Actualidad Internacional: Opinion

Hacia una escalada bélica

14/04/2022

Rafael Poch de Feliu

Rafael Poch-de-Feliu (Barcelona) fue corresponsal de La Vanguardia en Moscú, Pekín y Berlín. Autor de varios libros; sobre el fin de la URSS, sobre la Rusia de Putin, sobre China, y un ensayo colectivo sobre la Alemania  de la eurocrisis.

Fuente: Contexto

A

sistimos en Ucrania a una repetición de la situación vivida en la Guerra de Invierno de la URSS contra Finlandia, de noviembre de 1939 a marzo de 1940. El fracaso de la “guerra relámpago”, que los rusos parecían contemplar como primer escenario de su invasión de Ucrania, está teniendo como claro efecto incentivar el intervencionismo militar occidental en el conflicto.

Precedente finlandés

En lugar del esperado desmoronamiento, la confraternización y masiva deserción del ejército regular ucraniano, de la huida del Gobierno hacia Ucrania Occidental ante la proximidad de las tropas rusas en Kiev y de una escasa resistencia en el este y sur del país, Moscú se encontró con otro cuadro que le ha obligado a cambiar de plan e incrementar la presión militar.

Como ahora en Ucrania, Moscú buscaba distancia en aquella Guerra de Invierno. Leningrado, actual San Petersburgo, quedaba entonces a unos 40 kilómetros de la frontera finlandesa. Finlandia, como Polonia, había logrado salirse del Imperio ruso con la quiebra del zarismo y la posición de la antigua capital imperial estaba geográficamente demasiado comprometida y expuesta a una invasión. La guerra buscaba ampliar la zona de seguridad, algo que los dirigentes rusos mencionan ahora referido a Ucrania y que desde hace siglos ha sido uno de los motivos básicos del expansionismo defensivo ruso en un país de enormes espacios sin barreras ni límites geográficos.

También entonces las cosas salieron mal –o “como siempre”, según el dicho ruso popularizado por el ex primer ministro Viktor Chernomyrdin en los noventa– y lo que debía ser una “corta guerra victoriosa” ante un pequeño adversario, se cobró un enorme precio de centenares de miles de bajas rusas. El ataque estuvo pésimamente planeado, sin tener en cuenta el escenario, el clima ni problemas logísticos básicos. Los prisioneros soviéticos se quejaban de falta de material y municiones. Muchos años después, Nikita Jrushov calificó de “peligrosa” aquella derrota  de los finlandeses, precisamente porque “la evidencia de que la URSS era un gigante con los pies de barro animó a nuestros enemigos”, dijo. Quince meses después de la firma de la paz con Finlandia, Alemania invadía la URSS.

Ahora Estados Unidos, la OTAN y la Unión Europea, que en el inicio de la campaña aseguraron que no intervendrían, se están animando. No solo son los ojos y oídos tecnológicos del ejército ucraniano, lo que permite a este golpear con precisión, limitar la superioridad aérea del adversario y matar a sus generales, sino que incrementan el suministro de armas con la manifiesta intención de sangrar al oso en la trampa en la que él mismo se ha metido.

2.500 millones de dólares desde el inicio del conflicto, solo por parte de Estados Unidos, que se suman a los envíos previos a la invasión y al intenso entrenamiento de cuadros del ejército y los servicios secretos ucranianos a cargo de la CIA que comenzó en 2015, inmediatamente después del cambio de régimen en Kiev.

En Europa, el consenso es que “este conflicto se ganará en el campo de batalla”, en palabras de Josep Borrell tras anunciar otros 500 millones de euros del Fondo Europeo en Apoyo de la Paz (FEAP) para proveer de más armas a los ucranianos. La OTAN ha puesto 40.000 hombres más en su flanco oriental, establecerá más bases militares permanentes en Europa Oriental y suministrará misiles tierra-aire para abatir aviones rusos y misiles contra naves rusas en el Mar Negro. De Eslovaquia han llegado baterías antimisiles de fabricación rusa S-300, que los rusos dicen haber destruido ya en Dniepropetrovsk (Dnipró). Los más insensatos del club europeo, es decir, los polacos, insisten en llevar a cabo una intervención militar terrestre en Ucrania Occidental, aunque sea sin la bandera de la OTAN. Washington no enviará tropas a Ucrania (los cuadros de las SAS británicas y los Delta americanos están allí “desde el principio de la guerra”, dice el corresponsal de Le Figaro, Georges Malbrunot) pero está dispuesto a apoyar a los países de la OTAN si alguno de ellos lo decide, declara la embajadora de Estados Unidos ante la ONU, Linda Thomas-Greenfield.

Presión informativa

En el fomento de esta escalada, el papel del complejo mediático es clave. Los crímenes de la soldadesca, que en las guerras de Occidente son considerados excepciones en los contados casos en los que son desvelados, están siendo considerados norma y debidamente amplificados, incluso en los casos en los que no hay evidencia independiente de su verosimilitud. Por desgracia, algunos de ellos han sido demostrados y nos retrotraen a escenas ya conocidas como las vividas en la localidad chechena de Shamashkí en abril de 1995.

“Todos los rusos son ahora nuestros enemigos”, “Tanques para la ofensiva”, titula el Frankfurter Allgemeine Zeitung, principal diario alemán. “Una intervención militar de la OTAN ya no debe ser tabú”, señala Die Welt. Poco después de un mes de iniciada la invasión rusa, la negociación ha desaparecido por completo del horizonte occidental: “Nuestro objetivo es que Rusia no gane esta guerra”, dice el canciller Olaf Scholz. “Eso es lo que hay detrás de nuestros envíos de armas, de nuestra ayuda financiera y humanitaria, de las sanciones y de la recepción de refugiados”, explica.

El presidente Biden, que puede tener en sus bajos niveles de popularidad y en la inflación, que achaca “a los rusos”, un motivo político para la guerra exterior, está sometido a influencias de sentido diverso. Desde el Pentágono y la CIA se le aconseja prudencia, desde el complejo mediático y el Departamento de Estado se le invita a implicarse más. En sus declaraciones, Biden ya habla de un conflicto de años por delante “entre democracia y autocracia, libertad y represión” y se le escapa en un discurso la voluntad de cambiar el régimen en Moscú al afirmar que Putin (“criminal de guerra” y autor de “genocidio”) “no puede seguir mandando” allá. Una mayoría de americanos apoyan en las encuestas el establecimiento de una “zona de exclusión aérea” si la guerra persiste, pese a que los militares advierten que eso supone derribar aviones rusos y que los rusos derriben los propios, así como la necesidad de atacar defensas antiaéreas en territorio ruso. En su editorial del 10 de abril, The Observer aboga por la intervención militar directa en Ucrania Occidental, que los polacos desean, suministrar tanques y aviones y destacar fuerzas navales en el Mar Negro que disuadan de cualquier propósito de tomar Odesa. “Los riesgos son obvios, pero su única alternativa es una carnicería sin fin. Si Occidente es serio en su propósito de detener la guerra, esas medidas fuertes pueden ser la única vía”.

Preparativos contra China

En Washington el dilema “o contra Rusia o contra China” que tantas divisiones creó en el establishmentdurante la presidencia de Donald Trump se ha resuelto definitivamente: contra ambas. “La mejor manera de actuar contra China es derrotar a Rusia”, dice un conocido analista local, expresando el nuevo consenso.

En su última reunión de ministros de exteriores, el día 8 de abril en Bruselas, la OTAN señaló claramente los preparativos de guerra contra China que se reflejarán en el anunciado “nuevo concepto estratégico” que debe aprobarse en la cumbre del próximo junio en Madrid. Por primera vez en su historia los ministros de exteriores de Corea del Sur y de Japón participaron en un cónclave de la OTAN de ese nivel en Bruselas, además de los de Australia y Nueva Zelanda. Japón se ha sumado a las sanciones contra Rusia y ha deshecho en cuestión de días todos los avances en la complicada relación bilateral con Rusia trabajosamente logrados bajo el mandato de Shinzo Abe. El Aukus (Australia, Inglaterra y Estados Unidos) ha anunciado el desarrollo de nuevos misiles hipersónicos para el escenario asiático. “Las políticas coercitivas de China a nivel global son un desafío sistémico a la seguridad de la OTAN”, ha dicho su secretario general, Jens Stoltenberg.

Los chinos toman buena nota de todo ello. “Estados Unidos siente que la fuerza de sus aliados en el Pacífico occidental no es suficiente y quiere implicar a toda la OTAN en su diseño indopacífico”, estima el diario chino Global Times.

Los resultados de la primera fase de la invasión, tan ambiguos para Moscú y tan desastrosos para la imagen internacional de Rusia en Occidente, han incrementado la expectativa de un segundo desastre ruso en la batalla del Donbass que ahora se anuncia y en la que los rusos esperan rodear y aniquilar al mayor y más combativo cuerpo de ejército ucraniano. Habrá que ver si las armas y recursos occidentales, así como el empeño ucraniano, logran torcer de nuevo el propósito.

En Moscú el revés de la primera fase ha generado una mezcla de mal humor, contrariedad y jactancia entre los propagandistas de la guerra que salen por la televisión. El inquietante endurecimiento del discurso, contra Ucrania, contra la nación ucraniana y contra los ucranianos en general, es la consecuencia. También la emigración: 100.000 jóvenes rusos, en gran parte especialistas cualificados, abandonaron el país en marzo y se espera que las cifras de abril sean similares.

Podemos preguntarnos hasta dónde llegará esta locura en Rusia, sin perder de vista esa demencia mucho más general que empuja inequívocamente al mundo hacia una gran guerra.

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