Teoría: Antirracismo

Raza, racismo, racialización. Pensar juntos el antisemitismo y la islamofobia

05/10/2021

Reza Zia-Ebrahimi

Historiador. Profesor de la King’s College de Londres

Traducción: Marc Casanovas

Fuente: Contretemps.eu

H

ace tiempo que se sabe que la «raza» no es un hecho biológico sino una construcción sociopolítica, históricamente situada. En su libro recientemente publicado por ediciones Amsterdam, Reza Zia-Ebrahimi propone una historia cruzada del antisemitismo y la islamofobia. Analiza las estrategias de racialización en las que se basan estas dos formas de racismo.

Aquí ofrecemos un extracto del libro (extraído de la introducción).

Teoría de la raza y la racialización

Es esencial definir los conceptos de raza y racismo que se utilizarán en este libro[1]Sobre los debates en torno al término en Francia, véase Sarah Mazouz, Race, París, Anamosa, 2020.. A modo de introducción, consideremos el silogismo principal de la negación de la islamofobia: 1/ La islamofobia es una crítica al islam; 2/ El islam no es una raza; por tanto 3/ La islamofobia no es racismo[2]Véase, como ejemplo típico, Pascal Bruckner, Un racisme imaginaire. Islamophobie et culpabilité, París, Grasset, 2017.. Este argumento es más que cuestionable, por decirlo suavemente. En primer lugar, existe un consenso científico casi universal de que ninguna raza tiene una existencia externa y objetiva. Ya en 1911, el antropólogo de la Universidad de Columbia Franz Boas demostró que la supuesta pertenencia racial de un individuo no determina su comportamiento ni sus capacidades intelectuales. Las conclusiones de Boas, confirmadas por los trabajos del psicólogo canadiense Otto Klineberg, no impidieron que el racismo floreciera y alcanzara su máximo nivel en el siglo XX[3]George M. Fredrickson, Racisme, une histoire, París, Liana Levi, 2007.. Pero la investigación continuó. Por ejemplo, en la década de 1960, Michael Banton argumentó que la raza es un fenómeno «socialmente construido» o un mero «discurso» en el sentido foucaultiano. Los antropólogos, por su parte, han llegado a la conclusión de que los grupos raciales no pueden delimitarse objetivamente sobre la base de diferenciaciones morfológicas o incluso genéticas, todas ellas progresivas e irregulares: definir los límites geográficos o culturales de una «raza» es, por tanto, un acto arbitrario y subjetivo[4]American Anthropological Association (AAA) Statement on «Race», 17 de mayo de 1998, americananthro.org.. La respuesta al razonamiento islamófobo es, por tanto, sencilla: aunque las razas no existen objetivamente, existen en la mente del racista. Es este último fenómeno el que ahora es objeto de los estudiosos de la raza.

Las definiciones de raza abundan en la literatura, pero a efectos de este documento la definiremos como sigue:

La raza es un grupo construido socialmente, y la pertenencia a este grupo se percibe erróneamente como determinante de las características psicológicas, conductuales y morales de todos los individuos que lo integran.

El racismo no es simplemente la adopción de una visión racial de los grupos humanos; en otras palabras, no es simplemente un conjunto de prejuicios. Estos prejuicios sólo se vuelven estructuralmente operativos cuando existe una relación de dominación entre una mayoría y una o varias minorías. Por lo tanto, definiremos el racismo de la siguiente manera:

El racismo es una estructura social en la que las ideas raciales se utilizan para perpetuar la dominación económica, social y cultural de una mayoría sobre uno o varios grupos minoritarios.

Así, el antisemitismo y la islamofobia pueden definirse simplemente como racismos dirigidos a los judíos y a los musulmanes, ya que ambos grupos están construidos socialmente dentro de una estructura social que domina económica, social y culturalmente a los individuos que se supone que son miembros.

El proceso de «construcción social» por el que una población llega a ser considerada como una raza distinta se denomina «racialización». Este concepto, en el que se centrará el presente trabajo, puede definirse como sigue:

La racialización es una estrategia discursiva que postula la existencia de una raza sobre la base de ciertas características percibidas como esenciales.

No es raro suponer que estas características son supuestas diferencias biológicas o relacionadas con el cuerpo, como el color de la piel, la textura del pelo, la estatura, etc. En otras palabras, se racializan sólo aquellas características que se perciben como esenciales para la existencia de una raza. En otras palabras, sólo racializamos a los grupos que parecen diferentes o porque creemos que la diferencia racial es genética. Nuestro sesgo biológico se explica por el peso del racismo de color en la historia de las estructuras racistas, desde la esclavitud transatlántica hasta las sociedades coloniales y postcoloniales. Como práctica de la supremacía blanca, el racismo de color ha producido estructuras socioestatales que someten a los negros a la dominación social, política y económica y, en casos extremos, los relegan a la condición de objeto[5]Para un excelente estudio general, véase George M. Fredrickson, Racism, une histoire, op. cit.. Las colonias europeas en África y el Caribe, la América esclavista y posteriormente segregada, y el régimen del apartheid en Sudáfrica son los ejemplos más flagrantes de este racismo cromático. El legado del racismo así concebido también sigue afectando a la igualdad de oportunidades y al trato de ciertos grupos racializados en sociedades posteriores a la esclavitud como Estados Unidos (donde existe una considerable literatura académica sobre el tema, la Critical Race Theory ) y en sociedades poscoloniales como Francia.

Hay una buena razón para el sesgo biológico, entre otras cosas porque una cantidad considerable de literatura racializada aborda la cuestión de la diversidad humana desde una perspectiva biológica y naturalista. Y, aunque se piensa que la racialización biológica es un fenómeno bastante reciente, se puede encontrar en textos muy antiguos, escritos entre la Edad Media y el siglo XVIII. El trabajo de Geraldine Heng, por ejemplo, ha demostrado que el cuerpo era el centro de las preocupaciones medievales: el color de la piel, las cualidades de la sangre, la fisiología, los humores y, sobre todo, las formas en que los cuerpos heredaban estas características desempeñaron un papel clave en el desarrollo de las ideas raciales. En el cristianismo medieval, se creía que los cuerpos de los judíos emitían un olor desagradable (foetor judaicus), que los genitales de los hombres judíos sangraban -una forma de menstruación masculina- y que estas cualidades se transmitían a sus descendientes[6]Geraldine Heng, The Invention of Race in the European Middle Ages, Cambridge, Cambridge University Press, 2018, pp. 15-16.. En los siglos XVII y XVIII, algunos naturalistas estaban convencidos de que la sangre de los africanos era negra[7]Véase, por ejemplo, le Nouveau d’histoire naturelle de Jean-Joseph Virey (citado en Léon Poliakov, Le Mythe aryen. Essai sur les sources du racisme et des nationalismes, Bruselas, Complexe, … Seguir leyendo.

Sin embargo, la conceptualización de las razas no es sólo biológica. También se puede racializar sobre la base de diferencias culturales reales o percibidas, incluidas las religiosas. El ejemplo clásico de la racialización religioso-cultural es el de los judíos europeos, que en general no tenían rasgos biológicos discernibles de la población mayoritaria. Sin embargo, se les racializó hasta el punto de someterlos a estrictos regímenes de dominación racial, como en la Rusia del siglo XIX, por no hablar del periodo nazi, que fue el intento de genocidio más elaborado e industrializado de la historia de la humanidad. Se propusieron teorías biológicas para ellos, especialmente durante la época nazi, pero incluso los nazis, a pesar de su fe inquebrantable en la frenología y la raciología biológica, nunca lograron desarrollar un método fiable para identificar a los judíos sin recurrir a indicios religiosos-cultural y a técnicas heredadas de la Edad Media y la Inquisición, como la genealogía, los rumores y el uso de signos distintivos[8]Francisco Bethencourt, Racismos: de las Cruzadas al siglo XX, Princeton, Princeton University Press, 2013, p. 444.. Además, la definición nazi del judío, a pesar de su dimensión biológica, nunca se liberó de la figura culturalmente definida del judío (como parásito, dominador, usurero, cosmopolita, etc.): se trata, de hecho, de una racialización híbrida.

En la mayoría de los casos, estos dos elementos, el biológico y el religioso-cultural, se combinan y funcionan juntos. La raza es una relación estructurada que siempre es multifacética y no se excluye mutuamente. La discriminación que puede sufrir una mujer judía o musulmana en una situación concreta, por ejemplo, en una entrevista de trabajo, puede deberse a un apellido típico (Moshé, Fátima), a una identidad religiosa visible (una estrella de David, un hiyab), a un origen nacional o regional delatado por un acento (Rusia, Magreb), o a características biológicas (nariz supuestamente prominente, piel morena). Se trata, por tanto, de una mezcla de prejuicios y claves de identificación tanto religiosas como biológicas que constituyen la base de la discriminación. Nasar Meer y Tariq Modood añaden que, en el caso concreto de la islamofobia, incluso en ausencia de un perfil étnico musulmán, una persona racializada puede ser identificada físicamente mediante indicios biológicos y culturales[9]Nasar Meer y Tariq Modood, «The Racialisation of Muslims», en S. Sayyid y A. Vakil (eds.), Thinking through Islamophobia, op. cit.. He aquí un ejemplo: en 2016, en un tren que llegaba a mi estación local de Londres, un loco con un cuchillo gritó de repente: «¡Voy a [sic] matar a un musulmán[10]«Apuñalamiento en la estación de Forest Hill: el acuchillador gritó «quiero matar a un musulmán», Sky News, 13 de diciembre de 2016.!». Según los testigos, recorrió el tren escudriñando a los pasajeros antes de seleccionar a uno y, sin intercambiar una palabra, apuñalarlo en el cuerpo. La víctima, un padre de tres hijos cuyo pulmón fue perforado varias veces, era efectivamente un musulmán de origen bangladesí. El agresor le identificó por la pista biológica de su color de piel morena y por pistas culturales (su ropa y el hecho de que su novia llevara velo). Así, el racismo religioso-cultural del agresor se manifestaba a partir de una valoración visual de la pertenencia de la víctima al grupo racializado.

Los que niegan el racismo religioso afirmarán que la profesión de una religión es una elección y que un individuo puede escapar de los prejuicios religiosos mediante un simple acto de apostasía. La premisa es dudosa en varios aspectos. En primer lugar, exagera el elemento de voluntariedad de la pertenencia a un grupo religioso, ya que el individuo se socializa en un contexto cultural determinado: uno no elige el entorno familiar o sociocultural en el que nace, y no siempre es fácil, posible o deseable abandonarlo[11]Para una opinión similar, véase Salman Sayyid, «Out of the Devil’s Dictionary», en S. Sayyid y A. Vakil (eds.), Thinking through Islamophobia, op. cit, p. 13.. En segundo lugar, supone que el cambio será aceptado por el grupo mayoritario, lo que no siempre es el caso. Durante la Inquisición española, tener antepasados judíos, en el caso de los marranos, o musulmanes, en el caso de los moriscos, creaba una presunción de herejía contra ellos, aunque se hubieran convertido al cristianismo varias generaciones antes. Como la presunción de herejía era absolutamente determinista, ni la profesión sincera de cristiano ni ningún otro comportamiento individual podrían haber borrado los prejuicios racistas contra ellos. Del mismo modo, cuando los Estados alemanes emancipaban a los judíos en el siglo XIX, ni la asimilación ni la conversión redujeron la intensidad del antisemitismo contra ellos, sino todo lo contrario. En un caso aún más claro, el bautismo no podría haber salvado a Ana Frank de la deportación, porque la identidad racial que le asignó la orden nazi era fija e incuestionable. En tercer lugar, si el argumento de la identidad religiosa voluntaria implica que presionar a estas minorías es beneficioso porque permite «desjudicializarlas» o «desislamizarlas», hay que reconocer que no hay muchos precedentes históricos en los que este tipo de asimilación forzada haya tenido éxito. Spinoza nos dice que, en el siglo XVII, el odio universal hacia los judíos no los llevó a renunciar a su fe en absoluto; al contrario, los animó a conservar una identidad propia. A la vista de todo esto, es probable que, volviendo a nuestro ejemplo, Moisés y Fátima sean discriminados en la mayoría de los casos como judíos y musulmanes, incluso en ausencia de símbolos religiosos, incluso de cualquier creencia religiosa.

Sin embargo, es posible argumentar, en el caso de la islamofobia actual, que negando el islam una persona puede escapar parcialmente de los regímenes de dominación e incluso unirse o ser adulado por movimientos explícitamente islamófobos, como muestran los ejemplos de Ayaan Hisi Ali y Salman Rushdie[12]Nesrine Malik, ‘Islam’s New Native Informants’, New York Review of Books, 7 de junio de 2018.. Pero el listón es especialmente alto: requiere un rechazo explícito y militante del Islam. Aunque esta posibilidad puede indicar que las formas actuales de racismo son menos rígidas y deterministas que los ejemplos anteriores, y que pueden prescindir de un discurso de diferenciación racial radical, sigue siendo un consuelo mínimo para la inmensa mayoría de los sujetos musulmanes racializados. La víctima del tren de Londres habría sido atacada tanto si fuera un musulmán practicante como si fuera un miembro de la muy islamófoba Liga de Defensa Inglesa. Más ampliamente, «salir del Islam» tendrá poco impacto en las estructuras de dominación establecidas por la islamofobia. Incluso un musulmán «arrepentido» puede ser discriminado en las entrevistas de trabajo, en los controles policiales, en los pasos fronterizos, etc. Esta estructura es lo suficientemente rígida como para llamarla racista.

A estas dos formas de racialización, la biológica y la religioso-cultural, me gustaría añadir una tercera, que constituye una parte importante de mi reflexión sobre la historia cruzada del antisemitismo y la islamofobia[13]Reza Zia-Ebrahimi, «When the Elders of Zion Relocated to Eurabia», art. cit.: la racialización conspirativa, de la que las teorías de la conspiración forman la articulación conceptual. Desde principios del siglo XIX, numerosas teorías han atribuido a la acción clandestina de los judíos acontecimientos históricos desafortunados (desde el punto de vista del enunciador), como la Revolución Francesa, el advenimiento del capitalismo o el bolchevismo. Estas teorías giran en torno al tema de la «dominación judía». Los Protocolos de los Sabios de Sion son la expresión más exitosa e influyente de esto. En cuanto a la islamofobia, un género similar apareció a finales del siglo XX, pero sobre todo desde principios del siglo XXI: pretende revelar que los musulmanes tienen un plan secreto para «islamizar» Europa e imponer la sharia. Estas teorías de la conspiración, lejos de ser manifestaciones incidentales del racismo, son parte integrante de sus estrategias de racialización, ya que asignan características de comportamiento a judíos y musulmanes, entre ellas un instinto innato y congénito de conspiración colectiva, instinto que se considera -en algunos casos, que revisaremos- tan fundamental para la naturaleza del individuo que le lleva a conspirar incluso a pesar de sí mismo. Estas conspiraciones representan la última etapa de la racialización, pues ya no se conforman con alterizar a la población judía o musulmana: la elevan al estatus de amenaza existencial para la «civilización occidental». Esta etapa de racialización es esencial para justificar la violencia física contra ellos, violencia que luego se presenta como una defensa legítima contra el genocidio civilizatorio. Como este fenómeno es tan importante como poco analizado, le dedicaré dos capítulos de este libro (capítulos 3 y 4).

Está claro que en muchas situaciones históricas las tres formas de racialización -biológica, religioso-cultural y conspirativa- se han combinado de forma compleja. El genocidio de los musulmanes bosnios en la década de 1990 es un buen ejemplo. Hay que recordar que los musulmanes bosnios -descendientes de serbios convertidos al islam en la época otomana- son físicamente indistinguibles de sus compatriotas serbios ortodoxos. Así pues, ambos grupos comparten ancestros, hablan la misma lengua, viven en las mismas localidades, asisten a las mismas escuelas y cocinan -con más o menos ingredientes- los mismos platos. Sólo la religión los distingue, pero tras décadas de secularización bajo el régimen socialista, este aspecto debe relativizarse. En la década de 1990, entre la mayoría de los serbobosnios islamófobos, el rechazo a sus compatriotas musulmanes se basaba en la creencia en la inminencia de un genocidio serbio por parte de los musulmanes, una teoría conspirativa planteada por escritores como Dobrica Ćosić y Vuk Drašković, y promovida por la Iglesia Ortodoxa Serbia[14]Michael A. Sells, «The Construction of Islam in Serbian Religious Mythology and its Consequences», en M. Schatzmiller (ed.), Islam and Bosnia: Conflict Resolution and Foreign Policy in Multi-Ethnic … Seguir leyendo. En otras palabras, el plan de exterminio de los musulmanes se desarrolló en parte para evitar un genocidio imaginario, el de los serbios. Sin embargo, la islamofobia genocida serbia también tiene una vertiente biológica, definida en las teorías de Biljana Plavšić, bióloga de formación que dirigió la República Srpska de 1996 a 1998 y que posteriormente fue condenada por genocidio y crímenes contra la humanidad. En su obra, Plavšić sostiene que el islam produce deformaciones genéticas en sus seguidores, deformaciones que luego dictan la «forma de pensar y comportarse» de los musulmanes bosnios[15]Citado en Michael A. Sells, The Bridge Betrayed: Religion and Genocide in Bosnia, University of California Press, Berkeley, 1996, p. xv.. Curiosamente, este determinismo biológico-genético, tan popular en algunos círculos, no sirvió de nada en el «campo» del genocidio: los soldados de la República Srpska no realizaron pruebas genéticas antes de lanzar sus incursiones asesinas contra las aldeas bosnias. Lo que les permitía identificar a los musulmanes que iban a ser asesinados eran sus apellidos (a veces este método de identificación no era suficiente y tenía que ser corroborado por las denuncias de los vecinos extorsionados bajo amenaza, lo que subraya, si es necesario, la ambivalencia de esta filiación racial).

La islamofobia genocida serbia, por tanto, racializa a sus víctimas musulmanas tanto desde el punto de vista biológico -teorías de Plavšić- como desde el punto de vista conspirativo -creencias populares en una conspiración musulmana contra los serbios-. Pero la práctica genocida utiliza un marcador cultural, el patronímico. En este ejemplo histórico, las tres formas de racialización están profundamente entrelazadas en un complejo sistema de vasos comunicantes. Este ejemplo, que demuestra que las diferentes formas de racialización pueden coexistir perfectamente, refuta el relato clásico del nacimiento del antisemitismo moderno, propuesto por Hannah Arendt y Leon Poliakov, entre otros. Según estos autores, las diferentes formas de antisemitismo se han sucedido históricamente: el odio religioso al judío, el Judenhass basado en el mito del pueblo deicida, desarrollado en la Edad Media, dio paso, en la segunda mitad del siglo XIX, al antisemitismo moderno y racial (biológico)[16]Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo, Alianza Editorial; Léon Poliakov, Histoire de l’antisémitisme, París, Le Seuil, 1991 [1956-77]..

De hecho, los dos volúmenes de la Historia del antisemitismo de Poliakov se titulan, respectivamente, La era de la fe y La era de la ciencia: según él, la raza es un concepto que se originó en la ciencia moderna. El presente libro sostiene, por el contrario, que las tres formas de racialización descritas anteriormente están permanentemente entrelazadas, mezcladas e interconectadas. Una historia cruzada del antisemitismo y la islamofobia debe tener en cuenta esto.

Por último, me gustaría decir unas palabras sobre el método adoptado en este libro. Los fenómenos de los que me ocupo en este libro son difusos: forman parte de redes ideológicas y de pensamiento que no conocen fronteras ni marco cronológico y pueden ser expresados por figuras influyentes o desconocidas. Mi área geográfica y cultural, «Europa Occidental», está definida de forma flexible, para darme la libertad de tratar también las construcciones ideológicas desarrolladas en los Balcanes y en Norteamérica. Lo mismo ocurre con la cronología: aunque la parte más consistente del libro se centra en el periodo contemporáneo, desde el siglo XIX hasta la actualidad, me permito remontarme a la Edad Media para examinar las profundas raíces históricas del antisemitismo y la islamofobia. Además, me parece muy apropiado hablar de antisemitismo e islamofobia en un periodo tan remoto, porque, como otros historiadores, no considero que estas construcciones discursivas sean exclusivamente modernas[17]Cf. Geraldine Heng, The Invention of Race in the European Middle Ages, op. cit.. También se requiere cierta flexibilidad en la selección de los autores: dado que mi trabajo pretende poner de relieve las redes de circulación, selección y mezcla de ideas raciales en un marco global, implica inevitablemente el estudio de eclesiásticos así como de eruditos, de líderes políticos así como de panfletistas, de periodistas así como de novelistas e intelectuales, algunos muy famosos, otros totalmente oscuros. Las ideas raciales no conocen tales distinciones, sino que fluyen libremente de los libros a los proyectos políticos, y los intermediarios más influyentes no siempre son los más conocidos.

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Notas del artículo

Notas del artículo
1 Sobre los debates en torno al término en Francia, véase Sarah Mazouz, Race, París, Anamosa, 2020.
2 Véase, como ejemplo típico, Pascal Bruckner, Un racisme imaginaire. Islamophobie et culpabilité, París, Grasset, 2017.
3 George M. Fredrickson, Racisme, une histoire, París, Liana Levi, 2007.
4 American Anthropological Association (AAA) Statement on «Race», 17 de mayo de 1998, americananthro.org.
5 Para un excelente estudio general, véase George M. Fredrickson, Racism, une histoire, op. cit.
6 Geraldine Heng, The Invention of Race in the European Middle Ages, Cambridge, Cambridge University Press, 2018, pp. 15-16.
7 Véase, por ejemplo, le Nouveau d’histoire naturelle de Jean-Joseph Virey (citado en Léon Poliakov, Le Mythe aryen. Essai sur les sources du racisme et des nationalismes, Bruselas, Complexe, 1987, p. 206).
8 Francisco Bethencourt, Racismos: de las Cruzadas al siglo XX, Princeton, Princeton University Press, 2013, p. 444.
9 Nasar Meer y Tariq Modood, «The Racialisation of Muslims», en S. Sayyid y A. Vakil (eds.), Thinking through Islamophobia, op. cit.
10 «Apuñalamiento en la estación de Forest Hill: el acuchillador gritó «quiero matar a un musulmán», Sky News, 13 de diciembre de 2016.
11 Para una opinión similar, véase Salman Sayyid, «Out of the Devil’s Dictionary», en S. Sayyid y A. Vakil (eds.), Thinking through Islamophobia, op. cit, p. 13.
12 Nesrine Malik, ‘Islam’s New Native Informants’, New York Review of Books, 7 de junio de 2018.
13 Reza Zia-Ebrahimi, «When the Elders of Zion Relocated to Eurabia», art. cit.
14 Michael A. Sells, «The Construction of Islam in Serbian Religious Mythology and its Consequences», en M. Schatzmiller (ed.), Islam and Bosnia: Conflict Resolution and Foreign Policy in Multi-Ethnic States (Montreal: McGill-Queen’s University Press, 2002), pp. 65-66.Véase también Jacques Sémelin, Purifier et détruire. Usages politiques des massacres et génocides, París, Le Seuil, 2009.
15 Citado en Michael A. Sells, The Bridge Betrayed: Religion and Genocide in Bosnia, University of California Press, Berkeley, 1996, p. xv.
16 Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo, Alianza Editorial; Léon Poliakov, Histoire de l’antisémitisme, París, Le Seuil, 1991 [1956-77].
17 Cf. Geraldine Heng, The Invention of Race in the European Middle Ages, op. cit.
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