Actualidad Internacional: Opinion
Europa: Los gobernantes de las grandes potencias están jugando con fuego
25/01/2022
Gilbert Achcar
Profesor de la SOAS, Londres
Traducción: Punto de Vista Internacional
Fuente: Original publicado en Al-Quds al-Arabi
o es exagerado decir que lo que está ocurriendo actualmente en el corazón del continente europeo es el momento más peligroso de la historia contemporánea y el más cercano a una tercera guerra mundial desde la crisis de los misiles soviéticos en Cuba en 1962.
Es cierto que ni Moscú ni Washington han insinuado hasta ahora el uso de armas nucleares, aunque no cabe duda de que ambos países pusieron sus arsenales nucleares en estado de alerta ante las circunstancias actuales. También es cierto que el nivel de alerta militar en Estados Unidos aún no ha alcanzado el nivel que tuvo en 1962. Pero la concentración militar rusa en las fronteras de Ucrania supera los niveles de concentración de tropas en una frontera europea presenciados en los momentos más cálidos de la «Guerra Fría», mientras que la escalada verbal de Occidente contra Rusia ha alcanzado un nivel peligroso acompañado de gestos y preparativos militares que crean una posibilidad real de conflagración.
Los gobernantes de las grandes potencias están jugando con fuego. Vladimir Putin puede pensar que esto es como mover la reina y la torre en un tablero de ajedrez para obligar al adversario a retirar sus piezas; Joe Biden puede creer que es una oportunidad adecuada para repolar su imagen doméstica e internacional, muy deslucida desde su vergonzoso fracaso en la puesta en escena de la retirada de las fuerzas estadounidenses de Afganistán; y Boris Johnson puede creer que el pretencioso alarde de su gobierno es una forma barata de desviar la atención de sus problemas políticos internos. Sin embargo, el hecho es que los acontecimientos en tales circunstancias adquieren rápidamente su propia dinámica al ritmo de los tambores de guerra -dinámica que supera el control de todos los actores individuales y corre el riesgo de desencadenar una explosión que ninguno de los actores había deseado originalmente.
La actual tensión entre Rusia y los países occidentales en Europa ha alcanzado un grado que no se veía en el continente desde la Segunda Guerra Mundial. Los primeros episodios bélicos europeos presenciados desde entonces, las guerras de los Balcanes en la década de 1990, nunca alcanzaron el nivel de tensión prolongada y de alerta entre las propias grandes potencias que estamos presenciando hoy. Si estallara una guerra como resultado de la tensión actual, aunque inicialmente sólo se desencadenara en suelo ucraniano, la ubicación central y el tamaño de Ucrania son suficientes para que el peligro de que el fuego se extienda a otros países europeos fronterizos con Rusia, así como al Cáucaso y Asia Central, sea un peligro grave e inminente.
La causa principal de lo que está ocurriendo hoy tiene que ver con una serie de acontecimientos, cuya primera y principal responsabilidad recae en el más poderoso que tuvo la iniciativa, que es, por supuesto, Estados Unidos. Desde que la Unión Soviética entró en agonía terminal bajo Mijaíl Gorbachov, y aún más bajo el primer presidente de la Rusia postsoviética, Boris Yeltsin, Washington se comportó con Rusia como un vencedor despiadado con un vencido, al que el vencedor quiere impedir que vuelva a ponerse en pie. Esto se tradujo en la expansión de la OTAN, dominada por Estados Unidos, mediante la inclusión de países que anteriormente habían pertenecido al Pacto de Varsovia, dominado por la URSS, en lugar de disolver la Alianza Occidental en paralelo con su homóloga oriental. También se tradujo en que Occidente dictara una política económica de «terapia de choque» a la economía burocrática rusa, provocando una enorme crisis socioeconómica y un colapso.
Estas premisas son las que más naturalmente condujeron al resultado que uno de los asesores más destacados de Gorbachov -un antiguo miembro del Soviet Supremo y del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética-, Georgi Arbatov, había advertido hace treinta años, cuando predijo que las políticas occidentales hacia Rusia conducirían a «una nueva guerra fría» y a la aparición de un gobierno autoritario en Moscú que reviviría la vieja tradición imperial rusa. Esto ha sucedido realmente con el ascenso al poder de Putin, que representa los intereses de los dos bloques más importantes de la economía capitalista rusa (en la que se mezclan el capitalismo de Estado y los intereses privados): el complejo militar-industrial -que emplea a una quinta parte de la mano de obra industrial rusa, además del personal de las fuerzas armadas- y el sector del petróleo y el gas.
El resultado fue que la Rusia de Putin está practicando una política de expansión militar que va mucho más allá de lo que prevalecía en la época de la Unión Soviética. Entonces, Moscú no desplegó fuerzas de combate fuera de la esfera que había caído bajo su control al final de la Segunda Guerra Mundial, hasta que invadió Afganistán a finales de 1979, invasión que precipitó la agonía de la URSS. En cuanto a la Rusia de Putin, después de haber recuperado la vitalidad económica gracias al aumento de los precios de los combustibles desde el cambio de siglo, ha intervenido militarmente fuera de sus fronteras con una frecuencia comparable a la de las intervenciones militares de Estados Unidos antes de la derrota en Vietnam, y entre la primera guerra estadounidense contra Irak en 1991 y la ingloriosa salida de las fuerzas estadounidenses de ese país veinte años después. Las intervenciones e invasiones de Rusia ya no se limitan a su «extranjero cercano», es decir, a los países adyacentes a Rusia que fueron dominados por Moscú a través de la URSS o el Pacto de Varsovia. La Rusia postsoviética ha intervenido militarmente en el Cáucaso, especialmente en Georgia, en Ucrania y, más recientemente, en Kazajistán. Pero también ha estado librando una guerra es Siria desde 2015 e interviniendo bajo una cubierta transparente en Libia y más recientemente en el África subsahariana.
Así, entre la renovada beligerancia rusa y la continua arrogancia estadounidense, el mundo se encuentra al borde de un desastre que podría acelerar enormemente la aniquilación de la humanidad, a la que se encamina nuestro planeta por la vía de la degradación ambiental y el calentamiento global. Sólo podemos esperar que prevalezca la razón y que las grandes potencias lleguen a un acuerdo que aborde las preocupaciones de seguridad de Rusia y recree las condiciones para una renovada «coexistencia pacífica» que reduzca el calor de la Nueva Guerra Fría y evite que se convierta en una guerra caliente que sería una enorme catástrofe para toda la humanidad.
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