Actualidad Internacional: Luchas y Movimientos
Pepe Gutiérrez: un obrero ilustrado
26/02/2024
Marc Casanovas
Militante de Anticapitalistas, editor de viento sur y colaborador de Sylone Editorial
Traducción: traducido del catalán por Punto de Vista Internacional
A Pepe lo conocí, como no podría ser de otra manera, en un cine. Concretamente en el cine de la Universidad Autónoma de Barcelona. Y lo conocí, como tampoco podía ser de otro modo, en la presentación de una película: Tierra y libertad de Ken Loach. Una película que, como ha señalado tantas veces Pepe, fue fundamental. Fundamental para la politización de nuevas hornadas militantes que, como la mía, lo hicieron poco después de la caída del Muro sobre las burocracias del Este; una generación que se hizo adulta en el consenso del fin de la historia y la buena nueva de que «expandir el libre mercado era expandir la democracia».
Fundamental, pues, descubrir a través del cine y en medio de aquel consenso más propio de insectos que de seres humanos, que empezó el TINA de Margaret Thatcher y que remataron, al menos en mi universidad y en mi espíritu, los soporíferos compendios de cierto marxismo analítico y de la teoría comunicativa de Habermas, descubrir, decía, que en nuestro propio país existía una tradición comunista tan radicalmente democrática y antiburocrática como revolucionaria: la tradición del POUM y Andreu Nin. Tradición sobre la que se creó la fundación del mismo nombre. Y que, gracias a Pepe y su elocuencia proselitista, tampoco tardé en conocer. Hasta el punto de que, poco después, tuve la oportunidad, gracias a él, de compartir mesa con María Teresa Carbonell y Wilebaldo Solano[1]dirigentes históricos de dicho partido hoy ya desaparecidos y escuchar de primera mano la experiencia de una generación que, por unos instantes de la historia de la humanidad, cambió el mundo de base.
Por vergüenza mía y culpa de una mudanza traidora que me extravió las cintas de la grabación, perdí estas conversaciones. Conservo sin embargo algunos extractos que tuve tiempo de transcribir antes del desastre, y quiero compartir hoy con Pepe y todos vosotros este fragmento de una larga conversación en la que Wilebaldo Solano nos hablaba de la Revolución del 36. Decía:
«Un día, en el Principal Palace que habíamos requisado nosotros, estábamos tomando el café por la mañana. Estaban Durruti (que en los primeros días estuvo mucho con nosotros), Andreu Nin y yo. Y dice Nin: “Es extraordinario! ¡Todo marcha! los tranvías, los trenes, las fábricas, los cafés, los taxis… todo marcha. ¿Pero sabéis cuanto tiempo se necesitó en Rusia para que los trenes marcharan? ¡Meses! meses!”. Y es verdad -continuó Wilebaldo- la sociedad marchaba. Todos tenían interés en probar que la sociedad podía marchar sin burgueses ni amos. Y ese sentimiento llegó hasta las peluquerías. Y esa es la lucecita en el mundo. Si se escribe hoy de la guerra civil es porque hubo un cambio social en el que la gente fue capaz de autoorganizarse y decidir por fin sobre sus propios destinos».
La cesura con esta generación no es culpa sólo de la larga noche del franquismo. Después de la crisis económica de los 70 y las derrotas de la izquierda en todas partes, además de las profundas transformaciones económicas y sociales del periodo, muchos de los espacios de socialización y de transmisión cultural y política de la clase trabajadora (fábrica, barrio, ateneo, sindicatos, asociación de vecinos…) se erosionaron e impidieron la transmisión de esta tradición de clase. Y es en este punto donde creo que hay que situar una de las tareas culturales más importantes y determinantes que nos ha legado Pepe: hacer de enlace y mensajero del futuro en la medida en que ha sido capaz de hacernos viva esta experiencia de un pasado de luchas perdido.
Hijo de la represión franquista de la posguerra, hijo de la inmigración andaluza y su lucha por transformar la sociedad, llevando escuelas públicas y servicios básicos a cada barrio de Catalunya; hijo de mayo del 68 y de la divisa de Marx y Rimbaud («cambiar la vida, transformar el mundo»), Pepe encontró en el cine una inmensa palanca cultural (como a él le gusta decir citando a Trosky) para hacer saltar el continuum de la historia oficial. Donde, a través de sus charlas y escritos sobre películas como «Tierra y libertad», se mostraba a las nuevas generaciones que, más allá de la democracia liberal y de la Historia oficial y sus «héroes» providenciales, existía una memoria popular como la de Wilebaldo o la del propio Pepe (contada desde abajo), en la que las aspiraciones sociales y la lucha por otras formas de vida constituyeron los auténticos protagonistas de una historia que, a pesar de las derrotas, aún no se ha acabado.
Pero Pepe (a diferencia de Els Catarres[2]conocido conjunto de música catalán) no es hombre de un solo éxito o una sola canción, ni mucho menos. Pepe, siguiendo las lecciones de Francesc Pedra, su padre político, un viejo anarquista que aparece en sus Memorias de un bolchevique andaluz, lo lee todo, lo devora todo. Como los obreros rusos bajo el zarismo en La madre de Máxim Gorki, los obreros alemanes bajo el nazismo en la Estética de la resistencia de Peter Weis o los obreros franceses bajo la monarquía borbónica de Carlos X en La noche de los proletarios de Jaques Rancière, Pepe fue un obrero que iba arrancando horas al sueño y a la fatiga de la fábrica o de otros trabajos alienantes para reivindicar la condición humana de sí mismo y su clase a través de la cultura.
Obrero autodidacta, él sabe mejor que nadie que no hay nada de burgués ni de diletante al aprender a apreciar la ópera o una película de Bergman, al contrario de los Bogdánovs y los proletkults de nuestros días, Pepe no es un esencialista. Por el contrario, el acceso a toda la cultura, independientemente de su origen de clase, es una condición necesaria de todo proceso humanizador, y una herramienta estratégica de primer orden para la revolución social.
De ahí su pasión bretchiana por el cine y la cultura: «formarse deleitándose». Por ello, su obra, sus conferencias, sus artículos y presentaciones de cine-foros no se adecuan nunca a ningún tipo de organicidad (ya sea ésta burguesa o supuestamente proletaria), sino más bien a las técnicas de montaje tan propias de las clases populares como de las vanguardias históricas («utiliza todo lo que puedas», decía Bertolt Brecht).
Leer o escuchar a Pepe es a la vez adentrarse en el estilo popular y onírico de Si te dicen que caí de Juan Marsé, lleno de infancia, de anécdotas e historias de una noche de verano en la calle lejos de miradas inquisidoras paternales, combinado con subordinadas inalcanzables que nos adentran en la memoria involuntaria de un tiempo perdido aderezado de citas de diarios, libros, películas, voces y personajes infinitos yuxtapuestos que recuerdan al John dos Pasos de Manhatan transfer.
En su voz se mezclan, como un torrente desbocado, personajes reales y de ficción, que, sin embargo, se organizan a partir de una visión coherente e insobornable del mundo, que nos invita a la aventura y la emancipación social: Victor Serge, Andrade y Maurín con Casablanca y las aventuras de Jack London, el Western, el Péplum de togas y romanos y la novela negra con Dreyer, Rossellini, Godard o Pasolini. . . Como en Soñadores de Bertolucci, el Manifiesto por un arte revolucionario de Bretón y Trosky o las derivas situacionistas de un Guy Debord, Pepe hace suya aquella máxima de Raoul Vaneigem: «Quienes hablan de revolución y de lucha de clases sin referirse explícitamente a la transformación de la vida cotidiana, sin comprender lo que hay de subversivo en el amor y la aventura, tienen un cadáver en la boca».
De hecho, ir de visita a casa de Merche y Pepe es ya de por sí una pequeña aventura revolucionaria. “Marxista sección gastronómica” (como decía Vázquez Montalbán) en su casa degustarás paella y aventuras que, como en el Don Quijote o en Las mil y una noches de Sherezade están plagadas de infinidad de puertas y compartimentos secretos que te llevan a otras historias, y así sucesivamente con círculos concéntricos hasta los postres, unos postres en forma de biblioteca Borgiana, de la que no sale nadie impunemente. De hecho, la última vez, salí con tres cajas de cartón de las grandes y un carrito de la compra lleno de libros de arte, historia, política, literatura. . . Parafraseando a aquel otro obrero autodidacta y revolucionario de principios del XX: «para Pepe nada es mezquino, porque la canción canta en cada hebra de cosa».
Es por todo ello que pienso que, quizás, con Pepe no se trata tanto de hablar de cultura proletaria contra cultura burguesa, sino, más bien, de distinguir entre una relación burguesa, y por tanto mezquina, elitista y clasista con la cultura y una relación proletaria y democrática con la misma. Pepe consigue que volvamos a mirar al mundo y a la cultura con la misma sorpresa, fascinación e interés que aquellos aldeanos de la Lombardía del XIX en El árbol de los zuecos de Ermanno Olmi, cuando, acompañados de música de Bach, dos niños le explican a sus padres todo lo que han aprendido ese día en la escuela.
En este sentido, contaba al comienzo que conocí a Pepe en el cine de una universidad cargado de una bolsa llena de libros viejos e historias, pero en realidad, personajes como él son los responsables de que los cine-clubes universitarios llegaran a los barrios, a las bibliotecas municipales o los ateneos. Y, por eso mismo, él escribía hace unos años en Viento Sur:
“No es nada descabellado soñar que, al igual que ahora tenemos bibliotecas donde antes no las había, mañana tengamos salas municipales de cine. Creo que este debería ser un objetivo movilizador, llevando las mejores películas y los mejores documentales a las salas de centros cívicos y entidades de todo tipo para deslumbrarnos en una sala en la que también se podría aprender y debatir. Tenemos que trabajar para que las nuevas generaciones aprendan a amar el cine y aprovechar de él todo lo que éste les puede brindar”.
Nada más que añadir a sus palabras sino un inmenso gracias, por haber puesto tantas historias, belleza y cultura al servicio de las clases populares y la revolución social. Si no podemos abrir masivamente estos campos de experiencia donde imaginar, vivir, reflexionar y soñar de forma colectiva otras formas de vida aquí y ahora, no encontraremos nunca las palancas para cambiar el mundo de base. Pepe nos ha enseñado dónde podríamos buscar muchas de estas palancas. Por todo esto y más, ¡siempre gracias Pepe!
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