Actualidad Internacional: Opinion

La guerra de cinco años de Bernie Sanders

28/08/2020

Matt Karp

Profesor asociado de historia en la Princeton University y un editor colaborador de Jacobin Magazine

Traducción: Blanca Radillo
Fuente: 
Jacobin Magazine

Una tarde templada en abril del 2015, en lo profundo de la zona muerta ideológica de la segunda administración Obama, Bernie Sanders se tomó un descanso de su jornada laboral en el Senado y caminó hacia el césped frente al edificio del Capitolio. Desplegando una hoja de notas arrugada, el senador de Vermont tardó menos de diez minutos en decirle a los periodistas por qué se postulaba para presidente: los estadounidenses están trabajando más horas por salarios más bajos, mientras que los ricos se deleitan con las ganancias y los multimillonarios gobiernan el sistema político. El país enfrentó su mayor crisis desde la Gran Depresión, dijo.

Cinco años más tarde, en una mañana de abril del 2020, Sanders estaba dentro de su casa en Burlington, Vermont, y anunció que suspendía su segunda campaña presidencial. Esta competencia, como la contienda de cuatro años atrás, había terminado en derrota, y aunque Bernie pronunció un discurso inspirador de quince minutos — citando a Nelson Mandela y agradeciendo a los seguidores por su sangre, sudor, lágrimas, y publicaciones en las redes sociales — incluso un espectador empático podría preguntar qué, exactamente, ha producido todo ese esfuerzo apasionado.

La desigualdad de ingresos y riqueza se ha disparado a nuevas alturas; un multimillonario se sienta en la Casa Blanca, mientras que el partido de la oposición recurre a sus propios multimillonarios en busca de liderazgo; y la pandemia de COVID-19 ha dejado a los Estados Unidos no solo acercándose a su mayor crisis desde la Gran Depresión, sino completamente inmerso en ella.

Cómo perdió y cómo vamos después de eso

Sanders perdió. Libró una guerra de cinco años contra la clase multimillonaria y el liderazgo del Partido Demócrata ¬— una guerra a lo largo de los seis de abril — y en el final, él fue golpeado en ambos frentes. Aquellos de nosotros que participamos en el ejercito derrotado de Bernie debemos tener en cuenta la naturaleza y el significado de esta derrota.

El proyecto Sanders fue uno de los acontecimientos políticos de izquierda más significativos del siglo veintiuno, vinculando por primera vez demandas socialistas mínimas pero fundamentales a una base de millones en el núcleo del capitalismo global. Su derrota definitiva esta primavera, en medio de una atmósfera apocalíptica de enfermedad, depresión, e inquietud, ofrece una enorme tentación para que la izquierda caiga en la desesperación.

Ya hemos visto una variedad de propaganda contra Sanders y el legado de sus campañas, ya sea que esté influida por la extrema izquierda, complacida de pasar de una gran desviación hacia la política electoral; por el centro-liberal, deseoso de hundir toda posibilidad fuera del actual campo de visión; o por la derecha tradicionalista, muy feliz de solamente proclamar una retirada del ala izquierda de la guerra de clases a la cultural.

Mientras tanto, la prensa corporativa ha aprovechado la oportunidad de echar a Bernie — y su llamado insistente a la redistribución masiva de material, financiada con ganancias corporativas — directamente al basurero de la historia. Incluso las protestas masivas por el asesinato policial de George Floyd de alguna manera se convirtieron en una ocasión para que el New York Times anunciara el fin de la era de Sanders. “Bernie Sanders predijo la revolución, pero no ésta,” resonó el titular, partiendo del análisis del teórico de la interseccionalidad Kimberlé Crenshaw de que “toda cooperación que vale la pena” ahora ha superado a Sanders en la batalla contra el “racismo estructural y la lucha contra la negritud.” Adiós Acceso Médico para todos (Medicare for All), hola Jeff Bezos aplaudiendo contra “Todas las vidas importan” (All Lives Matter).

Estos son todos los artefactos de la derrota. Sanders perdió, y tanto sus amigos que sólo están en las buenas como sus enemigos permanentes ahora están ansiosos por mandarlo a la tumba. Pero ni una derrota en las urnas ni un cambio de discurso es motivo para abandonar la esencia de la lucha de Bernie. Las protestas masivas contra la violencia policial y el racismo sólo pueden comenzar a realizar sus objetivos si se unen a un movimiento democrático más amplio, al estilo de Sanders — lo suficientemente grande para dar forma a la política nacional y lo suficientemente decidido para desafiar al capital — capaz de ganar las concesiones materiales necesarias para una sociedad verdaderamente libre e igualitaria.

Un balance general preciso para las campañas de Sanders debe tener al menos dos columnas: la primera, una explicación de los logros, sustancial en sus proprios términos y sin precedentes en más de cincuenta años de historia política de los EE. UU.; y la segunda, un ajuste de cuentas con límites, que ahora, luego del 2020, parecen más grandes e intratables que en casi cualquier momento desde 2016.

A esta cuenta, podemos añadir una tercera columna, sobre las perspectivas de luchas futuras — acortado en el presente, borro en el futuro cercano, pero posiblemente más brillante en las próximas décadas.

Logro de Bernie: dos lecciones

Cuando Bernie Sanders anunció su candidatura en el 2015, su conferencia de prensa apareció en la página A21 del New York Times, muy por detrás de los artículos sobre la biblioteca presidencia de Obama, un escándalo de pruebas en escuelas de Atlanta, y el historial de Martin O’Malley’s como alcalde de Baltimore. Esto no fue más de lo que se necesitaba para una encuesta de candidatos al 3 por ciento, en un periódico que en realidad no había impreso las palabras “Acceso Médico para todos” (“Medicare for all”) en el año anterior de que Sanders entrara en la competencia.

Desde la perspectiva de 2020, es difícil recordar la estrechez del cinturón político que se ajustaba al liberalismo de izquierda estadounidense en los años previos a la primera campaña de Bernie. Mientras progresistas como Keith Ellison, Michael Moore, y Susan Sarandon instaban a Elizabeth Warren a postularse para la presidencia, el senador de Massachusetts apareció junto a Tom Perez en una cumbre de la AFL-CIO en enero del 2015. Allí, Warren ganó los titulares por su discurso “feroz” en el que denunción la “economía de goteo” y pidió nuevas regulaciones financieras, la aplicación de las leyes laborales existentes, protecciones para el Seguro Médico y la Seguridad Social, y un aumento no especificado en el salario mínimo.

“Lo sorprendente de esta agenda de facciones progresistas”, señaló Matthew Yglesis de Vox en ese momento, “es que realmente no hay nada con lo que Barack Obama o Hillary Clinton no estén de acuerdo.”

Hoy, ese paquete de reformas de 2015 se parece mucho a la plataforma Joe Biden 2020, y nadie, fuera de una pequeña casta de propagandistas profesionales, se ve afectado por llamarlo “de izquierda”. La guerra de los cinco años de Bernie, incluso en la derrota, le enseño a la izquierda estadounidense dos lecciones fundamentales.

Primero, demostró que las ideas socialdemócratas audaces, mucho más allá de las ambiciones regulatorias de los progresistas de la era de Obama, pueden ganar una base de masas en los Estados Unidos de hoy. Una exigencia intransigente para que el gobierno federal proporcione bienes sociales esenciales para todos los estadounidenses — desde el cuidado de la salud y la matrícula universitaria hasta el cuidado de las infancias y la licencia familiar — estuvo en el corazón del proyecto Sanders de principio a fin. Comenzando con el 3 por ciento en las encuentras y llevando a cabo dos campañas presidenciales casi en su totalidad con la fuerza de esta plataforma, Sanders construyó el desafío de izquierda más influyente en la historia moderna.

Sí, candidatos desde Jesse Jackson hasta Dennis Kucinich también apoyaron el seguro médico para todos (single-payer health insurance), pero sus campañas no terminaron con encuestas que mostraban que una nueva mayoría de estadounidenses respaldaba el Acceso Médico para Todos, y mucho menos supermayorías masivas entre demócratas y votantes menores de sesenta y cinco. Sí, los izquierdistas desde Michael Harrington hasta Ralph Nader habían declarado durante mucho tiempo que una clase corporativa bipartidista gobierna Estados Unidos, pero no convirtieron esa idea en un movimiento político capaz de ganar las primarias en New Hampshire, Michigan o California.

El éxito parcial de las campañas de Sanders tampoco es simplemente una “victoria discursiva” hueca. Ha presentado evidencia concreta para una proposición de la que los observadores políticos dominantes se burlaron hace cinco años, y que la propia izquierda estadounidense había anunciado grandiosamente en lugar de demostrar: que el “socialismo democrático,” dirigido por la oposición al gobierno de la clase multimillonaria y dedicado a los bienes públicos universales, puede ganar el apoyo de millones, no sólo de miles. Durante la última mitad del siglo, cualquier activista con un megáfono podría proclamar que esto es cierto, pero Bernie Sanders realmente lo demostró.

Por supuesto, así como la derrota de Bernie nos deja en claro, existe una gran brecha entre ganar las encuestas y ganar poder. Si las compañas de Sanders iluminaron los recursos políticos desconocidos de la socialdemocracia estadounidense, también revelaron, de manera dramática, la determinación de sus oponentes. Esta es la segunda lección práctica de la guerra de cinco años de Bernie: la unanimidad y ferocidad de la resistencia demócrata de élite, no sólo al propio Sanders, sino a la esencia de su plataforma.

En sus líneas generales, esto ha sido visible desde principios de la campaña de 2016, cuando los funcionarios del Partido Demócrata, los comentaristas en televisión y los escritores de prestigio — en todo un espectro ideológico, desde centralistas como Claire McCaskill y Chris Matthews hasta liberales como Barney Frank y Paul Krugman — desdeñaron universalmente la campaña de Sanders y su agenda.

También de otras formas, la profundidad de la oposición demócrata a Sanders no fue obvia hasta este año, ni para los aliados de Bernie ni para sus enemigos. A lo largo de febrero, cuando Sanders ganó New Hampshire y recorrió el campo en Nevada, los comentaristas centristas aterrorizados pidieron a los demócratas restantes en la contienda que se unan detrás de un solo candidato anti-Bernie. Pero su angustia palpable traicionó una creencia casi universal de que esto en realidad no sucedería. Que “una masa crítica” de rivales de Bernie se retire en el último minuto, informó el periódico New York Time el 27 de febrero, “parece el resultado menos probable”.

Todos sabemos lo que pasó después. Sólo tres días más tarde, en la noche anterior al Super Martes (Super Tuesday), Pete Buttigieg y Amy Klobuchar se retiraron repentinamente de la contienda y respaldaron a Joe Biden, junto con Beto O’Rourke, Harry Reid, y docenas de demócratas más prominentes y ex funcionarios de Obama.

Esta gran consolidación alrededor de Biden, luego de su victoria en Carolina del Sur, produjo quizá 100 millones de dólares en cobertura “gratuita” mediática elogiosa — más de lo que Sanders gastó en publicidad durante toda la campaña — comprimida en un solo fin de semana antes de la elección más crítica de las primarias. El resultado fue una estampida del Super Martes (Super Tuesday) para Biden, incluso en los estados donde Sanders había liderado el grupo una semana antes, desde Maine hasta Texas. Le dio a Biden una ventaja dominante que nunca abandonó.

En retrospectiva, puede parecer desesperadamente ingenuo que Sanders y sus aliados hayan contado con una división indefinida del campo demócrata. Sin embargo, hay una razón por la que incluso los enemigos acérrimos de Bernie compartían los mismos cálculos, con docenas de operativos del partido que dijeron al Times a finales de febrero que podría necesitar una convención negociada para detenerlo.

Después de todo, Buttigieg fue proclamado el ganador en Iowa y terminó en segundo en New Hampshire; nunca desde el nacimiento del sistema primario moderno un candidato con este perfil había abandonado la contienda tan pronto. Incluso como un movimiento ideológico para estrangular a la izquierda, la coalición de Biden no tenía precedente en su rapidez y coordinación casi perfecta. Cuando Jesse Jackson amenazó brevemente con tomar al Partido Demócrata por asalto en 1988, los rivales Michael Dukakis, Al Gore, Dick Gephardt, y Paul Simon permanecieron en la contienda hasta finales de marzo, cuando se completaron más de treinta y cinco contendientes primarios.

Esta vez, las fuerzas centrales del grupo de poder lograron despejar el campo después de solo cuatro primarias, dejando solo una única alternativa centrista a Biden, el vanidoso multimillonario Michael Bloomberg. (La persistencia de Elizabeth Warren en la competencia solo ayudó al frente anti-Sanders, ya que ella era más probable que desviara votos de la izquierda que del centro.) Y después del Super Martes, por supuesto, Bloomberg renunció rápidamente y respaldó a Biden. Warren, cuando ella dejó la contienda, no le haría tal favor a Sanders.

Aunque, en muchos sentidos, el Partido Demócrata de 2020 es mucho más débil de lo que era hace treinta años — controla once legislaturas estatales menos, por ejemplo — el actual liderazgo demócrata, en su influencia sobre los políticos del partido, es más fuerte que nunca. Buttigieg, quién había hecho una dura campaña en los estados del Super Martes — el 29 de febrero, realizó el mitin más grandes de las primarias en Tennessee — no se retiró debido a una actuación predeciblemente pobre en Carolina del Sur. (Incluso ahí, todavía terminó por arriba de Warren por cuarta carrera consecutiva.)

Buttigieg abandonó abruptamente millones de dólares en publicidad y quizá treinta mil voluntarios del Super Martes porque Barack Obama se lo dijo — y porque él sabía que sus propias perspectivas de carrera, en el actual Partido Demócrata, dependen menos de ganar el apoyo popular en su nombre que de unirse valientemente al esfuerzo del equipo para detener a Sanders y “salvar el partido”.

La velocidad y minuciosidad de esta consolidación de élite — que también convirtió a Biden en un favorito instantáneo de la clase de donantes — se mofa de la idea inverosímil, planteada por algunos reporteros y comentaristas, de que Sanders desperdició una oportunidad de oro para ganarse al grupo de poder demócrata a través de los mejores modales.

Obama, Hillary Clinton, y sus aliados corporativos — sin importar los consultores, los administradores de fondos de cobertura y los directores ejecutivos de tecnología que construyeron el “alcalde Pete” — no decidieron caprichosamente cerrar filas contra Bernie porque él no hizo suficientes llamadas telefónicas en búsqueda de respaldo después de Nevada. Su intensa oposición ideológica al proyecto de Sanders ha sido evidente durante mucho tiempo; lo que no sabíamos es qué tan rápida y eficazmente esa oposición privada podría traducida en hechos reales.

Esta dura lección no solo es suficiente para prevenir que cualquiera en el bando de Sanders busque concesiones significativas de la campaña de Biden; subraya los agudos límites de cualquier política institucional dentro del Partido Demócrata existente. Independientemente de lo que piensen los votantes demócratas — y a la mayoría de ellos les gusta la plataforma de Bernie Sanders — la mayor parte de los funcionarios demócratas se opone a ambos con un vigor organizado que rara vez llevan a combatir con los republicanos.

En el 2016, Sanders ganó más del 40% del voto popular en las primarias, pero obtuvo el respaldo de sólo el 3.7% de los demócratas del Congreso (7 de los 187 representantes). Contra un campo mucho más concurrido en 2020, Sanders ganó las primeras tres contiendas y alrededor del 35% de los votos, pero obtuvo el apoyo de solo el 3.8% de los demócratas del Congreso (9 de 232). Eso no es un marcador de progreso institucional.

Incluso el Caucus Progresista del Congreso (Congressional Progressive Caucus) (CPC), cuyos copresidentes le dieron a Sanders un apoyo ostentoso, brindó más apoyo a Biden (doce miembros) que a Sanders (ocho miembros) antes del Super Martes. En la breve contienda bidireccional entre el 3 y el 17 de marzo, Biden acumuló veinte respaldos adicionales de CPC, en comparación con sólo uno para Sanders.

En este aspecto crítico, el Partido Demócrata institucional realmente no se “movió a la izquierda” en absoluto entre 2015 y 2020. Sí, varios elementos de la agenda de Sanders han migrado a las plataformas del partido y los sitios web de campaña, y algunas políticas de izquierda, como los $15 de salario mínimo, incluso se han introducido a nivel estatal. Pero en la política nacional, la línea que protege el flanco izquierdo del partido — una barricada de acero que separa la política de desdén al estilo de Obama de las demandas al estilo de Sanders de atención médica pública universal, educación y apoyo familiar — está vigilada ahora más que nunca.

Este conocimiento ganado con esfuerzo es en sí mismo un arma contra las élites liberales que generalmente prefieren ocultar las diferencias en lugar de luchar por ellas. “Las ideas de Bernie Sanders son tan populares que Hillary Clinton las sigue”, dijo Vox en abril del 2015. Por supuesto, los demócratas volverán a difundir este mensaje en 2020, pero para los millones de votantes de Sanders que acaban de ver al grupo de poder en el partido pasó cinco años sofocando una plataforma de Acceso Médico para Todos y una universidad pública y gratuita, es mucho más difícil de vender.

El mayor logro de la guerra de cinco años de Bernie es entonces un movimiento vigorizado y clarificado para el socialismo democrático estadounidense — recientemente optimista sobre el atractivo de su plataforma, pero íntimamente consciente del poder de sus enemigos. Sanders ha dejado a la izquierda en una posición más fuerte de lo que la encontró, tanto más grande como más consciente de sí misma, y mucho menos tentada por la amarga futilidad de las campañas de terceros o las porristas empalagosas de los “progresistas” aprobados por el partido.

Sin embargo, aquí es donde comienza el verdadero problema. La izquierda, después de Bernie, finalmente ha crecido lo suficientemente fuerte como para saber cuán débil realmente es.

El problema esencial, después de todo, no es que la élite empresarial esté al mando de los políticos demócratas — es que todavía controlan a la mayoría de los votantes primarios demócratas. Dada una clara elección entre la demanda de Bernie de otro Nuevo Acuerdo y el llamado de Biden a un “regreso a la normalidad”, alrededor del 60 por ciento de los demócratas que acudieron a las urnas aparentemente eligieron a Warren G. Harding sobre Franklin D. Roosevelt.

La cruda verdad, que se demostró con dureza a lo largo de estos seis abriles, es que aún no existe una mayoría socialdemócrata dentro del electorado demócrata, mucho menos en Estados Unidos en su totalidad. Sanders le ha dado a la izquierda una nueva relevancia en la política nacional, pero para dar el salto desde la relevancia hacia el poder, necesitamos construir esa mayoría — y este no es el trabajo de uno o dos ciclos electorales, sino al menos otra década, y tal vez más.

Una mirada más cercana a la derrota

En el 2016, Bernie Sanders lideró la campaña primaria de izquierda más grande en la historia del Partido Demócrata, ganando muchos más votos y delegados que Jesse Jackson, Ted Kennedy o incluso más que el victorioso George McGovern. Él entró en la competencia del 2020 como un contendiente serio, no como un perdedor a largo plazo. Sin embargo, al final Joe Biden venció a Sanders con una coalición de votantes que ambos se parecían y se diferían sutilmente de la coalición que impulsó a Hillary Clinton a la nominación en 2016.

Una mirada a los resultados locales de las dos elecciones sugiere que Sanders fue derrotado por tres factores claves en 2020: Primero, a pesar de un esfuerzo sustancial, la campaña de Bernie luchó por abrirse camino con los votantes negros, lo que resultó ser un problema mucho más intratable de lo que parecía hace cuatro años. Segundo, y de manera relacionada, a pesar del considerable éxito en la obtención del apoyo de la clase trabajadora en comparación con el 2016 — principalmente entre los votantes latinos — la campaña no logró generar una mayor participación entre los votantes de la clase trabajadora de todas las razas. Finalmente, sobre todo, Bernie se vio abrumado por un aumento masivo de la participación del grupo demográfico de más rápido crecimiento del Partido Demócrata: exvotantes republicanos en barrios suburbanos abrumadoramente blancos, ricos y bien educados.Analicemos cada uno de estos por turnos.

Luchando para ganar votantes negros

Después de la campaña del 2016, en la que los esfuerzos de Sanders con los votantes negros le costaron caro, la campaña del 2020 realizó una serie de esfuerzos bien documentados para llamar la atención de los afroamericanos, tanto en sustancia como en estilo. El objetivo, como ha argumentado Adolph Reed Jr y Willie Legette, nunca fue ganar un “voto negro” singular, homogéneo y mítico — pero para competir en una elección primaria demócrata, Sanders necesitaba convencer a muchos más votantes negros.

En 2019, la campaña lanzó un plan ambicioso para financiar colegios y universidades históricamente para la comunidad negra; con el apoyo de académicos como Darrick Hamilton y líderes como Jackson, Mississippi, el alcalde Chokwe Antar Lumumba, Sanders arremetió la brecha de riqueza racial y entregó planes sustantivos para cerrarla. Su campaña invirtió recursos en Carolina del Sur, que Sanders visitó más veces que Joe Biden o Elizabeth Warren; el propio Biden participó en The Breakfast Club (podcast) y dijo que su campaña de 2016 había sido “demasiado blanca”.

Nada de eso pareció marcar una diferencia visible. En Carolina del Sur, donde Sanders ganó 14 por ciento de los votantes negros en el 2016, las encuestas de salida mostraron que ganó el 17 por ciento en 2020. En los cinco condados del estado con la población negra superior al 60 por ciento, Sanders aumentó su porcentaje de votos del 11 al 12 por ciento.

No fue bueno para él el Súper Martes ni el periodo posterior. En el sur rural, desde el este de Carolina del Norte hasta el oeste de Mississippi, Sanders luchó por romper el umbral del 15 por ciento en los condados de mayoría negra. En algunos vecindarios urbanos negros, como Northside Richmond y Third Ward in Houston, logró pequeños avances en su línea de base del 2016, ocasionalmente ganando hasta un tercio de los votos; pero en otros vecindarios, como el sureste de Durham y el norte de St. Louis, Sanders le fue aún peor. En general, Biden lo golpeó tanto como lo había hecho Clinton cuatro años antes.

Después del 2016, todavía era posible argumentar, con optimismo, que las preferencias de los votantes negros reflejaban la ventaja de Clinton en el reconocimiento del nombre y los recursos, junto con la necesidad de Sanders de concentrarse en las primeras contiendas en Iowa y New Hampshire. Los mejores datos de la cuenta mostraron un apoyo confiable y entusiasta de la comunidad negra a los temas centrales de la agenda socialdemócrata de Bernie. Con mensajes mejorados y una inversión más seria en el alcance de los votantes, seguramente un candidato insurgente de izquierda podría romper la “contrafuegos” del grupo de poder demócrata y ganar una gran parte de los votantes negros.

Bernie Sanders no fue ese candidato, ni en 2016 ni en 2020. Pero después de años de lucha, es hora de revisar la suposición de que una política, mensajes y tácticas superiores son suficientes para que cualquier insurgente superara al grupo de poder demócrata en el apoyo de los votantes negros. Después de todo, Sanders está lejos de ser el único candidato de izquierda que ha lucha en este frente.

En las elecciones a la alcaldía de Chicago en el 2015, Rahm Emanuel venció a Chuy García con enormes márgenes entre los votantes negros; el mismo fenómeno fue visto en las elecciones para gobernador en Virginia, New Jersey, Michigan, y New York, donde los votantes negros apoyaron abrumadoramente a Ralph Northam, Phil Murphy, Gretchen Whitmer y Andrew Cuomo contra los forasteros progresistas. En la competencia del año pasado para fiscal del distrito de Queens, Melinda Katz apenas superó a Tiffany Cabán con el fuerte apoyo de los votantes negros en Southeast Queens.

Tampoco a los candidatos negros antisistema necesariamente les ha ido mucho mejor con los votantes negros en las primarias. La reciente victoria de Jamaal Bowman sobre Eliot Engel es una Victoria significativa e inspiradora para la izquierda, pero no muchos candidatos de izquierda han tenido la ventaja de enfrentar a un oponente blanco severamente desconectado de la realidad en un distrito de pluralidad negra. Con mucha más frecuencia, en diferentes circunstancias, el resultado ha sido al revés. En la competencia por la alcaldía de Atlanta en 2017, Keisha Lance Bottoms, la favorita de los partidos aliados del sector empresarial, derrotó a Vicent Fort, quien había sido respaldado por Bernie Sanders y por Killer Mike. Y en las contiendas del Congreso desde St. Louis y Chicago hasta Columbus, Ohio y el condado de Prince George, Maryland, las campañas de insurgentes progresistas negros no se han disparado, y los votantes negros, en última instancia, ayudando a los titulares respaldados por el grupo de poder para alcanzar la victoria en las urnas.

El apoyo de los votantes negros a los demócratas de la línea principal es una tendencia más amplia en la política estadounidense — una tendencia que se acerca al estado de un hecho fundamental — y no se puede explicar con referencia a Bernie Sanders solo.

Después del 2016, algunos argumentaron que un enfoque más claro en la justicia racial y un esfuerzo concertado para atraer a los activistas podrían impulsar una campaña de izquierda con votantes negros. Pero la competencia del 2020 ofreció escasa evidencia para esa propuesta, ya sea en el desempeño de Sanders o en las frustraciones de la campaña de Elizabeth Warren, cuya plataforma incluía un enfoque destacado en la mortalidad materna negra, subsidios para empresas de propietarios negros y reformas específicas para apoyar a los “agricultores de color”.

Esta retórica ganó organizadores negros en masa, pero casi ningún voto negro: entre los afroamericanos, las encuentras de salida mostraron que Warren estaba detrás no sólo de Biden y de Sanders, sino también de Bloomberg, en todos los estados, incluido el suyo. En los condados rurales de mayoría negra de Carolina del Norte, los granjeros de color no recurrieron a Warren, quien en realidad recibió menos votos que “sin preferencia”.

Otra opinión popular es que los votantes negros son los que más tienen que temer de Donald Trump y de los republicanos y, por lo tanto, tienden a favorecer a los candidatos moderados y convencionalmente “elegibles”. Pero si bien las preocupaciones sobre la elegibilidad seguramente jugaron una parte clave en la derrota de Bernie en 2020, hay poca evidencia que sugiera que les importó más a los demócratas negros que a los demócratas blancos (en todo caso, las encuestas sugieren lo contrario). El miedo a la derrota de las elecciones generales tampoco puede explicar por qué los votantes negros favorecieron a Joe Crowley sobre Alexandria Ocasio-Cortez, a Andrew Cuomo sobre Cynthia Nixon, o a los líderes del grupo de poder en otras áreas de color azul profundo donde los republicanos son desterrados de la política en conjunto.

El fenómeno tampoco puede explicarse por un conservadurismo ideológico actual, ni por ninguna indecisión real para respaldar una política de redistribución material. De hecho, los votantes negros apoyan Acceso Médico para Todos en tasas más altas que casi cualquier otro grupo demográfico del país.

Por otro lado, el conservadurismo institucional de la mayoría de los líderes electos negros continúa apilando la baraja contra la política de izquierda. Poderosos políticos negros como Jim Clyburn y Hakeem Jeffries, como ha argumentado Perry Bacon Jr, apoyan al grupo de poder porque “son parte del grupo de poder”. El congresista negro Caucus no ha tratado de disfrazar su feroz hostilidad hacia los desafíos primarios de izquierda, incluso cuando los retadores progresistas son negros, como Bowman y Mckayla Wilkes, y los titulares centristas son blancos, como Engel y Steny Hoyer.

Superar la oposición casi unánime de los líderes negros electos es bastante difícil, pero el problema para los insurgentes de izquierda es aún mayor: es difícil ganar votantes negros compitiendo contra un sistema de partido cuya figura excelsa sigue siendo, después de todo, el primer presidente negro de Estados Unidos. En la era de Obama, como demostró la campaña primaria de Joe Biden, los votantes negros de las primarias pueden sentirse más motivados por apelaciones a la continuidad institucional que por la identidad personal (como aprendió Kamala Harris) o la ideología política.

Después de cincuenta años viviendo en un sistema en el que un cambio material profundo parece casi imposible — y, como resultado, la política negra, como muchas otras zonas de la política, se ha vuelto en gran medida afectiva y transaccional — ese sentimiento es comprensible. Por supuesto, los votantes negros deben ser una parte fundamental de cualquier mayoría de la clase trabajadora. Pero mientras todas las figuras políticas negras con una posición institucional significativa permanezcan vinculadas al liderazgo del partido de Obama y sigan invirtiendo en usar ese vínculo para derrotar los desafíos de la izquierda, los candidatos antisistema enfrentarán dificultades.

Si hay esperanza para la izquierda aquí, es que el apoyo de la comunidad negra a los demócratas del grupo de poder sigue siendo tenaz en lugar de entusiasta — un fuerte apoyo de un grupo de votantes relativamente pequeño en las primarias. Dejando a un lado los alardes de campaña y las presiones de la prensa, no hubo un aumento de la participación negra para Joe Biden. Durante las primarias de marzo, incluso cuando la participación general demócrata se disparó en comparación con el 2016, cayó absolutamente en los vecindarios negros de todo el país.

En Michigan, la participación demócrata floreció con más de 350,000 votos pero decayó en el primer y segundo distrito de Flint, donde la participación disminuyó de más del 25 por ciento de los votantes registrados a menos del 21 por ciento. Se registraron disminuciones similares a partir del 2016 en Ferguson, Missouri, en North St. Louis, en Kashmere Gardens, Sunnyside y Crestmont Park en Houston, y en el sureste de Durham — incluso cuando la participación demócrata en todo el estado se disparó en Missouri, Texas y Carolina del Norte.

Esto sigue un patrón ya evidente en las elecciones generales de 2016, en las que los votantes negros pobres y de la clase trabajadora — como los votantes de la clase trabajadora en general — parecen constituir una parte cada vez más pequeña de la activa coalición de votantes demócratas.

Eso no es un consuelo para Bernie Sanders, cuya campaña se basó en su capacidad para ayudar a generar la participación de la clase trabajadora en la política. Pero sí sugiere que, de alguna manera, las luchas de izquierda con los votantes negros son un síntoma específico de una enfermedad más generalizada. La campaña de Sanders, tanto en sus notables fortalezas como en sus fatales debilidades, iluminó el gran problema que ha plagado a la política de izquierda en gran parte del mundo desarrollado: la incapacidad de movilizar, y mucho menor organizar, a la mayoría de las y los trabajadores.

Complejidades de la clase trabajadora

Este es quizá el hecho central de la política transatlántica en los últimos cincuenta años. En su reciente libro, Capital e Ideología (Capital and Ideology), Thomas Piketty ofrece un resumen eficiente del problema básico: desde la década de 1960, los partidos de centroizquierda en Europa y América del Norte han perdido el apoyo de la clase trabajadora tradicional, transformándose en una “izquierda brahmán”, que depende de manera crucial de los votos de profesionales.  (Los partidos conservadores, aunque obtienen más votos de la clase trabajadora, permanecen en gran medida bajo la esclavitud de un “derecho mercantil” dominado por las empresas.)

Las causas detrás de este cambio en la izquierda son discutidas: Piketty, junto con Jacobin y otros críticos socialistas, culpa al capitalismo globalizado, el declive del trabajo organizado y el giro político centrista de los principales líderes de los partidos; mientras tanto, mucho liberales — irónicamente unidos por la derecha “populista” — tienden a enfatizar el conservadurismo cultural cada vez más agudo de las mayorías étnicas dentro de la clase trabajadora.

En la medida en que Bernie Sanders intentó revertir esta tendencia global en el espacio de dos elecciones primarias presidenciales, fracasó. Sin embargo, la dinámica de este fracaso es más compleja de lo que la mayoría de los análisis hasta ahora han reconocido.

En comparación con el 2016, la campaña de Sanders en 2020 luchó con lo que los expertos llaman “la clase trabajadora blanca”: votantes blancos sin título universitario. Contra Hillary Clinton, la fuerza de Bernie con esta parte del electorado primario lo impulsó a la victoria en estados como Indiana y Virginia Occidental. Pero esta primavera, como han señalado muchos analistas, Joe Biden le dio la vuelta a Sanders y lo derrotó en los condados predominantemente de clase trabajadora blanca en el sur y medio oeste.

En retrospectiva, parece claro que parte de la antigua fuerza de Sanders en estas áreas se debió a la coyuntura particular de la campaña de 2016. Las asambleas electorales de baja participación exageraron el apoyo rural real de Bernie en estados como Maine, Minnesota y Washington; una profunda hostilidad hacia Clinton, como algunos sospechaban en ese momento, parece haber impulsado su total de votos en todas partes, y particularmente en regiones conservadoras como los Apalaches, los Ozarks y las Grandes Llanuras.

El principal oponente de Bernie en 2020 era mucho más fuerte en este terreno. Aunque el historial real de Biden en el Senado es el de un neoliberal corporativo ejemplar — si no es hostil a los intereses de la clase trabajadora, es apático — una combinación de edad, astucia e imbecilidad bondadosa le han permitido, incluso y quizá especialmente en sus años de declive, producir una impresión efectiva de una raza desaparecida de demócratas del New Deal, lo suficientemente experimentados como para conocer su camino en Washington, pero siempre dispuestos a dar un puñetazo por “el pequeño”. En este sentido, la campaña de Sanders sabía desde el principio que Biden sería un rival formidable para los votos de la clase trabajadora blanca y negra por igual.

Pero la diferencia más significativa entre el 2016 y el 2020 es, por mucho, la presidencia en función de Donald J. Trump. Desde la creación del sistema moderno de primarias, la presencia de un rival en la Casa Blanca ha llevado casi siempre a los partidos de la oposición a elegir candidatos percibidos como moderados y seguramente elegibles: Mitt Romney en 2012, John Kerry en 2004, Bob Dole en 1996, Bill Clinton en 1992, y Walter Mondale en 1980, todos encajan en ese molde. (La única excepción parcial es la de Ronald Reagan en 1980, y el presidente en función al que se enfrentó, Jimmy Carter, era tan débil que ni siquiera pudo evitar un serio desafío en sus propias primarias.) Aparentemente candidatos más arriesgados como Trump y Barack Obama, con relaciones más ambivalentes con el grupo de poder de su partido, han prosperado sólo en elecciones de año abierto.

El efecto titular ha obstaculizado a los aspirantes a las primarias durante cuarenta años, pero nunca ha sido más fuerte que en 2020, cuando una mayoría dominante de demócratas creía que vencer a Donald Trump era más importante que todas las demás cuestiones juntas. Incluso en 2004, mucho menos de la mitad de ese electorado demócrata memorablemente nervioso dijo que vencer a George W. Bush era tan importante.

Cualquier intento de explicar la derrota de Bernie principalmente a través de la deserción de los trabajadores blancos debe fundarse en el hecho más amplio de que Sanders perdió terreno frente a Biden con cada grupo de votantes blancos. (Cuanto más rico es el grupo, más terreno pierde — pero más adelante se hablará de ello.) Un efecto predominante general, como ha argumentado Dustin Guastella en Jacobin, fue mucho más significativo que cualquier cuestión específica de tácticas de campaña o señalización cultural.

De hecho, es fácil exagerar la magnitud de la derrota de Bernie entre la llamada “clase trabajadora blanca”. En prácticamente todos los estados, Sanders obtuvo mejores resultados entre los votantes blancos sin título universitario que entre sus homólogos con mayor nivel educativo.

En Iowa, New Hampshire, Nevada, Carolina del Sur, California, Texas, Colorado y Vermont, Sanders lideró o empató con Biden entre los votantes blancos sin título. En todos los estados, Sanders obtuvo mejores resultados con hombres blancos de clase trabajadora, ganando directamente en todos los estados mencionados, además de Carolina del Norte, Tennessee, Maine y Washington. Tanto en Michigan como en Missouri, Sanders quedó por detrás de Biden por menos de 5 puntos entre los hombres blancos sin título universitario — pero Biden ganó a las mujeres de este grupo por 17 y 30 puntos, respectivamente.

Las dificultades particulares de Bernie con las mujeres — mucho más preocupadas por vencer a Trump que los hombres, según las encuestas — sugieren además que la disminución de su apoyo de la clase trabajadora blanca tuvo menos que ver con la cultura o la ideología que con su percepción de elegibilidad.

Un análisis serio de clase de la evolución de la coalición de Sanders también debe tener en cuenta el grupo masivo que Bernie trajo al redil este año — los votantes latinos, la porción de más rápido crecimiento del electorado de clase trabajadora de Estados Unidos. En todo el gran suroeste, desde el Río Grande en Texas hasta el Valle Central de California, Sanders dominó los distritos latinos que había perdido mayoritariamente ante Hillary Clinton en 2016. En los barrios con gran número de latinos, desde el este de Los Ángeles hasta el norte de Houston, el “Tío Bernie” a menudo ganó más votos que Biden, Bloomberg y Warren juntos.

Esto no fue un fenómeno regional, ni se limitó a las zonas mexicanoamericanas.  Sanders también se impuso entre los votantes puertorriqueños y dominicanos de clase trabajadora en Holyoke y Lawrence, Massachusetts, así como en los barrios de inmigrantes centroamericanos del centro de Los Ángeles y del suroeste de Houston.

En casi todos estos lugares, Sanders tuvo que superar la oposición de la clase política latina, que apenas le era más favorable que la clase dominante política negra. A principios de marzo, Sanders sólo había recibido dos apoyos de la asamblea hispana del Congreso; Biden tenía catorce. Sin embargo, no existe un Obama latino, y los lazos institucionales que unen a los votantes latinos con la clase dominante demócrata, según hemos aprendido este año, pueden ser relativamente débiles.

Al final, pocos líderes latinos electos entregaron sus constituyentes a Biden. En cuatro distritos del Congreso del sur de California representados por Lucille Roybal-Allard, Lou Correa, Tony Cárdenas, y Juan Vargas — todos ellos respaldados por Biden — Sanders venció a sus múltiples rivales con una mayoría absoluta de votos.

En términos numéricos, las enormes ganancias de Bernie con los latinos pueden haber compensado el descenso de su apoyo de la clase trabajadora blanca. Y dado que Sanders ganó a estos votantes, en gran parte, redoblando la apuesta por las cuestiones redistributivas “del pan de cada día” que más valoran los votantes latinos, es posible que la coalición de Sanders de 2020, aunque sea más pequeña que la del 2016, esté aún más arraigada en la clase trabajadora estadounidense. Ciertamente, dado este cambio significativo, es demasiado pronto para escribir epitafios sobre la posibilidad de una política clasista dentro del Partido Demócrata.

Sin embargo, incluso este revestimiento de plata conlleva un inevitable toque de gris. Sanders ganó de forma abrumadora en las zonas de mayoría latina, pero sobre todo sin aumentar la participación de los votantes. En el distrito de clase trabajadora de Roybal-Allard en el sur de Los Ángeles, que Bernie ganó con casi el 57% de los votos — su mejor distrito en el país — acudieron a las urnas casi diez mil votantes menos que en el 2016. El mismo patrón se mantuvo en muchas de las áreas más fuertes de Bernie en el sur de California. Y en el Valle del Río Grande de Texas, y en los barrios de mayoría latina de Houston, Sanders ganó de manera decisiva, pero sobre todo la participación demócrata (como proporción de votantes registrados) se mantuvo estable o disminuyó con respecto a 2016.

Esto sugiere que los esfuerzos de divulgación latina de su campaña tuvieron un enorme éxito en convencer a los votantes de Clinton de 2016 para que se subieran al autobús de Bernie — una hazaña impresionante en sus propios términos — pero menos éxito en atraer a la política a nuevos votantes latinos de la clase trabajadora. La otra posibilidad, no más inspiradora, es que los nuevos votantes latinos que Sanders ganó fueron compensados por un número igualmente grande de votantes que abandonaron el electorado de las primarias en 2020.

Es sólo una enumeración más del problema elemental al que se enfrenta cualquier esfuerzo por presentar candidatos de izquierda en el Partido Demócrata: el declive relativo de la participación política de la clase trabajadora — tanto negra como morena y blanca.

De la Patagonia a Halliburton

En la prensa dominante, la derrota de Sanders en Michigan, el Waterloo de su campaña de 2020, se atribuyó en gran medida a la deserción de los votantes de la clase trabajadora que le habían impulsado a la victoria hace cuatro años. Sin embargo, entre los votantes de Michigan que ganan menos de 50,000 dólares por años, superó a Joe Biden por 7 puntos — un margen mayor que en 2016, cuando le ganó a Hillary Clinton por solo 3 puntos con ese mismo grupo.

Sanders no fue derrota en absoluto por los votantes de bajos ingresos, quiénes le dieron un sólido apoyo en Michigan y en otros lugares. Tampoco el verdadero golpe vino de los votantes de la clase trabajadora o de la clase media baja de ningún tipo. Vino, con una fuerza devastadora, de los suburbios ricos.

En el condado Wayne de Detroit, Sanders perdió casi por el mismo margen que en 2016. En el condado de clase media de Macomb, sede ancestral de Demócratas por Reagan y de Votantes Obama-Trump, Sanders recibió un duro golpe, perdiendo por veinte mil votos más que en 2016. Pero en los suburbios ricos y de gente con educación del condado de Oakland — el condado más rico en Michigan — el déficit de Bernie aumentó en cincuenta mil votos.

Un examen más detallado de los resultados del distrito electoral de las tres comunidades más pequeñas de Michigan lo aclaran aún más. Los dos distritos de clase trabajadora del noroeste de Flint, entre los que se encuentran algunos de los barrios en los que los niños estuvieron notoriamente expuestos al plomo en el agua de la ciudad, son negros alrededor del 90 por ciento. Los siente distritos del norte de Bay City, cerca de Saginaw, son blancos un 85 por cierto, pero al igual que Flint, la ciudad se ha visto castigada por la desindustrialización, y en particular por el declive de General Motors. Mientras tanto, la próspera ciudad de Birmingham, en el condado de Oakland — hábitat original del propietario de un suburbio, Tim Allen — presume de valores medios de la propiedad (488,000 dólares) y de niveles de renta (117,000 dólares) entre tres y cinco veces superiores a los de Bay City o Flint.

Los tres distritos son mayoritariamente demócratas; todos tienen entre 16,900 y 18,100 votantes registrados. En los distritos del noroeste de Flint, donde la participación disminuyó, Biden obtuvo en realidad 600 votos menos de los que recibió Clinton en 2016. En la mayor parte del norte de Bay City — incluido el barrio de clase trabajadora donde nación Madonna Louise Ciccone, hija de un trabajador de General Motors — Biden obtuvo 300 votos más que Clinton, lo suficiente para vencer a Sanders en toda la ciudad. Pero entre las altas vallas de los patios traseros y los caros mega garajes de Birmingham, Biden recogió casi 2,300 votos — más que suficientes para enterrar a Bernie Sanders bajo un montón de productos de lujo para la mejora del hogar.

Este mismo patrón se repitió en todos los estados y áreas metropolitanas donde se celebraron elecciones primarias. Desde las comunidades de jubilados frente a la playa de la costa de Carolina del Sur hasta las mansiones de ranchos con columnas de Contra Costa, California, dondequiera que la participación demócrata subió con respecto al 2016, subió más en los suburbios más ricos y blancos, quienes lanzaron su peso colectivo contra Bernie Sanders.

En Carolina del Norte, donde el voto demócrata total descendió desde los pantanos del este hasta las montañas del oeste, los suburbios ricos de Raleigh y Charlotte experimentaron subidas de entre el 40 y el 50 por ciento respecto a 2016. En Missouri, donde el voto disminuyó tanto en Ferguson como en los Ozarks, subió un 50 por ciento en los recintos de los clubes de campo del condado de St. Louis. Y en el rico condado de Fairfax, Virginia, el arquetipo de la estrategia suburbana de los demócratas del siglo XXI, el voto en las primarias se disparó un 70%, con casi cien mil nuevos votantes uniéndose al partido de Biden.

En muchas zonas, el poder de la oleada suburbana fue tan grande que incluso comunidades ricas muy pequeñas tuvieron un mayor impacto en las elecciones que zonas de clase trabajadora mucho más grandes. En Massachusetts, comparado con el 2016, Sanders perdió más votos frente a Biden y Bloomberg en sólo tres elegantes pueblos de la costa sur — Hingham, Duxbury y Norwell (población total: 51, 753) — que en todo el condado de Hampden, donde se encuentra la ciudad de Springfield y sus suburbios de clase trabajadora (población: 466,372).

El otoño pasado, con Elizabeth Warren a la cabeza de las encuestas demócratas, el debate giró en torno al papel de los llamados demócratas de la Patagonia: liberales adinerados en distritos profundamente azules que habían acudido a la agenda política planificada de Warren. Al igual que muchos partidarios de Sanders, yo era escéptico ante la afirmación de que esos votantes de clase profesional — independientemente de lo que dijeran a los encuestadores — pudieran realmente servir de base electoral para un programa redistributivo.

Pero en retrospectiva, ni Jacobin ni Vox anticiparon la verdadera historia de las primarias de 2020, que no involucró a los liberales del estilo Warren, sino a una tribu conservadora de suburbanistas adinerados — republicanos desafectos quienes, desde las elecciones de 2016, se han lanzado a la política del Partido Demócrata. En todo el Cinturón del Sol, desde los contratistas de defensa del norte de Virginia hasta las corporaciones energéticas de Texas y California, Joe Biden fue impulsado no sólo por demócratas de la Patagonia, sino por los recién descubiertos demócratas de Chevron, Raytheon y Halliburton.

Después del 2016, el “republicano nunca-Trump (Never-Trump)” se convirtió en un chiste en la izquierda — en un partido donde Trump gozaba de un 90% de aprobación, críticos engreídos como Jennifer Rubin y David Frum aparecieron para formar una página editorial cuya plantilla era mayor que sus lectores. Pero en 2020, estos neoconservadores nunca-trumpistas rieron al último. Rebautizados astutamente como expertos “moderados”, perdonados por su apoyo a la guerra de Irak, y con grandes plataformas en los medios de comunicación corporativos liberales, resultó que su verdadera audiencia no era republicana en lo absoluto, sino los suburbanos afluentes del estado púrpura, que compartían tanto su disgusto cultural por Trump como su oposición material a Sanders.

Aunque la participación demócrata aumentó en todos los suburbios ricos, desde Silicon Valley hasta el área metropolitana de Boston, se aprecia un patrón claro: cuanto más rico y conservador es el suburbio, más dramáticos son los aumentos. En Virginia, el asombroso aumento del 70% del condado de Fairfax fue superado por el condado vecino de Loudon — el condado más rico de los Estados Unidos — donde la participación demócrata casi se duplicó con respecto a 2016.

Una vez más, la imagen es más vívida a nivel barrial. En el área metropolitana de Houston, Biden obtuvo algunas de sus ganancias más impresionantes en suburbios ricos y tradicionales republicanos como Bellaire y West University Place, que pasaron de Mitt Romney a Hillary Clinton en 2016 y ayudó a Lizzie Pannill Fletcher a ser electa para el Congreso en 2018. La participación en las primarias en estas zonas se duplicó con respecto a hace cuatro años, lo que refleja el éxito del esfuerzo concertado de los demócratas para retener a los votantes de Romney-Clinton.

Y en términos relativos, las ganancias de participación más asombrosas no se produjeron en los recintos de Houston que los demócratas ganaron en 2016 o 2018, sino en los que perdieron. En los distritos extremadamente ricos (con dinero proveniente del petróleo) y conservadores de River Oaks, Afton Oaks y Tanglewood — el vecindario donde Jeb y George W. Bush crecieron — la participación demócrata a menudo se triplica, y casi toda va para Biden o para Bloomberg.

Algunos de estos votantes, sin duda, sólo votaron en unas primarias demócratas abiertas porque no había oferta republicana competitiva. (En ese sentido, el efecto cobró otro peaje masivo en la campaña de Sanders de 2020.) Y si Trump es repudiado convincentemente en noviembre, una fracción de estos ricos suburbanos podría intentar volver a un Partido Republicano humillado.

Sin embargo, es probable que más de ellos se queden como demócratas de Halliburton. La oleada suburbana de 2020 encaja en un patrón más amplio: en el histórico distrito de Tanglewood de la familia Bush, los demócratas obtuvieron menos del 18% del voto en las elecciones generales en 2012, pero casi el 30% en 2016 y más del 34% en 2018, con un porcentaje mayor probablemente en 2020.

En las últimas semanas, incluso cuando los demócratas han tratado de presentarse como el partido de George Floyd, es conveniente saber que River Oaks de Houston — hogar de Joel Osteen y del exdirector general, Jeffrey Skilling — ahora cuenta con una mayor participación en las primarias demócratas que el Third Ward, donde Floyd nació y creció.

En los Estados Unidos, al menos, el margen entre la “izquierda brahmánica” y la “derecha mercantil” de Piketty es bastante borroso en la cúspide de la pirámide de la riqueza, y se está volviendo más borroso. No sólo muchos príncipes del mercado de la clase multimillonaria — quizá una mayoría, fuera de un puñado de industrias extractivistas — ya se inclinan por los demócratas; sus vasallos corporativos, en áreas metropolitanas prósperas desde Houston hasta Charlotte y Grand Rapids, ahora también tienden a ser demócratas.

Este año, los demócratas de Halliburton bien podrían haber hecho oscilar las elecciones contra Bernie Sanders. Con sus voces amplificadas por los medios de comunicación de prestigio, y sus votos ansiosamente cortejados por los principales candidatos, ayudaron a asegurar que los demócratas salieran de la temporada de primarias como algo más cercano al partido de Bill Kristol que al de Krystal Ball. No es probable que se vayan a ninguna parte pronto.

Una mayoría en embrión

Sin duda, existen lecciones tácticas que extraer de la campaña de Bernie 2020, tanto en sus logros como en sus posibles pasos en falso. Sin embargo, las principales fuerzas electorales que derrotaron a Sanders en las urnas — la preferencia de la clase dominante entre los votantes negros de las primarias, la disminución de la participación de los demócratas de la clase trabajadora y la llegada masiva de los ricos de los suburbios al partido — todo ello es anterior a Sanders y es probable que perdure también después de él.

Lo que aprendimos en el transcurso de los cinco años de lucha de Bernie es que una campaña presidencial nacional, por muy exitosa que sea en otros aspectos, no podría revertir o incluso detener estas tendencias por sí sola.

El socialismo democrático al estilo de Sanders todavía no se ha ganado a una mayoría en Estados Unidos, ni dentro del Partido Demócrata ni fuera de él. Pero no tener una mayoría no es excusa para no construir una. Y aunque la coalición de Sanders no estaba preparada para la victoria en 2020, hay razones para creer que su guerra de cinco años ha puesto la reforma socialdemócrata en el camino hacia una mayoría nacional en la próxima década.

En ambas campañas, Sanders ganó a los votantes más jóvenes por márgenes históricos, y no los ganó con el estilo o el carisma, sino con la plataforma quizá más bruscamente ideológica de la historia de las primarias demócratas. Su lucha de cinco años reflejó, impulsó y moldeó simultáneamente la visión del mundo de toda una generación de votantes — forjando un nuevo y serio vínculo entre las condiciones materiales de los estadounidenses menores de cuarenta y cinco años y la marca Sanders de “socialdemocracia de lucha de clases”.

Como ha argumentado Connor Kilpatrick de Jacobin, el dominio de Bernie entre los votantes jóvenes es significativo por al menos dos razones que deberían dar forma a la estrategia de la izquierda en los 2020’s. En primer lugar, a pesar del compresible escepticismo sobre la “política generacional”, simplemente no hay precedentes en la historia de EE. UU. de un candidato ideológico que gane a los votantes más jóvenes en tal escala como Sanders lo hizo — no George McGovern y ciertamente tampoco Barack Obama, cuyo apoyo juvenil era mucho más delgado y menos uniformemente distribuido. En la competencia de 2008 contra Hillary Clinton, Obama ganó a los votantes menores de treinta años en California por 5 puntos, y en Texas por 20 puntos. Este año, frente a unas primarias más amplias, Bernie ganó a ese grupo en esos dos estados por al menos 50 puntos.

En sus dos campañas, Sanders ganó a los votantes blancos jóvenes, ganó a los jóvenes votantes negros y ganó a los jóvenes votantes latinos — este último grupo con márgenes excesivos (¡84 por ciento!) en estados como California. Muy probablemente, ganó a los jóvenes votantes asiáticos, a los jóvenes votantes musulmanes y a los jóvenes votantes nativos con niveles de entusiasmo similares.

En segundo lugar, Sanders no sólo ganó a lo grande con los niños recién salidos de la escuela: a lo largo de cinco años de campaña, mostró una fuerza persistente con los votantes de mediana edad en sus cuarenta años. De los veinte estados que realizaron las encuestas de salida, más votantes menores de cuarenta y cinco años eligieron a Sanders que todos los demócratas “moderados” juntos (Biden, Bloomberg, Buttigieg y Klobuchar) en dieciséis de ellos.

En Missouri y en Michigan, se ganó completamente a los votantes entre cuarenta y cuarenta y cinco años. Y en estados clave como Texas, Massachusetts y Minnesota, donde Bernie perdió en general, consiguió ganar a los votantes menores de cincuenta años por dos dígitos.

Notoriamente, estos votantes más jóvenes no fueron un número suficientemente grande para ayudar a Sanders en el Super Martes ni después. Pero la conclusión simplista de los medios de comunicación sobre este tema — que el voto de los jóvenes en realidad disminuyó en el 2020 — se basó en encuestas de salida con fallas de 2016, cuya metodología cambió significativamente este año, lo que hace que las comparaciones crudas sobre la forma del electorado prácticamente no tengan valor.

En el contexto del aumento de la participación general, de hecho, es casi seguro que el número absoluto de votantes jóvenes en las primarias aumentó en 2020. (En Carolina de Sur, donde se han publicado las cifras oficiales del estado, más de cuarenta mil nuevos votantes menores de cuarenta y cinco años emitieron su voto demócrata, y su índice de participación también aumentó.) Aunque superados por la oleada de demócratas más viejos y ricos de Halliburton, estos nuevos votantes más jóvenes acudieron a la candidatura de Bernie en una medida que contribuyó a cambiar la geografía de su coalición.

Aunque Sanders batalló para ganar muchas de las zonas rurales que había arrasado hace cuatro años, su fuerza en las ciudades — y especialmente en los barrios urbanos más jóvenes, racialmente diversos y de menores ingresos — en realidad creció de 2016 a 2020. Con los votantes latinos más jóvenes ahora firmemente en su coalición, Bernie no sólo arrasó en los barrios del este de Los Ángeles, sino que obtuvo victorias abrumadoras en los distritos electorales mixtos y con gran número de inmigrantes de San Diego, Denver, Seattle y Las Vegas.

Sanders mostró una fuerza similar en las zonas urbanas más jóvenes y de menos ingresos de todo el país. En el noveno distrito de Minneapolis, de mayoría no blanca, donde fue asesinado George Floyd, Bernie obtuvo la mayoría absoluta. En las ciudades más pequeñas del noreste y el medio oeste, el apoyo para él no disminuyó, si no que aumentó respecto a 2016 — con los votantes urbanos más jóvenes ayudando a Sanders en los primeros estados, desde Portland, Maine, hasta Duluth, Minnesota.

Aunque los críticos lo descartan fácilmente como un fenómeno de la “izquierda aburguesada”, los estudiantes graduados que beben café con leche no impulsaron a Sanders a la victoria en ciudades de clase trabajadora como Manchester, New Hampshire, o Brownsville, Texas. Un grupo mucho más amplio de votantes jóvenes y desproporcionadamente urbanos, que ganan mucho menos dinero y poseen muchas menos propiedades que el electorado demócrata en su conjunto, formó el núcleo de la coalición de Sanders.

La política de la clase trabajadora aún puede ser el futuro

En todo el mundo, desde Noruega hasta Nueva Zelanda, a medida que los partidos de izquierda de la clase obrera han dado paso a sus descendientes brahmánicos, el alcance y el horizonte de la política de izquierda ha cambiado. Menos interesados en la redistribución económica transformadora — y mucho menos capaces de llevarla a cabo, de todos modos — los progresistas contemporáneos han puesto su fe y su energía en una serie de otros proyectos, desde el ecologismo hasta cuestiones de representación cultural.

Sin embargo, los socialistas como Bernie Sanders entienden que pocas de estas luchas por la justicia pueden ganarse, de forma significativa o duradera, si no van acompañadas de una transferencia de poder y recursos a gran escala, ganada por una clase trabajadora decidida.

Por sí sola, la guerra de cinco años de Bernie no logró reanimar la política de clases del siglo XX. Pero si hay esperanza de volver a la alineación electoral que produjo cada una de las principales reformas socialdemócratas de la historia — unir a una clase trabajadora diversa en torno a demandas apremiantes de redistribución — ésta se encuentra en los votantes cómplices de Sanders menores de cuarenta y cinco años.

No sólo dos tercios o más de estos estadounidenses más jóvenes y pobres apoyan el Acceso Médico para Todos (Medicare for All), los impuestos a las grandes fortunas, y otras reformas significativas — sino que han demostrado, en dos campañas primarias diferentes, que esos compromisos redistributivos fundamentales son lo suficientemente fuertes como para guiar sus opciones de voto. Todavía no se trata de una mayoría socialista, pero es, tal vez, una mayoría socialista en embrión.

Y aunque la población estadounidense envejece, esta mayoría embrionaria crece cada año, y dentro de cada uno de los grupos demográficos. A pesar de la leyenda de que los votantes se vuelven más conservadores a medida que envejecen, el consenso académico es que las preferencias ideológicas son, de hecho, bastante estables a lo largo del tiempo. Los millennials de más edad, excluidos de una economía cada vez más desigual, no parecen moverse hacia la derecha. Podemos apostar que la supermayoría que hoy exige un seguro de salud nacional, también lo hará mañana.

Si Bernie Sanders no estaba destinado a ser el Abraham Lincoln de la izquierda del siglo XXI, ganando una revolución política bajo su propia bandera, bien podría ser algo así como nuestro John Quincy Adams — el “Viejo Elocuente” cuyos apasionados exabruptos contra el poder esclavista en las décadas de 1830 y 1840 inspiraron a los radicales que lo derrocaron una generación después.

Durante la próxima década, esta mayoría embrionaria se enfrenta a al menos dos retos considerables. En primer lugar, y el más apremiante, debe enfrentarse a su principal antagonista dentro del electorado de las primarias: la coalición de demócratas más antigua, rica y en constante crecimiento de Fairfax y Halliburton, cuyos votos los líderes de los partidos siguen cortejando con una retórica patriótica difusa y promesas concretas de reducción de impuestos.

A corto plazo, la vía de ataque más prometedora es la de los distritos legislativos, en su mayoría urbanos, desde Los Ángeles hasta Denver y San Antonio, donde predominan los votantes más jóvenes, y donde Sanders superó a todos sus rivales centristas juntos. Las recientes victorias insurgentes de la izquierda en Filadelfia, Pittsburgh, Washington DC y New York sugieren que hay más espacio para que la política democrática-socialista crezca también en las ciudades del noreste.

Sin embargo, incluso a corto plazo, los distritos urbanos más jóvenes no serán suficientes para que los izquierdistas del estilo de Sanders superen en votos a los demócratas de Fairfax dentro del partido — mucho menos para ejercer un poder fiscal significativo en los gobiernos estatales más grandes o en el Congreso.

Y a largo plazo, la concentración en distritos urbanos extremadamente liberales en las costas — un mapa electoral que sigue a los progresistas brahmánicos dondequiera que vayan — corre el riesgo de acelerar el alejamiento de la izquierda de las cuestiones fundamentales de clase de la redistribución del poder y de lo material.

Para algunos activistas brahmánicos, ésta es precisamente la cuestión: un enfoque retrógrado sobre la clase ha impedido a los progresistas comprender que su base natural se encuentra en los suburbios de cuello blanco, que ya comparten la política cultural liberal. “Puedo tomar a alguien que esté profundamente preocupado por el patriarcado y puedo hacerle entender cómo el patriarcado se interseca con el capitalismo,” argumenta Sean McElwee, “mucho más de lo que puedo tomar a alguien que está enfadado porque General Motors le quitó el trabajo y hacerle entender el socialismo”. El descenso generalizado de la participación de la clase trabajadora en la política puede ser incluso algo que celebrar, desde este punto de vista, si hace que más distritos del Congreso pasen del rojo al azul.

Sanders tenía una teoría diferente, y sus campañas reunieron una coalición diferente, centrada en los votantes más jóvenes y de menores ingresos desde Brownsville hasta Duluth. En 2020, esa coalición de clase trabajadora no fue suficiente para ganar la nominación demócrata. Y no, Sanders no consiguió darle la vuelta a la historia y devolver a la inmensa reserva de trabajadores alienados y apolíticos a la política primaria.

Pero para el 2032, los actuales votantes de Bernie menores de cincuenta años representarán probablemente una mayoría, y ciertamente una pluralidad, dentro del electorado del partido. ¿Qué tipo de izquierda habrá para recibirlos? ¿Será un movimiento progresista completamente post-Sanders, cuyas prioridades están definidas por el discurso de las redes sociales, las ONGs activistas financiadas por multimillonarios y una relación amistosa de trabajo con lo corporativo del Partido Demócrata?

Imagina a Sean McElwee dando un discurso de apertura en el Centro Walmart para la Equidad Racial — para siempre.

¿O será una izquierda política la que continúe el trabajo, tomando prestado a Lincoln en Gettysburg, que Sanders ha impulsado tan noblemente hasta ahora? ¿Una izquierda basada en la política de clases y dirigida fundamentalmente a las demandas de redistribución material de la mayoría — sanidad, educación, empleo y apoyo familiar para todos, pagados por los ricos? El futuro aún no está escrito.

Una tarde templada en abril del 2015, en lo profundo de la zona muerta ideológica de la segunda administración Obama, Bernie Sanders se tomó un descanso de su jornada laboral en el Senado y caminó hacia el césped frente al edificio del Capitolio. Desplegando una hoja de notas arrugada, el senador de Vermont tardó menos de diez minutos en decirle a los periodistas por qué se postulaba para presidente: los estadounidenses están trabajando más horas por salarios más bajos, mientras que los ricos se deleitan con las ganancias y los multimillonarios gobiernan el sistema político. El país enfrentó su mayor crisis desde la Gran Depresión, dijo.Cinco años más tarde, en una mañana de abril del 2020, Sanders estaba dentro de su casa en Burlington, Vermont, y anunció que suspendía su segunda campaña presidencial. Esta competencia, como la contienda de cuatro años atrás, había terminado en derrota, y aunque Bernie pronunció un discurso inspirador de quince minutos — citando a Nelson Mandela y agradeciendo a los seguidores por su sangre, sudor, lágrimas, y publicaciones en las redes sociales — incluso un espectador empático podría preguntar qué, exactamente, ha producido todo ese esfuerzo apasionado.La desigualdad de ingresos y riqueza se ha disparado a nuevas alturas; un multimillonario se sienta en la Casa Blanca, mientras que el partido de la oposición recurre a sus propios multimillonarios en busca de liderazgo; y la pandemia de COVID-19 ha dejado a los Estados Unidos no solo acercándose a su mayor crisis desde la Gran Depresión, sino completamente inmerso en ella.Sanders perdió. Libró una guerra de cinco años contra la clase multimillonaria y el liderazgo del Partido Demócrata ¬— una guerra a lo largo de los seis de abril — y en el final, él fue golpeado en ambos frentes. Aquellos de nosotros que participamos en el ejercito derrotado de Bernie debemos tener en cuenta la naturaleza y el significado de esta derrota.El proyecto Sanders fue uno de los acontecimientos políticos de izquierda más significativos del siglo veintiuno, vinculando por primera vez demandas socialistas mínimas pero fundamentales a una base de millones en el núcleo del capitalismo global. Su derrota definitiva esta primavera, en medio de una atmósfera apocalíptica de enfermedad, depresión, e inquietud, ofrece una enorme tentación para que la izquierda caiga en la desesperación.Ya hemos visto una variedad de propaganda contra Sanders y el legado de sus campañas, ya sea que esté influida por la extrema izquierda, complacida de pasar de una gran desviación hacia la política electoral; por el centro-liberal, deseoso de hundir toda posibilidad fuera del actual campo de visión; o por la derecha tradicionalista, muy feliz de solamente proclamar una retirada del ala izquierda de la guerra de clases a la cultural.Mientras tanto, la prensa corporativa ha aprovechado la oportunidad de echar a Bernie — y su llamado insistente a la redistribución masiva de material, financiada con ganancias corporativas — directamente al basurero de la historia. Incluso las protestas masivas por el asesinato policial de George Floyd de alguna manera se convirtieron en una ocasión para que el New York Times anunciara el fin de la era de Sanders. “Bernie Sanders predijo la revolución, pero no ésta,” resonó el titular, partiendo del análisis del teórico de la interseccionalidad Kimberlé Crenshaw de que “toda cooperación que vale la pena” ahora ha superado a Sanders en la batalla contra el “racismo estructural y la lucha contra la negritud.” Adiós Acceso Médico para todos (Medicare for All), hola Jeff Bezos aplaudiendo contra “Todas las vidas importan” (All Lives Matter).Estos son todos los artefactos de la derrota. Sanders perdió, y tanto sus amigos que sólo están en las buenas como sus enemigos permanentes ahora están ansiosos por mandarlo a la tumba. Pero ni una derrota en las urnas ni un cambio de discurso es motivo para abandonar la esencia de la lucha de Bernie. Las protestas masivas contra la violencia policial y el racismo sólo pueden comenzar a realizar sus objetivos si se unen a un movimiento democrático más amplio, al estilo de Sanders — lo suficientemente grande para dar forma a la política nacional y lo suficientemente decidido para desafiar al capital — capaz de ganar las concesiones materiales necesarias para una sociedad verdaderamente libre e igualitaria.Un balance general preciso para las campañas de Sanders debe tener al menos dos columnas: la primera, una explicación de los logros, sustancial en sus proprios términos y sin precedentes en más de cincuenta años de historia política de los EE. UU.; y la segunda, un ajuste de cuentas con límites, que ahora, luego del 2020, parecen más grandes e intratables que en casi cualquier momento desde 2016.A esta cuenta, podemos añadir una tercera columna, sobre las perspectivas de luchas futuras — acortado en el presente, borro en el futuro cercano, pero posiblemente más brillante en las próximas décadas.1. Logro de Bernie: dos leccionesCuando Bernie Sanders anunció su candidatura en el 2015, su conferencia de prensa apareció en la página A21 del New York Times, muy por detrás de los artículos sobre la biblioteca presidencia de Obama, un escándalo de pruebas en escuelas de Atlanta, y el historial de Martin O’Malley’s como alcalde de Baltimore. Esto no fue más de lo que se necesitaba para una encuesta de candidatos al 3 por ciento, en un periódico que en realidad no había impreso las palabras “Acceso Médico para todos” (“Medicare for all”) en el año anterior de que Sanders entrara en la competencia.Desde la perspectiva de 2020, es difícil recordar la estrechez del cinturón político que se ajustaba al liberalismo de izquierda estadounidense en los años previos a la primera campaña de Bernie. Mientras progresistas como Keith Ellison, Michael Moore, y Susan Sarandon instaban a Elizabeth Warren a postularse para la presidencia, el senador de Massachusetts apareció junto a Tom Perez en una cumbre de la AFL-CIO en enero del 2015. Allí, Warren ganó los titulares por su discurso “feroz” en el que denunción la “economía de goteo” y pidió nuevas regulaciones financieras, la aplicación de las leyes laborales existentes, protecciones para el Seguro Médico y la Seguridad Social, y un aumento no especificado en el salario mínimo.“Lo sorprendente de esta agenda de facciones progresistas”, señaló Matthew Yglesis de Vox en ese momento, “es que realmente no hay nada con lo que Barack Obama o Hillary Clinton no estén de acuerdo.”Hoy, ese paquete de reformas de 2015 se parece mucho a la plataforma Joe Biden 2020, y nadie, fuera de una pequeña casta de propagandistas profesionales, se ve afectado por llamarlo “de izquierda”. La guerra de los cinco años de Bernie, incluso en la derrota, le enseño a la izquierda estadounidense dos lecciones fundamentales.Primero, demostró que las ideas socialdemócratas audaces, mucho más allá de las ambiciones regulatorias de los progresistas de la era de Obama, pueden ganar una base de masas en los Estados Unidos de hoy. Una exigencia intransigente para que el gobierno federal proporcione bienes sociales esenciales para todos los estadounidenses — desde el cuidado de la salud y la matrícula universitaria hasta el cuidado de las infancias y la licencia familiar — estuvo en el corazón del proyecto Sanders de principio a fin. Comenzando con el 3 por ciento en las encuentras y llevando a cabo dos campañas presidenciales casi en su totalidad con la fuerza de esta plataforma, Sanders construyó el desafío de izquierda más influyente en la historia moderna.Sí, candidatos desde Jesse Jackson hasta Dennis Kucinich también apoyaron el seguro médico para todos (single-payer health insurance), pero sus campañas no terminaron con encuestas que mostraban que una nueva mayoría de estadounidenses respaldaba el Acceso Médico para Todos, y mucho menos supermayorías masivas entre demócratas y votantes menores de sesenta y cinco. Sí, los izquierdistas desde Michael Harrington hasta Ralph Nader habían declarado durante mucho tiempo que una clase corporativa bipartidista gobierna Estados Unidos, pero no convirtieron esa idea en un movimiento político capaz de ganar las primarias en New Hampshire, Michigan o California.El éxito parcial de las campañas de Sanders tampoco es simplemente una “victoria discursiva” hueca. Ha presentado evidencia concreta para una proposición de la que los observadores políticos dominantes se burlaron hace cinco años, y que la propia izquierda estadounidense había anunciado grandiosamente en lugar de demostrar: que el “socialismo democrático,” dirigido por la oposición al gobierno de la clase multimillonaria y dedicado a los bienes públicos universales, puede ganar el apoyo de millones, no sólo de miles. Durante la última mitad del siglo, cualquier activista con un megáfono podría proclamar que esto es cierto, pero Bernie Sanders realmente lo demostró.Por supuesto, así como la derrota de Bernie nos deja en claro, existe una gran brecha entre ganar las encuestas y ganar poder. Si las compañas de Sanders iluminaron los recursos políticos desconocidos de la socialdemocracia estadounidense, también revelaron, de manera dramática, la determinación de sus oponentes. Esta es la segunda lección práctica de la guerra de cinco años de Bernie: la unanimidad y ferocidad de la resistencia demócrata de élite, no sólo al propio Sanders, sino a la esencia de su plataforma.En sus líneas generales, esto ha sido visible desde principios de la campaña de 2016, cuando los funcionarios del Partido Demócrata, los comentaristas en televisión y los escritores de prestigio — en todo un espectro ideológico, desde centralistas como Claire McCaskill y Chris Matthews hasta liberales como Barney Frank y Paul Krugman — desdeñaron universalmente la campaña de Sanders y su agenda. También de otras formas, la profundidad de la oposición demócrata a Sanders no fue obvia hasta este año, ni para los aliados de Bernie ni para sus enemigos. A lo largo de febrero, cuando Sanders ganó New Hampshire y recorrió el campo en Nevada, los comentaristas centristas aterrorizados pidieron a los demócratas restantes en la contienda que se unan detrás de un solo candidato anti-Bernie. Pero su angustia palpable traicionó una creencia casi universal de que esto en realidad no sucedería. Que “una masa crítica” de rivales de Bernie se retire en el último minuto, informó el periódico New York Time el 27 de febrero, “parece el resultado menos probable”.Todos sabemos lo que pasó después. Sólo tres días más tarde, en la noche anterior al Super Martes (Super Tuesday), Pete Buttigieg y Amy Klobuchar se retiraron repentinamente de la contienda y respaldaron a Joe Biden, junto con Beto O’Rourke, Harry Reid, y docenas de demócratas más prominentes y ex funcionarios de Obama.Esta gran consolidación alrededor de Biden, luego de su victoria en Carolina del Sur, produjo quizá 100 millones de dólares en cobertura “gratuita” mediática elogiosa — más de lo que Sanders gastó en publicidad durante toda la campaña — comprimida en un solo fin de semana antes de la elección más crítica de las primarias. El resultado fue una estampida del Super Martes (Super Tuesday) para Biden, incluso en los estados donde Sanders había liderado el grupo una semana antes, desde Maine hasta Texas. Le dio a Biden una ventaja dominante que nunca abandonó.En retrospectiva, puede parecer desesperadamente ingenuo que Sanders y sus aliados hayan contado con una división indefinida del campo demócrata. Sin embargo, hay una razón por la que incluso los enemigos acérrimos de Bernie compartían los mismos cálculos, con docenas de operativos del partido que dijeron al Times a finales de febrero que podría necesitar una convención negociada para detenerlo.Después de todo, Buttigieg fue proclamado el ganador en Iowa y terminó en segundo en New Hampshire; nunca desde el nacimiento del sistema primario moderno un candidato con este perfil había abandonado la contienda tan pronto. Incluso como un movimiento ideológico para estrangular a la izquierda, la coalición de Biden no tenía precedente en su rapidez y coordinación casi perfecta. Cuando Jesse Jackson amenazó brevemente con tomar al Partido Demócrata por asalto en 1988, los rivales Michael Dukakis, Al Gore, Dick Gephardt, y Paul Simon permanecieron en la contienda hasta finales de marzo, cuando se completaron más de treinta y cinco contendientes primarios.Esta vez, las fuerzas centrales del grupo de poder lograron despejar el campo después de solo cuatro primarias, dejando solo una única alternativa centrista a Biden, el vanidoso multimillonario Michael Bloomberg. (La persistencia de Elizabeth Warren en la competencia solo ayudó al frente anti-Sanders, ya que ella era más probable que desviara votos de la izquierda que del centro.) Y después del Super Martes, por supuesto, Bloomberg renunció rápidamente y respaldó a Biden. Warren, cuando ella dejó la contienda, no le haría tal favor a Sanders.Aunque, en muchos sentidos, el Partido Demócrata de 2020 es mucho más débil de lo que era hace treinta años — controla once legislaturas estatales menos, por ejemplo — el actual liderazgo demócrata, en su influencia sobre los políticos del partido, es más fuerte que nunca. Buttigieg, quién había hecho una dura campaña en los estados del Super Martes — el 29 de febrero, realizó el mitin más grandes de las primarias en Tennessee — no se retiró debido a una actuación predeciblemente pobre en Carolina del Sur. (Incluso ahí, todavía terminó por arriba de Warren por cuarta carrera consecutiva.)Buttigieg abandonó abruptamente millones de dólares en publicidad y quizá treinta mil voluntarios del Super Martes porque Barack Obama se lo dijo — y porque él sabía que sus propias perspectivas de carrera, en el actual Partido Demócrata, dependen menos de ganar el apoyo popular en su nombre que de unirse valientemente al esfuerzo del equipo para detener a Sanders y “salvar el partido”.La velocidad y minuciosidad de esta consolidación de élite — que también convirtió a Biden en un favorito instantáneo de la clase de donantes — se mofa de la idea inverosímil, planteada por algunos reporteros y comentaristas, de que Sanders desperdició una oportunidad de oro para ganarse al grupo de poder demócrata a través de los mejores modales.Obama, Hillary Clinton, y sus aliados corporativos — sin importar los consultores, los administradores de fondos de cobertura y los directores ejecutivos de tecnología que construyeron el “alcalde Pete” — no decidieron caprichosamente cerrar filas contra Bernie porque él no hizo suficientes llamadas telefónicas en búsqueda de respaldo después de Nevada. Su intensa oposición ideológica al proyecto de Sanders ha sido evidente durante mucho tiempo; lo que no sabíamos es qué tan rápida y eficazmente esa oposición privada podría traducida en hechos reales.Esta dura lección no solo es suficiente para prevenir que cualquiera en el bando de Sanders busque concesiones significativas de la campaña de Biden; subraya los agudos límites de cualquier política institucional dentro del Partido Demócrata existente. Independientemente de lo que piensen los votantes demócratas — y a la mayoría de ellos les gusta la plataforma de Bernie Sanders — la mayor parte de los funcionarios demócratas se opone a ambos con un vigor organizado que rara vez llevan a combatir con los republicanos.En el 2016, Sanders ganó más del 40% del voto popular en las primarias, pero obtuvo el respaldo de sólo el 3.7% de los demócratas del Congreso (7 de los 187 representantes). Contra un campo mucho más concurrido en 2020, Sanders ganó las primeras tres contiendas y alrededor del 35% de los votos, pero obtuvo el apoyo de solo el 3.8% de los demócratas del Congreso (9 de 232). Eso no es un marcador de progreso institucional.Incluso el Caucus Progresista del Congreso (Congressional Progressive Caucus) (CPC), cuyos copresidentes le dieron a Sanders un apoyo ostentoso, brindó más apoyo a Biden (doce miembros) que a Sanders (ocho miembros) antes del Super Martes. En la breve contienda bidireccional entre el 3 y el 17 de marzo, Biden acumuló veinte respaldos adicionales de CPC, en comparación con sólo uno para Sanders.En este aspecto crítico, el Partido Demócrata institucional realmente no se “movió a la izquierda” en absoluto entre 2015 y 2020. Sí, varios elementos de la agenda de Sanders han migrado a las plataformas del partido y los sitios web de campaña, y algunas políticas de izquierda, como los $15 de salario mínimo, incluso se han introducido a nivel estatal. Pero en la política nacional, la línea que protege el flanco izquierdo del partido — una barricada de acero que separa la política de desdén al estilo de Obama de las demandas al estilo de Sanders de atención médica pública universal, educación y apoyo familiar — está vigilada ahora más que nunca.Este conocimiento ganado con esfuerzo es en sí mismo un arma contra las élites liberales que generalmente prefieren ocultar las diferencias en lugar de luchar por ellas. “Las ideas de Bernie Sanders son tan populares que Hillary Clinton las sigue”, dijo Vox en abril del 2015. Por supuesto, los demócratas volverán a difundir este mensaje en 2020, pero para los millones de votantes de Sanders que acaban de ver al grupo de poder en el partido pasó cinco años sofocando una plataforma de Acceso Médico para Todos y una universidad pública y gratuita, es mucho más difícil de vender.El mayor logro de la guerra de cinco años de Bernie es entonces un movimiento vigorizado y clarificado para el socialismo democrático estadounidense — recientemente optimista sobre el atractivo de su plataforma, pero íntimamente consciente del poder de sus enemigos. Sanders ha dejado a la izquierda en una posición más fuerte de lo que la encontró, tanto más grande como más consciente de sí misma, y mucho menos tentada por la amarga futilidad de las campañas de terceros o las porristas empalagosas de los “progresistas” aprobados por el partido.Sin embargo, aquí es donde comienza el verdadero problema. La izquierda, después de Bernie, finalmente ha crecido lo suficientemente fuerte como para saber cuán débil realmente es.El problema esencial, después de todo, no es que la élite empresarial esté al mando de los políticos demócratas — es que todavía controlan a la mayoría de los votantes primarios demócratas. Dada una clara elección entre la demanda de Bernie de otro Nuevo Acuerdo y el llamado de Biden a un “regreso a la normalidad”, alrededor del 60 por ciento de los demócratas que acudieron a las urnas aparentemente eligieron a Warren G. Harding sobre Franklin D. Roosevelt.La cruda verdad, que se demostró con dureza a lo largo de estos seis abriles, es que aún no existe una mayoría socialdemócrata dentro del electorado demócrata, mucho menos en Estados Unidos en su totalidad. Sanders le ha dado a la izquierda una nueva relevancia en la política nacional, pero para dar el salto desde la relevancia hacia el poder, necesitamos construir esa mayoría — y este no es el trabajo de uno o dos ciclos electorales, sino al menos otra década, y tal vez más.2. Una mirada más cercana a la derrotaEn el 2016, Bernie Sanders lideró la campaña primaria de izquierda más grande en la historia del Partido Demócrata, ganando muchos más votos y delegados que Jesse Jackson, Ted Kennedy o incluso más que el victorioso George McGovern. Él entró en la competencia del 2020 como un contendiente serio, no como un perdedor a largo plazo. Sin embargo, al final Joe Biden venció a Sanders con una coalición de votantes que ambos se parecían y se diferían sutilmente de la coalición que impulsó a Hillary Clinton a la nominación en 2016.Una mirada a los resultados locales de las dos elecciones sugiere que Sanders fue derrotado por tres factores claves en 2020: Primero, a pesar de un esfuerzo sustancial, la campaña de Bernie luchó por abrirse camino con los votantes negros, lo que resultó ser un problema mucho más intratable de lo que parecía hace cuatro años. Segundo, y de manera relacionada, a pesar del considerable éxito en la obtención del apoyo de la clase trabajadora en comparación con el 2016 — principalmente entre los votantes latinos — la campaña no logró generar una mayor participación entre los votantes de la clase trabajadora de todas las razas. Finalmente, sobre todo, Bernie se vio abrumado por un aumento masivo de la participación del grupo demográfico de más rápido crecimiento del Partido Demócrata: exvotantes republicanos en barrios suburbanos abrumadoramente blancos, ricos y bien educados.Analicemos cada uno de estos por turnos.Luchando para ganar votantes negrosDespués de la campaña del 2016, en la que los esfuerzos de Sanders con los votantes negros le costaron caro, la campaña del 2020 realizó una serie de esfuerzos bien documentados para llamar la atención de los afroamericanos, tanto en sustancia como en estilo. El objetivo, como ha argumentado Adolph Reed Jr y Willie Legette, nunca fue ganar un “voto negro” singular, homogéneo y mítico — pero para competir en una elección primaria demócrata, Sanders necesitaba convencer a muchos más votantes negros.En 2019, la campaña lanzó un plan ambicioso para financiar colegios y universidades históricamente para la comunidad negra; con el apoyo de académicos como Darrick Hamilton y líderes como Jackson, Mississippi, el alcalde Chokwe Antar Lumumba, Sanders arremetió la brecha de riqueza racial y entregó planes sustantivos para cerrarla. Su campaña invirtió recursos en Carolina del Sur, que Sanders visitó más veces que Joe Biden o Elizabeth Warren; el propio Biden participó en The Breakfast Club (podcast) y dijo que su campaña de 2016 había sido “demasiado blanca”.Nada de eso pareció marcar una diferencia visible. En Carolina del Sur, donde Sanders ganó 14 por ciento de los votantes negros en el 2016, las encuestas de salida mostraron que ganó el 17 por ciento en 2020. En los cinco condados del estado con la población negra superior al 60 por ciento, Sanders aumentó su porcentaje de votos del 11 al 12 por ciento.No fue bueno para él el Súper Martes ni el periodo posterior. En el sur rural, desde el este de Carolina del Norte hasta el oeste de Mississippi, Sanders luchó por romper el umbral del 15 por ciento en los condados de mayoría negra. En algunos vecindarios urbanos negros, como Northside Richmond y Third Ward in Houston, logró pequeños avances en su línea de base del 2016, ocasionalmente ganando hasta un tercio de los votos; pero en otros vecindarios, como el sureste de Durham y el norte de St. Louis, Sanders le fue aún peor. En general, Biden lo golpeó tanto como lo había hecho Clinton cuatro años antes.Después del 2016, todavía era posible argumentar, con optimismo, que las preferencias de los votantes negros reflejaban la ventaja de Clinton en el reconocimiento del nombre y los recursos, junto con la necesidad de Sanders de concentrarse en las primeras contiendas en Iowa y New Hampshire. Los mejores datos de la cuenta mostraron un apoyo confiable y entusiasta de la comunidad negra a los temas centrales de la agenda socialdemócrata de Bernie. Con mensajes mejorados y una inversión más seria en el alcance de los votantes, seguramente un candidato insurgente de izquierda podría romper la “contrafuegos” del grupo de poder demócrata y ganar una gran parte de los votantes negros.Bernie Sanders no fue ese candidato, ni en 2016 ni en 2020. Pero después de años de lucha, es hora de revisar la suposición de que una política, mensajes y tácticas superiores son suficientes para que cualquier insurgente superara al grupo de poder demócrata en el apoyo de los votantes negros. Después de todo, Sanders está lejos de ser el único candidato de izquierda que ha lucha en este frente.En las elecciones a la alcaldía de Chicago en el 2015, Rahm Emanuel venció a Chuy García con enormes márgenes entre los votantes negros; el mismo fenómeno fue visto en las elecciones para gobernador en Virginia, New Jersey, Michigan, y New York, donde los votantes negros apoyaron abrumadoramente a Ralph Northam, Phil Murphy, Gretchen Whitmer y Andrew Cuomo contra los forasteros progresistas. En la competencia del año pasado para fiscal del distrito de Queens, Melinda Katz apenas superó a Tiffany Cabán con el fuerte apoyo de los votantes negros en Southeast Queens.Tampoco a los candidatos negros antisistema necesariamente les ha ido mucho mejor con los votantes negros en las primarias. La reciente victoria de Jamaal Bowman sobre Eliot Engel es una Victoria significativa e inspiradora para la izquierda, pero no muchos candidatos de izquierda han tenido la ventaja de enfrentar a un oponente blanco severamente desconectado de la realidad en un distrito de pluralidad negra. Con mucha más frecuencia, en diferentes circunstancias, el resultado ha sido al revés. En la competencia por la alcaldía de Atlanta en 2017, Keisha Lance Bottoms, la favorita de los partidos aliados del sector empresarial, derrotó a Vicent Fort, quien había sido respaldado por Bernie Sanders y por Killer Mike. Y en las contiendas del Congreso desde St. Louis y Chicago hasta Columbus, Ohio y el condado de Prince George, Maryland, las campañas de insurgentes progresistas negros no se han disparado, y los votantes negros, en última instancia, ayudando a los titulares respaldados por el grupo de poder para alcanzar la victoria en las urnas.El apoyo de los votantes negros a los demócratas de la línea principal es una tendencia más amplia en la política estadounidense — una tendencia que se acerca al estado de un hecho fundamental — y no se puede explicar con referencia a Bernie Sanders solo.Después del 2016, algunos argumentaron que un enfoque más claro en la justicia racial y un esfuerzo concertado para atraer a los activistas podrían impulsar una campaña de izquierda con votantes negros. Pero la competencia del 2020 ofreció escasa evidencia para esa propuesta, ya sea en el desempeño de Sanders o en las frustraciones de la campaña de Elizabeth Warren, cuya plataforma incluía un enfoque destacado en la mortalidad materna negra, subsidios para empresas de propietarios negros y reformas específicas para apoyar a los “agricultores de color”.Esta retórica ganó organizadores negros en masa, pero casi ningún voto negro: entre los afroamericanos, las encuentras de salida mostraron que Warren estaba detrás no sólo de Biden y de Sanders, sino también de Bloomberg, en todos los estados, incluido el suyo. En los condados rurales de mayoría negra de Carolina del Norte, los granjeros de color no recurrieron a Warren, quien en realidad recibió menos votos que “sin preferencia”.Otra opinión popular es que los votantes negros son los que más tienen que temer de Donald Trump y de los republicanos y, por lo tanto, tienden a favorecer a los candidatos moderados y convencionalmente “elegibles”. Pero si bien las preocupaciones sobre la elegibilidad seguramente jugaron una parte clave en la derrota de Bernie en 2020, hay poca evidencia que sugiera que les importó más a los demócratas negros que a los demócratas blancos (en todo caso, las encuestas sugieren lo contrario). El miedo a la derrota de las elecciones generales tampoco puede explicar por qué los votantes negros favorecieron a Joe Crowley sobre Alexandria Ocasio-Cortez, a Andrew Cuomo sobre Cynthia Nixon, o a los líderes del grupo de poder en otras áreas de color azul profundo donde los republicanos son desterrados de la política en conjunto.  El fenómeno tampoco puede explicarse por un conservadurismo ideológico actual, ni por ninguna indecisión real para respaldar una política de redistribución material. De hecho, los votantes negros apoyan Acceso Médico para Todos en tasas más altas que casi cualquier otro grupo demográfico del país. Por otro lado, el conservadurismo institucional de la mayoría de los líderes electos negros continúa apilando la baraja contra la política de izquierda. Poderosos políticos negros como Jim Clyburn y Hakeem Jeffries, como ha argumentado Perry Bacon Jr, apoyan al grupo de poder porque “son parte del grupo de poder”. El congresista negro Caucus no ha tratado de disfrazar su feroz hostilidad hacia los desafíos primarios de izquierda, incluso cuando los retadores progresistas son negros, como Bowman y Mckayla Wilkes, y los titulares centristas son blancos, como Engel y Steny Hoyer. Superar la oposición casi unánime de los líderes negros electos es bastante difícil, pero el problema para los insurgentes de izquierda es aún mayor: es difícil ganar votantes negros compitiendo contra un sistema de partido cuya figura excelsa sigue siendo, después de todo, el primer presidente negro de Estados Unidos. En la era de Obama, como demostró la campaña primaria de Joe Biden, los votantes negros de las primarias pueden sentirse más motivados por apelaciones a la continuidad institucional que por la identidad personal (como aprendió Kamala Harris) o la ideología política.Después de cincuenta años viviendo en un sistema en el que un cambio material profundo parece casi imposible — y, como resultado, la política negra, como muchas otras zonas de la política, se ha vuelto en gran medida afectiva y transaccional — ese sentimiento es comprensible. Por supuesto, los votantes negros deben ser una parte fundamental de cualquier mayoría de la clase trabajadora. Pero mientras todas las figuras políticas negras con una posición institucional significativa permanezcan vinculadas al liderazgo del partido de Obama y sigan invirtiendo en usar ese vínculo para derrotar los desafíos de la izquierda, los candidatos antisistema enfrentarán dificultades.Si hay esperanza para la izquierda aquí, es que el apoyo de la comunidad negra a los demócratas del grupo de poder sigue siendo tenaz en lugar de entusiasta — un fuerte apoyo de un grupo de votantes relativamente pequeño en las primarias. Dejando a un lado los alardes de campaña y las presiones de la prensa, no hubo un aumento de la participación negra para Joe Biden. Durante las primarias de marzo, incluso cuando la participación general demócrata se disparó en comparación con el 2016, cayó absolutamente en los vecindarios negros de todo el país. En Michigan, la participación demócrata floreció con más de 350,000 votos pero decayó en el primer y segundo distrito de Flint, donde la participación disminuyó de más del 25 por ciento de los votantes registrados a menos del 21 por ciento. Se registraron disminuciones similares a partir del 2016 en Ferguson, Missouri, en North St. Louis, en Kashmere Gardens, Sunnyside y Crestmont Park en Houston, y en el sureste de Durham — incluso cuando la participación demócrata en todo el estado se disparó en Missouri, Texas y Carolina del Norte.Esto sigue un patrón ya evidente en las elecciones generales de 2016, en las que los votantes negros pobres y de la clase trabajadora — como los votantes de la clase trabajadora en general — parecen constituir una parte cada vez más pequeña de la activa coalición de votantes demócratas.Eso no es un consuelo para Bernie Sanders, cuya campaña se basó en su capacidad para ayudar a generar la participación de la clase trabajadora en la política. Pero sí sugiere que, de alguna manera, las luchas de izquierda con los votantes negros son un síntoma específico de una enfermedad más generalizada. La campaña de Sanders, tanto en sus notables fortalezas como en sus fatales debilidades, iluminó el gran problema que ha plagado a la política de izquierda en gran parte del mundo desarrollado: la incapacidad de movilizar, y mucho menor organizar, a la mayoría de las y los trabajadores.Complejidades de la clase trabajadoraEste es quizá el hecho central de la política transatlántica en los últimos cincuenta años. En su reciente libro, Capital e Ideología (Capital and Ideology), Thomas Piketty ofrece un resumen eficiente del problema básico: desde la década de 1960, los partidos de centroizquierda en Europa y América del Norte han perdido el apoyo de la clase trabajadora tradicional, transformándose en una “izquierda brahmán”, que depende de manera crucial de los votos de profesionales.  (Los partidos conservadores, aunque obtienen más votos de la clase trabajadora, permanecen en gran medida bajo la esclavitud de un “derecho mercantil” dominado por las empresas.)Las causas detrás de este cambio en la izquierda son discutidas: Piketty, junto con Jacobin y otros críticos socialistas, culpa al capitalismo globalizado, el declive del trabajo organizado y el giro político centrista de los principales líderes de los partidos; mientras tanto, mucho liberales — irónicamente unidos por la derecha “populista” — tienden a enfatizar el conservadurismo cultural cada vez más agudo de las mayorías étnicas dentro de la clase trabajadora.En la medida en que Bernie Sanders intentó revertir esta tendencia global en el espacio de dos elecciones primarias presidenciales, fracasó. Sin embargo, la dinámica de este fracaso es más compleja de lo que la mayoría de los análisis hasta ahora han reconocido.En comparación con el 2016, la campaña de Sanders en 2020 luchó con lo que los expertos llaman “la clase trabajadora blanca”: votantes blancos sin título universitario. Contra Hillary Clinton, la fuerza de Bernie con esta parte del electorado primario lo impulsó a la victoria en estados como Indiana y Virginia Occidental. Pero esta primavera, como han señalado muchos analistas, Joe Biden le dio la vuelta a Sanders y lo derrotó en los condados predominantemente de clase trabajadora blanca en el sur y medio oeste.En retrospectiva, parece claro que parte de la antigua fuerza de Sanders en estas áreas se debió a la coyuntura particular de la campaña de 2016. Las asambleas electorales de baja participación exageraron el apoyo rural real de Bernie en estados como Maine, Minnesota y Washington; una profunda hostilidad hacia Clinton, como algunos sospechaban en ese momento, parece haber impulsado su total de votos en todas partes, y particularmente en regiones conservadoras como los Apalaches, los Ozarks y las Grandes Llanuras.El principal oponente de Bernie en 2020 era mucho más fuerte en este terreno. Aunque el historial real de Biden en el Senado es el de un neoliberal corporativo ejemplar — si no es hostil a los intereses de la clase trabajadora, es apático — una combinación de edad, astucia e imbecilidad bondadosa le han permitido, incluso y quizá especialmente en sus años de declive, producir una impresión efectiva de una raza desaparecida de demócratas del New Deal, lo suficientemente experimentados como para conocer su camino en Washington, pero siempre dispuestos a dar un puñetazo por “el pequeño”. En este sentido, la campaña de Sanders sabía desde el principio que Biden sería un rival formidable para los votos de la clase trabajadora blanca y negra por igual.Pero la diferencia más significativa entre el 2016 y el 2020 es, por mucho, la presidencia en función de Donald J. Trump. Desde la creación del sistema moderno de primarias, la presencia de un rival en la Casa Blanca ha llevado casi siempre a los partidos de la oposición a elegir candidatos percibidos como moderados y seguramente elegibles: Mitt Romney en 2012, John Kerry en 2004, Bob Dole en 1996, Bill Clinton en 1992, y Walter Mondale en 1980, todos encajan en ese molde. (La única excepción parcial es la de Ronald Reagan en 1980, y el presidente en función al que se enfrentó, Jimmy Carter, era tan débil que ni siquiera pudo evitar un serio desafío en sus propias primarias.) Aparentemente candidatos más arriesgados como Trump y Barack Obama, con relaciones más ambivalentes con el grupo de poder de su partido, han prosperado sólo en elecciones de año abierto.El efecto titular ha obstaculizado a los aspirantes a las primarias durante cuarenta años, pero nunca ha sido más fuerte que en 2020, cuando una mayoría dominante de demócratas creía que vencer a Donald Trump era más importante que todas las demás cuestiones juntas. Incluso en 2004, mucho menos de la mitad de ese electorado demócrata memorablemente nervioso dijo que vencer a George W. Bush era tan importante.Cualquier intento de explicar la derrota de Bernie principalmente a través de la deserción de los trabajadores blancos debe fundarse en el hecho más amplio de que Sanders perdió terreno frente a Biden con cada grupo de votantes blancos. (Cuanto más rico es el grupo, más terreno pierde — pero más adelante se hablará de ello.) Un efecto predominante general, como ha argumentado Dustin Guastella en Jacobin, fue mucho más significativo que cualquier cuestión específica de tácticas de campaña o señalización cultural. De hecho, es fácil exagerar la magnitud de la derrota de Bernie entre la llamada “clase trabajadora blanca”. En prácticamente todos los estados, Sanders obtuvo mejores resultados entre los votantes blancos sin título universitario que entre sus homólogos con mayor nivel educativo. En Iowa, New Hampshire, Nevada, Carolina del Sur, California, Texas, Colorado y Vermont, Sanders lideró o empató con Biden entre los votantes blancos sin título. En todos los estados, Sanders obtuvo mejores resultados con hombres blancos de clase trabajadora, ganando directamente en todos los estados mencionados, además de Carolina del Norte, Tennessee, Maine y Washington. Tanto en Michigan como en Missouri, Sanders quedó por detrás de Biden por menos de 5 puntos entre los hombres blancos sin título universitario — pero Biden ganó a las mujeres de este grupo por 17 y 30 puntos, respectivamente.Las dificultades particulares de Bernie con las mujeres — mucho más preocupadas por vencer a Trump que los hombres, según las encuestas — sugieren además que la disminución de su apoyo de la clase trabajadora blanca tuvo menos que ver con la cultura o la ideología que con su percepción de elegibilidad. Un análisis serio de clase de la evolución de la coalición de Sanders también debe tener en cuenta el grupo masivo que Bernie trajo al redil este año — los votantes latinos, la porción de más rápido crecimiento del electorado de clase trabajadora de Estados Unidos. En todo el gran suroeste, desde el Río Grande en Texas hasta el Valle Central de California, Sanders dominó los distritos latinos que había perdido mayoritariamente ante Hillary Clinton en 2016. En los barrios con gran número de latinos, desde el este de Los Ángeles hasta el norte de Houston, el “Tío Bernie” a menudo ganó más votos que Biden, Bloomberg y Warren juntos.Esto no fue un fenómeno regional, ni se limitó a las zonas mexicanoamericanas.  Sanders también se impuso entre los votantes puertorriqueños y dominicanos de clase trabajadora en Holyoke y Lawrence, Massachusetts, así como en los barrios de inmigrantes centroamericanos del centro de Los Ángeles y del suroeste de Houston.En casi todos estos lugares, Sanders tuvo que superar la oposición de la clase política latina, que apenas le era más favorable que la clase dominante política negra. A principios de marzo, Sanders sólo había recibido dos apoyos de la asamblea hispana del Congreso; Biden tenía catorce. Sin embargo, no existe un Obama latino, y los lazos institucionales que unen a los votantes latinos con la clase dominante demócrata, según hemos aprendido este año, pueden ser relativamente débiles.Al final, pocos líderes latinos electos entregaron sus constituyentes a Biden. En cuatro distritos del Congreso del sur de California representados por Lucille Roybal-Allard, Lou Correa, Tony Cárdenas, y Juan Vargas — todos ellos respaldados por Biden — Sanders venció a sus múltiples rivales con una mayoría absoluta de votos.En términos numéricos, las enormes ganancias de Bernie con los latinos pueden haber compensado el descenso de su apoyo de la clase trabajadora blanca. Y dado que Sanders ganó a estos votantes, en gran parte, redoblando la apuesta por las cuestiones redistributivas “del pan de cada día” que más valoran los votantes latinos, es posible que la coalición de Sanders de 2020, aunque sea más pequeña que la del 2016, esté aún más arraigada en la clase trabajadora estadounidense. Ciertamente, dado este cambio significativo, es demasiado pronto para escribir epitafios sobre la posibilidad de una política clasista dentro del Partido Demócrata.Sin embargo, incluso este revestimiento de plata conlleva un inevitable toque de gris. Sanders ganó de forma abrumadora en las zonas de mayoría latina, pero sobre todo sin aumentar la participación de los votantes. En el distrito de clase trabajadora de Roybal-Allard en el sur de Los Ángeles, que Bernie ganó con casi el 57% de los votos — su mejor distrito en el país — acudieron a las urnas casi diez mil votantes menos que en el 2016. El mismo patrón se mantuvo en muchas de las áreas más fuertes de Bernie en el sur de California. Y en el Valle del Río Grande de Texas, y en los barrios de mayoría latina de Houston, Sanders ganó de manera decisiva, pero sobre todo la participación demócrata (como proporción de votantes registrados) se mantuvo estable o disminuyó con respecto a 2016. Esto sugiere que los esfuerzos de divulgación latina de su campaña tuvieron un enorme éxito en convencer a los votantes de Clinton de 2016 para que se subieran al autobús de Bernie — una hazaña impresionante en sus propios términos — pero menos éxito en atraer a la política a nuevos votantes latinos de la clase trabajadora. La otra posibilidad, no más inspiradora, es que los nuevos votantes latinos que Sanders ganó fueron compensados por un número igualmente grande de votantes que abandonaron el electorado de las primarias en 2020.Es sólo una enumeración más del problema elemental al que se enfrenta cualquier esfuerzo por presentar candidatos de izquierda en el Partido Demócrata: el declive relativo de la participación política de la clase trabajadora — tanto negra como morena y blanca.De la Patagonia a HalliburtonEn la prensa dominante, la derrota de Sanders en Michigan, el Waterloo de su campaña de 2020, se atribuyó en gran medida a la deserción de los votantes de la clase trabajadora que le habían impulsado a la victoria hace cuatro años. Sin embargo, entre los votantes de Michigan que ganan menos de 50,000 dólares por años, superó a Joe Biden por 7 puntos — un margen mayor que en 2016, cuando le ganó a Hillary Clinton por solo 3 puntos con ese mismo grupo.Sanders no fue derrota en absoluto por los votantes de bajos ingresos, quiénes le dieron un sólido apoyo en Michigan y en otros lugares. Tampoco el verdadero golpe vino de los votantes de la clase trabajadora o de la clase media baja de ningún tipo. Vino, con una fuerza devastadora, de los suburbios ricos.En el condado Wayne de Detroit, Sanders perdió casi por el mismo margen que en 2016. En el condado de clase media de Macomb, sede ancestral de Demócratas por Reagan y de Votantes Obama-Trump, Sanders recibió un duro golpe, perdiendo por veinte mil votos más que en 2016. Pero en los suburbios ricos y de gente con educación del condado de Oakland — el condado más rico en Michigan — el déficit de Bernie aumentó en cincuenta mil votos.Un examen más detallado de los resultados del distrito electoral de las tres comunidades más pequeñas de Michigan lo aclaran aún más. Los dos distritos de clase trabajadora del noroeste de Flint, entre los que se encuentran algunos de los barrios en los que los niños estuvieron notoriamente expuestos al plomo en el agua de la ciudad, son negros alrededor del 90 por ciento. Los siente distritos del norte de Bay City, cerca de Saginaw, son blancos un 85 por cierto, pero al igual que Flint, la ciudad se ha visto castigada por la desindustrialización, y en particular por el declive de General Motors. Mientras tanto, la próspera ciudad de Birmingham, en el condado de Oakland — hábitat original del propietario de un suburbio, Tim Allen — presume de valores medios de la propiedad (488,000 dólares) y de niveles de renta (117,000 dólares) entre tres y cinco veces superiores a los de Bay City o Flint.Los tres distritos son mayoritariamente demócratas; todos tienen entre 16,900 y 18,100 votantes registrados. En los distritos del noroeste de Flint, donde la participación disminuyó, Biden obtuvo en realidad 600 votos menos de los que recibió Clinton en 2016. En la mayor parte del norte de Bay City — incluido el barrio de clase trabajadora donde nación Madonna Louise Ciccone, hija de un trabajador de General Motors — Biden obtuvo 300 votos más que Clinton, lo suficiente para vencer a Sanders en toda la ciudad. Pero entre las altas vallas de los patios traseros y los caros mega garajes de Birmingham, Biden recogió casi 2,300 votos — más que suficientes para enterrar a Bernie Sanders bajo un montón de productos de lujo para la mejora del hogar.Este mismo patrón se repitió en todos los estados y áreas metropolitanas donde se celebraron elecciones primarias. Desde las comunidades de jubilados frente a la playa de la costa de Carolina del Sur hasta las mansiones de ranchos con columnas de Contra Costa, California, dondequiera que la participación demócrata subió con respecto al 2016, subió más en los suburbios más ricos y blancos, quienes lanzaron su peso colectivo contra Bernie Sanders.En Carolina del Norte, donde el voto demócrata total descendió desde los pantanos del este hasta las montañas del oeste, los suburbios ricos de Raleigh y Charlotte experimentaron subidas de entre el 40 y el 50 por ciento respecto a 2016. En Missouri, donde el voto disminuyó tanto en Ferguson como en los Ozarks, subió un 50 por ciento en los recintos de los clubes de campo del condado de St. Louis. Y en el rico condado de Fairfax, Virginia, el arquetipo de la estrategia suburbana de los demócratas del siglo XXI, el voto en las primarias se disparó un 70%, con casi cien mil nuevos votantes uniéndose al partido de Biden. En muchas zonas, el poder de la oleada suburbana fue tan grande que incluso comunidades ricas muy pequeñas tuvieron un mayor impacto en las elecciones que zonas de clase trabajadora mucho más grandes. En Massachusetts, comparado con el 2016, Sanders perdió más votos frente a Biden y Bloomberg en sólo tres elegantes pueblos de la costa sur — Hingham, Duxbury y Norwell (población total: 51, 753) — que en todo el condado de Hampden, donde se encuentra la ciudad de Springfield y sus suburbios de clase trabajadora (población: 466,372).El otoño pasado, con Elizabeth Warren a la cabeza de las encuestas demócratas, el debate giró en torno al papel de los llamados demócratas de la Patagonia: liberales adinerados en distritos profundamente azules que habían acudido a la agenda política planificada de Warren. Al igual que muchos partidarios de Sanders, yo era escéptico ante la afirmación de que esos votantes de clase profesional — independientemente de lo que dijeran a los encuestadores — pudieran realmente servir de base electoral para un programa redistributivo. Pero en retrospectiva, ni Jacobin ni Vox anticiparon la verdadera historia de las primarias de 2020, que no involucró a los liberales del estilo Warren, sino a una tribu conservadora de suburbanistas adinerados — republicanos desafectos quienes, desde las elecciones de 2016, se han lanzado a la política del Partido Demócrata. En todo el Cinturón del Sol, desde los contratistas de defensa del norte de Virginia hasta las corporaciones energéticas de Texas y California, Joe Biden fue impulsado no sólo por demócratas de la Patagonia, sino por los recién descubiertos demócratas de Chevron, Raytheon y Halliburton.Después del 2016, el “republicano nunca-Trump (Never-Trump)” se convirtió en un chiste en la izquierda — en un partido donde Trump gozaba de un 90% de aprobación, críticos engreídos como Jennifer Rubin y David Frum aparecieron para formar una página editorial cuya plantilla era mayor que sus lectores. Pero en 2020, estos neoconservadores nunca-trumpistas rieron al último. Rebautizados astutamente como expertos “moderados”, perdonados por su apoyo a la guerra de Irak, y con grandes plataformas en los medios de comunicación corporativos liberales, resultó que su verdadera audiencia no era republicana en lo absoluto, sino los suburbanos afluentes del estado púrpura, que compartían tanto su disgusto cultural por Trump como su oposición material a Sanders.Aunque la participación demócrata aumentó en todos los suburbios ricos, desde Silicon Valley hasta el área metropolitana de Boston, se aprecia un patrón claro: cuanto más rico y conservador es el suburbio, más dramáticos son los aumentos. En Virginia, el asombroso aumento del 70% del condado de Fairfax fue superado por el condado vecino de Loudon — el condado más rico de los Estados Unidos — donde la participación demócrata casi se duplicó con respecto a 2016.Una vez más, la imagen es más vívida a nivel barrial. En el área metropolitana de Houston, Biden obtuvo algunas de sus ganancias más impresionantes en suburbios ricos y tradicionales republicanos como Bellaire y West University Place, que pasaron de Mitt Romney a Hillary Clinton en 2016 y ayudó a Lizzie Pannill Fletcher a ser electa para el Congreso en 2018. La participación en las primarias en estas zonas se duplicó con respecto a hace cuatro años, lo que refleja el éxito del esfuerzo concertado de los demócratas para retener a los votantes de Romney-Clinton.Y en términos relativos, las ganancias de participación más asombrosas no se produjeron en los recintos de Houston que los demócratas ganaron en 2016 o 2018, sino en los que perdieron. En los distritos extremadamente ricos (con dinero proveniente del petróleo) y conservadores de River Oaks, Afton Oaks y Tanglewood — el vecindario donde Jeb y George W. Bush crecieron — la participación demócrata a menudo se triplica, y casi toda va para Biden o para Bloomberg.Algunos de estos votantes, sin duda, sólo votaron en unas primarias demócratas abiertas porque no había oferta republicana competitiva. (En ese sentido, el efecto cobró otro peaje masivo en la campaña de Sanders de 2020.) Y si Trump es repudiado convincentemente en noviembre, una fracción de estos ricos suburbanos podría intentar volver a un Partido Republicano humillado. Sin embargo, es probable que más de ellos se queden como demócratas de Halliburton. La oleada suburbana de 2020 encaja en un patrón más amplio: en el histórico distrito de Tanglewood de la familia Bush, los demócratas obtuvieron menos del 18% del voto en las elecciones generales en 2012, pero casi el 30% en 2016 y más del 34% en 2018, con un porcentaje mayor probablemente en 2020.  En las últimas semanas, incluso cuando los demócratas han tratado de presentarse como el partido de George Floyd, es conveniente saber que River Oaks de Houston — hogar de Joel Osteen y del exdirector general, Jeffrey Skilling — ahora cuenta con una mayor participación en las primarias demócratas que el Third Ward, donde Floyd nació y creció.En los Estados Unidos, al menos, el margen entre la “izquierda brahmánica” y la “derecha mercantil” de Piketty es bastante borroso en la cúspide de la pirámide de la riqueza, y se está volviendo más borroso. No sólo muchos príncipes del mercado de la clase multimillonaria — quizá una mayoría, fuera de un puñado de industrias extractivistas — ya se inclinan por los demócratas; sus vasallos corporativos, en áreas metropolitanas prósperas desde Houston hasta Charlotte y Grand Rapids, ahora también tienden a ser demócratas.Este año, los demócratas de Halliburton bien podrían haber hecho oscilar las elecciones contra Bernie Sanders. Con sus voces amplificadas por los medios de comunicación de prestigio, y sus votos ansiosamente cortejados por los principales candidatos, ayudaron a asegurar que los demócratas salieran de la temporada de primarias como algo más cercano al partido de Bill Kristol que al de Krystal Ball. No es probable que se vayan a ninguna parte pronto. 3. Una mayoría en embriónSin duda, existen lecciones tácticas que extraer de la campaña de Bernie 2020, tanto en sus logros como en sus posibles pasos en falso. Sin embargo, las principales fuerzas electorales que derrotaron a Sanders en las urnas — la preferencia de la clase dominante entre los votantes negros de las primarias, la disminución de la participación de los demócratas de la clase trabajadora y la llegada masiva de los ricos de los suburbios al partido — todo ello es anterior a Sanders y es probable que perdure también después de él.Lo que aprendimos en el transcurso de los cinco años de lucha de Bernie es que una campaña presidencial nacional, por muy exitosa que sea en otros aspectos, no podría revertir o incluso detener estas tendencias por sí sola.El socialismo democrático al estilo de Sanders todavía no se ha ganado a una mayoría en Estados Unidos, ni dentro del Partido Demócrata ni fuera de él. Pero no tener una mayoría no es excusa para no construir una. Y aunque la coalición de Sanders no estaba preparada para la victoria en 2020, hay razones para creer que su guerra de cinco años ha puesto la reforma socialdemócrata en el camino hacia una mayoría nacional en la próxima década.En ambas campañas, Sanders ganó a los votantes más jóvenes por márgenes históricos, y no los ganó con el estilo o el carisma, sino con la plataforma quizá más bruscamente ideológica de la historia de las primarias demócratas. Su lucha de cinco años reflejó, impulsó y moldeó simultáneamente la visión del mundo de toda una generación de votantes — forjando un nuevo y serio vínculo entre las condiciones materiales de los estadounidenses menores de cuarenta y cinco años y la marca Sanders de “socialdemocracia de lucha de clases”.Como ha argumentado Connor Kilpatrick de Jacobin, el dominio de Bernie entre los votantes jóvenes es significativo por al menos dos razones que deberían dar forma a la estrategia de la izquierda en los 2020’s. En primer lugar, a pesar del compresible escepticismo sobre la “política generacional”, simplemente no hay precedentes en la historia de EE. UU. de un candidato ideológico que gane a los votantes más jóvenes en tal escala como Sanders lo hizo — no George McGovern y ciertamente tampoco Barack Obama, cuyo apoyo juvenil era mucho más delgado y menos uniformemente distribuido. En la competencia de 2008 contra Hillary Clinton, Obama ganó a los votantes menores de treinta años en California por 5 puntos, y en Texas por 20 puntos. Este año, frente a unas primarias más amplias, Bernie ganó a ese grupo en esos dos estados por al menos 50 puntos.En sus dos campañas, Sanders ganó a los votantes blancos jóvenes, ganó a los jóvenes votantes negros y ganó a los jóvenes votantes latinos — este último grupo con márgenes excesivos (¡84 por ciento!) en estados como California. Muy probablemente, ganó a los jóvenes votantes asiáticos, a los jóvenes votantes musulmanes y a los jóvenes votantes nativos con niveles de entusiasmo similares.En segundo lugar, Sanders no sólo ganó a lo grande con los niños recién salidos de la escuela: a lo largo de cinco años de campaña, mostró una fuerza persistente con los votantes de mediana edad en sus cuarenta años. De los veinte estados que realizaron las encuestas de salida, más votantes menores de cuarenta y cinco años eligieron a Sanders que todos los demócratas “moderados” juntos (Biden, Bloomberg, Buttigieg y Klobuchar) en dieciséis de ellos.En Missouri y en Michigan, se ganó completamente a los votantes entre cuarenta y cuarenta y cinco años. Y en estados clave como Texas, Massachusetts y Minnesota, donde Bernie perdió en general, consiguió ganar a los votantes menores de cincuenta años por dos dígitos.Notoriamente, estos votantes más jóvenes no fueron un número suficientemente grande para ayudar a Sanders en el Super Martes ni después. Pero la conclusión simplista de los medios de comunicación sobre este tema — que el voto de los jóvenes en realidad disminuyó en el 2020 — se basó en encuestas de salida con fallas de 2016, cuya metodología cambió significativamente este año, lo que hace que las comparaciones crudas sobre la forma del electorado prácticamente no tengan valor. En el contexto del aumento de la participación general, de hecho, es casi seguro que el número absoluto de votantes jóvenes en las primarias aumentó en 2020. (En Carolina de Sur, donde se han publicado las cifras oficiales del estado, más de cuarenta mil nuevos votantes menores de cuarenta y cinco años emitieron su voto demócrata, y su índice de participación también aumentó.) Aunque superados por la oleada de demócratas más viejos y ricos de Halliburton, estos nuevos votantes más jóvenes acudieron a la candidatura de Bernie en una medida que contribuyó a cambiar la geografía de su coalición.Aunque Sanders batalló para ganar muchas de las zonas rurales que había arrasado hace cuatro años, su fuerza en las ciudades — y especialmente en los barrios urbanos más jóvenes, racialmente diversos y de menores ingresos — en realidad creció de 2016 a 2020. Con los votantes latinos más jóvenes ahora firmemente en su coalición, Bernie no sólo arrasó en los barrios del este de Los Ángeles, sino que obtuvo victorias abrumadoras en los distritos electorales mixtos y con gran número de inmigrantes de San Diego, Denver, Seattle y Las Vegas. Sanders mostró una fuerza similar en las zonas urbanas más jóvenes y de menos ingresos de todo el país. En el noveno distrito de Minneapolis, de mayoría no blanca, donde fue asesinado George Floyd, Bernie obtuvo la mayoría absoluta. En las ciudades más pequeñas del noreste y el medio oeste, el apoyo para él no disminuyó, si no que aumentó respecto a 2016 — con los votantes urbanos más jóvenes ayudando a Sanders en los primeros estados, desde Portland, Maine, hasta Duluth, Minnesota.Aunque los críticos lo descartan fácilmente como un fenómeno de la “izquierda aburguesada”, los estudiantes graduados que beben café con leche no impulsaron a Sanders a la victoria en ciudades de clase trabajadora como Manchester, New Hampshire, o Brownsville, Texas. Un grupo mucho más amplio de votantes jóvenes y desproporcionadamente urbanos, que ganan mucho menos dinero y poseen muchas menos propiedades que el electorado demócrata en su conjunto, formó el núcleo de la coalición de Sanders.La política de la clase trabajadora aún puede ser el futuroEn todo el mundo, desde Noruega hasta Nueva Zelanda, a medida que los partidos de izquierda de la clase obrera han dado paso a sus descendientes brahmánicos, el alcance y el horizonte de la política de izquierda ha cambiado. Menos interesados en la redistribución económica transformadora — y mucho menos capaces de llevarla a cabo, de todos modos — los progresistas contemporáneos han puesto su fe y su energía en una serie de otros proyectos, desde el ecologismo hasta cuestiones de representación cultural.Sin embargo, los socialistas como Bernie Sanders entienden que pocas de estas luchas por la justicia pueden ganarse, de forma significativa o duradera, si no van acompañadas de una transferencia de poder y recursos a gran escala, ganada por una clase trabajadora decidida.Por sí sola, la guerra de cinco años de Bernie no logró reanimar la política de clases del siglo XX. Pero si hay esperanza de volver a la alineación electoral que produjo cada una de las principales reformas socialdemócratas de la historia — unir a una clase trabajadora diversa en torno a demandas apremiantes de redistribución — ésta se encuentra en los votantes cómplices de Sanders menores de cuarenta y cinco años. No sólo dos tercios o más de estos estadounidenses más jóvenes y pobres apoyan el Acceso Médico para Todos (Medicare for All), los impuestos a las grandes fortunas, y otras reformas significativas — sino que han demostrado, en dos campañas primarias diferentes, que esos compromisos redistributivos fundamentales son lo suficientemente fuertes como para guiar sus opciones de voto. Todavía no se trata de una mayoría socialista, pero es, tal vez, una mayoría socialista en embrión.Y aunque la población estadounidense envejece, esta mayoría embrionaria crece cada año, y dentro de cada uno de los grupos demográficos. A pesar de la leyenda de que los votantes se vuelven más conservadores a medida que envejecen, el consenso académico es que las preferencias ideológicas son, de hecho, bastante estables a lo largo del tiempo. Los millennials de más edad, excluidos de una economía cada vez más desigual, no parecen moverse hacia la derecha. Podemos apostar que la supermayoría que hoy exige un seguro de salud nacional, también lo hará mañana.Si Bernie Sanders no estaba destinado a ser el Abraham Lincoln de la izquierda del siglo XXI, ganando una revolución política bajo su propia bandera, bien podría ser algo así como nuestro John Quincy Adams — el “Viejo Elocuente” cuyos apasionados exabruptos contra el poder esclavista en las décadas de 1830 y 1840 inspiraron a los radicales que lo derrocaron una generación después.Durante la próxima década, esta mayoría embrionaria se enfrenta a al menos dos retos considerables. En primer lugar, y el más apremiante, debe enfrentarse a su principal antagonista dentro del electorado de las primarias: la coalición de demócratas más antigua, rica y en constante crecimiento de Fairfax y Halliburton, cuyos votos los líderes de los partidos siguen cortejando con una retórica patriótica difusa y promesas concretas de reducción de impuestos.A corto plazo, la vía de ataque más prometedora es la de los distritos legislativos, en su mayoría urbanos, desde Los Ángeles hasta Denver y San Antonio, donde predominan los votantes más jóvenes, y donde Sanders superó a todos sus rivales centristas juntos. Las recientes victorias insurgentes de la izquierda en Filadelfia, Pittsburgh, Washington DC y New York sugieren que hay más espacio para que la política democrática-socialista crezca también en las ciudades del noreste.Sin embargo, incluso a corto plazo, los distritos urbanos más jóvenes no serán suficientes para que los izquierdistas del estilo de Sanders superen en votos a los demócratas de Fairfax dentro del partido — mucho menos para ejercer un poder fiscal significativo en los gobiernos estatales más grandes o en el Congreso.Y a largo plazo, la concentración en distritos urbanos extremadamente liberales en las costas — un mapa electoral que sigue a los progresistas brahmánicos dondequiera que vayan — corre el riesgo de acelerar el alejamiento de la izquierda de las cuestiones fundamentales de clase de la redistribución del poder y de lo material. Para algunos activistas brahmánicos, ésta es precisamente la cuestión: un enfoque retrógrado sobre la clase ha impedido a los progresistas comprender que su base natural se encuentra en los suburbios de cuello blanco, que ya comparten la política cultural liberal. “Puedo tomar a alguien que esté profundamente preocupado por el patriarcado y puedo hacerle entender cómo el patriarcado se interseca con el capitalismo,” argumenta Sean McElwee, “mucho más de lo que puedo tomar a alguien que está enfadado porque General Motors le quitó el trabajo y hacerle entender el socialismo”. El descenso generalizado de la participación de la clase trabajadora en la política puede ser incluso algo que celebrar, desde este punto de vista, si hace que más distritos del Congreso pasen del rojo al azul.Sanders tenía una teoría diferente, y sus campañas reunieron una coalición diferente, centrada en los votantes más jóvenes y de menores ingresos desde Brownsville hasta Duluth. En 2020, esa coalición de clase trabajadora no fue suficiente para ganar la nominación demócrata. Y no, Sanders no consiguió darle la vuelta a la historia y devolver a la inmensa reserva de trabajadores alienados y apolíticos a la política primaria.Pero para el 2032, los actuales votantes de Bernie menores de cincuenta años representarán probablemente una mayoría, y ciertamente una pluralidad, dentro del electorado del partido. ¿Qué tipo de izquierda habrá para recibirlos? ¿Será un movimiento progresista completamente post-Sanders, cuyas prioridades están definidas por el discurso de las redes sociales, las ONGs activistas financiadas por multimillonarios y una relación amistosa de trabajo con lo corporativo del Partido Demócrata?Imagina a Sean McElwee dando un discurso de apertura en el Centro Walmart para la Equidad Racial — para siempre. ¿O será una izquierda política la que continúe el trabajo, tomando prestado a Lincoln en Gettysburg, que Sanders ha impulsado tan noblemente hasta ahora? ¿Una izquierda basada en la política de clases y dirigida fundamentalmente a las demandas de redistribución material de la mayoría — sanidad, educación, empleo y apoyo familiar para todos, pagados por los ricos? El futuro aún no está escrito.

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