Teoría: Imperialismo
Élites sonámbulas
08/03/2023
Marco D'Eramo
Marco d’Eramo estudió Física y Sociología, aunque ha desarrollado su trabajo en el periodismo como corresponsal de Paese Sera o La Repubblica, siendo además fundador de Il manifesto y colaborador de publicaciones como la New Left Review
Traducción: Punto de Vista Internacional
Fuente: Sidecar
C
uando estudiaba historia moderna y las guerras del siglo XVIII en la escuela, me parecía absurdo que cientos de miles de personas hubieran muerto por una fortaleza remota o un puñado de pequeñas aldeas. La Guerra de Sucesión española (1701-14) concluyó con los tratados de Utrecht y Rastatt, en los que cambiaron de manos las ciudades de Breisach y Kehl, en el Rin, y Pinerolo, en el Piamonte. En aquella guerra murieron entre 700.000 y 1,2 millones de personas, de una población europea de unos 120 millones, incluida Rusia. A escala de la población actual, la cifra equivalente de muertos sería de entre 4,2 y 7,2 millones.
Hace diez años, nadie podía imaginar que Europa se arriesgaría a semejante catástrofe por el Donbass, una región que pocos de nosotros habríamos sido capaces de localizar en un mapa. Pero ahora es un resultado plausible de la constante escalada del conflicto en Ucrania. A continuación figura una lista, recopilada por el Departamento de Estado, de sistemas de armas, municiones, aviones no tripulados, misiles, etc. entregados por Estados Unidos a Ucrania en el transcurso de la guerra. La proporciono, no por fastidio, sino para destacar el efecto acumulativo de un envío de armas tras otro:
Más de 1.600 sistemas antiaéreos Stinger;
Más de 8.500 sistemas antiblindaje Javelin;
Más de 50.000 otros sistemas antiblindaje y municiones;
Más de 700 sistemas aéreos tácticos no tripulados Switchblade;
160 obuses de 155 mm y hasta 1.094.000 proyectiles de artillería de 155 mm;
Más de 5.800 cartuchos de artillería de 155 mm guiados de precisión;
10.200 cartuchos de 155 mm de Sistemas Remotos de Minas Antiblindaje (RAAM);
100.000 cartuchos de munición de tanque de 125 mm;
45.000 cartuchos de artillería de 152 mm;
20.000 cartuchos de artillería de 122 mm;
50.000 cohetes GRAD de 122 mm;
72 Obuses de 105 mm y 370.000 cartuchos de artillería de 105 mm;
298 Vehículos Tácticos para remolcar armamento;
34 vehículos tácticos para recuperar material
30 vehículos de apoyo de munición;
38 Sistemas de Cohetes de Artillería de Alta Movilidad y munición;
30 sistemas de mortero de 120 mm y aproximadamente 166.000 proyectiles de mortero de 120 mm;
10 sistemas de mortero de 82 mm;
10 sistemas de mortero de 60 mm;
2.590 misiles lanzados por tubo, con seguimiento óptico y guiados por cable (TOW);
545.000 cartuchos de munición de 25 mm;
Munición de 120 mm;
Diez vehículos para puestos de mando;
Una batería de defensa antiaérea Patriot y municiones;
Ocho sistemas nacionales avanzados de misiles tierra-aire (NASAMS) y municiones;
Misiles para sistemas de defensa aérea HAWK;
Misiles RIM-7 para defensa aérea;
12 sistemas de defensa aérea Avenger;
Misiles antirradiación de alta velocidad (HARM);
Municiones aéreas de precisión;
4.000 cohetes de aviación Zuni;
20 helicópteros Mi-17;
31 tanques Abrams;
45 tanques T-72B
109 vehículos de combate de infantería Bradley;
Más de 1.700 vehículos de ruedas multiuso de alta movilidad (HMMWV);
Más de 100 vehículos tácticos ligeros;
44 camiones y 88 remolques para transportar equipo pesado;
90 vehículos blindados de transporte de tropas Stryker;
300 vehículos blindados de transporte de tropas M113;
250 vehículos blindados de seguridad M1117;
580 vehículos protegidos contra emboscadas y resistentes a las minas (MRAP);
Seis camiones utilitarios blindados;
Equipos y sistemas de retirada de minas;
Más de 13.000 lanzagranadas y armas ligeras;
Más de 111.000.000 de cartuchos de munición para armas pequeñas;
Más de 75.000 conjuntos de chalecos antibalas y cascos;
Aproximadamente 1.800 sistemas aéreos tácticos no tripulados Phoenix Ghost;
Sistemas de cohetes guiados por láser;
Sistemas aéreos no tripulados Puma;
15 sistemas aéreos no tripulados Scan Eagle;
Dos radares para sistemas aéreos no tripulados;
Buques de defensa costera no tripulados;
Más de 50 radares contraartillería;
Cuatro radares contra mortero;
20 radares multimisión;
Equipos y sistemas aéreos no tripulados;
Capacidad de defensa antiaérea;
Diez radares de vigilancia aérea;
Dos sistemas de defensa costera por arpón;
58 patrulleras costeras y fluviales;
Municiones antipersona Claymore M18A1;
Explosivos C-4, municiones de demolición y equipos de demolición para la eliminación de obstáculos;
Equipos de emplazamiento de obstáculos;
Sistemas tácticos de comunicaciones seguras;
Cuatro antenas de comunicaciones por satélite;
Terminales y servicios SATCOM;
Miles de dispositivos de visión nocturna, sistemas de vigilancia, sistemas de imágenes térmicas, óptica y telémetros láser;
Servicios comerciales de imágenes por satélite;
Equipos de desactivación de explosivos y equipos de protección;
Equipos de protección química, biológica, radiológica y nuclear;
100 vehículos blindados de tratamiento médico;
Más de 350 generadores;
Suministros médicos que incluyen botiquines de primeros auxilios, vendas, monitores y otros equipos;
Equipo de interferencia electrónica;
Equipo de campaña, equipo para climas fríos y piezas de repuesto;
Financiación para formación, mantenimiento y sostenimiento.
El Departamento de Estado continúa diciendo que
Hasta el 9 de septiembre de 2022, casi 50 países aliados y socios han proporcionado ayuda de seguridad a Ucrania. Entre sus numerosas contribuciones, los aliados y socios han entregado 10 sistemas de lanzamiento múltiple de cohetes de largo alcance (MLRS), 178 sistemas de artillería de largo alcance, casi 100.000 cartuchos de munición de artillería de largo alcance, casi 250.000 municiones antitanque, 359 tanques, 629 vehículos blindados de transporte de tropas y vehículos de combate de infantería (IFV), 8.214 misiles de defensa aérea de corto alcance y 88 vehículos aéreos no tripulados letales. Desde el 24 de febrero, los Aliados y socios de todo el mundo han proporcionado o comprometido más de 13.000 millones de dólares en ayuda a la seguridad.
Algunos pueden notar que la lista no especifica exactamente cuántos «sistemas aéreos no tripulados Puma» se han proporcionado, ni proporciona ninguna información precisa sobre la cantidad de varias otras piezas de equipo militar (esto sigue siendo una gran mejora en la transparencia en comparación con los Estados europeos, sin embargo, que invocan rutinariamente «preocupaciones de seguridad» para rechazar preguntas sobre las armas que están enviando a Kiev). Podemos ver que los 31 tanques Abrams, objeto de mucha discusión, no son de hecho los primeros tanques enviados a Ucrania; 41 ex soviéticos T-72B reciclados ya habían sido enviados, junto con 1.700 Humvees y 109 Vehículos de Combate Bradley (por no hablar de los drones navales).
Ante esta avalancha de armamento, cabe preguntarse por qué nadie habla de los beneficios de la industria de defensa. En el pasado, al menos se habría denunciado a los traficantes de armas por cosechar el botín de guerra. Hoy, el Financial Times se limita a quejarse de que los proveedores estadounidenses están llegando al límite de sus capacidades productivas y tendrían dificultades para satisfacer la demanda si se abriera otro frente. Un increíble letargo se ha apoderado de la opinión pública occidental. El «lavado de cara de la paz» es el nuevo pasatiempo de los halcones de la política exterior: acelerar la guerra mediante el suministro cada vez mayor de armas se considera la mejor manera de acelerar la paz, porque, en ausencia de esas armas, Rusia invadiría supuestamente los Estados bálticos, seguidos de Polonia y Finlandia. Las bombas y los tanques se consideran esenciales para frenar un temido imperialismo moscovita, a pesar de que el repetido fracaso de las ofensivas rusas ha socavado cualquier noción de su poderío, y de que el PIB de Rusia -junto con sus capacidades industriales- sigue siendo inferior al de países semiperiféricos como Italia.
Lo que parece haberse vuelto a poner de moda, al menos en Estados Unidos, es el militar-keynesianismo del que tanto nos ha enseñado Michael Klare: la reactivación de la economía a través de la guerra. Pero comparado con el militar-keynesianismo de los años 60 -la «Gran Sociedad» de Lyndon Johnson, financiada al menos en parte por el auge productivo generado por la guerra de Vietnam- lo que está en marcha hoy tiene un sabor más arcaico. Evoca los dos primeros años de la Primera Guerra Mundial, esos meses en los que Estados Unidos se mantuvo oficialmente al margen, suministrando los arsenales de las potencias europeas enzarzadas en la batalla contra las potencias centrales (Alemania, el Imperio de los Habsburgo y, más tarde, el Imperio Otomano), y fue testigo de la evisceración de la supremacía planetaria de la Armada británica, antes de intervenir una vez que el enemigo estaba prácticamente agotado (aunque una participación más temprana podría haberles evitado la Revolución Rusa).
Al igual que hoy, Estados Unidos sacó provecho de una guerra librada en un continente lejano (una situación que se repetiría con los teatros europeo y asiático de la Segunda Guerra Mundial). Entonces, como ahora, hay algo particularmente vil -si me permiten el término- en que Estados Unidos diga a sus guerreros por procuración: debemos estar unidos en la defensa de la democracia y la libertad contra el autoritarismo; nosotros os armaremos, pero vosotros moriréis. Ah, y vuestro país será pulverizado en el proceso. («Armiamoci e partite» era una réplica popular de principios del siglo XX a ese militarismo).
Las similitudes no acaban ahí. El mayor parecido entre el pasado y el presente reside en el sonambulismo de las élites que nos ha llevado al borde de la guerra mundial y el holocausto nuclear. Me refiero aquí a una obra -a menudo citada pero raramente leída- del historiador australiano Christopher Clark, The Sleepwalkers: How Europe Went to War in 1914 (2013). La forma más caritativa de explicar la afirmación de Joe Biden de que enviar tanques a Ucrania «no es una amenaza ofensiva para Rusia», es que se ha convertido en un sonámbulo Clarkiano. O eso, o simplemente es descarada y criminalmente imprudente. Por supuesto, la función de los medios de comunicación debería ser subrayar las posibles consecuencias de tales acciones; pero incluso las publicaciones más respetables se dedican actualmente a competir para ver cuál es más halcón ante el conflicto. El 30 de enero, Foreign Affairs publicó lo que parecía un prometedor artículo de Michael McFaul, ex embajador de Estados Unidos en Rusia, titulado «‘How To Get A Breakthrough In Ukraine’». El subtítulo, «The Case Against Incrementalism», era aún más alentador. ¿Se trataba, por fin, de un argumento en contra de la escalada por parte de un interlocutor con la cabeza fría? Olvídalo. El argumento de McFaul era que Estados Unidos debería detener el suministro gradual de armas y, en su lugar, descargar una cantidad masiva de armamento de última generación sobre Ucrania con la esperanza de asegurar una victoria aplastante. Aunque admitía que «proporcionar más y mejores armas entraña riesgos», señalaba que éstos eran superados por los «riesgos de no hacerlo».
¿Cuáles son los riesgos de la escalada? El pasado mes de mayo escribí para Sidecar que:
“contrariamente a lo que dictaría el sentido común, el estancamiento del avance militar de Putin ha socavado en realidad las esperanzas de paz. El Kremlin nunca podría exponerse ante la opinión pública rusa y sentarse a dialogar sin haber conseguido ninguno de sus objetivos bélicos, pues eso pondría de manifiesto el fracaso de su ofensiva. Y la OTAN, por su parte, no tiene ningún interés en desescalar el conflicto. No librará a Rusia del castigo, ni por sus atrocidades en Bucha ni por su insubordinación ante el hegemón estadounidense. . . A medida que Rusia se deshace en Ucrania, sus enemigos ya no se ven obligados a negociar; por lo tanto, se vuelven más intransigentes y cambian los términos de la negociación, lo que lleva a Rusia a intensificar sus esfuerzos, y así sucesivamente. La primera víctima de este ciclo es el pueblo ucraniano. El resultado del estancamiento de las negociaciones es el bombardeo de más ciudades y la muerte de más civiles. Occidente seguirá pregonando sus valores sobre sus cadáveres (a menos que decida intervenir directamente y desencadenar una guerra nuclear). Parafraseando un viejo dicho: es fácil hacerse el héroe cuando el cuello de otro está en juego.”
Comparada con la primavera del año pasado, la situación actual es infinitamente peor. Las posiciones están aún más atrincheradas. Para Putin, la guerra se ha convertido en una cuestión de vida o muerte, en la que está en juego la propia existencia de Rusia. Prueba de ello es la posición adoptada por el Grupo ECR, el bloque conservador del Parlamento Europeo, que afirmó en una declaración el 31 de enero que el único resultado posible de la guerra era la división de Rusia en diferentes Estados:
“Es ingenuo pensar que la Federación Rusa pueda permanecer dentro del mismo marco constitucional y territorial. Teniendo en cuenta el mapa nacional y étnico de los territorios de la Federación Rusa, deberíamos debatir las perspectivas de creación de Estados libres e independientes en el espacio post-ruso, así como las perspectivas de su estabilidad y prosperidad.”
Cuanto más probable sea este resultado, más peligroso se volverá el «oso ruso» (¡qué expresivos son estos antiguos estereotipos!). Estados Unidos, por su parte, se muestra cada vez más beligerante, no sólo con Moscú, sino también con Pekín. No olvidemos que Washington ha iniciado una guerra tecnológica mundial de facto contra China, y el jefe del Mando de Movilidad Aérea estadounidense, Miki Minihan, predice una guerra total en 2025.
Adormecida por una propaganda incesante, la opinión pública se encuentra en un estado de catalepsia política. Desde el Dr. Johnson, todo el mundo ha repetido el axioma de que la verdad es la primera víctima de la guerra, pero pocos se han parado a preguntar qué verdades se están matando en esta guerra. Seguramente se ha pedido a los rusos que se traguen muchas mentiras. Pero, ¿qué fábulas nos han contado? Durante meses oímos que los rusos habían bombardeado una central nuclear ocupada por el ejército ruso: es decir, que se habían atacado a sí mismos. También se sugirió que habían volado su propio gasoducto el pasado septiembre. Sólo los rusos bombardean infraestructuras y civiles, obligan a los jóvenes a entrar en combate y censuran las realidades de la guerra; nunca nuestro bando. Antes era habitual discutir el papel de los corresponsales «empotrados» en el frente. Ahora aceptamos sin rechistar su reclutamiento, repleto de cascos y chalecos antibalas.
Como nunca me cansaré de decir: en la guerra no se aplica la ley del tercio excluso. Sencillamente, si un bando está equivocado, el otro no necesariamente debe tener razón; la negación de una falsedad no es por definición verdadera. Todos pueden estar equivocados, todos pueden estar mintiendo. La agresión y el expansionismo de la OTAN no convierten a Putin en un inocente corderito. Y la injustificable invasión rusa de Ucrania no exime a la OTAN de su responsabilidad en la producción del conflicto. En el mundo actual, confiamos en las élites -los tecnócratas, la «aristocracia cognitiva«- para que nos guíen por aguas peligrosas con su sabiduría superior. Pero, ¿qué sabe realmente este estrato de responsables políticos? A juzgar por el naufragio hacia el que se dirigen a toda velocidad, la respuesta es: no mucho.
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