Teoría: Feminismo
¿Qué es la teoría de la reproducción social?
10/09/2013
Tithi Bhattacharya
Traducción: Punto de Vista Internacional
Fuente: socialistworker.org
U
na de las acusaciones más comunes contra el marxismo es que, como teoría, se preocupa por la «clase» en detrimento del género.
Es importante señalar desde el principio que la historia de las organizaciones que se declaran «marxistas» no siempre ha sido gloriosa cuando se trata de categorías de opresión como el género y la raza. Todo el mundo conoce a alguien a quien un «marxista» le ha dicho que las molestias «menores», como el sexismo o el racismo, se solucionarán «después de la revolución», así que, mientras tanto, todos tenemos que abrocharnos el cinturón y trabajar en nuestra lucha de clases. Los incidentes de acoso sexual por parte de hombres marxistas tampoco son, por desgracia, infrecuentes en las organizaciones de la izquierda, tanto en el pasado como en el presente.
Sin llegar al acoso real, las mujeres han relatado que se sienten subestimadas, socavadas y descartadas institucionalmente dentro de las organizaciones. Las voces de mujeres activistas como las comunistas indias que participaron en la histórica lucha de Telengana en 1947, las comunistas británicas como Doris Lessing o Peggy Dennis, miembro destacado del Partido Comunista de Estados Unidos, cuentan una historia desalentadora de sexismo y decepción en organizaciones que esas mujeres habían considerado el trabajo de su vida y una fuente de esperanza.
Este registro es particularmente horroroso porque muchos de nosotros nos hicimos marxistas precisamente porque se supone que los marxistas revolucionarios son los más intolerantes con la opresión de género. Nos unimos a organizaciones revolucionarias porque pensamos que el marxismo es una teoría insurgente ‑que lucha, pero nunca se queda satisfecha, con cualquier reforma fragmentaria que el sistema ofrezca, y que exige la demolición completa del capitalismo- y es, por tanto, una de las mejores armas para luchar por la liberación de la mujer y la justicia de género.
Por eso, si somos revolucionarios serios y no predicadores irreflexivos del dogma, hay dos aspectos -mutuamente contradictorios- de la historia del marxismo con los que tenemos que contar. El primero es el daño hecho a la causa revolucionaria de la justicia de género en nombre del marxismo, y el segundo es cómo el marco marxista, a pesar de los muchos errores históricos en su nombre, sigue siendo la mejor manera de entender la opresión bajo el capitalismo y, por lo tanto, proporciona pistas sobre cómo acabar con ella.
La teoría marxista
Hay una tremenda visión subdesarrollada en el corazón del análisis de Marx sobre el capitalismo. En el volumen 1 de El Capital, Marx identifica la «fuerza de trabajo» o nuestra capacidad de trabajar, como la «mercancía especial» que el capitalista necesita para poner en marcha el sistema y mantenerlo en funcionamiento. Nuestra fuerza de trabajo, nos dice Marx, tiene la «propiedad peculiar de ser una fuente de valor» porque con esa fuerza de trabajo creamos mercancías y valor para el capitalismo. La apropiación de nuestro trabajo excedente por parte de los capitalistas es la fuente de su dominio. Sin nuestra fuerza de trabajo, pues, el sistema se derrumbaría.
Pero Marx guarda un frustrante silencio sobre el resto de la historia. Si la fuerza de trabajo produce valor, ¿cómo se produce la propia fuerza de trabajo? Seguramente los trabajadores no brotan de la tierra para llegar al mercado, frescos y listos para vender su fuerza de trabajo al capitalista.
Aquí es donde estudiosas marxistas posteriores como Lise Vogel, Martha Giménez, Johanna Brenner y, más recientemente, Susan Ferguson y David McNally han aprovechado la visión transformadora pero incompleta de Marx y la han desarrollado más. Tal vez sea importante que recordemos en este contexto el potencial y la creatividad inherentes a la tradición marxista, a la que se refiere con razón como una tradición viva, que ha permitido a las nuevas generaciones de marxistas examinarla críticamente y ampliarla.
Mirando de cerca El Capital de Marx, estos estudiosos argumentan que la clave del sistema, nuestra fuerza de trabajo, es en realidad producida y reproducida fuera de la producción capitalista, en un lugar «basado en el parentesco» llamado familia. En un excelente pasaje, Vogel explica claramente la conexión entre la lucha de clases y la opresión de las mujeres:
“La lucha de clases por las condiciones de producción representa la dinámica central del desarrollo social en las sociedades caracterizadas por la explotación. En estas sociedades, el trabajo excedente es apropiado por una clase dominante, y una condición esencial para la producción es la… renovación de una clase subordinada de productores directos comprometidos con el proceso de trabajo. Normalmente, el relevo generacional proporciona la mayor parte de los nuevos trabajadores necesarios para reponer esta clase, y la capacidad de las mujeres para tener hijos desempeña, por tanto, un papel fundamental en la sociedad de clases…. Entre las clases propietarias… la opresión de las mujeres se deriva de su papel en el mantenimiento y la herencia de la propiedad… En las clases subordinadas… la opresión femenina… se deriva de la participación de las mujeres en los procesos que renuevan a los productores directos, así como de su participación en la producción”. [Vogel, El marxismo y la opresión de la mujer, p. 129, la cursiva es mía].
Este es esencialmente el argumento principal de lo que Vogel y el resto de marxistas posteriores llaman «teoría de la reproducción social». La teoría de la reproducción social muestra cómo la «producción de bienes y servicios y la producción de vida son parte de un proceso integrado», como ha afirmado Meg Luxton. Si la economía formal es el lugar de producción de los bienes y servicios, las personas que los producen se producen a su vez fuera del ámbito de la economía formal con muy poco coste para el capital.
La fuerza de trabajo, en su mayor parte, se reproduce mediante tres procesos interconectados:
- Por actividades que regeneran al trabajador fuera del proceso de producción y le permiten volver a él. Éstas incluyen, entre otras muchas, la alimentación, una cama para dormir, pero también los cuidados psíquicos que mantienen a la persona de una pieza.
- Por actividades que mantienen y regeneran a los no trabajadores fuera del proceso de producción, es decir, a los que son futuros o pasados trabajadores, como los niños, los adultos fuera de la fuerza de trabajo por cualquier razón, ya sea la vejez, la discapacidad o el desempleo.
- Reproduciendo nuevos trabajadores, es decir, dando a luz.
Estas actividades, que constituyen la base misma del capitalismo en la medida en que reproducen al trabajador, son realizadas de forma totalmente gratuita para el sistema por mujeres y hombres dentro del hogar y la comunidad. En Estados Unidos, las mujeres siguen cargando con una parte desproporcionada de este trabajo doméstico.
Según una encuesta de 2012, las mujeres estadounidenses dedicaron 25,9 horas semanales al trabajo doméstico no remunerado en 2010, mientras que los hombres dedicaron 16,8, una diferencia de más de nueve horas. La encuesta incluye tareas cuantificables como el cuidado de los niños, la cocina, la compra, las tareas domésticas, los trabajos ocasionales, la jardinería y otras.
Según la revista Forbes, si el trabajo doméstico no remunerado se incluyera en la medición del PIB, «lo habría aumentado un 26% en 2010». Pero, por supuesto, también hay que añadir a esta ya formidable lista las tareas adicionales no cuantificables, como la prestación de cuidados y apoyo psíquico tanto a los trabajadores como a los no trabajadores del hogar. Cualquiera que haya tenido que calmar a un niño después de un día duro en su propio lugar de trabajo, o que haya tenido que ocuparse del cuidado de un padre anciano después de un turno agotador, sabe lo importantes que pueden ser estas tareas aparentemente no materiales.
La idea más importante de la teoría de la reproducción social es que el capitalismo es un sistema unitario que puede integrar con éxito, aunque de forma desigual, la esfera de la reproducción y la esfera de la producción. Así, los cambios en una esfera crean ondas en otra. Los bajos salarios y el recorte neoliberal de costes en el trabajo pueden producir ejecuciones hipotecarias y violencia doméstica en el hogar.
¿Por qué es esto lo más importante? Porque da un contenido histórico real a la comprensión: (a) quién es un «trabajador», y (b) de qué manera el trabajador puede luchar contra el sistema. Y lo que es más importante, esta teoría nos ayuda a comprender que cualquier avance en materia de derechos de género que consigamos tanto en la economía formal como fuera de ella sólo puede ser temporal puesto que la base material de la opresión de las mujeres está ligada al sistema en su conjunto. Por tanto, cualquier conversación sobre el fin de la opresión y la liberación debe basarse en una conversación simultánea sobre el fin del propio sistema.
La importancia de la esfera de producción
Si las mujeres proporcionan el principal apoyo al capitalismo fuera del lugar de trabajo a través de su trabajo no remunerado, ¿hace eso que las cuestiones del lugar de trabajo sean cuestiones de hombres?
Cualquiera que espere encontrar el estereotipo del siglo XIX de un trabajador blanco de cuello azul que empuña su llave inglesa, debería observar de cerca la imagen real del mercado laboral estadounidense.
La gran mayoría de las mujeres de Estados Unidos tienen que trabajar para ganarse la vida. Esto significa que venden su fuerza de trabajo en el mercado y son trabajadoras. Las mujeres constituyen la mitad -un 47%- de la población activa estadounidense, y el porcentaje de madres casadas que trabajan ha aumentado del 37% en 1968 al 65% en 2011. Según un estudio de Pew Research publicado este año, un récord del 40% de las madres estadounidenses son el principal sostén de sus familias, en comparación con un mero 11% en 1960.
Aunque la afiliación sindical es baja para todos los trabajadores de Estados Unidos, el número de mujeres sindicadas no está muy lejos del número de hombres sindicados. Según la Oficina de Estadísticas Laborales de Estados Unidos, incluso después de la grave caída de la afiliación sindical desde la recesión, las cifras de 2012 muestran que la tasa de afiliación sindical era del 12% para los hombres, frente al 10,5% para las mujeres. Estos resultados también muestran que los trabajadores negros tenían más probabilidades de estar afiliados a un sindicato que sus homólogos blancos, asiáticos o latinos.
De ello se desprende que cualquiera que argumente que los problemas de las mujeres sólo tienen que ver con lo que experimentamos o soportamos en el hogar (violencia sexual, salud reproductiva, cuidado de los niños, etc.), o fuera de la esfera de la producción, simplemente se equivoca. Cualquier debate sobre los salarios o el lugar de trabajo, sobre la organización del trabajo o sobre la lucha por las prestaciones es una cuestión de género.
Pero hay dos tendencias radicalmente contradictorias que marcan todas las noticias recientes sobre las mujeres. Una es depauperación insoportable de la gran mayoría de las mujeres y la otra es el ascenso de un grupo increíblemente próspero y multiétnico de mujeres de la clase dirigente.
Más de tres cuartas partes de los trabajadores de las 10 mayores categorías de empleos con salarios bajos son mujeres, y más de un tercio son mujeres de color. Ya he escrito antes sobre cómo Estados Unidos es uno de los cuatro países del mundo que carece de permisos de maternidad remunerados, lo que dificulta enormemente que las mujeres sean madres trabajadoras. Además, un tercio de los trabajadores estadounidenses no tiene acceso a una baja por enfermedad remunerada, y sólo el 42% tiene una baja personal remunerada. Como señalan correctamente los activistas sindicales:
“¿Cuál es el impacto en la salud pública cuando los trabajadores no pueden permitirse tomar una baja por enfermedad durante una epidemia de gripe? ¿Quién cuida a un niño enfermo? ¿Quién está en casa para preparar la cena y ayudar con los deberes? ¿Quién puede dedicar tiempo a un padre anciano enfermo?”
¿Cómo se supone que las mujeres van a equilibrar la carga del trabajo no remunerado en el hogar con el trabajo remunerado a tiempo completo en el lugar de trabajo? La respuesta real es que no pueden.
En 1990, la participación de las mujeres en la población activa era del 74%, lo que situaba a Estados Unidos en el sexto puesto de los 22 países desarrollados en esta medida. Gracias a las políticas neoliberales de las dos décadas siguientes, la participación de las mujeres aumentó sólo una ligeramente, hasta el 75,2%, mientras que en otros países industrializados se disparó de alrededor del 67% a casi el 80%.
No sólo se obliga a las mujeres a trabajar a tiempo parcial, sino que la hostilidad en el lugar de trabajo hacia la naturaleza de género del trabajo doméstico es también la razón por la que sólo el 9 por ciento de las madres trabajadoras trabajan más de 50 horas a la semana.
Pensemos en ello por un momento. Si las madres trabajasen, digamos, 55 horas a la semana, entonces, dado un tiempo medio de desplazamiento, los sociólogos han demostrado que tendrían que salir de casa a las 8:30 de la mañana y volver a las 8:30 de la tarde todos los días de la semana laboral.
A pesar de los enormes poderes de Internet, los niños siguen teniendo que ser recogidos del colegio y alimentados por un humano vivo, y los padres ancianos también. En la mayoría de los casos, en Estados Unidos, esta persona sigue siendo una mujer.
De la encuesta anterior se desprende que cualquier cuestión relacionada con el lugar de trabajo también tiene que ver con las mujeres y el género. Las políticas que rigen los lugares de trabajo tienen el poder de afectar a las mujeres tanto en el trabajo como en casa. ¿Pero por qué debemos luchar? ¿Debemos luchar por la igualdad salarial con los hombres en una economía de bajos salarios? ¿Debemos luchar por una asistencia sanitaria universal que alivie nuestra carga de cuidados? ¿Debemos luchar como «mujeres» o como «trabajadoras»?
Hay un grupo de mujeres que se han hecho oír en los medios de comunicación en los últimos tiempos para defender los derechos de las mujeres. Joan C. Williams es una socióloga muy perspicaz, cuyo trabajo sobre la clase y el género debería leerse ampliamente. Pero recientemente hizo la decepcionante observación de que «el feminismo ejecutivo es justo lo que necesitamos para poner en marcha la estancada revolución de género». Por «feminismo ejecutivo», se refiere literalmente al «feminismo» de los directores ejecutivos de las grandes multinacionales. Nombra a Sheryl Sandberg y a la profesora de Princeton Anne Marie Slaughter como líderes de esta «nueva frontera del feminismo».
Muchos pueden alegrarse de la irrupción de un puñado de mujeres en los consejos de administración de las empresas. Estas salas de juntas y sus campos de golf adyacentes han sido durante siglos los bastiones del privilegio masculino de la clase alta. Pero esto nos lleva a una cuestión central: ¿Qué aspecto tienen los derechos de género si los separamos de la cuestión de clase? ¿Actuarán las directoras generales en interés de todas las mujeres?
Las mejores políticas para promover los intereses de la mayoría de las mujeres son también las mismas políticas que reducen los beneficios del capitalismo como sistema de producción.
Por ejemplo, la asistencia sanitaria universal y gratuita garantizaría que todos los hombres, mujeres y niños, tengan o no un empleo remunerado, dispongan de asistencia médica gratuita a la carta. Esto reduciría la dependencia de una mujer desempleada de su pareja empleada y podría permitirle controlar la salud y las opciones reproductivas, por no mencionar el apoyo a la salud y el cuidado de su familia. Podría elegir cuándo tener hijos y si tenerlos, y obtener ayuda a domicilio -sin coste alguno- para los miembros de la familia que envejecen, reduciendo así drásticamente su propio trabajo en el hogar.
Pero la industria médica es un negocio multimillonario que lucharía contra esto con uñas y dientes. Del mismo modo, es en interés de las mujeres que tengamos un salario decente para todos los trabajadores, ya que las mujeres se encuentran desproporcionadamente entre los peor pagados de la economía. También en este caso nos topamos con los beneficios del capitalismo, y será una batalla difícil de ganar.
Las Sheryl Sandberg del mundo son claras guerreras de clase, que utilizan el lenguaje de los derechos de las mujeres para reforzar un sistema que sólo beneficia a su clase. La millonaria Sandberg incluso se negó a pagar a sus propias becarias hasta que una protesta pública le hizo cambiar su decisión.
El mensaje central que proviene de esta nueva generación de CEOs es que el trabajo y más trabajo duro liberará a las mujeres.
Es cierto que la independencia económica de las mujeres es un derecho muy disputado y que debe reforzarse constantemente mediante la lucha. Por eso encontramos en los escritos de las primeras marxistas, como Nadezhda Krupskaya, un fuerte énfasis en el trabajo de las mujeres en la esfera de la producción y su potencial liberador.
Pero la «independencia» económica se ve mucho mejor en Sheryl Sandberg que en la madre que trabaja en Taco Bell, puesto que la relación de Sandberg con el capitalismo, como jefa, es de control, mientras que la de la madre trabajadora es de pérdida total de control. En el caso de esta última, su trabajo le aporta una independencia económica limitada de su pareja masculina, pero una dependencia total de los caprichos del mercado.
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