Teoría: Marxismo

Violencia, clases y personas en el capitalismo crepuscular

21/02/2021

Roberto Fineschi

 

Traducción: Carlos Rojas
Fuente: 
Red Comunista

E

l empeño de esta charla es comenzar a pensar las dinámicas de clase, la configuración de los sujetos que actúan histórica y políticamente en esa subfase del desarrollo del modo de producción capitalista que denomino «capitalismo crepuscular»; se verá cómo el nudo de la violencia surge intrínsecamente dentro de estas dinámicas y cómo la violencia y su exacerbación son un resultado necesario del desarrollo de una estructuración social compleja.

Uno de los puntos clave de esta fase es la «crisis» del concepto de persona. El concepto de persona es la clave lógica, institucional, jurídica del mundo burgués, y durante mucho tiempo su reivindicación ha sido una lucha progresiva; si nos remontamos al periodo revolucionario, conflictivo, de la clase burguesa contra las fuerzas del Ancien Régime, es precisamente la afirmación de la universalidad de la persona, del hombre en general como principio absolutamente positivo. Aquí surge ya un punto clave: la historicidad de estas categorías; esta implica que una categoría como la de persona tiene una función históricamente progresiva en un momento determinado del desarrollo de las relaciones de fuerza, y que puede tener una función negativa, o diferente, en otras etapas. Porque en la teoría de Marx, que sirve de horizonte de referencia en estas consideraciones, un concepto clave es el de la historicidad de los sujetos y de los modos de producción; en este caso, esto significa que, según Marx, el hombre en general no existe, la persona abstracta no existe como dato natural, es más bien ella misma el resultado de procesos históricos, de modificaciones en los modos de producción que implican precisamente que este mismo concepto de hombre en general se produce históricamente. Este es un punto verdaderamente clave, porque toda la ideología burguesa se basa en el naturalismo de la persona, es decir, en la creencia de que hombre y persona son la misma cosa.

Esta es la gran función histórica de la filosofía de John Locke, por ejemplo, que teoriza cómo los derechos naturales, la igualdad, la libertad y, por supuesto, la propiedad, forman parte del mismo paquete.

Si pensamos en el hombre como tal en términos de persona, si reducimos nuestras reivindicaciones políticas a la persona, esto por desgracia nos ata a un contexto de significado burgués que no podemos romper. Aquí el discurso vuelve a complicarse: en las condiciones actuales, por ejemplo, la reivindicación de los derechos de la persona se ha convertido de nuevo en un elemento progresista, porque a muchos seres humanos se les niega la condición de persona, por lo que reivindicar para ellos el derecho a ser personas es claramente positivo; el problema no es tanto negar la reivindicación de la condición de persona, sino creer que esto es suficiente, es decir, que restablecer los derechos de la persona como tal a nivel universal nos libera del modo de producción y explotación capitalista. De hecho, es precisamente el modo de producción capitalista el que impone a la persona como estructura universal de sentido. De nuevo, Marx nos enseña en los primeros capítulos de El Capital, pero antes en los Grundrisse, que la persona es la forma de subjetividad que nos impone la circulación de mercancías: la libertad, la igualdad son las condiciones previas del mercado. Solo en la medida en que soy libre e igual y dueño de una propiedad puedo ser intercambiador, y es precisamente el modo de producción capitalista el que universaliza este concepto a toda la especie humana. Esto tiene su dimensión progresista, pero si nos reducimos a reivindicar la libertad y la igualdad a nivel personal volvemos a caer en Prudhomme, somos utópicos, es decir, nos gustarían los aspectos positivos del modo de producción capitalista, pero sin darnos cuenta de que estos conceptos son fruto del propio modo de producción capitalista. Muchos movimientos libertarios, que reivindican la libertad individual, son en ciertos momentos progresistas, pero si esta posición se radicaliza, de nuevo caemos de la sartén al fuego, es decir, en una ideología individualista que es en realidad el fundamento conceptual del modo de producción capitalista y de la propia burguesía.

El concepto de persona tiene dos caras: su dimensión progresiva y en determinadas fases históricas es una reivindicación legítima, pero no puede ser el horizonte de sentido de un conflicto social que quiere un cambio de estructura; en este sentido Marx insiste en mostrar que la libertad, la igualdad y la propiedad son una semblanza fenoménica, es decir, son la forma en que los sujetos del proceso se relacionan con la superficie de la sociedad, pero no constituyen el análisis estructural de la dinámica histórica de transformación. Según Marx, los sujetos estructurales de esta dinámica histórica son las clases. Esta es la crítica fundamental del mundo político, económico, ideológico burgués: los sujetos históricos no son individuos, son clases. Aquí también hay que tener cuidado porque es muy fácil proponer una interpretación reduccionista de la clase, que se basa esencialmente en parámetros sociológicos: individuos en la fábrica, individuos que tienen un cierto nivel de vida, un cierto nivel de renta. No se trata de clases, son grupos, es decir, agrupaciones de determinados individuos realizadas a partir de criterios sociológicos. Lo que Marx propone en cambio es una definición funcional de clase, es decir, basada en el papel que las clases como sujetos, como encarnación de las fuerzas de producción, desempeñan en las relaciones de producción. El nexo conceptual fundamental es la relación entre capital y trabajo asalariado; este es el dualismo básico que propone Marx. Se trata de una perspectiva mucho más amplia que la figura, aunque compleja e importante, del obrero de fábrica. En este sentido, la funcionalidad del trabajo asalariado en la perspectiva de la valorización con todas las modificaciones que el modo de producción capitalista impone a la dinámica del trabajo son categorías que siguen funcionando. He tratado este tema en otros contextos proponiendo una distinción entre formas y figuras en la que no puedo entrar ahora porque nos llevaría demasiado lejos; el punto clave, sin embargo, es entender los cambios de forma que experimenta el proceso de trabajo una vez que se convierte en capitalista: estos son esencialmente el carácter cooperativo, parcial y apendicular del trabajo en una condición de subordinación a la valorización del capital. En estos términos, estas categorías funcionan realmente en un amplio espectro, identifican como potenciales sujetos políticos antagonistas del capital a toda una serie de figuras que antes quedaban excluidas por no ser el obrero de fábrica o rastreables hasta el obrero. En este sentido, esta distinción es muy importante porque abre enormemente el espectro de aplicación de la teoría de clases marxiana. Digo esto como preámbulo necesario al discurso propiamente dicho que ahora vengo a abordar.

Capitalismo crepuscular

Según la teoría de Marx, el modo de producción capitalista tiene un funcionamiento que implica una dinámica, es decir, no repite mecánicamente el mismo proceso idéntico a sí mismo, sino que da a este proceso una dirección, es decir, tendencias subyacentes que en su progresión cambian la propia estructura dinámica del proceso. No repite siempre el mismo proceso idéntico a sí mismo, sino que a medida que avanza cambia su funcionamiento, tiene ajustes estructurales a medida que progresa. El modo de producción capitalista funciona en la medida en que es un proceso de valorización del capital, esta, minimizada, es la clave esencial del capitalismo: la inversión de dinero debe rendir más dinero que el invertido originalmente. ¿De dónde proceden estos excedentes? Proviene del trabajo excedente, de la explotación de los trabajadores, etc. Precisamente para aumentar esta explotación, la plusvalía, el modo de producción capitalista cambia fundamentalmente la forma de trabajar y cambia también su estructura. Básicamente, lo que va a hacer para aumentar la productividad es aumentar la parte que se invierte en maquinaria, «capital constante» lo llama Marx, lo que no es «capital variable», es decir, fuerza de trabajo. Este mecanismo de aumento del capital constante, de ahí el aumento de la productividad del trabajo, permite, por diversas razones que no pueden resumirse aquí, el aumento de la explotación y, por tanto, de la producción de plusvalía. Se trata de una dinámica autocontradictoria porque para realizar la plusvalía, para aumentarla, el modo de producción capitalista tiende a excluir el trabajo vivo del proceso de trabajo, mediante la automatización, el aumento de la productividad del trabajo. Esta dinámica es básicamente constante, pero va en ciclos, hay ciclos en los que es más fuerte y otros en los que se reduce; sin embargo, básicamente tiende a aumentar lo que se llama la composición técnica y orgánica del capital. Esto provoca transformaciones por las que, en los procesos especialmente avanzados, la necesidad de mano de obra viva se reduce cada vez más, porque las máquinas son capaces de realizar antes y mejor, y en mayor cantidad, toda una serie de producciones que antes requerían un gran número de trabajadores. Está a la vista de todos que, gracias a la informatización, a la inteligencia artificial, este nivel de sustitución del trabajo vivo por las máquinas está alcanzando niveles impensables, llegando incluso a sustituir al trabajo intelectual. Hace algún tiempo leí sobre bufetes de abogados que, para hacer el trabajo de resumir y recopilar leyes sobre un tema determinado, utilizan programas informáticos que lo hacen más rápido de lo que antes necesitaba un verdadero equipo de personas. Incluso a nivel periodístico, la recopilación de artículos sobre un tema determinado, una especie de resumen del contenido se realiza ahora mediante software. El proceso de sustitución ya no sólo afecta al trabajo «material», como solía decirse, sino también al trabajo intelectualmente más sofisticado. Como consecuencia de este proceso, se produce un cambio estructural en el modo de producción capitalista que afecta al ejército industrial de reserva. En la teoría del capital de Marx se teoriza el desempleo; la del ejército industrial de reserva es una teoría del desempleo. Marx continúa explicando cómo una gran masa de trabajadores no encontrará trabajo. Esta tendencia se denomina elástica, es decir, va y viene, tiene dinámica de expulsión y reabsorción. En el capitalismo crepuscular, precisamente a causa de este espantoso aumento de la composición técnica y de la automatización, esta dinámica del ejército industrial de reserva tiende a endurecerse, a dejar de ser elástica; en consecuencia, el proceso de reabsorción es muy lento o incluso inexistente. Esto implica unas tasas de desempleo espantosas; la flexibilidad corresponde a esta necesidad o a los miniempleos alemanes: hacemos que tres personas hagan el mismo trabajo dividiendo un salario por tres, de modo que tenemos tres empleados en lugar de uno, pero el salario sumado sigue siendo el mismo. ¿Por qué? Porque, de hecho, hay una increíble plétora de mano de obra. Esta plétora es la condición previa para toda una serie de dinámicas que conducen precisamente a la violencia como último factor.

En términos generales, el modo de producción capitalista es un modo de producción basado en la violencia porque su fundamento, el plustrabajo, es una expropiación del trabajo de los trabajadores; por tanto, está en el ADN del modo de producción capitalista. Ahora se trata de comprender cómo esta dimensión de la violencia se extiende más allá de estas dinámicas básicas hasta el punto de erosionar las ideas burguesas más fundamentales, el concepto mismo de persona.

Si la elasticidad del ejército industrial de reserva es rígida y si la oferta de mano de obra es aterradoramente mayor que la demanda, esto significa que incluso la capacidad potencial de negociación de la mano de obra más sofisticada disminuye enormemente porque hay demasiada incluso de la buena. No sólo demasiados «normales» o no muy buenos, demasiados buenos. Ya no existe un conflicto basado en el hecho de que, como solo yo tengo esta cualidad, tú, el capitalista, debes acercarte un poco a mí; esto también tiende a desaparecer, porque incluso el trabajo de ingeniero está mal pagado debido al exceso de oferta. Más allá de las competencias contractuales, lo que desaparece es un concepto fundamental de la ideología burguesa, a saber, la relación entre mérito y logro/ganancia. En la ideología burguesa se dice: cuanto más estudies, cuanto más trabajes, más éxito tendrás. No es así, porque en el capitalismo crepuscular incluso el trabajo altamente cualificado, una fuerte inversión en «capital humano» como les gusta decir a los ideólogos contemporáneos, no es necesariamente rentable. La relación mérito/trabajo/ganancia es uno de los conceptos fundamentales de la ideología burguesa desde el protestantismo, es una piedra angular de este mundo ideal y se va a romper.

Volvamos a nuestras queridas personas mencionadas antes. ¿Qué significa ser «persona»? Ser libres, iguales, tener propiedades, tener la capacidad de decidir qué hacer. Pero ¿cuál es la condición estructural para que estos individuos/personas puedan hacer estas cosas? En el mundo de la producción y circulación de mercancías, la condición estructural es que tengan dinero; tener ingresos es la condición material de la práctica de la persona. Ser libre en el mercado capitalista es poder comprar lo que uno quiera; pero si uno no tiene dinero, no puede comprar nada. Ser igual significa poder hacer lo que hacen los demás, pero si no tienes dinero, no puedes practicar esta igualdad, porque faltan las condiciones materiales. La falta de trabajo y de ingresos socava materialmente el concepto de persona, porque si la práctica de la persona pasa por la provisión de ingresos, no tener ingresos crea las condiciones materiales para que no se pueda ser persona.

Desde la perspectiva del individuo, ¿qué se puede hacer para ser persona? Tener ingresos. ¿Cómo se pueden tener ingresos si no se dan las condiciones de empleo? Aquí se inicia estructuralmente una dinámica por la que muchos individuos se inclinan por tener ingresos de manera ilegal; ilegal no significa simplemente trabajar ilegalmente, sino que también significa recomendaciones, tener una pensión gracias al primo del ministro, etc., etc.; todas dinámicas que permiten ser persona por tener ingresos; pero -y este es el punto decisivo- tener estos ingresos y ser persona viola el concepto mismo de persona porque no se respeta, ni siquiera a nivel formal, la libertad y la igualdad de las demás personas. Para tener ingresos y ejercer la propia libertad e igualdad, se aplican prácticas que violan la libertad y la igualdad. Esto es necesario porque el mismo sistema que crea la ideología de la persona, determina las condiciones materiales por las que es estructuralmente imposible que todos lleguen a ser personas. Por tanto, se convierte en una práctica masiva violar la personalidad para ser persona. Se trata de una dinámica contradictoria que culmina en la destrucción ideológica del concepto de persona o, al menos, de su universalidad.

Las consecuencias de esta práctica social son fundamentales porque ideológicamente se convierten en el trasfondo del fascismo o de cualquier ideología racista. Si no es posible que la persona sea universal no por capricho, sino porque no se dan las condiciones estructurales para universalizar el concepto, si para ser persona se viola este concepto, entonces ¿por qué -piensa el individuo atomizado- no organizar un sistema por el que el concepto de persona no sea universal sino subuniversal? ¿Por qué no restringir el concepto de persona en función de determinadas características? Por ejemplo, para citar hechos históricos, los arios, ¿por qué no consideramos personas solo a los arios? Así que mi capacidad de acceder a la condición de persona está mejor garantizada, para mí un ario, por supuesto. ¿Por qué no limitamos el concepto de persona solo a los italianos? ¿Por qué no limitamos el concepto de persona solo a los cristianos? ¿O por qué no juntamos dos o tres principios y construimos una bonita ideología? Aquí está la respuesta a por qué el racismo, el fascismo, la discriminación se vuelven aceptables: porque la negación de la persona universal ya existe en la praxis de los individuos que violan la persona para ser personas. Ya en la praxis se limita el concepto de persona; ya lo hacen, ya lo violan. ¿Por qué no organizar esta violación como un sistema ideológico que garantice la personalidad solo a algunos?

Así que los italianos primero, los del norte primero, cualquiera primero; los mejores serán más rápidos en estructurar este aparato ideológico de tal manera que sea omnipresente y hegemónico en clave retrógrada y conservadora.

No se trata de mera «ideología» humeante, la implicación práctica es obvia: si el concepto de persona no es universal, las no personas no deberían tener garantizada una pensión, el empleo, la asistencia sanitaria. Para la gente esto suena bien, porque hay más dinero para ellos. Si yo soy italiano y el inmigrante no, yo tengo derecho a esto y aquello y el inmigrante no. Si él también tuviera derecho, entonces yo perdería algo porque lo que se gasta en él no se gasta en mí. En resumen, una base para una guerra entre pobres. Son discursos ideológicos que oímos todos los días a políticos conocidos. El mecanismo subyacente es este y se convierte en hegemónico de masas porque crea estructuras corporativistas, crea un consenso corporativista frente al Estado-nación que hace del «Socialismo nacional», el Nacionalsocialismo. El alcance ideológico es realmente gigantesco.

Si nos quedamos en el contexto personal, hay básicamente tres grupos. La primera está formada por quienes tienen la suerte de ser personas y, por tanto, de tener derechos. Parte de los segundos son esos desgraciados que son iguales a los demás en Occidente pero que no son personas porque están excluidos. Luego hay un tercer grupo, enorme, el «tercer» mundo, es decir, todas aquellas naciones y pueblos que no han tenido tiempo de entrar en la fase progresiva del modo de producción capitalista; para ellos el sueño de la persona ni siquiera es un concepto, ni siquiera lo tienen en la cabeza. El paso por la persona para superarla y adquirir una figura superior ni siquiera existe. Para ellos, personalidad solo significa explotación occidental, sin límites, esclavitud, etc. El concepto de persona concebido de esta manera subuniversal, fallida en el propio Occidente, ¿qué implica? Implica que la no-persona no es titular de derechos: si mato a una no-persona, no he matado a un hombre; este cambio ideológico significa que, incluso en la percepción, el nivel de protección física del otro ser humano se redefine y puede llegar a desaparecer, porque si el otro no es una persona, también se pierden mis deberes de respetar su integridad: puedo descuartizarlo, extirparle sus órganos, esclavizarlo, hacerle trabajar hasta que muera. Violencia extrema. En esta dramática perspectiva, las actitudes hacia una pléyade de individuos que en principio no pueden acceder al dorado mundo de las personas son dos: la opción uno es que humanitariamente intente que sobrevivan creando alguna forma de subsistencia; la opción dos es que los mate; ambas son prácticas que hemos visto por desgracia bien presentes en la historia reciente no sólo de nuestro país.

¿Por qué, dada esta circunstancia, ahora la reivindicación de la persona parece progresista? Porque la propia ideología dominante la ha abandonado. La ideología burguesa ha optado por la neoesclavitud, directa o indirecta, abierta o encubierta, por lo que reivindicar la persona para todos aparece ahora como un proyecto progresista, y de hecho lo es. Pero, de nuevo, si seguimos encadenados a la dimensión de la persona como sujeto, no salimos de estas limitaciones. Para salir de ellos, se trata de comprender la dimensión de clase del conflicto y hay que enmarcarlo en términos funcionales: el otro del trabajo es el trabajo asalariado. El trabajo asalariado aquí significa muchas cosas: los números del IVA son trabajadores a destajo, los becarios son trabajadores con salario cero; no debemos dejarnos engañar por la mascarada legal. Sin embargo, dado que los que realmente tienen un trabajo son solo una parte de los que potencialmente podrían trabajar, debemos entender que los que están desempleados o los que trabajan en formas precapitalistas están en el mismo lado que los que trabajan: todos están funcionalmente subordinados a la extracción de plusvalía y trabajan/no trabajan en formas dictadas, gestionadas y orientadas por el capital. Así que este es el nodo desde el que pensar la reconfiguración de clase: solo volviendo a anudar los nudos funcionales de todos estos sujetos heterogéneos se puede superar la explotación capitalista con todos sus efectos perversos.

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