Teoría: lgbti

Introducción al libro «Desviades: Normalidad gay y anticapitalismo queer»

17/05/2023

Peter Drucker

Activista LGBTIQ y militante de la IV Internacional

 

El próximo mes de junio Viento Sur y la editorial Sylone publicarán la traducción al español del libro Warped: gay normality and queer anticapitalism, del activista y teórico Peter Drucker.

Para poder conseguirlo, hemos habilitado una campaña de crowdfunding en la que os invitamos a colaborar: http://goteo.cc/desviades

Las victorias de los movimientos LGBT, especialmente la difusión del matrimonio entre personas del mismo sexo, se han acelerado en los últimos años más de lo que la mayoría de la gente creía posible. Sin embargo, el nacimiento subsiguiente de una especie de «normalidad gay» ha sido desconcertante para los activistas con enfoques más radicales. Todo un imaginario y un mercado gay neoliberal, «homonormativo» y «homonacionalista», que deja fuera a quienes se salen de la nueva norma, sean personas intersexuales, transgénero, queer, no binarias, racializadas y otras.

La historia de las vidas y las luchas LGBT no comienzan en el Stonewall neoyorquino en 1969. Por eso Drucker hace un recorrido histórico y geográfico (no centrado solo en el mundo occidental) por los diferentes paradigmas que en cada contexto y en cada fase del desarrollo capitalista han sido hegemónicos en lo que respecta a las relaciones sexuales y afectivas entre personas del mismo sexo y a las disidencias de género. En una apasionante confluencia de estudios económicos, sociológicos, psicológicos y sexológicos, y desde una perspectiva interseccional (feminista, antirracista, de clase y queer), nuestro autor aplica conceptos y metodología del mejor marxismo heterodoxo para entender los viejos y nuevos retos a los que se enfrentan las personas y movimientos que desafían las normas sexuales y de género.

Aquí se puede leer la nueva introducción escrita por Drucker para la edición en castellano.

DESVIADES: NORMALIDAD GAY Y ANTICAPITALISMO QUEER

NUEVA INTRODUCCIÓN A LA EDICIÓN EN CASTELLANO

La publicación de Desviades en lengua castellana me llena de alegría. No pareciera ser nada casual que el impulso para esta edición en castellano haya provenido principalmente del Estado español (donde se encuentra radicada la editorial Sylone) y de Argentina (donde vive y trabaja el traductor Tomás Callegari). Durante los últimos años, estos dos países han sido espacios destacados de actividad política e intelectual queer radical, lo cual se ha visto reflejado en algunas victorias significativas. Entiendo que en ambos países esta actividad política e intelectual se ha visto nutrida de los movimientos feministas militan­tes. Tanto el Estado español como Argentina han contado, por ejemplo, con la participación de millones de mujeres y aliades en las huelgas internacionales de mujeres. En mi opinión, este hecho ratifica una conclusión clave de Desviades: que la política de género debe estar «en el corazón de una política sexual radical» (p. 80).

No es esta la única conclusión de Desviades que considero que ha sido ratificada[1]Agradezco a Alan Sears por sus provechosas devoluciones a la versión previa de esta introducción. He incorporado muchas de sus recomendaciones con gratitud.. Los acontecimientos que siguieron a su publicación, por ejemplo, no han hecho más que reforzar mi convicción de que una política queer radical no puede sino ser interseccional, y abrazar ininterrumpidamente el feminismo, el antirracismo y un enfoque independiente de clase hacia un espectro de movimientos sociales. Aun con las dificultades que he tenido para asumir una actitud verdaderamente internacionalista a lo largo del libro, y liberarlo del eurocentrismo que continúa predominando tanto en la academia como en la política LGBTI mainstream, considero que el intento era a la vez importante y necesario, y que Desviades ha dado al menos algunos pasos en esa dirección.

También continúo comprometido con el proyecto del libro en favor de una queerización de la izquierda radical amplia, y de una disputa contra las corrientes de centro, derecha e incluso extrema derecha que gradualmente han ido ocupando posiciones cada vez mayores dentro de las comunidades y organizaciones políticas LGBTI. Analíticamente, continúo convencido de que el lente de las «formaciones same-sex»[2]N. del T.: Traducimos la expresión «same-sex» alternativamente como «del mismo sexo» o trasponiendo la expresión inglesa según cada caso, en pos de la claridad y fluidez. resulta de utilidad para la comprensión de la realidad del capitalismo generizado, racializado, sexualizado y globalmente jerarquizado que el radicalismo queer debe resistir y transformar. Para que un radicalismo queer sea verdaderamente interseccional, como sostuve en Desviades, resulta necesario erigirlo a partir de un punto de vista de la totalidad social, la única manera en que es posible «explicar cómo patrones se­xuales particulares están imbricados en un orden económico, imperial, racial y de género más abarcador» (p. 44).

Con todo, han pasado más de ocho años desde que envié a la casa editorial el texto de Desviades en lengua inglesa [Warped], en marzo de 2014. Así como la realidad no se ha quedado detenida, un análi­sis anticapitalista queer necesita modificarse para mantenerse vigente. De manera que en la presente introducción no solo intento volver a reflexionar acerca de las contribuciones de este libro, sino también considerar qué actualizaciones resultan necesarias y abordar algunas de las cuestiones que han emergido desde su publicación. Estas últimas son abundantes. Para un enfoque interseccional, la historia queer se intersecta con la historia más general en una pluralidad de aspectos; ¡y en los últimos ocho años se ha producido un volumen de historia inconcebible!

Para comenzar por la dimensión fundamental del género, cada vez más historia ha sido producida por y para las personas transgénero, con victorias de la autodeterminación en el reconocimiento de la iden­tidad de género en muchos países; y con derrotas de esa misma lucha en algunos otros. Los acontecimientos posteriores a 2014 también han confirmado la conclusión de Desviades según la cual «los asuntos po­líticos más centrales» del radicalismo queer «están ligados a las luchas contra el racismo y el imperialismo» (p. 73). El Movement for Black Lives [Movimiento por las Vidas de las Personas Negras], fundado en 2013, y que para 2020 se multiplicaba velozmente con movilizaciones de millones de manifestantes en EE. UU. y otras partes del mundo, ha forjado lazos a gran escala con personas trans y queer negras en particular. En esos mismos meses, mientras la pandemia del COVID-19 se extendía desde China hasta prácticamente todo el mundo, las cone­xiones destacadas en Desviades entre la queerización del acceso a la salud y la puesta en cuestión de la globalización neoliberal volvieron a salir a la superficie con ferocidad.

Los acontecimientos geopolíticos también han tenido un impacto directo en las vidas y las luchas LGBTIQ. Por ejemplo, el homonacio­nalismo se ha visto reforzado por la adopción del matrimonio entre personas del mismo sexo en países europeos como Irlanda y Alemania, así como en otros países de las Américas —en ciertos casos, profun­dizada por una opinión consultiva emitida en 2018 por la Corte Inte­ramericana de Derechos Humanos—, vinculada con procesos de glo­balización e integración europea. Sin embargo, durante estos mismos años, el reflujo de los levantamientos árabes que comenzaron en 2011 disipó ampliamente las esperanzas de conquistas queer en la región, y países de mayoría musulmana como Turquía e Indonesia, cuyos sóli­dos movimientos LGBTIQ fueran reconocidos por Desviades en 2014, han sufrido represión y retrocesos. La guerra en Ucrania en 2022 ha contribuido a redefinir la política sexual a ambos lados del frente de batalla. A ambos lados de estas fronteras geopolíticas se ha fortalecido la extrema derecha, y su versión «antioccidental» se define cada vez más abiertamente como anti-LGBTIQ, mientras que la «occidental» se muestra algo más ambivalente y en contradicción.

Mi comprensión de varias de las cuestiones en juego en estos de­sarrollos globales se ha visto profundizada desde la publicación de Desviades. Estoy en deuda por ello con el creciente número de perso­nas que trabajan en el desarrollo del marxismo queer, en particular a través de la Sexuality and Po­litical Economy Network [ Red de Sexualidad y Economía Política] organizada en torno a la publicación His­torical Materialism. Desde la publicación de Desviades he ahondado en algunos problemas centrales, en una serie de artículos publicados. Así como analizo los acontecimientos de los últimos ocho años, resulta igualmente pertinente resumir algunos de los hallazgos que he alcanza­do o que he tomado prestados. Por ejemplo, para describir la lucha por la liberación trans e intersex en curso, me siento compelido a examinar una vez más las implicaciones que ha tenido la obra de Judith Butler en la comprensión del género.

Las guerras del género

Desviades presentó a las luchas transgénero como la vanguardia del radicalismo queer contemporáneo. En los años siguientes a su publi­cación, la intensificación de los ataques contra la «teoría de género» y la «ideología de género» —por ejemplo, los ataques provenientes del Vaticano y las diatribas del entonces presidente de Brasil Jair Bolsonaro contra Butler— han vuelto todavía más clara y más estre­cha la conexión entre feminismo y política sexual radical que el libro ponía de manifiesto. En la actualidad, las luchas en torno al género y a las cuestiones transgénero son todavía más prominentes a nivel global de lo que imaginaba cuando escribí acerca de ellas en Desviades.

Visto en retrospectiva, Desviades supo reflejar mi propia compren­sión gradual e incipiente de estas realidades. El libro reconoció el lugar de las relaciones transgénero como la forma más común de impug­nación de los roles sexuales culturalmente predominantes a lo largo de la historia (p. 124). Describió a las personas trans, incorporadas al acrónimo LGBT a partir de los años noventa, como una «minoría subordinada» doblemente oprimida «en el interior de de una minoría abarcadora» (p. 331). Denunció al movimiento mainstream por los derechos lesbianos/gais por «sacrificar a las personas trans en benefi­cio del interés homonormativo ocasional» (p. 427), y llamó a que un movimiento LGBT más radical asumiera una serie de demandas trans, y tomara en sus manos «el peso de la inconformidad de género que el mainstream lesbiano/gay ha hecho a un lado en el curso de los últimos treinta años» (p. 432).

Sin embargo, el trabajo de Holly Lewis ha superado al mío en Des­viades al mostrar cómo una «lectura queer transinclusiva» de la repro­ducción social permite explicar la furia de muchos hombres cisgénero contra las lesbianas y las personas trans. Cuando las lesbianas, los hombres trans y les genderqueers se rebelan contra la tarea, social­mente asignada a las mujeres, del cuidado de hombres, su rechazo del trabajo doméstico y emocional suscita furia y hasta violencia.[3]Lewis, 2022: pp. 103, 155.. En su análisis de cómo la reproducción social capitalista conduce a la opre­sión sexual, Alan Sears se ha valido de las palabras de Leslie Feinberg para sintetizar las terribles formas que esta violencia puede asumir: «desde la institucionalización hasta la violación en manada, desde gol­pizas hasta la denegación de visitas a menores»[4]Sears, 2016: p. 154.. Las aportaciones de Lewis y Sears contribuyen todavía más al argumento que expuse en Desviades sobre cómo las luchas transgénero y de género queer deben verse como centrales en la política LGBTIQ del presente.

Lo mismo vale también para las luchas intersex. En la edición ori­ginal de Desviades confesé que me había resultado «imposible hacer completa justicia… a las personas intersex» (p. 64, nota 51). A pesar de re­conocer que «muchas personas pueden tener “cuerpos intermedios”» (p. 508), no he sabido dar cuenta de todo el espectro de condiciones intersex, como por ejemplo las que se manifiestan en la pubertad en lugar de hacerlo al momento de nacer. Ahora veo con mayor claridad que la gran diversidad y creciente visibilidad de cuerpos intersex pro­porcionan algunas de las demostraciones más poderosas de la cons­trucción social, no solo del género, sino del sexo anatómico. Esto con­tribuye a convertir también las luchas intersex en un elemento decisivo del radicalismo LGBTIQ en la actualidad.

También a nivel teórico, Desviades expresó mi incipiente conciencia de la centralidad que presentan las impugnaciones transgénero, entre otras, al binario de género para una comprensión general de lo queer. El libro se apoyó enormemente en la concepción de Butler sobre el carácter performativo de las relaciones de género: no establecidas de una vez y para siempre en el nacimiento ni en la infancia, sino dependientes de una afirmación y un refuerzo continuos y expuestas a una redefinición permanente. Al mismo tiempo, hizo propia la comprensión fundamental de Kevin Floyd de que los orígenes del género performativo deben ser entendidos históricamente[5]Ver mi homenaje a Floyd, luego de su muerte prematura: Drucker, 2020..

Sin embargo, la relación entre los conceptos de «género» y «sexo» se ha vuelto ahora más complicada, problemática y cuestionada de lo que Desviades pudo reconocer, en buena medida como resultado de revisiones teóricas motivadas por las movilizaciones trans. Implícita­mente, el libro se basó en la distinción nítida, propuesta por el artículo clásico de 1986 de Joan W. Scott, según la cual «sexo» hacía referencia a un sustrato biológico y «género» a un ámbito más amplio de atri­butos construidos social y culturalmente[6]Scott, 1986.. En realidad, a lo largo de los años, otras feministas han propuesto otros modos de vincular al género con el sexo, por ejemplo a partir del concepto de Danièle Ker­goat de «la relación social del sexo»[7]Kergoat, 2001.. Christine Delphy, por su parte, ha insistido en que «el género precede al sexo:… el sexo por sí mismo indica sencillamente una división social [que] sirve para habilitar la identificación y el reconocimiento social de las personas dominantes y las dominadas»[8]Delphy, 1996: p. 36.. Hacia 2010, la propia Scott ponía en cuestión «la idea de que el sexo y el género podrían ser nítidamente distinguidos, refiriendo el uno a la biología y el otro a la cultura»[9]Scott, 2010: p. 7..

Pero en la edición original de Desviades todavía utilizaba llana­mente el término «same-sex» [«del mismo sexo»], para referirme a un espectro extremadamente amplio de relaciones a lo largo de las épocas y las culturas; aunque fuera con reservas. «La elección, que de lo con­trario sería arbitraria, de amalgamar y poner el eje en las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo solo puede justificarse en la tendencia creciente de las sociedades capitalistas durante el último si­glo y medio a clasificar de esta manera las relaciones sexuales humanas e incluso a los seres humanos individuales», escribí entonces (p. 93). Hoy en día intentaría ser todavía más matizado.

Aún creo que el concepto de «regímenes same-sex» o de «forma­ciones same-sex» es de utilidad —de hecho, resulta fundamental— para la comprensión de la transición entre los distintos estadios del capitalismo: desde el régimen «invertido-dominante» que caracteriza al imperialismo clásico, hasta el régimen «gay/lesbiana-dominante» que caracteriza al fordismo, y de este al régimen «homonormativo-do­minante» que caracteriza al neoliberalismo. La categoría «same-sex» ilumina la relación cambiante entre dos binarios diferentes: el binario del sexo y el binario del género. En el capitalismo, estos dos binarios llegaron a distinguirse el uno del otro, en un largo desplazamiento que va desde «el tercer sexo» hacia los hombres gais y mujeres lesbianas, y de allí hasta llegar a la identidad transgénero como configuración alternativa disponible. Hoy en día, sin embargo, sospecho que han existido otros regímenes sexuales, en otros períodos y regiones —por ejemplo, en algunos pueblos originarios de la América precolombina, o en partes de la antigua Asia— a los que el concepto de «same-sex» resulta más difícil de aplicar, puesto que las personas que allí vivían no consideraban necesariamente a los seres humanos como divididos en dos sexos. Asimismo, en la actualidad, mientras se incrementa el número de personas que deliberada o abiertamente presenta «cuerpos intermedios», acaso podamos comenzar a imaginar futuros poscapita­listas en que la categoría «same-sex» ya no sea universalmente válida.

Durante los años posteriores a la publicación de Desviades he in­tentado asimilar de manera más cabal la afirmación de Judith Butler de que, no solo el género, sino incluso el sexo a menudo es socialmente construido. (Tomé conocimiento de esta idea años atrás a partir de la lectura de Gabriel Girard de la obra de Butler[10]Girard, 2009., aunque entonces no le diera suficiente importancia). Los debates cada vez más acalorados en torno a las cuestiones transgénero —que han dejado en claro, por ejemplo, que no solo las mujeres sino también los hombres trans pue­den tener úteros y prácticarse abortos— han hecho que cada vez más personas tomen conciencia sobre el asunto (aunque sigue siendo im­portante recordar que la mayoría de las personas que necesitan abor­tos todavía son mujeres, y que el derecho al aborto continúa siendo decisivo, específicamente, para la liberación de las mujeres).

Al mismo tiempo, sentimos una necesidad cada vez más urgente de refutar los argumentos, en ocasiones algo más velados, de quienes se identifican como «feministas críticas del género». Paradójicamente, mientras que las feministas más reflexivas han sentido la necesidad de complejizar la distinción entre sexo y género, las «feministas críticas del género» han exhibido su irritación al respecto e insistido en que el sexo anatómico tiene un carácter primordial e inalterable. Ello entraña el peligro de acabar por reducir el horizonte de la transformación de género prometida por el feminismo prácticamente a la nada misma.

Sexualidades racializadas

«En la vinculación actual de los estudios queer con el activismo radi­cal», señalé en Desviades, «las cuestiones políticas más centrales están ligadas a las luchas contra el racismo y el imperialismo» (p. 73). He intentado a lo largo del libro aportar concreción a las conexiones entre las luchas queer y las luchas antirracistas. Así y todo, he pasado por alto una conexión interesante y prometedera que tenía frente a mis narices, con las manifestaciones del movimiento Black Lives Matter [Las Vidas de las Personas Negras Importan].

Si bien sabía de las protestas que comenzaron en julio de 2013 en respuesta a la absolución de George Zimmerman por disparar y matar a Trayvon Martin en Florida, mi conocimiento del movimiento era bastante superficial hasta que este obtuvo mayor popularidad tras el asesinato de Michael Brown en Missouri a manos de la policía, en agosto de 2014. En marzo de 2014 todavía desconocía el rol de las

mujeres queer negras Alicia Garza, Patrisse Cullors y Opal Tometi en la fundación del Movement for Black Lives. Si hubiera tenido entonces conocimiento de las profundas y alentadoras conexiones desplegadas por estas jóvenes entre la defensa de las vidas de las personas negras contra la violencia policial en general y la defensa de las vidas de las personas negras trans y queer en particular, el resultado habría sido muy provechoso para Desviades.

El crecimiento del movimiento Black Lives Matter tras el asesinato de George Floyd a manos de la policía en mayo de 2020 ha repre­sentado el desarrollo del activismo radical, de carácter implícitamente anticapitalista, más importante de la última década. Una de sus di­mensiones fundamentales ha pasado por las movilizaciones específi­camente en defensa de las vidas de las personas queer negras —como la manifestación de 15 000 personas que marcharon en Brooklyn en defensa de las vidas de personas trans negras en junio de 2020—, con repercusiones en una serie de países fuera de EE. UU. Ello ha dejado en claro la lección de que nuestra mirada queer debe partir de un análisis de la racialización, así como de una crítica del homonacionalismo. En el presente, la izquierda queer radical debe hacer su contribución fren­te al continuo desafío de recuperar el ímpetu inicial del movimiento Black Lives Matter y profundizar su radicalidad.

Ello implica resistir a la cooptación por parte de las fundaciones y ONG, o de iniciativas parlamentarias como la reforma electoral. Más bien, el horizonte último de les anticapitalistas queer, así como el de las voces radicales dentro del movimiento en general, debe ser la abolición del sistema policial y presidiario en su conjunto, entendido como una infraestructura esencial que garantiza la conservación de toda la red de desigualdades de poder económicas, raciales, sexuales y de género. La segregación sexual inherente a la organización de las prisiones, así como la violencia sexual, que presenta un carácter particularmente endémico en las cárceles de EE. UU., añade a esta lucha una dimensión específicamente queer.

  1. exhibe particularidades insoslayables en esta lucha, debido a la centralidad del racismo en la economía política del país, desde la época de la esclavitud hasta el trumpismo, pasando por Jim Crow y el reaganismo. No obstante, la conexión entre heteronorma y racismo no constituye un rasgo singular de EE. UU. Por el contrario, el incremento de la migración en el mundo, especialmente desde regiones económi­camente dominadas hacia los centros imperialistas, ha resultado en un alto grado de convergencia de las dinámicas racializadas, generizadas y sexualizadas en diferentes regiones. Por ejemplo, en Europa Occiden­tal, la Rassemblement National [Agrupación Nacional] de Francia ha retenido el racismo antimusulmán característico de la extrema dere­cha, presentándolo como una defensa de los valores democráticos eu­ropeos y hasta de los derechos de las mujeres. Como ha señalado Sara Farris, también las derechas italiana y neerlandesa vienen empleando esta táctica[11]Farris, 2017..

El caso de los Países Bajos es un excelente ejemplo de las repercu­siones del movimiento Black Lives Matter a lo largo del mundo, así como de la importancia decisiva de la lucha contra el eurocentrismo para la política queer en el presente. Gloria Wekker, cuyo estudio y celebración de las tradiciones queer del continente y la diáspora afri­canas aparecen en Desviades, se ha convertido en una figura central en la teorización de las luchas de las minorías raciales oprimidas en Europa, especialmente gracias al lugar que asumió en la batalla contra el racismo que entraña el ícono navideño Zwarte Piet [Pedro el Negro] en la cultura neerlandesa.

Como ha señalado Wekker, la narrativa neerlandesa dominante ha pasado a ser: «todo estaba bien con la liberación gay y lesbiana hasta que irrumpió el pueblo islámico y… provocó una ruptura en la mar­cha triunfante del progreso»[12]Wekker, 2016: p. 119.. En varios otros países, sobre todo de Europa Occidental, buena parte de la derecha viene minimizando de manera semejante sus actitudes históricas anti-LGBTI y adaptándose al homonacionalismo cada vez más predominante a nivel cultural en sus sociedades. El partido anticapitalista y decolonial neerlandés BIJ1 viene llevando adelante la articulación de las luchas contra la derecha homonacionalista de manera excepcional, con un programa que ha contado con la coautoría de la propia Wekker y donde es posible ad­vertir una visibilidad excepcional de parte de activistas queer de todos los colores.

Geopolítica queer

El racismo y el homonacionalismo están, pues, unidos sin fisuras en el sostenimiento del orden global, y la lucha en su contra representa una tarea doble para les activistas queer radicales. En Desviades he citado la advertencia de Gayatri Gopinath respecto de que «las estructuras coloniales que rigen los modos de conocer y de ver continúan vigentes dentro del discurso de un movimiento lesbiano y gay “internacional”»[13]Gpoinath, 1998: p. 117. (p. 79). Estas estructuras coloniales representan un gran obstáculo para el radicalismo queer global, cuyo carácter imprescindible queda de manifiesto semana a semana con los acontecimientos del mundo. Al igual que con las luchas transgénero, la importancia de las cuestiones queer en la geopolítica ha demostrado ser muy superior de lo que po­dría haber imaginado en el momento de la publicación de Desviades.

El homonacionalismo abordado por Desviades se ha propagado e intensificado desde su publicación, en particular con la aprobación del matrimonio entre personas del mismo sexo en nuevos países, por ejemplo en Irlanda (2015)[14]Drucker, 2015. y Alemania (2017). De manera crecien­te, el homonacionalismo se ha convertido en un rasgo constitutivo de una divisoria global cada vez más profunda entre «Occidente» y «el resto del mundo». Desviades destacó las distorsiones y la hipocresía presentes en el afán de las autoridades de Europa y América del Norte de mostrarse como «las portadoras de un iluminismo sexual… con la tarea de introducirlo en un mundo islámico [y un continente afri­cano] considerado inculto y atrasado» (p. 383). El libro indicó que ello violentaba las largas y ricas tradiciones de homoerotismo en el mundo islámico, así como un amplio espectro de patrones transgénero precoloniales en buena parte de África (por ejemplo, p. 123-125), a la vez que barría debajo de la alfombra «la tradición secular europea y esta­dounidense de exportar la persecución» (p. 374). También describió los esfuerzos de la Unión Europea para fundar «una nueva sociedad civil gay a su propia imagen y semejanza homonormativa» en Europa del Este, confrontados por parte de los «sectores nacionalistas reac­cionarios» dispuestos a «manipular el resquemor popular contra la arrogancia occidental para promover campañas anti-LGBT» (p. 324).

Sin embargo, desde la publicación de Desviades he reconsiderado el modo de conceptualizar estos conflictos. En el libro todavía utiliza­ba el término «homofobia» para caracterizar las campañas reacciona­rias anti-LGBTIQ (aunque fuera en el sentido de «homofobia política», tal como ha sido teorizado por Meredith Weiss y Michael Bosia[15]Weiss y Bosia (eds.), 2013.). Hoy en día prefiero evitar las connotaciones de psicopatología indi­vidual que transmite esta palabra. En su lugar, en correspondencia con el neologismo de Jasbir Pair «homonacionalismo», he acuñado el término «heteronacionalismo» para sintetizar los modos en que los sectores reaccionarios —generalmente cómplices de la imposición del orden neoliberal bajo la dirección de Europa Occidental y América del Norte— se han presentado como nacionalistas contestatarios usando como chivos expiatorios a las personas LGBTIQ, presuntamente forá­neas a su cultura.

Incluso una vez en el poder, la derecha es capaz de sacar provecho del resquemor frente a la ideología neoliberal, mientras mantiene en pie muchos de los elementos clave de una economía neoliberal. Ello permite que la austeridad neoliberal y la reacción de extrema derecha se retroalimenten continuamente. En una serie de artículos, empezan­do por un trabajo sobre la Unión Europea y sus adversarios en Europa del Este[16]Drucker, 2017a., he sostenido que el heteronacionalismo y el homonacio­nalismo forman un círculo vicioso, donde ambas partes se refuerzan mutuamente, en sus tentativas contrapuestas por reprimir e instrumen­talizar respectivamente a las personas LGBTIQ.

Considero que, a pesar de las obvias diferencias, el mismo marco conceptual permite explicar también las dinámicas sexuales geopo­líticas en el mundo islámico y el África subsahariana. Desafortuna­damente, el heteronacionalismo ha sido utilizado en la región árabe por regímenes autoritarios reaccionarios como una herramienta eficaz para reafirmar su propio dominio, malogrando la antigua esperanza de los levantamientos de 2011. También ha dividido la lucha por la li­beración palestina, destacada por Desviades como una referencia para les activistas queer radicales: «Para muchas personas queer a lo ancho del mundo», observaba allí, «la lucha palestina es también una lucha contra la autolegitimación israelí a través de la insistencia en los de­rechos lesbianos/gais que son reconocidos en Israel (“pinkwashing”)» (p. 440). Desde la publicación del libro, las campañas queer —y no solo— por el boicot, la desinversión y sanciones (BDS) contra Israel han conseguido avances graduales. Organizaciones internacionales de derechos humanos como Human Rights Watch y Amnistía Internacio­nal, cada vez más consecuentes defensoras de los derechos LGBTI en el curso de los últimos años, han al menos comenzado a utilizar abierta­mente la palabra «apartheid» para caracterizar los crímenes de Israel contra el pueblo palestino.

Sin embargo, el crecimiento del repudio por parte de la sociedad civil internacional al apartheid israelí ha ido de la mano de un avance en la derechización de la política de Israel, como puede verse en el retorno al poder de Benjamin Netanyahu en 2022, en una alianza con una extrema derecha fortalecida y abiertamente racista. Hasta ahora, en los hechos, la naturaleza cada vez más flagrante de la represión israelí no ha hecho prácticamente mella en la complicidad económica de los gobiernos del mundo con Israel; y ello no solo en el caso de EE. UU., sino también en quienes se llenan la boca hablando de los derechos palestinos (como la Unión Europea, China y Rusia). En los últimos años, incluso en la región árabe, nuevos gobiernos —como los de Emiratos Árabes Unidos, Baréin, Sudán y Arabia Saudí—, aparte de Egipto y Jordania, han venido fortaleciendo sus lazos económicos y/o diplomáticos con el Estado sionista. En este grupo se cuentan los Estados árabes más violentamente represivos contra las personas LGBTIQ. La detención, encarcelamiento y tortura en 2017 de la socialista queer egipcia Sarah Hegazi, por agitar una bandera arcoíris en un con­cierto de Mashrou’ Leila, seguidos de su suicidio en 2020 en Canadá, colocaron el rostro desagradable del régimen egipcio en el centro de la escena mundial. Les queers debemos ser parte de una lucha global por los derechos humanos que muestre cuán estrechamente unidas se encuentran las políticas represivas de todos estos gobiernos contra las personas LGBTIQ, contra el pueblo palestino y contra la democracia.

El heteronacionalismo en expansión, más allá de las fronteras de África del Norte y Medio Oriente, ha contribuido a que se produjeran grandes retrocesos de las comunidades LGBTIQ, incluso en los países de mayoría musulmana donde Desviades todavía veía que estas comuni­dades hacían avances, como Turquía e Indonesia. Esta dinámica pone de relieve la importancia de una impugnación más contundente, por parte de los sectores académicos de los países dominados, al eurocen­trismo todavía imperante en los estudios LGBTIQ. Después de décadas del «giro transnacional» en los estudios LGBTIQ, la tarea de forjar una narrativa global donde la mayoría de las personas queer del mundo ocupen la escena central continúa siendo una batalla cuesta arriba.

Más recientemente, el círculo vicioso de homonacionalismo y hete­ronacionalismo se ha vuelto más prominente en regiones más allá de lo que suele considerarse «el sur global». Los acontecimientos posteriores a la edición original de Desviades no han hecho más que confirmar el debilitamiento de las lealtades globales regidas por el neoliberalismo. Ello motiva tanto tentativas homonacionalistas por sacar provecho del tema de la libertad sexual como tentativas heteronacionalistas por avivar una rebelión cultural contra una presunta decadencia liberal.

La introducción del matrimonio entre personas del mismo sexo en Taiwán —el primer país de Asia en reconocer este derecho— ha estado acompañada de una paralización de los avances en cuestiones LGBTI en la República Popular China, mientras su reclamo de soberanía sobre Taiwán se convertía en un foco de tensión geopolítica cada vez más preocupante. La guerra que estalló nuevamente y de manera más intensa en Ucrania en febrero de 2022 ha contribuido a redefinir la po­lítica sexual a ambos lados del frente de guerra, con una Ucrania que cada vez se presenta más a sí misma como sexualmente tolerante y una Rusia que se plantea como enemiga de las «satánicas» ideologías de género y LGBTIQ. Mientras que el agravamiento de la represión contra las personas LGBTIQ en Rusia es evidente, sin embargo, el crecimiento de la tolerancia en Ucrania no es más que relativo. Ucrania todavía no cuenta, por ejemplo, con una ley contra la discriminación sobre la base de la orientación sexual o la identidad de género. En ocasiones, se ha impedido a mujeres trans huir de Ucrania porque generalmente no se permite salir del país a los hombres de entre 18 y 60 años[17]Iryskina, 2022..

En su libro La línea rosa, Mark Gevisser ha presentado un estudio mucho más detallado que el mío sobre las realidades vividas a ambos lados de estas divisorias geopolíticas, descritas con la mirada aguda de un periodista avezado, capaz de retratar las dichas y los sufrimientos que estas entrañan para las personas LGBTIQ. Asimismo ofrece un aná­lisis, por detrás de las «historias humanas». «No ha sido coincidencia que la noción de derechos LGBT se expandiera a escala global en el momento exacto en que las antiguas fronteras colapsaban, en la era de la globalización», escribe, para verse «imbricada en una dinámi­ca geopolítica mayor»[18]Gevisser, 2020: p 24.. Sin embargo, Gevisser pasa por alto la crisis mundial del neoliberalismo, la dinámica por la cual el homonaciona­lismo y el heteronacionalismo se alimentan mutuamente, y la necesi­dad de un proyecto de izquierda radical alternativa al neoliberalismo para romper este círculo vicioso. Tampoco realiza Gevisser una crítica profunda de la homonorma neoliberal que el homonacionalismo tan a menudo promueve.

A ambos lados de la «línea rosa» de Gevisser, la extrema derecha está en ascenso. Algunas corrientes de extrema derecha, en particu­lar en el noroeste europeo —como por ejemplo, en los Países Bajos y Suecia—, han tomado distancia de las formas más crudas de ideología anti-LGBTIQ. Ello es expresión —como desarrollo en un artículo de próxima aparición—[19]Estas contradicciones de la extrema derecha son desarrolladas en Drucker, 2023 (de próxima aparición). del hecho de que las mujeres, las lesbianas y los gais han llegado a ocupar en la fuerza de trabajo asalariada de América del Norte y Europa un lugar tan visible y amplio, que un re­chazo completo del feminismo y los derechos lesbianos/gais resultaría inviable incluso para las fuerzas de extrema derecha que ponen el lími­te en la «ideología de género» y la liberación transgénero.

Como resultado de ello, en buena parte de Europa Occidental, Is­rael y las Américas, ciertas corrientes de extrema derecha comparten una asociación homonacionalista entre derechos LGBTI y pretensiones imperiales con prácticamente la totalidad del espectro político de sus países. A menudo esta postura enreda en contradicciones a la extrema derecha homonacionalista, dada la actitud todavía negativa de buena parte de sus bases respecto de las personas LGBTIQ. Al mismo tiempo, el homonacionalismo de estas corrientes las enfrenta con el heterona­cionalismo de la extrema derecha «antioccidental». De manera que existe un choque entre las versiones de la extrema derecha que son explícitamente anti-LGBTIQ y versiones que solo implícitamente lo son.

Epidemia y tareas de cuidado no queerizadas

Otra dimensión de la mirada queer radical propuesta por Desviades fue la necesidad de una «queerización» de los movimientos organiza­dos en torno a demandas económicas y sociales. Desafortunadamente, los acontecimientos desarrollados a partir de la publicación del libro no han hecho más que poner de relieve los obstáculos a la agenda allí formulada de queerización de la izquierda y los movimientos socia­les. Ello resulta más manifiestamente notorio en el caso del acceso a la salud, mencionado en Desviades como un ejemplo extraordinario para el desarrollo de una posible política de liberación queer multidi­mensional, donde los movimientos sociales de masas hagan justicia a los cuerpos y subjetividades queer. El COVID-19 ha puesto de relieve, en una escala todavía mayor, muchas de las lecciones que el libro ha­bía extraído de la historia del sida, como el hecho de que el «avance global del síndrome replicó las líneas divisorias de clase, raza y des­igualdad mundial» (p. 354). Gary Kinsman ha señalado con particu­lar perspicacia los paralelismos entre ambas pandemias, así como los desafíos que ambas plantean al activismo[20]Kinsman, 2021; ver también Sears, 2021.. También Judith Butler ha observado el modo en que «la desigualdad radical, el nacionalismo y la explotación capitalista encuentran maneras de reproducirse y forta­lecerse en el interior de las zonas pandémicas»[21]Butler, 2020..

En el momento de la publicación de Desviades, el activismo del sida había sido capaz de dar respuesta a los desafíos planteados por esta problemática. Con la admisión de excepciones sanitarias al acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relaciona­dos con el Comercio (adpic), act up y especialmente la organización sudafricana Treatment Action Campaign habían logrado «refrenar la lógica de los derechos de propiedad intelectual y de la investigación y desarrollo farmacéuticos orientados a las ganancias» (p. 469-470). Pero, trágicamente, el COVID-19 ha puesto en evidencia la necesidad de li­brar una vez más la misma batalla contra el neoliberalismo. Las excep­ciones al acuerdo sobre los ADPIC continúan vigentes en los papeles, pero las relaciones de fuerzas globales apenas si han permitido en la práctica que se haga algún uso de ellas para atacar esta última pande­mia. Es bien conocida la terrible brecha existente en las tasas de vacu­nación entre los países ricos y África en particular. Incluso los países pobres con industrias farmacéuticas bien establecidas, como India y Brasil, han quedado a la zaga en los procesos de inmunización.

El legítimo descontento popular por la mala administración del COVID-19 —en especial, por parte de gobiernos que equivocadamente apostaron a la «inmunidad de rebaño» y rechazaron los enfoques de COVID cero— ha sido ampliamente capitalizado por la extrema de­recha. Por su parte, a menudo hasta las mejores formaciones de la izquierda radical institucionalizada se mantuvieron alineadas con las medidas gubernamentales y no fueron capaces, en cualquier caso, de movilizar en las calles en favor de una política de COVID cero.

En palabras de Sarah Schulman, la incipiente epidemia de viruela del mono muestra que «el mismo problema vuelve a repetirse», con «desigualdades que convergen de la manera más catastrófica»[22]Schulman, 2022.. La queerización de la organización en torno al acceso a la salud continúa siendo un imperativo global de carácter urgente.

Grandes desafíos

Esta desgracia es expresión de una realidad trasversal: las oportunida­des para una política anticapitalista queer que surgieron con el estalli­do de la crisis de 2008 —perceptibles en los estudios queer, pensé, en el número especial de 2011/2012 de la publicación GLQ, que llevaba a Marx en la portada— no se han mantenido en pie. Ciertamente, ha crecido el número de activistas e investigadores que trabajan para desarrollar un anticapitalismo queer. Es posible incluso que la opo­sición al capitalismo sea actualmente predominante tanto entre aca­démices como activistas queer. Judith Butler ha hablado en nombre de buena parte de este sector cuando escribió que había votado por Bernie Sanders en las primarias presidenciales demócratas de 2020 en EE. UU., centralmente porque su liderazgo abría «un camino para vol­ver a concebir nuestro mundo como si estuviera ordenado en torno a un deseo colectivo de igualdad radical»[23]Butler, 2020..

La política abiertamente progresista de Butler, tanto en este como en otros aspectos, contrasta con la posición de un teórico queer como Michael Warner, quien a comienzos de los años noventa escribía que el «olor a capitalismo en celo» de los hombres gais urbanos «exige de la teoría una mirada sobre el capitalismo más dialéctica que lo que muchas personas son capaces de imaginar»[24]Warner, 1993: p. xxxi, nota 28 (citado parcialmente en Desviades: p. 59).. La gran diversidad de posiciones en el interior de esta corriente de pensamiento ha conduci­do a David Halperin, quien alguna vez se considerara a sí mismo un miembro fundador de la teoría queer, a comentar que «nadie sabía qué era esta teoría… por la sencilla razón de que dicha teoría no existía»[25]Halperin, 2003: p. 340..

Por lo demás, a pesar de la antipatía generalizada hacia el capita­lismo en buena parte de la academia y el activismo queer, el público queer abierto a un enfoque marxista interseccional no ha dejado de ser limitado. El anticapitalismo existente entre les activistas queer radica­les, ya sea implícito o explícito, está lejos de comprender al capitalismo como parte de una totalidad social opresiva. Por el contrario, a menu­do el anticapitalismo de les queers ocupa en su política un lugar más accesorio que central.

En particular, una política de independencia de clase represen­ta todavía una batalla en contra de la corriente. Cualesquiera dis­crepancias que se puedan plantear con los aspectos específicos de mis análisis en Desviades, considero que podrían haber sido abor­dadas con mayor detenimiento si el clima social y político hubiera sido más favorable. La contribución teórica principal que el libro propone —el concepto de «regímenes same-sex» o «formaciones same-sex»—, por ejemplo, no ha suscitado hasta el momento mayor intercambio, ya sea positivo o negativo, con excepción de un par de reseñas benévolas[26]Sears, 2015; O’Brien, 2017. Sears ha citado el análisis de Desviades sobre los regí­menes same-sex con mayor detenimiento en Sears, 2016: pp. 144-145..

Asimismo, al nivel de los partidos políticos de izquierda, el pensa­miento y los debates queer apenas si tienen algún eco en la actualidad. De manera que existen grandes desafíos para una izquierda radical queer, a la vez en la teoría y en la práctica. Hoy en día tanto como en 2014, cuando Desviades salió a la luz, «la queerización de las or­ganizaciones de la izquierda radical continúa siendo en todas partes un desafío por delante» (p. 488). Resulta más importante que nunca insistir en el radicalismo sexual, mientras se avanza en la queerización de otros conflictos y en la construcción de alianzas amplias; así como también plantear polemizar con la izquierda radical institucionalizada, sin por ello abandonar la arena de la política institucional.

Rotterdam, octubre de 2022

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Notas del artículo

Notas del artículo
1 Agradezco a Alan Sears por sus provechosas devoluciones a la versión previa de esta introducción. He incorporado muchas de sus recomendaciones con gratitud.
2 N. del T.: Traducimos la expresión «same-sex» alternativamente como «del mismo sexo» o trasponiendo la expresión inglesa según cada caso, en pos de la claridad y fluidez.
3 Lewis, 2022: pp. 103, 155.
4 Sears, 2016: p. 154.
5 Ver mi homenaje a Floyd, luego de su muerte prematura: Drucker, 2020.
6 Scott, 1986.
7 Kergoat, 2001.
8 Delphy, 1996: p. 36.
9 Scott, 2010: p. 7.
10 Girard, 2009.
11 Farris, 2017.
12 Wekker, 2016: p. 119.
13 Gpoinath, 1998: p. 117.
14 Drucker, 2015.
15 Weiss y Bosia (eds.), 2013.
16 Drucker, 2017a.
17 Iryskina, 2022.
18 Gevisser, 2020: p 24.
19 Estas contradicciones de la extrema derecha son desarrolladas en Drucker, 2023 (de próxima aparición).
20 Kinsman, 2021; ver también Sears, 2021.
21, 23 Butler, 2020.
22 Schulman, 2022.
24 Warner, 1993: p. xxxi, nota 28 (citado parcialmente en Desviades: p. 59).
25 Halperin, 2003: p. 340.
26 Sears, 2015; O’Brien, 2017. Sears ha citado el análisis de Desviades sobre los regí­menes same-sex con mayor detenimiento en Sears, 2016: pp. 144-145.
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