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Organizando la Resistencia en Brasil y la solidaridad internacional contra el gobierno neofascista de Bolsanaro
Toda nuestra solidaridad con los trabajadores, población negra, mujeres, jóvenes, indígenas, campesinos, trabajadores rurales sin tierra, comunidades LGBTI, maestr@s, profesores, científicos y artistas que serán el objetivo de las políticas del neoliberalismo “ultra”, conservadoras y autoritarias del nuevo inquilino del Palacio Planalto. Con este giro hacia la ultraderecha en el último país latinoamericano, las conquistas sociales y democráticas de las últimas dos décadas en América Latina están más amenazadas que nunca. La situación requiere una amplia movilización de todas las fuerzas políticas y sociales del mundo comprometidas con la democracia, para luchar por el medioambiente, contra opresiones y desigualdades de todo tipo.
El resultado final de las elecciones presidenciales en Brasil del pasado octubre han catapultado al poder al diputado y antiguo capitán del ejército, Jair Messias Bolsanaro, considerado, hasta hace tan solo un año, un outsider en la disputa, con menos de un 10% en las encuestas a pesar de llevar ya 28 años en el parlamento. El presidente electo de Brasil fue, de hecho, una figura casi folklórica, con sus posiciones de defensa abierta de la dictadura militar (1964-1985) y de la tortura, su defensa vehemente del “tirar a matar” contra los delincuentes y el encarcelamiento masivo como solución de la violencia urbana, su torpe fanatismo contra las feministas y las mujeres en general, sus prejuicios groseros contra gays, lesbianas y transexuales y tod@s l@s marginad@s y el desprecio por los derechos sociales, medioambientales, laborales y a la salud.
Pero esta figura de ultraderecha, quien contó con el apoyo de la agroindustria ganadera, de parte del sistema financiero, de la mayor parte de las iglesias evangélicas pentecostales, de buena parte de las clases medias urbanas enriquecidas y de amplios sectores populares, tomará posesión el 1 de enero de 2019 como 38 presidente de la República Federativa de Brasil. Con el 55% de los votos, Bolsanaro ha alcanzado el poder tras la campaña electoral más polarizada y violenta en la historia del sistema político inaugurado en 1985 con el fin de la dictadura militar, la llamada Nueva República. También fueron las elecciones brasileñas con más manipulación a base de “Fake News” en las redes sociales, con la más que probable participación de personalidades y compañías extranjeras.
Éstas no eran unas elecciones cualquiera. El ambiente preelectoral se inició ya bajo el signo, primero del asesinato político, y posteriormente la persecución de la figura que lideraba las encuestas. Era otro capítulo terrorífico del thriller del golpe institucional de 2016, que derribó al gobierno del PT. El asesinato, el 14 de marzo, fue el de la concejal y activista feminista, negra y LGBT, Marielle Franco, del PSOL, cuya muerte, junto a la del conductor Anderson Gomes, todavía no se ha esclarecido. Un mensaje macabro enviado por las fuerzas más reaccionarias a todos los negros, a todos los activistas de las favelas, a todas las feministas, a todas las gentes LGBTI… que adoptaba una forma institucional sin precedentes. La persecución, perpetrada por el Alto Tribunal de Justicia, los partidos tradicionales y el Congreso, y también por grupos bolsanistas de base (que incluso dispararon contra un bus de la caravana electoral del antiguo presidente en el sur del país) fue la de Lula, el líder del PT, un golpe que se consolidó con su detención el 7 de abril, como resultado de un proceso altamente cuestionable.
A principios de septiembre, Bolsanaro fue apuñalado por un “lobo solitario” mientras hacía campaña en la ciudad de Juiz de Fora (Minas Gerais). El ataque le llevó al quirófano tres veces, puso en peligro su vida, le dio el aura de un héroe superviviente, y le concedió también el pretexto que necesitaba para rehuir los debates –que ya había puesto de relieve que eran difíciles para él. La polarización, desde este episodio, ha alcanzado niveles inauditos en Brasil.
Las primeras encuestas para la segunda vuelta indicaban un victoria aplastante para el candidato-capitán, que finalmente no ocurrió, ya que su vitoria en la primera vuelta impuso tanto la unidad como la movilización entre la mayoría de las fuerzas de izquierdas y democráticas, en una acción unificada que incluía a millones de activistas y gentes que salieron por primera vez a las calles en una carrera por “cambiar el voto”. Las movilizaciones por Haddad en las últimas dos semanas de octubre fueron reforzadas por la revelación de Folha de S. Paulo de que Bolsonaro había utilizado financiación ilegal procedente del mundo de los negocios para pagar “Fake News” en Whats App –una práctica similar a la ya utilizada por Donald Trump en 2016 vía Facebook. Muchos votantes de Bolsonario decidieron no votar o cancelar su voto. Pero la campaña fascista no amainó: el candidato respondió, en un mitin en la Avenida Paulista, prometiendo barrer del mapa a los “rojos” y al mayor periódico del país. El clima político fue marcado por agresiones físicas contra militantes pro Haddad, violaciones e incluso el asesinato de maestro de capoeira en Salvador (Bahia).
No obstante, Bolsonaro finalmente ganó con una ventaja muy significativa, con 10 millones de votos más que Haddad (55 contra 45%), con la victoria en la mayor parte de los Estados –con la excepción del Nordeste y Pará (Amazonas). Sin embargo, el PT logró mantener el mayor grupo en la Cámara de Diputados (56 diputados contra 52 del PSL de Bolsonario) y, con sus aliados, gobierna en todo el Nordeste. A su vez, la extrema derecha conquistó los gobiernos de los Estados ricos y estratégicos del Sudeste-Rio, São Paulo, Minas Gerais. El núcleo duro de la coalición de Bolsonaro ha elegido a un grupo de 90 diputados, pero su alianza podría alcanzar más de 200 votos sobre un total de 534.
¿Cómo fue posible Bolsonario?
Es imposible entender el ascenso de Jair Bolsonario sin remontarse un par de años atrás y recuperar los principales rasgos y eventos que marcaron los 13 años de gobiernos del PT, derribado por el golpe institucional de 2016.
En el gobierno federal, el PT se benefició, entre 2003 y 2013, del boom global del extractivismo. Incluso profundizando la desindustrialización del país, su política basada en la exportación de “commodities” permitió tanto a los mandatos de Lula (2003-2010) y al primero de Dilma (2011-2014) garantizar beneficios extraordinarios al capital financiero, al agrobusiness y a financiar a los principales grupos capitalistas de la construcción, la minería, las telecomunicaciones… con recursos públicos.
Pero sin embargo el PT promovió políticas redistributivas limitadas –con un impacto real entre las poblaciones urbanas y rurales más vulnerables. Incrementaron el salario mínimo por encima de la tasa de inflación, mantuvieron el Programa Bolsa Familia (retribución mensual para las familias que viviesen por debajo del umbral de la pobreza, condicionado a la escolarización de los hijos), muchas políticas de discriminación positiva (cuotas para estudiantes pobres, negros e indígenas en universidades y escuelas técnicas) y la multiplicación de nuevas universidades públicas y becas en universidades privadas. Estas medidas, aparejadas con el ampliamente fomentado incentivo al consumo con dinero barato de la banca pública, posibilitaron que un amplio espectro de trabajadores pudiera comprar un hogar y entrar en el mercado del consumo de masas por primera vez en su vida.
No obstante, ya en 2005, con el escándalo de la compra de votos en el parlamento por el gobierno (“mensalão”) de Lula, el prestigio del PT empezó a caer. Por entonces estaba claro que el partido, que ya había abandonado cualquier discurso de clase, no adoptaría ningún tipo de medida o política para fomentar la participación popular y ciudadana en la vida pública. En su lugar, con el fin de garantizar la gobernabilidad del régimen de coalición, el PT hizo enormes concesiones para lograr su base en el Congreso a grupos de iglesias evangélicas como la Iglesia Universal del Reino de Dios y a sectores de la Asamblea de Dios (que en 2018 sería decisiva para la victoria de Bolsonaro).
Estas concesiones a ruralistas, neopentecostales y al “grupo de la bala” (policías y representantes de fabricantes de armas) significó que el PT no hizo nada por avanzar en medidas feministas como la despenalización y legalización del aborto, paralizó la delimitación de territorios indígenas, adoptó programas de grandes infraestructuras y eventos que resultaron en la expulsión de indígenas y rivereños de sus tierras. El PT no logró avances en el debate sobre una profunda reforma del sistema judicial, la policía y el sistema penitenciario para poner fin a la guerra de la droga, la encarcelamiento de masas y el genocidio de la población negra (en particular la juventud de las favelas). En 2013, bajo Dilma, el declive político-ideológico del PT conocería un salto cualitativo con los estallidos sociales de descontento.
Entre enormes manifestaciones por la educación, la sanidad, mejor transporte urbano… grupos derechistas tomaron las calles para pelear contra la izquierda y canalizar el movimiento contra la corrupción, contra todos los partidos políticos y contra el PT en particular. No obstante, junio de 2013 no fue, como afirma el PT, una explosión de naturaleza reaccionaria –nada más alejado de la realidad. Pero indudablemente mostró a una parte de las élites que el PT ya no era tan útil como en el pasado para mantener a las masas tan “pasivas” como antes. Y la derecha y la ultraderecha han contado, desde entonces, con el apoyo de los grandes medios en la lucha política e ideológica para las movilizaciones de masas, como vimos en 2015 y 2016 en las amplias protestas en favor de la dimisión de Dilma.
El papel del escándalo Lava Jato y el estancamiento económico
El descontento político-social con el gobierno se incrementó enormemente con el gran estancamiento económico, iniciado en 2014, que impuso una caída de los ingresos de los sectores que habían formado la base del lulismo y provocó la explosión de la violencia urbana y rural. Fue una contribución decisiva al profundo descrédito de Dilma que hiciera su segunda campaña presidencial (de agosto a octubre de 2014) en base a posiciones de izquierda y, en menos de dos meses, empezara a aplicar un programa económico que fue contra todas sus promesas, con un ministro de sus oponentes, el neoliberal Joaquim Levy. Levy, quien ahora formará parte del gobierno Bolsonaro.
La crisis del PT se aceleró con el impacto en la conciencia de los trabajadores del mayor escándalo de corrupción en términos de cantidad de dinero y de contagio entre el conjunto del sistema político: el escándalo Petrobras, desvelado por la Operación Lava Jato, que implicó a una red de sobornos millonarios en prácticamente todos los partidos de la República. Entre finales de 2014 y principios de 2015 (probablemente cuando Dilma cesó a Levy), con cientos de miles de “amarillos-verdes” (los colores principales de la bandera brasileña) movilizados por la derecha contra la “corrupción”, sectores clave del capital brasileño abandonaron el apoyo que habían dado al proyecto de colaboración de clases del PT y se adhirieron a la conspiración golpista.
Tras el impeachment de Dilma, entre abril y septiembre de 2016, mientras el PT perdía votantes, activistas y militantes (y solo pudo responder hablando de persecución), la derecha y su versión más ultra creció en la sociedad. Facciones desesperadas de la burguesía y un amplio sector de clases medias, tradicionalmente más reaccionarias (racistas, misóginas, homófobas y temerosas de las costumbres progresistas de las nuevas generaciones) abrazaron la ultraderecha.
La persecución del PT fue real: la Justicia y la Policía Federal fueron selectivas. Fuerzas golpistas apelaron abusivamente a los mecanismos de “pacto con la fiscalía”. Lula fue acusado sin pruebas concluyentes y más tarde condenado sin un juicio justo. Los medios publicaron los audios de Lula y Dilma sin autorización oficial. Los jueces hicieron arrestar a varios líderes del PT sin necesidad alguna de hacerlo. El impeachment fue política y legalmente injustificable. Sin embargo, el partido nunca esbozó ninguna autocrítica de los “malas obras” (por usar las expresión de Dilma) de tantos líderes. La orientación oficial de la dirección fue prohibir a Haddad que hiciera dicha autocrítica en la campaña de 2018. El problema, para la dirección del PT, fue muchos “errores” individuales –la mayor parte de cuyos autores están hoy en prisión. Ni una palabra sobre el “modo petista de gobierno”, al estar tan adaptado a las normas del sistema político que el partido abrazó los peores vicios de sus aliados oligárquicos.
Así es como nació un fuerte rechazo del PT y como creció en amplios sectores de la sociedad brasileña. En los sectores más empobrecidos, que se habían beneficiado de los años de Lula, esto no se consolidó. Entre los jóvenes más informados y activos y los sectores obreros izquierdistas, dicho cuestionamiento del PT quizás haya favorecido a Ciro Gomes, Marina Silva y el PSOL. Pero en amplios sectores de la clase media urbana enriquecida, en particular sus estratos superiores (y especialmente en el Sudeste y el Sur), se ha convertido —con la ayuda de los medios de comunicación, Lava Jato y los partidos de derechas— en un odio contra el PT. Un odio ciego a la izquierda, a las políticas sociales, a la idea de los derechos humanos universales, a la idea de la solidaridad con los desposeídos, a la idea de pertenecer al mundo, a la ciencia y a la verdad. Un odio que se extiende al color rojo, a Cuba, a Venezuela, al feminismo, a los gays, a los trans y al ambientalismo y a todo lo que no sea individualismo egocéntrico, basado en la teología de la prosperidad, creencia en el Dios-mercado, en una oportunidad para todos y en el desprecio por la diferencia.
Fue una combinación de este antipetismo reaccionario con la justificada decepción de millones de trabajadores con el partido que les había traído tanta ilusión lo que ha elegido al Presidente Bolsonaro.
Así pues, Bolsonaro no fue (o no debería ser) precisamente una sorpresa
Si bien Michel Temer abandonará el gobierno con niveles de impopularidad sin precedentes, incapaz de sacar la economía del estancamiento, ha hecho el trabajo preliminar para el capital y ha contribuido a la elección de Bolsonaro. El programa radical de congelar la inversión pública y la retirada de derechos laborales, aplicada por el antiguo vicepresidente de Dilma, ha profundizado la crisis. La combinación explosiva de dicha crisis con la base esclavista, conservadora, patriarcal y autoritaria, siempre latente en el último país globo en abolir la esclavitud, abonó la tierra en la que crece la extrema derecha. En cualquier caso, los sectores más importantes de la burguesía brasileña no apostaron por Bolsonaro, sino por Geraldo Alckmin (PSDB de São Paulo). Los sectores que apostaron por Bolsonaro desde el principio fueron la industria de armamento, el comercio y el grueso del agrobusiness.
Pero debemos recordar también que había una auténtica cruzada político-ideológica contra la corrupción potenciada por la “santa alianza” entre jueces y fiscales que lanzaron el Lava Jato, los grandes medios de comunicación, y —como ya es bien conocido— buena parte de las fuerzas armadas. Esta campaña de cuatro años fue clave para reforzar el agotamiento del sistema político, los viejos partidos y dirigentes —así como también la ilusión del supuesto “salvador” antisistema que encarnaba Bolsonaro— en la opinión pública. Los partidos dirigentes tradicionales, el PSDB y el MDB, se veían como representantes del viejo sistema y se hundieron en las encuestas, obteniendo 34 y 29 escaños respectivamente. Alckmin jamás sería elegido presidente.
Manipulación mediática internacionalizada
La exitosa manipulación de los grupos de WhatsApp por la campaña Bolsonario indica una peligrosa internacionalización de las elecciones brasileñas y es portadora de una tendencia mundial. Es probable que haya habido un asesoramiento para la campaña de firmas de márketing ligadas a Steve Bannon, el estratega de Trump, que actualmente está consagrado a la organización de una “internacional” del “populismo” de ultraderecha. Ello perfiló la intervención extranjera en el proceso electoral brasileño. Es importante destacar que los centros de producción de los datos digitales que influencian las elecciones, bajo este capitalismo de la vigilancia, están globalmente ubicados en Estados Unidos. Otra signo de despedida de las soberanías nacionales.
El candidato de la extrema derecha ha surfeado las grandes olas del descontento con el gobierno corrupto e impopular de Témer, con recesión y paro, con la política tradicional y el PT, por consiguiente Bolsonaro logró darse una imagen de “antisistema”. De ahí que su ascenso encaje perfectamente en el escenario impredecible y de ingobernabilidad global perfilado por el documento “Globalización capitalista, imperialismos, caos geopolítico y sus implicaciones” aprobado en el último congreso de la Internacional. Sectores del capital en Brasil, incluso algunos de bastante globalizados, como la banca, los seguros y el agrobusiness, han abandonado totalmente las “mediaciones” para relacionarse con el régimen democrático y las clases subalternas, optando por abrazar una alternativa que les ofrece mayores facilidades para profundizar la superexplotación y el saqueo.
Se da una nueva reestructuración capitalista en la cual los fondos públicos —todos— y todos los bienes comunes, territorios, bosques, energía y agua, deben estar a disposición del sistema. Un proyecto tal no puede sobrevivir sin poner fin a cualquier debate transparente en la sociedad. Es el mismo contexto en el que crecen grupos racistas, xenófobos y nacionalistas en Estados Unidos, Francia, Alemania, India… y en el que están llegando al poder en Hungría y Filipinas. De hecho, las dificultades para volver a las tasas de beneficio logradas hasta 2007, antes del tsunami financiero de 2007/2008, han empujado a la burguesía a:
1) La búsqueda de un proyecto global de creciente desposesión de los derechos de las clases trabajadoras y de los pueblos del “Sur Global”, que incluye (re)tomar derechos absolutos sobre lo que debería ser una propiedad común de la tierra, como el territorio mismo, el agua (acuíferos, ríos, océanos), yacimientos minerales, Fuentes de energía;
2) De ahí que, cada vez más, los ataques contra la soberanía nacional y los regímenes democrático-burgueses, que representan cada vez más un obstáculo para la implementación de los planes neoliberales de ajuste, austeridad, privatización, endeudamiento y la reasunción de territorios y bienes impuesta por el sistema y sus organizaciones internacionales;
3) De optar, al menos en parte, por soluciones de extrema derecha, con giros nacionalistas-proteccionistas en los países industrializados, y características más ultraliberales en el frente económico en el Sur Global, con un fuerte discurso conservador en lo que respecta a las costumbres y políticas punitivas, contra los derechos humanos, guerras sangrientas contra el narcotráfico y el bandidaje en general.
Periodo de turbulencia en la disputa sobre el cambio de régimen
Además de ser bastante oscuros y difíciles, los tiempos por venir para l@s explotad@s y oprimid@s de Brasil van a ser altamente turbulentos.
Si bien la elección de un gobierno neofascista en Brasil es una dura derrota para los movimientos sociales y democráticos de América Latina y el mundo, no es una derrota histórica. El salto de la situación reaccionaria actual hacia una situación abiertamente contrarrevolucionaria no ha ocurrido y quizás no ocurra: ello depende del desenlace de los choques y luchas que están todavía por librarse. La radicalización de la situación política en Brasil dependerá de la evolución de la crisis económica mundial y de su impacto en la economía brasileña, en la capacidad de Bolsonaro y su gobierno de resolver las contradicciones internas de su bloque de apoyo y de la fuerza de Resistencia de l@s trabajador@s y oprimid@s del país.
El núcleo duro del gobierno tiene un proyecto que conduce al cierre del régimen, a un sistema político menos permeable a las presiones populares. Otra cuestión es si existe actualmente una correlación de fuerzas para dicho cambio de régimen político y a qué ritmo Bolsonaro y su primer escalón serán capaces de aplicar dicho proyecto. El gobierno es, en esencia, autoritario, racista, misógino, LGBTfóbico, militarista, anti-izquierdista, despreocupado por las instituciones democráticas e indicado para operar en una lógica de crear enemigos internos y externos. En una palabra, neofascista. Todo ella al servicio de una agenda ultraliberal, privatizadora y destructora de derechos, contraria a todo nacionalismo proteccionista propio del fascismo clásico.
Junto a los núcleos militar y ultraliberal, componen el núcleo de apoyo al nuevo gobierno el fundamentalismo religioso neoliberal (en el que destaca el Reino Universal de Dios), fracciones del aparato judicial (como Sergio Moro), el agrobusiness, economistas y banqueros ultraliberals de la Escuela de Chicago y políticos profesionales procedentes de los partidos tradicionales —una parte importante del bloque que perpetró el golpe de 2016. Esta suma de fuerzas tiene contradicciones en sus agendas y proyectos. El futuro del gobierno dependerá de la capacidad de su núcleo de cohesionar a dicho bloque comprometiéndolo con su proyecto político.
Dependiendo del desarrollo de estos asuntos internos y externos, el núcleo duro del gobierno se moverá o no hacia una implementación radical de su proyecto, que es el de un sistema politico menos democrático. Algunos tests ya se planean para 2019.
De dónde proceden los ataques: los “tests” del neofascismo
Las condiciones internacionales no parecen prometedoras para un nuevo crecimiento de la economía brasileña. La perspectiva es la de una recesión mundial en 2019. Y Bolsonaro anuncia un alineamiento desordenado con los intereses de Estados Unidos e Israel (con la estúpida propuesta de desplazar la embajada brasileña a Jerusalén), así como acurrucarse al Chile de Piñera en detrimento de Argentina y Mercosur en su conjunto.
Estos alineamientos desequilibran las relaciones con socios económicos clave para la recuperación. China es el principal socio comercial de Brasil, con una balanza comercial claramente favorable para Brasil. Las compañías tienen fuertes inversiones directas en el país, como en el sector eléctrico. Países árabes son los principales compradores del pollo y el vacuno del agribusiness. Errar en política internacional, en este contexto internacional desfavorable, puede hacer inviable alcanzar un mínimo de equilibrio en las cuentas públicas y mantener en funcionamiento al sector industrial.
El proyecto “Escuela sin partido” se propone controlar lo que se dice en clase —con un interés especial por los asuntos de género, educación sexual y críticas al gobierno—. El presidente electo llama, en las redes sociales, a padres y alumnos a denunciar a los profesores que politizan los asuntos históricos y que abordan cuestiones de género en clase. El hijo mayor del presidente electo, Eduardo Bolsonaro, un diputado federal por São Paulo, ya ha anunciado una ley que se propone criminalizar, además, la “apología del comunismo”.
Todavía en el terreno de la educación, la promesa es un ataque brutal contra la educación pública libre, en particular en la eduación superior. Bolsonaro interfiere directamente en la elección de rectores. A su vez, prodiga elogios sobre las ventajas de la educación a distancia, incluyendo la elemental (¡los primeros cinco años!) y sugiere adoptar en el país el modelo del cupón para que la población tenga acceso a escuelas privadas, como en Chile, o un modo de transferir dinero público a escuelas privadas.
El Segundo test será la criminalización de los movimientos de ocupación de tierra y viviendas (MST y MTST) con la mejora de la Ley Antiterrorista (trágica e irónicamente aprobada por Dilma en respuesta a 2013), ya rápidamente proporcionada por los nuevos grupos reaccionarios.
Otro test fundamental, cargado a diario por las voces del “Dios Mercado” y los medios de comunicación rápidamente convertidos al bolosnarismo, es la reforma del sistema de la Seguridad Social. El presidente electo ya ha negociado con Témer no votar este año ningún cambio en el sistema de Seguridad Social. El superministro de Economía y Chicago boy Paulo Guedes propone una reforma aún más radical en 2019, basada en los preceptos de la seguridad social de Pinochet (en la que cada trabajador hace sus propios ahorros para su jubilación), que, como sabemos a través de noticias reales, resultó en un desastre social en Chile. El debate y la lucha prometen.
En el interior, en el Brasil profundo, habrá una intensificación de la guerra contra las drogas y los pobres, lo que significa que el nuevo gobierno profundizará el genocidio de la población negra. Dicho ataque tendrá lugar con la autorización de portar armas de fuego, la luz verde a la brutal policía militar y a los guardias municipales para que, ante la duda, disparen a matar y para seguir encarcelando masivamente. Esta serie de medidas podría extenderse a la restricción en el funcionamiento de los sindicatos, asociaciones, partidos (Bolsonaro y sus seguidores prometieron la guerra contra la dirección del PT y el PSOL) y libertades de prensa, expresion y organización.
Además, Bolsonaro prueba ser una amenaza de primer orden para el medioambiente global al prometer romper, en la estela de Trump, con el frágil acuerdo de París sobre las emisiones de CO2. Y, como guinda del pastel, propone detener la delimitación de los territorios indígenas, en una señal obvia ante los terratenientes ganaderos en particular (pero también ante los productores de soja en la frontera agrícola del Amazonas) que da luz verde a la devastación de la selva. Si bien la selva ya había estado amenazada por el reinado extractivista del PT, la situación de este pulmón mundial y garantía de algún tipo de equilibrio climático en Sudamérica sería mucho peor bajo la bota de este aliado de la motosierra y el agribusiness.
Organizar la Resistencia y la solidaridad internacionales
En Brasil la tarea fundamental es organizar la Resistencia a los ataques del nuevo gobierno contra las libertades democráticas y los derechos sociales del pueblo, a través de una lucha unificada de todo el mundo que quiere defender la democracia y los derechos y conquistas que los neofascistas se proponen atacar. En esta lucha, trabajaremos por la creación de un frente único antifascista en defensa de los derechos sociales y democráticos capaz de articular y de unificiarse frente a iniciativas sectoriales y regionales del gobierno y el capital. Los militantes y simpatizantes de la Cuarta Internacional participarán en estas luchas, en defensa de la democracia y de todos los derechos humanos.
También formaremos parte de los movimientos organizados y de las entidades de trabajadores, la juventud, l@s negr@s, las mujeres, la comunidad LGBT, pueblos indígenas y todos los sectores de la población, insertándonos más que nunca en centros de trabajo, barrios, universidades, institutos, grupos culturales y la juventud precaria y radicalizada, en las ocupaciones de l@s pobres y l@s sin tierra, con el fin de que resista el pueblo brasileño. Cencedemos una importancia especial al movimiento de mujeres jóvenes, que se ha ido reforzando desde la primavera de 2016 y que tantas lecciones ha dado a todo el mundo con la organización de # Elenão.
Para América Latina, donde la elección de Bolsonaro ha tenido tanto impacto, debería quedar muy claro que cada pequeña lucha, cada victoria, por sectorial que sea, contra Macri, Duque, Piñeira, Ortega y sus plantes… es también una victoria de la Resistencia contra Bolsonaro. ¡Ni un paso atrás! La Resistencia en Brasil depende de la perspectiva de toda América Latina y del progreso de la lucha en el mundo entero.
Es por ello que es tan vital que en Europa, Estados Unidos, Asia, África y Oceanía estemos muy atent@s a desarrollar una amplia campaña de denuncia contra los ataques que va a librar el nuevo gobierno brasileño contra la democracia, la legislación y los tratados internacionales sobre el medioambiente (el Amazonas está en peligro…) y los derechos sociales y politicos de los trabajadores.
La Cuarta Internacional llama a tod@s l@s que luchan, a tod@s l@s ecologistas, demócratas, a unir sus fuerzas para denunciar al gobierno Bolsonaro y exigir:
- ¡Fuera sus manos de los sin tierra y sin techo de Brasil! Por una campaña internacional par repudiar la Ley Antiterrorista y sus mejoras macabras! Toda nuestra solidaridad con el MST y el MTST y tod@s l@s activistas.
- ¡Fuera sus manos de la selva amazónica! ¡Fuera de los territorios indígenas! Mantenimiento de la legislación y las garantías de delimitación de las tierras de los pueblos originarios. ¡Por la continuidad de Brasil en el acuerdo de París!
- ¡Fuera las manos de la seguridad social de l@s trabajador@s brasileñ@s! ¡Ninguna reforma del sistema de pensiones sin auditoría radical previa y publicación de los deudores de la Seguridad Social!
- ¡Fuera las manos de las Universidades Públicas brasileñas! ¡Por la libertad académica! Ninguna interferencia en la elección de rectores (ni decanos).
- ¡Abajo con la “Escuela sin partido!” ¡Sin celulares en las aulas! Mantenimiento del presupuesto y la naturaleza presencial de la educación primaria y secundaria.
- ¡Detengamos la guerra contra las drogas y l@s pobres! No a la liberalización de los permisos de armas. No a la reducción de la mayoría de edad penal propuesta por el futuro ministro Sérgio Moro. La juventud necesita escuelas, no cárceles. Por la legalización de la marihuana. Por un esfuerzo combinado por el poder judicial para acelerar los procesos de los 200.000 presos encarcelados sin sentencia.
La victoria electoral de Bolsonaro forma parte, de hecho, de un resurgimiento de los regímenes autoritarios que están estrangulando las conquistas democráticas de las últimas décadas, con Putin en Rusia, Orban en Hugría, el regimen PiS en Polonia, Erdogan en Turquía, Duterte en Filipinas, Trump en Estados Unidos, Netanyahu en Israel, y partidos de extrema derecha en el gobierno en Austria o Italia… Necesitamos un movimiento internacional antiautoritario y antioligárquico, ya que la situación require una amplia movilización de todas las fuerzas políticas comprometidas con los derechos democráticos, los derechos laborales, los derechos de las mujeres, los derechos ambientales y la preservación del clima, la libertad de movimiento de las personas… en resumen, contra las opresiones de todo tipo. Construir dicho movimiento es la tarea que está a la orden del día.