiempo, con cierta inspiración rooseveltiana, este sector todavía promete avanzar en la recuperación de algunos de los derechos perdidos por la clase trabajadora en las últimas décadas a nivel nacional en los países centrales.

La fracción liberal-demócrata recuperó terreno en países importantes con este programa: recuperó el gobierno de EEUU y ganó en Alemania, así como en España y otros países. Sin embargo, esto no significa que la lucha interburguesa haya terminado. Estas promesas aún están lejos de lograr avances significativos. Esto se debe tanto al peso de la extrema derecha en estos países como a la intensa disputa geopolítica de los últimos años, que ha impuesto obstáculos a la reorganización de las cadenas de valor en todo el mundo. Queda por ver, por tanto, qué proyecto burgués prevalecerá para la salida de la crisis de la globalización, con la extrema derecha a la cabeza.

De hecho, las elecciones en Argentina en 2023 demuestran el carácter abierto de esta disputa intra-burguesa: si Milei gana, está claro que su impacto en la relación de fuerzas en América Latina será significativo, fortaleciendo a la extrema derecha en Brasil, Chile, Bolivia, Perú y Colombia. Del mismo modo, debemos mirar a las elecciones presidenciales en los EE.UU. en 2024 – una victoria de Trump o los republicanos sin duda pondría a la extrema derecha en una posición más ofensiva en todo el mundo. En otras palabras, tanto en Brasil como a nivel internacional, la extrema derecha sigue viva, organizada, luchando y activa en la lucha de clases para moldear el mundo a su imagen y semejanza. Por lo tanto, la situación política sigue siendo inestable, un factor que debemos tener en cuenta a la hora de caracterizar al actual gobierno brasileño y los riesgos a los que se enfrenta. La prioridad política de la izquierda sigue siendo la lucha contra la extrema derecha.

  1. China y la disputa interimperialista

El escenario también está relacionado con otro factor importante de la situación mundial: el ascenso de China y su desafío a la hegemonía estadounidense, consolidada tras el fin del bloque soviético. Hoy la segunda economía del planeta, con crecientes exportaciones de capital y presencia militar en varios países, China aún no desempeña el papel de EEUU a escala mundial. Pero su ascenso supone un claro desafío al proyecto de hegemonía estadounidense, por lo que esta batalla unifica a las fracciones burguesas de EEUU, y a sus subordinados europeos, en torno al objetivo estratégico de preservar sus posiciones de los últimos 30 años. Toda la política internacional del próximo período estará guiada por esta disputa.

La caracterización de lo que es China y su proyecto político exigen que la izquierda en su conjunto profundice en la cuestión. Si bien nos parece obvio que no es un modelo de socialismo por el que debamos guiarnos, por otro lado, no parece suficiente tratar a China como una expresión más del capitalismo global. Estamos hablando del Estado nacional más antiguo de la historia, con un alto nivel de centralización y planificación económica. Su proyecto económico, en gran medida controlado por el Estado, está presionando incluso a sectores de la burguesía central para que revisen el papel asignado a la presencia estatal por el neoliberalismo -como afirman incluso expresamente los ideólogos burgueses. A modo de hipótesis, consideramos a China como un imperialismo aún en ascenso, orientado centralmente por un proyecto nacionalista, no socialista, aunque también marcado por la revolución que elevó al Partido Comunista a la dirección del Estado. En cualquier caso, es un tema que merece un debate más profundo.

El ascenso de China y el desafío que plantea a la hegemonía de Estados Unidos y la Unión Europea es ya un factor de disputas geopolíticas y económicas cada vez más intensas. Estas disputas se centran en la lucha por las cadenas de valor, ya sea la energía, la tecnología -en el caso de los semiconductores- o los recursos naturales y las materias primas, ambos cada vez más valiosos ante la intensificación de la crisis medioambiental. Su desarrollo se traduce en conflictos geopolíticos y militares cada vez más frecuentes, y en un mayor potencial de agitación social, como puede verse hoy en la región africana del Sahel, donde la disputa por las materias primas tecnológicas y energéticas es central tanto para el imperialismo francés como para la presencia rusa y china en la región.

Es en este terreno en el que debemos caracterizar la guerra en Ucrania, que representa un salto adelante en esta disputa interimperialista. Condenamos la agresión rusa contra la soberanía ucraniana. Pero ahora es muy difícil sostener cualquier caracterización de esta guerra como una simple lucha nacional entre los países implicados. Por el contrario, Estados Unidos ha logrado recuperar y reincorporar a la OTAN -que venía sufriendo de «muerte cerebral», en palabras del presidente francés Emmanuel Macron- a este conflicto, transformándolo en una etapa preparatoria de la lucha estratégica contra el ascenso chino. El envío casi irrestricto de armas al gobierno de Zelensky, las sanciones unilaterales a Rusia, la insistencia de las potencias imperialistas de la OTAN en ubicar a China como parte interesada en la guerra, así como la carrera armamentista que se inició a partir de entonces, atestiguan el carácter interimperialista del conflicto. Desde este punto de vista, cualquier alineamiento de la izquierda con cualquiera de los bloques imperialistas en disputa -sea el hegemónico o el contendiente- sería un grave error político. Las fuerzas populares no tienen nada que ganar con la intensificación de las guerras que ya está teniendo lugar y que probablemente continuará en el próximo período: nuestra posición debe ser por el fin de la guerra y el armamentismo imperialista.

  1. Impactos de la pandemia y de la crisis ecológica

Finalmente, debemos caracterizar los impactos de la experiencia de la pandemia de COVID entre 2020-2022 y cómo influye también en las crecientes transformaciones a nivel mundial. Producto de la acción destructiva del capital sobre la naturaleza, la pandemia ha ampliado el cuestionamiento de la globalización neoliberal e incluso del propio neoliberalismo: desde entonces, incluso algunos economistas burgueses de los países centrales han llegado a defender la necesidad de una mayor inversión pública para hacer frente a la crisis. La pandemia también ha puesto de manifiesto el impacto de la privatización de los servicios sanitarios en diversas partes del mundo.

Como producto de la crisis ambiental, la pandemia también ha acelerado la disputa mundial por las cadenas de valor energético y las materias primas estratégicas para la carrera tecnológica. Las cada vez más frecuentes catástrofes climáticas -inundaciones, sequías, climas extremos- repercuten en las condiciones materiales de producción y reproducción del capital. Juntos, ambos factores presionan a las burguesías liberal-democráticas para que avancen en un proyecto de capitalismo verde, aunque les resulte difícil. Como resultado, ahora estamos experimentando los inicios de una disputa a largo plazo por los recursos naturales, con intentos cada vez más frecuentes de imperialismo verde por parte de las burguesías centrales. La presión por un mayor control de los centros imperialistas sobre biomas o materias primas, como la Amazonía o el Triángulo del Litio en Argentina, Chile y Bolivia, es probable que se intensifique en el próximo período. En este sentido, la lucha contra la crisis climática también deberá adquirir una dimensión antiimperialista en un futuro próximo.

  1. Algunas conclusiones sobre la situación mundial

Este conjunto de crisis señala que nos enfrentamos a un periodo de transición en la historia mundial. Hay un agotamiento del mundo surgido de la globalización neoliberal; hay una división entre las burguesías centrales sobre la forma de salir de esta crisis; hay una presión material y objetiva ejercida por la crisis climática sobre los acuerdos económicos, sociales y políticos establecidos en las últimas décadas; hay un imperialismo en formación, pero que ya está desafiando la hegemonía de los EE.UU.; hay una carrera armamentística y tecnológica impulsada por la disputa por los mercados a nivel mundial, que ya está cambiando en comparación con el período anterior. El mundo en que vivimos ya no es el mismo de la globalización neoliberal. Está en marcha una amplia reorganización global del capitalismo.

Sin embargo, lo que sustituirá a la globalización neoliberal es una disputa abierta. Será el resultado de la relación de fuerzas que cristalice entre las clases sociales al final de esta transición. Que la extrema derecha se consolide como un sector con peso duradero, que haya suficiente presión de los movimientos sociales para superar la crisis climática, dependerá fundamentalmente de la capacidad de la izquierda y de la clase trabajadora para intervenir en las disputas en curso. Como hemos visto, hasta ahora esta capacidad ha sido limitada: es la extrema derecha la que ha impuesto su agenda. La segunda parte de este documento se centrará en la caracterización de las fuerzas de la izquierda y de la clase obrera.

  1. Brasil en este escenario

Antes de abordar la situación y los desafíos que enfrenta la izquierda, tenemos la tarea de sistematizar cómo estas disputas en curso se expresan en la lucha de clases en Brasil, así como la forma en que nuestras luchas influyen o impactan en estas disputas a nivel global. Todos los procesos que hemos discutido hasta ahora han encontrado expresión en nuestro país, marcando una importante integración de Brasil en la dinámica global de la lucha de clases.

El ciclo de movilizaciones post 2008 llegó a Brasil en 2013 con características semejantes a las encontradas en diversos países: ausencia de una dirección política consolidada; una nueva generación sin experiencia emergiendo en la política; cierto grado de dispersión programática en las movilizaciones, que tuvieron un alcance masivo.

También aquí se manifestó la misma dinámica de agotamiento a la que se enfrenta todo el mundo. Una vez superada la cuestión de las tarifas del transporte, la movilización callejera se consolidó como una herramienta importante en la lucha política, tanto para la izquierda como para la derecha, un fenómeno que también se observó en la Primavera Árabe. Sin una dirección programática bien establecida ni claridad en las manifestaciones, la derecha empezó a impugnar las movilizaciones de junio de forma muy explícita, incluso antes de que se revocaran las subidas de las tarifas. En São Paulo, que había sido el epicentro de las movilizaciones, las bandas neofascistas salieron a las calles para intimidar a la izquierda en cuanto se ganó la lucha contra el aumento.

Desde entonces, la derecha ha estado luchando y ocupando cada vez más espacio en las calles y en la sociedad. También aquí la derecha ha establecido una ofensiva reforzando su ala más reaccionaria. El Lava Jato une a la burguesía local contra el gobierno de colaboración de clases. Las secuelas son durísimas para la izquierda y las fuerzas populares: el golpe en 2016; el asesinato de Marielle Franco y la detención de Lula en 2018; la huelga de camioneros y la elección de Bolsonaro en el mismo año; todo en clara articulación con la extrema derecha a nivel internacional. También lograron aprobar las dos contrarreformas estratégicas (laboral y jubilatoria) durante este período. Aquí, como a nivel internacional, el ciclo de junio terminó por lo menos desde 2015, cuando la derecha ganó la mayoría en las calles. Y cualquier análisis que establezca la continuidad del carácter progresista de junio hasta hoy también conducirá a graves errores de lectura e intervención política en la realidad.

Durante este período, la mayor parte de la izquierda brasileña hizo esfuerzos unitarios correctos e importantes – que, si no fueron lo suficientemente fuertes como para evitar el golpe, derrocar a Temer, evitar a Bolsonaro o derribar su gobierno, no deben ser pasados por alto en el balance de los últimos años. Sin las luchas unitarias de la izquierda, en las que el PSOL y el Frente Povo Sem Medo (Pueblo Sin Miedo) -así como la propia Insurgência- desempeñaron un papel decisivo, no es difícil imaginar que la situación podría haber resultado aún peor. Con el estrecho margen de la victoria electoral en torno a Lula contra Bolsonaro el año pasado, está claro que la unidad de la izquierda también fue decisiva para imponer un freno a la barbarie en curso en el país desde las movilizaciones reaccionarias de masas en 2015.

Las luchas interburguesas también se expresaron en Brasil. Si bien toda o casi toda la clase dominante se alineó con el golpe y con Bolsonaro contra el PT en 2018, este bloque comenzó a sufrir divisiones con el desarrollo del gobierno neofascista y las disputas fraccionales de las burguesías centrales. Con la victoria de Biden, el creciente aislamiento de Brasil en sus relaciones internacionales y la catastrófica gestión de la pandemia y de la cuestión ambiental, similar a la de Trump en EEUU, parte de la burguesía local buscó alejarse del bolsonarismo. De hecho, había partes de la clase dominante que apoyaban a Lula. Y sin el rápido reconocimiento de Biden del resultado electoral de Brasil en 2022, el 8 de enero también podría haber tenido un desenlace mucho más grave.

El bolsonarismo, sin embargo, como la extrema derecha internacional, no está derrotado. Sigue vivo, organizado e influyendo en la relación de fuerzas del país. Su programa y sus políticas cuentan con el apoyo de la masa de la burguesía, del agronegocio, del mercado financiero, de las fuerzas armadas y de la policía. Tienen implantación social de masas a través del neopentecostalismo reaccionario. Tienen el peso institucional para atacar al gobierno y al programa elegido en las urnas en 2022. Y cualquier evolución de la extrema derecha mundial también podría dar un nuevo impulso a Bolsonaro para recuperar su ofensiva en Brasil.

Finalmente, el gobierno de Lula también intenta ubicar a Brasil en la disputa entre las fracciones burguesas centrales, buscando una posición privilegiada para el país en la agenda ambiental. Esto sería una posibilidad concreta en términos capitalistas soberanos, pero no exactamente en el caso de nuestro país. En este proyecto, aunque obviamente es muy superior a la agenda de Bolsonaro, todavía hay pocos avances concretos. Del mismo modo, intenta explotar las divisiones del imperialismo – llamadas por la diplomacia europea “competencia de ofertas” para Brasil- en beneficio del país, señalando un esfuerzo correcto para preservar la relativa independencia de Brasil de los bloques en disputa.

  1. La izquierda de 2010 a 2023

Por último, dedicaremos las últimas páginas de este documento a una evaluación de la política y la capacidad de la izquierda para intervenir internacionalmente en este proceso. Partimos de la premisa de que, desde la caída del bloque soviético y la consolidación de la globalización neoliberal, que ha tenido un enorme impacto en la clase obrera mundial tanto objetivamente -es decir, en la forma de organización del trabajo, más fragmentada, desconcentrada y alienada- como subjetivamente -en la confianza en sus propias fuerzas, en su conciencia social y política-, se ha producido un retroceso decisivo y definitorio en la relación de fuerzas en comparación con la mayor parte del siglo XX. Desde entonces, tanto el proyecto socialista como la organización de la propia clase obrera han sido profundamente desacreditados por las amplias masas populares.

Es necesario reafirmar esta caracterización porque, sin ella, no tendremos idea de la dimensión de nuestro desafío histórico como izquierda. Cualquier programa político que no dé centralidad a la reorganización social y política de la clase obrera, es decir, a la reconstrucción de las herramientas de organización de clase y a la necesaria reagrupación y reimplantación de las fuerzas socialistas, no estará a la altura de la tarea de restablecer un horizonte socialista para la humanidad.

7.1 La crisis del proletariado tras el fin de la URSS

Bensaïd realizó en su época un importante esfuerzo por recuperar bases teóricas estratégicas que pudieran reorientar a la izquierda en la época posterior a la URSS. Retomando a Marx en el 18 Brumario de Luis Bonaparte, trabaja el concepto de clase social desde un punto de vista objetivo y subjetivo al mismo tiempo: “En la medida en que millones de familias (…) viven en condiciones económicas que las separan unas de otras y oponen su modo de vida, sus intereses y su cultura a los de otras clases de la sociedad, constituyen una clase. Pero no constituyen una clase en la medida en que (…) sólo existe una conexión local, y en la medida en que la similitud de sus intereses no crea ninguna comunidad, ninguna conexión nacional y ninguna organización política entre ellos’ (…) Así pues, parecen constituir una clase objetivamente (sociológicamente), pero no subjetivamente (políticamente)”.

Desde este punto de vista, caracterizamos el impacto del final de la URSS y de la globalización neoliberal como tal que la propia identidad de clase -el aspecto subjetivo- ha retrocedido en gran medida en nuestra época. Hay, a cierto nivel, «comunidad, (…) conexión nacional, (…) organización política», pero hay infinitamente más: la fragmentación de estos lazos es el resultado de 30 años de neoliberalismo. La clase obrera se encuentra en un nivel de fragmentación, de desorganización social y de crisis subjetiva tal vez no visto desde los inicios de la lucha por el socialismo. En otras palabras, la crisis de la humanidad ya no se limita a la crisis de dirección del proletariado, como se caracterizaba en el Programa de Transición aprobado en el lanzamiento de la IV Internacional. Hoy, además de la crisis de dirección, asistimos también a una crisis de organización de la clase obrera, que le impide identificarse como sujeto histórico y social, y más aún como sujeto de la lucha por el socialismo. Superar esta fragmentación es, por tanto, una tarea estratégica, una condición previa para la transformación revolucionaria del mundo.

Esto no significa, sin embargo, que la clase obrera no haya producido importantes luchas y resistencias, que incluso han contribuido a ampliar la comprensión de lo que es el proletariado. Incluso sin entenderse socialmente como clase, como totalidad, la clase obrera encuentra sus propias formas, programas y herramientas de lucha. En este balance de los últimos años, nos corresponde identificar estos fenómenos para saber en qué basarnos para que la clase obrera pueda avanzar en su propia reconstitución política.

7.2 El ciclo 2010-2015

Este primer ciclo estuvo marcado principalmente por dos vectores: en Europa, sobre todo en el Sur de Europa, por las luchas populares contra el ajuste impuesto por la Unión Europea a raíz de la crisis; en el Norte de África-Oriente Medio, por la lucha por las libertades democráticas contra gobiernos o regímenes establecidos desde hace décadas. El desarrollo del ciclo en estas dos zonas tuvo resultados diferentes, que conviene sistematizar en nuestro balance.

En Europa, particularmente en el sur del continente – Grecia, Portugal, España – las movilizaciones tenían una agenda programática más clara: derrotar la austeridad y la quita de derechos a la clase trabajadora. También hubo una mayor participación relativa de herramientas autoorganizativas de la clase trabajadora, como sindicatos, asociaciones de vecinos, movimientos sociales e incluso partidos anticapitalistas, a la izquierda del reformismo histórico. No en vano, aunque derrotados, los sectores de izquierda salieron fortalecidos, como muestran los casos de Podemos, Syriza y el Bloque de Izquierda. La traición de Syriza ante el resultado del referéndum del OXI bloqueó en gran medida el desarrollo de estas alternativas, con la moderación de este partido y más tarde también de Podemos. El caso del Bloque de Izquierda es una excepción: con la táctica de la «geringonça» (la formación de gobierno con el Partido Socialista y el Partido Comunista), derrotaron a la derecha permitiendo la formación de un gobierno de colaboración de clases, sin formar parte de él ni someterse a su disciplina, y siguen siendo un partido de innegable relevancia en la disputa nacional.

En la Primavera Árabe, en cambio, el sello distintivo fue la multitudinaria magnitud y radicalidad de las movilizaciones, que aun así se encontraron con una dura represión por parte de los gobiernos. Programáticamente, sin embargo, la principal marca fue la dispersión: la única unidad estaba en el derrocamiento de los gobiernos, sin una definición más clara de las tareas de reconstrucción que deberían seguir, y con diferentes sectores sociales y políticos disputándose su dirección. De hecho, sectores organizados de la izquierda participaron en las movilizaciones, pero fueron mayoritarios los vinculados al islam político, cuya implantación social en los sectores populares era mucho mayor, como demuestra el importante peso de los Hermanos Musulmanes en varios países. En todos estos casos, los gobiernos derrocados no fueron sustituidos ni siquiera por sectores progresistas.

Así pues, dos son los equilibrios centrales de este ciclo. El primero es la importancia estratégica de la implantación social de la izquierda, que ha retrocedido profundamente desde la caída del bloque soviético. Donde ha habido un mayor despliegue para disputar las movilizaciones, el resultado ha sido menos dramático. Donde no lo hubo, los que tomaron la iniciativa en los procesos fueron precisamente los más implicados en la organización de las fuerzas populares, normalmente las fuerzas religiosas de derechas. Esta es también una evaluación importante para la izquierda brasileña, dado que en nuestro país hay fuerzas reaccionarias con profundas raíces en los territorios populares y donde la derecha también ganó la crisis que se abrió en 2013.

El segundo equilibrio, quizá aún mal incorporado por diversos sectores de la izquierda, es la comprensión de que no todas las movilizaciones de masas son progresistas. La derecha y la extrema derecha también han movilizado a sus bases para luchar. Sin una caracterización de qué fuerzas están disputando o conquistando la dirección de estos procesos, podríamos repetir errores cometidos en el pasado. Así, cualquier caracterización de la situación mundial que se guíe exclusivamente por el objetivismo, por el número de movilizaciones, estará dejando de lado el principal factor de la lucha de clases en el período: la masificación de la extrema derecha a nivel internacional.

7.3 Resistencia popular en los años 2015-2019

Ya bajo el signo de la actitud defensiva tras la expansión de la extrema derecha en todo el mundo, se está produciendo un cambio en el repertorio político de la izquierda y los movimientos sociales. En América Latina, una de las señas de identidad es la resistencia a los golpes de Estado en curso en la región. Este ha sido el caso en Brasil desde 2016, en Bolivia entre 2019-2020, y en Venezuela es una preocupación más o menos permanente.

En países como Colombia o Chile, las luchas contra el aumento del precio de los combustibles o de las tarifas de transporte también han encontrado protagonismo nacional. Los resultados son también contradictorios y expresan el carácter abierto, aún en disputa, de este período de transición en el que nos encontramos. En Colombia, el proceso terminó llevando al gobierno a Petro, el fenómeno más avanzado hoy en América Latina, programáticamente y en cuanto a su compromiso con la movilización popular para enfrentar a la derecha. En Chile, se abrió una Asamblea Constituyente. Pero en Colombia, el avasallamiento de la derecha se expresó en las últimas elecciones municipales, en las que la izquierda fue ampliamente derrotada. En Chile, estamos en vísperas de la votación del segundo proyecto de Constitución, ahora impulsado mayoritariamente por la derecha. Incluso en las victorias, la disputa sigue abierta.

Como dinámica internacional, sin embargo, la principal característica de este periodo fue el auge del movimiento feminista en un amplio abanico de países: España, Suiza, Polonia, EEUU, Brasil, Argentina e incluso Irán, con una serie de particularidades y contradicciones. Ya fuera resistiendo a los ataques a sus derechos -en el caso de Brasil o Polonia- o buscando avanzar en una agenda de reconocimiento de derechos sociales, económicos y políticos -en el caso de España o Argentina-, estas movilizaciones también consiguieron generalizarse en sus propios países y consiguieron logros para el feminismo en la sociedad, incluso cuando éstos eran sólo ideológicos. El alcance y el impacto fueron tan grandes que incluso sectores de la burguesía comenzaron a disputar el movimiento de mujeres con mayor énfasis, a partir de la agenda del feminismo liberal, y hoy esta es una agenda más o menos abrazada por la burguesía liberal-democrática en varios de estos países.

El ascenso feminista también promovió un importante avance estratégico para la izquierda. En la lucha contra la agenda liberal y con una importante articulación feminista internacional, las fuerzas de izquierda involucradas en el proceso pasaron a una discusión estratégica: cómo luchar por un feminismo con contenido de clase. La actualización de la Teoría de la Reproducción Social surgida en la década de 1980 permitió avanzar contra la fragmentación en curso en la época. A partir de entonces, tanto la afirmación de un supuesto carácter «posmoderno» en la lucha de las mujeres como la idea de un feminismo sin clases perdieron fuerza relativa. La cuestión del trabajo doméstico, del trabajo de cuidados y de la reproducción social en general pasó a formar parte de un esfuerzo por vincular, por ejemplo, el movimiento feminista con el movimiento sindical en diversas partes del mundo.

Si bien es cierto que aún queda mucho camino por recorrer en esta cuestión de la reproducción social, sobre todo desde el Sur Global y una estrategia antirracista que desarrolle esta elaboración, también es cierto que hay una lección importante en este esfuerzo realizado por el movimiento de mujeres: la lucha ideológica, la elaboración programática, siempre que tengan un impacto directo en la realidad, contribuyen a la reorganización social de la clase obrera rompiendo la fragmentación y recreando lazos políticos entre los diferentes sectores de la clase.

Por último, 2019 también fue testigo de la masificación de la lucha medioambiental en los países del centro del capitalismo. Como ya hemos discutido, esta movilización de masas está empujando a la fracción liberal-democrática de la burguesía hacia la agenda del capitalismo verde. Pero entre sus consecuencias también está, por un lado, una importante discusión sobre los métodos de movilización -ya sean acciones ejemplares de vanguardia, como hicieron y hacen movimientos como «Extinction Rebellion», o acciones de masas, como buscan sectores consecuentes de la izquierda anticapitalista- y, por otro, una discusión aún incipiente pero que viene ganando fuerza en los últimos años: cómo vincular la lucha ambiental a la lucha sindical, en torno a una agenda de empleo, renta y derechos sociales y ambientales.

7.4 El movimiento social desde la pandemia

Finalmente, en el ciclo abierto por la pandemia, otros sectores de la clase obrera y las fuerzas populares también asumieron la lucha. El protagonismo del movimiento negro es innegable en 2020, incluso bajo el aislamiento social en muchas partes del mundo. Apoyándose en experiencias previas de movilización y organización en años anteriores, Black Lives Matter fue capaz de promover una respuesta mundial a la violencia policial durante el asesinato de George Floyd. Desde Estados Unidos, el movimiento también encontró un alcance masivo en Europa y América Latina: estatuas en honor a esclavistas y agentes coloniales fueron derribadas en diversas partes del mundo. La lucha antirracista de este ciclo también encontró expresión en Brasil, aunque en otras dimensiones y frente a las condiciones defensivas impuestas por el genocidio contra los negros, el hambre y la crisis social. Finalmente, este ciclo también obligó a sectores de la democracia liberal-burguesa a incorporar y disputar parte de su agenda.

Un proceso similar ha ocurrido también con las luchas indígenas, que en Brasil han sido decisivas en la resistencia al gobierno de Bolsonaro, pero que también han sido el principal sector movilizado en Ecuador y Bolivia en los últimos años. En este sentido, hay una diferencia entre el movimiento ecologista latinoamericano y el del Norte Global: allí, el centro social de las movilizaciones es fundamentalmente urbano y joven; aquí, el protagonista es indígena.

Aún es relativamente pronto para calibrar el alcance histórico de estos dos procesos. Pero ambos marcan la coyuntura de los países donde tuvieron lugar, suscitando el odio genocida de la extrema derecha, cierta mediación de la derecha liberal y diferentes lecturas estratégicas por parte de la izquierda. La continuidad de estas luchas, incluso en el terreno ideológico, determinará el alcance del impacto histórico de estas movilizaciones en los próximos años.

Por último, la solidaridad internacional con el pueblo palestino, lucha que se intensifica desde hace poco más de un mes, también señala una convergencia con estas experiencias. Las movilizaciones en defensa de Palestina están alcanzando proporciones masivas principalmente en los países donde las comunidades árabes han emigrado en las últimas décadas. En gran medida, acaban alcanzando estas dimensiones en el Reino Unido, EEUU, Francia y Alemania, porque -como lectura hipotética- expresan un contenido antirracista: Palestina acaba convirtiéndose, en parte y en todo, en una lucha de resistencia contra la islamofobia, el odio y la precariedad constante a la que se ven sometidas diariamente las comunidades árabes en estos países. Es difícil saber cuál será el resultado. Pero ya son las mayores movilizaciones de este tipo desde las que se produjeron contra la guerra de Irak en 2003.

Lo que estos tres procesos -del movimiento negro, del movimiento indígena y de la solidaridad con Palestina- señalan, en términos de balance, es la reafirmación de una clave estratégica acumulada en nuestra corriente desde hace tiempo. En las luchas contra la opresión estructural, la clase obrera encuentra formas de luchar, defenderse y avanzar: son las luchas del proletariado. Son los sectores de la clase obrera con las dinámicas políticas más progresistas en la última década, y en muchos casos representan porciones significativas de la fuerza de trabajo en los países donde se han masificado. Y desde estas luchas es posible unificar a la clase trabajadora, siempre y cuando se trabaje con las herramientas políticas adecuadas y se tenga esto como objetivo político.

Aquí hay una clave en la lucha contra la fragmentación social y política de la clase obrera. La izquierda socialista, anticapitalista y revolucionaria puede y debe influir, construir y apoyar estas luchas. En la batalla contra la fragmentación y por la reconstitución de la clase obrera como sujeto histórico, consolidar esta visión de un proletariado plural y diverso y construir el salto político de estas luchas para que se libren como luchas de toda la clase obrera – siguen siendo tareas centrales para la intervención en el próximo período.

7.5 Algunas consideraciones sobre el movimiento sindical

Por último, también es importante tener en cuenta lo que viene ocurriendo en las luchas más directamente relacionadas con el mundo del trabajo. Si bien en varias partes del mundo sigue prevaleciendo una dinámica más conservadora y burocrática, centralmente en torno a los funcionarios públicos, también hay nuevos desarrollos en la lucha socioeconómica de la clase trabajadora a los que debemos prestar atención, ya que también afectan a la relación de fuerzas y forman parte de esta disputa.

Aunque caractericemos a estas organizaciones como más conservadoras y burocráticas, los trabajadores públicos son un importante sector de movilización laboral en nuestro país, especialmente en sectores vinculados a la educación, pero no restringidos a ellos, como podemos ver en la reciente huelga de los trabajadores subterráneos en São Paulo. A pesar de estas movilizaciones, es un hecho que la tasa de sindicalización en el país viene cayendo año tras año y reflexionar sobre las causas de este fenómeno es importante para formular la capacidad de la clase trabajadora de responder a los ataques, especialmente la quita de derechos y el desmantelamiento de los servicios públicos.

Ya hemos mencionado la extensión del movimiento feminista al movimiento sindical en varios países: en España, Alemania y Reino Unido se ha fortalecido el sindicalismo en el trabajo reproductivo. Cuidadoras, trabajadoras sanitarias, trabajadoras de la hostelería -normalmente trabajos desempeñados por comunidades inmigrantes- han avanzado en su organización sindical en estos países.

También están las luchas de las trabajadoras de la app. Fenómeno «nuevo», quizá debido exclusivamente a la tecnología utilizada para organizar el trabajo, lo cierto es que retrotraen a tipos de explotación de la fuerza de trabajo comparables a los de los inicios del capitalismo industrial o, en el caso de Brasil, a una precariedad que se remonta a los trabajadores esclavizados llamados «de ganho» (debían realizar labores y traer una suma fija de dinero establecida al final del día) en el siglo XIX. El trabajo a destajo, los horarios abusivos y la ausencia de seguridad social son las señas de identidad de este tipo de explotación. En varios países se han producido huelgas en estos sectores en los últimos años.

La experiencia de lucha es muy diferente en cada país, ya que en algunos, como Inglaterra, existe una mayor interlocución con el movimiento sindical tradicional, y en otros, como Brasil, la mayoría de las movilizaciones son protagonizadas por trabajadores independientes, que recurren con mayor frecuencia a lo que se ha caracterizado como «movimientos en red» para organizar sus acciones. A pesar del aumento de las luchas en el sector, estas movilizaciones siguen siendo muy puntuales y defensivas y en pocos lugares se han producido avances concretos en la garantía de derechos para estos trabajadores, por lo que resulta inexacto caracterizar a este sector como vanguardia del nuevo movimiento sindical. En cualquier caso, los métodos de autoorganización están creciendo en esta fracción más precaria de la clase trabajadora, y es un reto y una tarea para las organizaciones de izquierda tender puentes de diálogo con estos trabajadores.

Es en EE.UU. donde tal vez haya una dinámica más progresista desde el punto de vista sindical. Con una legislación que dificulta la organización en el mundo del trabajo en el país, diversos sectores de la izquierda -en particular los vinculados al DSA- se han volcado en la legalización de los sindicatos en las industrias de servicios y logística. Como resultado, en los últimos años se ha producido un aumento combinado del número de huelgas y sindicatos en Estados Unidos. La reciente victoria histórica de la huelga de la automoción, apoyada en cierta medida tanto por Biden, el primer presidente estadounidense que visitó un piquete, como por Trump, señala un fenómeno interesante, con consecuencias aún por medir. Y sin embargo, la tasa de sindicación en EE.UU. ha experimentado cierto crecimiento en sectores específicos, pero sigue cayendo cuando se consideran todos los sectores del mundo laboral.

Lo que el escenario señala es potencialmente una nueva dinámica en las luchas sindicales. Y, en general, esta dinámica se caracteriza por una nueva generación de trabajadores y por algún vínculo directo o indirecto con las luchas contra la opresión que se han desarrollado en los últimos años. Un esfuerzo organizado para caracterizar e incidir en esta dinámica -que en pocos aspectos se expresa en Brasil- sin ilusiones de ningún tipo, será clave para reconstruir una relación de fuerzas favorable a los sectores populares.

  1. Una hipótesis de trabajo: el frente único como táctica a largo plazo

Toda esta discusión sobre la situación mundial y su relación con Brasil, la relación de fuerzas entre las clases, la caracterización de los sectores dinámicos en los últimos años, no debe limitarse al análisis: debe traducirse en hipótesis para nuestro trabajo político. De lo contrario, podríamos quedar reducidos a un grupo de propaganda que comenta la lucha de clases. No es para eso que estamos organizados.

Así que queremos terminar esta ya larga contribución con alguna traducción de la caracterización a la política en un sentido más general y a largo plazo. Sistematizando los datos centrales de la situación en la que vivimos: hay una transición histórica de la globalización neoliberal a una reorganización del capitalismo, cuyo resultado y características aún están en disputa; en esta transición, los aspectos de la barbarie se incrementan, comenzando por la emergencia climática; es la burguesía global en su conjunto, y en particular su fracción de extrema derecha más reaccionaria, la que tiene hoy la iniciativa; y la izquierda, fragmentada y con poca implantación en los sectores populares, enfrenta dificultades para intervenir en esta transición, aunque hay resistencias importantes sobre las que podemos construir.

En este sentido, en el actual período defensivo de la historia, el principal desafío para la izquierda hoy es -a partir de su propia fragmentación y de la fragmentación de su base social estratégica- tener la capacidad de influir y decidir la relación de fuerzas que cristalizará después de esta transición a favor de la clase trabajadora. Las experiencias del último ciclo nos ayudan a definir hipótesis políticas que avanzan en esta dirección. La acumulación histórica de la IV Internacional también ayuda, aunque algunos de sus herederos insisten en repetir sus errores en lugar de aprender de ellos.

La fragmentación sólo se superará a través de la experiencia práctica. Sólo a través de la experiencia común, en torno a un programa unificado y ampliando la convivencia entre los diferentes sectores de la izquierda en su intervención en la realidad, podremos superar la fragmentación subjetiva y objetiva de la clase obrera. Y es también sólo en estas condiciones que podremos disputar la hegemonía sobre las bases sociales de la izquierda. Hegemonía que, en condiciones normales y particularmente en situaciones defensivas, pertenece a las fuerzas reformistas. Desde este punto de vista, la táctica del Frente Único, como ya hemos discutido, es la principal hipótesis política cuando observamos la situación histórica desde un punto de vista más general. En la definición de Trotsky, “para aquellos que no entienden esto, el partido es sólo una asociación de propaganda, no una organización para la acción de masas”.

En palabras de Bensaïd, la táctica del frente único también tiene una dimensión estratégica: “El capitalismo no crea una clase obrera unificada de forma espontánea. Al contrario, genera divisiones y competencia, sobre todo en tiempos de crisis. Unificar social y políticamente a la clase obrera es, por tanto, un objetivo estratégico permanente.” En la actual situación defensiva, marcada principalmente por la fragmentación, el frente único es, por tanto, una forma de combinar las tres luchas decisivas de nuestro tiempo: por la reorganización social de las fuerzas populares, es decir, la reconstitución amplia de la clase obrera como sujeto; por la reorganización política de la izquierda, es decir, la reconstitución de organizaciones socialistas con peso de masas; y por la incidencia de la clase obrera en la relación de fuerzas a escala mundial.

De hecho, cuando se compara la experiencia del PSOL en esta década con las experiencias de otros partidos amplios del mismo tipo, nuestro partido fue la herramienta que más se fortaleció políticamente – precisamente porque identificó el giro defensivo en la relación de fuerzas en Brasil y en el mundo; porque se dedicó a una política de unidad de las fuerzas populares contra el avance de la derecha y de la extrema derecha; porque, en el proceso, preservando su independencia y colocándose al frente de estas confrontaciones, se moralizó ante la base social del reformismo en Brasil. Incluso sin conseguir construir un verdadero frente único orgánico, la unidad de la izquierda en sus frentes de movilización ha permitido al PSOL ampliar su influencia social y política sobre la clase trabajadora. Estas victorias han enfrentado al partido a nuevas contradicciones, que deben ser enfrentadas como un nuevo momento de esta lucha más amplia. Pero abandonar esta orientación, que nos ha permitido avanzar significativamente, incluso en comparación con otras experiencias de partidos amplios de todo el mundo, sería un grave retroceso político para el conjunto de la izquierda. Sería, de nuevo en palabras de Trotsky, como “un nadador que ha aprobado la tesis sobre el mejor método para nadar pero no se arriesga a lanzarse al agua”.

Por supuesto, la táctica del frente único plantea otras cuestiones prácticas según las circunstancias en que se desarrolle. Es una táctica que sólo puede aplicarse “en el filo de la navaja”, entre la afirmación de la unidad y la lucha por la hegemonía. La realidad exige mediación. Pero eso no cambia el hecho de que esta política debe servir de orientación general para la intervención de la izquierda socialista, que pretende no sólo librar las batallas cotidianas en defensa del conjunto de la clase obrera, sino también contribuir a las dos reorganizaciones – social y política – necesarias para la reconstitución de un horizonte socialista a mediano y largo plazo desde el punto de vista histórico.

Para responder a la disputa por la hegemonía sobre las bases sociales del conjunto de la izquierda, el frente único requiere también la construcción de un perfil programático para las fuerzas que se sitúan en esta táctica sobre la base de una estrategia revolucionaria. Este perfil no se orienta, por supuesto, por la ya discutida “denuncia de las direcciones traidoras”. Pero es necesario tener una orientación programática bien definida para que queden claras las diferentes perspectivas entre los sectores dentro del frente.

Desde este punto de vista, considerando que buscamos, a través del frente único, construir un campo político a la izquierda de los reformismos hegemónicos, y que existe una crisis y transición del orden de la globalización neoliberal hacia una reorganización del capitalismo cuyos resultados son aún inciertos, entendemos que este perfil programático debe estar orientado centralmente por los siguientes ejes: en primera instancia y más claramente por la centralidad de esta tarea, el antifascismo para combatir a la extrema derecha; en el terreno político-económico y social, el enfrentamiento a la agenda neoliberal, que unifica a las diferentes fracciones burguesas; y, orientando estos ejes, la afirmación permanente de una estrategia anticapitalista y ecosocialista.

La combinación del frente único como táctica a largo plazo, por un lado, y la afirmación de un programa antineoliberal, anticapitalista y ecosocialista, por otro, es la orientación general que creemos responde a los desafíos planteados por la difícil situación mundial que atravesamos. La etapa marcada por la defensividad y la fragmentación requiere una etapa en la que la táctica del frente único esté en el centro de la política de izquierdas. La crisis del neoliberalismo, a su vez, exige la construcción de un horizonte alternativo al modelo de los últimos 30 años.

Octubre de 2023

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