17 de febrero de 2018
Transformaciones sociales, resistencias y alternativas
Contenidos
- Elementos de análisis
1/ ¿Cuál es la evolución de la situación de la clase obrera y de las explotadas y explotados a nivel mundial?
2/ También evoluciona la tasa de explotación a nivel mundial
3 / Los ataques sin cuartel contra las poblaciones campesinas
4/ ¿Cuáles son las consecuencias del importante incremento del fenómeno migratorio?
5/ El impacto de la crisis medioambiental
II/ Frentes de respuesta
1/ El desarrollo desigual del movimiento sindical
2 / La auto-organización y cooperativas
3/ Las luchas contra la deuda
4/ Las luchas campesinas
5 /El lugar de los movimientos democráticos y por la justicia social
6/ El lugar de la juventud desempleada en las formaciones sociales
7/ Derechos de las mujeres y movilización masiva contra las violencias, las violaciones y el feminicidio y por el derecho al aborto
8 / Las luchas LGTB+
9/ Las organizaciones contra el racismo y en defensa de las y los migrantes
10/ El ascenso de los movimientos contra el calentamiento climático
III/ El problema de la transformación política, de las luchas y de la estrategia anticapitalista
Introducción
Estos últimos años se han caracterizado por oleadas de movilizaciones sociales y políticas con distintas perspectivas. En el Magreb y el Medio Oriente, las oleadas de la Primavera árabe, si bien no están agotadas, se enfrentan a la convergencia de fuerzas reaccionarias. En América Latina, tras la derrota del PSUV en las elecciones venezolanas asistimos a un nuevo ciclo. En Europa, tras la capitulación de Tsipras, Syriza no mantuvo el rumbo de la dinámica abierta por su elección o el mayoritario voto a favor del OXI en julio de 2015.
En 2008, la quiebra de Lehman’s Brothers dio paso a la crisis financiera internacional que provocaría numerosas crisis en cascada, especialmente la de las deudas soberanas en Europa. Esta crisis desencadenó nuevos ataques sociales que se añadieron a los profundos cambios operados a partir de los años 90 a través de las consecutivas reconversiones políticas, económicas y sociales iniciadas en 1989 y de la nueva fase de la globalización capitalista.
Este texto se fija como objetivo analizar de forma sucinta las modificaciones sociales que se vienen dando en este contexto, así como las capacidades y experiencias de lucha de las y los explotados y oprimidos y, también, la evolución de los movimientos sociales, sindicales y políticos de resistencia y lucha contra los ataques capitalistas.
El problema al que nos enfrentamos es el de la correlación de fuerzas entre las clases a nivel internacional. Esto nos obliga a analizar:
- La realidad de la clase obrera y del resto de las clases explotadas que, con la mundialización y la integración global de Rusia y China en el sistema económico capitalista mundial, ha conocido grandes transformaciones en los últimos treinta años.
- La fuerza organizada del movimiento obrero y de los movimientos sociales que luchan contra la explotación y las opresiones en su conjunto, dado que ha sufrido muchas transformaciones a distintos niveles. La desaparición de la URSS y el fin de la competición URSS/China en torno a la hegemonía «socialista» sobre los movimientos de resistencia al imperialismo ha modificado ampliamente la geografía política en lo que definimos como los «tres sectores de la revolución mundial». Pero, de aquí en adelante, ¿cual es la fuerza real de cada uno de estos movimientos que organizan a los sectores explotados y oprimidos en estos diferentes sectores?
- Los nuevos campos de radicalización a lo largo de las dos últimas décadas, en especial entre las generaciones jóvenes. Incluso si el movimiento altermundista es más débil que a principios del siglo, la cuestión de la justicia social, de la necesidad de combatir el poder de los bancos, de los grandes grupos empresariales y de las instituciones internacionales constituye un poderoso vector de radicalización. Existe una relación clara entre la justicia social, el empleo estable para los trabajadores y trabajadoras, el derecho a la tierra para los campesinos y campesinas y las cuestiones medioambientales. En lo que respecta al cambio climático y a los grandes proyectos inútiles, también se puede observar la voluntad de imponer un control democrático sobre las grandes decisiones y contra un sistema de poder profesionalizado con una masa de políticos que escapan a cualquier control. La aspiración libertaria a vivir sin violencia, sin la imposición de leyes injustas y también el poderoso impulso de las movilizaciones feministas y LGBT+. Esto mismo sucede con las luchas contra la discriminación y la violencia racistas que buscan poner fin a los legados del colonialismo y las sociedades esclavistas. Finalmente, se puede ver el poder de los nuevos medios de comunicación, en especial el de las redes sociales, como herramientas para organizar manifestaciones, informar y movilizar en todas las regiones del mundo.
- Más allá de las exigencias democráticas y de justicia social, la capacidad de dar coherencia política a las luchas, de integrarlas en una lucha global contra el sistema en una situación en la que ya no existe un «movimiento obrero internacional». El rechazo de los efectos de las políticas capitalistas no conduce automáticamente a una consciencia anticapitalista. La identidad social obrera no genera automáticamente una identidad de clase. ¿Qué capacidad existe para inscribir estas luchas en un programa político estratégico que ponga en cuestión de forma radical la sociedad capitalista y las opresiones que ha generado o reestructurado? En ese contexto, ¿qué balance hacer del movimiento altermundista y de las diferentes redes internacionales que, en distintos sectores, tratan de coordinar las luchas? Por último, ¿qué fuerza tienen y qué dirección toman las corrientes políticas de estos frentes de lucha (ya se definan como democráticas, anticapitalistas o revolucionarias) a escala nacional, regional o internacional?
- Elementos de análisis
1/ ¿Cuál es la evolución de la situación de la clase obrera y de las explotadas y explotados a nivel mundial?
Tenemos que tomar en cuenta varios elementos importantes. La globalización ha acelerado el crecimiento industrial y económico en toda una serie de países (BRICS, Turquía, México…); un fenómeno que, lógicamente, debería continuar y diversificarse.
Esto entraña dos fenómenos importantes en los llamados países «emergentes»: la concentración urbana, y el incremento de trabajadores y trabajadoras asalariadas superior al crecimiento de la población (75 % de progresión entre 1992 y 2012 por un incremento de la población del 30 %). Esto se debe, evidentemente, al desarrollo de nuevos centros de desarrollo económico. Otra característica importante ha sido el crecimiento relativo del sector servicios en comparación con el de la producción, así como la proletarización de numerosos empleos asalariados anteriormente considerados como cualificados, tales como la enseñanza o la salud con su correspondiente impacto, y una creciente propensión de esos sectores a participar en las movilizaciones sociales contra las cadencias del trabajo, la congelación salarial, las privatizaciones y otros ataques.
Ahora bien, en todos los casos hay que tomar en consideración que, tomadas globalmente y según los criterios de la OIT, la gran mayoría de la población activa en esos mismos países la constituyen trabajadores y trabajadoras con un empleo precario (trabajadores familiares no remunerados o autónomos) y esta proporción crece a partir de 2008, lo que constituye una contra-tendencia. Así mismo, desde 2008 la OIT registra y prevé un incremento regular del paro para los próximos 5 años en Asía, África y América Latina. La consecuencia es evidente: incremento importante de la urbanización, disminución relativa de la población rural y, en paralelo, destrucción del tejido social (con la supresión de los servicios sociales y las instituciones educativas en las zonas rurales y la concentración en las grandes metrópolis), lo que conduce evidentemente a un deterioro de las condiciones de vida, incluso a pesar de que se mantengan redes de solidaridad campesina.
Asistimos pues a un incremento numérico de la clase obrera, pero con características globales diferentes en lo que concierne al desarrollo global de las sociedades en las que se ha producido este desarrollo.
En los «viejos países industriales», el desarrollo del proletariado se dio, en general, en paralelo a las luchas sindicales y políticas contra la burguesía en el ámbito nacional y, fuera cual fuera la violencia de la luchas de clases del siglo XX, se obtuvieron derechos sociales en el marco de los Estados y se cristalizó una relación de fuerzas entre las clases. El reconocimiento de los derechos colectivos de la clase obrera no solo estuvo vinculado al contrato de trabajo en las empresas sino también a derechos sociales colectivos en el marco de la sociedad; la burguesía dedicó una parte de los beneficios capitalistas a la financiación de los sistemas contributivos y redistributivos fiscales sobre los que a finales del siglo XX se edificaron la mayoría de las sociedades industriales. El compromiso social y el desarrollo del «Estado social» estaban vinculados a sistemas ideológicos heredados del positivismo y del cristianismo social. Estas ideologías y sus compromisos fueron también el cortafuegos necesario frente al importante desarrollo de las corrientes marxistas y socialistas.
Todo eso ya no existe, y el desarrollo industrial de los países emergentes no se realiza bajo los mismos parámetros. Por ejemplo, en lo que concierne a la industria automovilística «que se ha pasado al Este»: aparte de México, Argentina y Brasil, las grandes zonas de desarrollo son Europa del Este, Turquía, Irán, Pakistán, India y China. En estos casos, las líneas de producción y la cualificación son las mismas que en los viejos países industriales, pero los derechos sociales y la legislación laboral no tienen nada que ver. Se podría trazar un cuadro similar en muchos otros sectores industriales. En estas nuevas zonas de desarrollo industrial, el compromiso social del último siglo ha perdido vigencia. En los viejos países industriales, este compromiso social del siglo pasado está ampliamente puesto en cuestión por las políticas de austeridad laboral. Al lado de todo ello, asistimos a situaciones de semi-esclavismo, particularmente para los trabajadores y trabajadoras inmigrantes; las fábricas clandestinas escapan a toda legislación.
2/ También evoluciona la tasa de explotación a nivel mundial
Las modificaciones económicas de estos últimos años también tienen otras consecuencias. No solo se han estancado los salarios en los viejos países industriales, sino que estos últimos años han visto como el incremento de la productividad se daba en detrimento de los salarios, acentuando la tendencia general que se viene arrastrando desde los años 80 de pérdida de la masa salarial en beneficio del capital. Del mismo modo, en los viejos países industriales, los contratos precarios y los recortes en la legislación laboral han sido uno de los elementos claves para esos incrementos de productividad («contrato cero horas» en Gran Bretaña, «Jobs Act» en Italia, «Minijobs» en Alemania…) Este aumento del empleo precario y el deterioro de las condiciones laborales afectan a los jóvenes quienes tienen escasas relaciones con el mercado laboral y se utiliza como palanca para una estrategia general de cambio global en el mercado del trabajo partiendo del punto más frágil de la clase trabajadora. A pesar del frenazo productivo de 2008, en la mayoría de las nuevas zonas de producción, los asalariados y asalariadas lograron incrementos salariales reales, sobre todo en China. Incluso si se trata de huelgas económicas desarrolladas empresa a empresa, lograron resultados concretos.
En este contexto, observamos las manifestaciones de lo que ha dado en llamarse “feminización” del mercado de trabajo y de la pobreza. Esto puede entenderse en dos sentidos: por un lado, en lo que hace a que se generalicen para el conjunto de la fuerza de trabajo condiciones que históricamente han sido típicas en el empleo formal de las mujeres: inestabilidad y precariedad laboral, contratos flexibles, salarios inferiores a los necesarios para costear la canasta familiar. En un segundo sentido, también da cuenta de la proliferación de ofertas laborales para mujeres en particular en trabajos que continúan siendo feminizados, como los trabajos de cuidados. La jornada laboral se duplica para aquellas mujeres que además cumplen tareas de trabajo doméstico no remunerado.
Así pues, los elementos de tensión social en torno al mercado laboral se mantienen tanto en los países «emergentes» como en las viejas economías, bien a través de la creciente presión del paro, bien a través del progresivo deterioro de las condiciones de trabajo y de los sistemas de protección social. Casi la mitad de los trabajadores y trabajadoras en el mundo vive al margen del trabajo asalariado, en la ultra-precariedad. Y la tendencia es a la generalización de los contratos precarios y de las legislaciones que reducen al mínimo la protección legal frente a los despidos. Estas evoluciones acentúan la flexibilidad y la capacidad de los capitalistas para adaptar al máximo las horas de trabajo y el número de la población asalariada a sus necesidades cotidianas. Todo ello va de la mano con una organización logística de cadenas de producción y de distribución que permite disminuir al máximo los costos mediante el recurso a una miríada de subcontratas. Muchos de los nuevos tratados internacionales (TTIP, TISA, …) permiten a las grandes empresas escapar a las legislaciones nacionales. En el seno de la Unión Europea, cada mes, nuevas leyes ponen fin a las viejas leyes nacionales. De hecho, de cara al futuro, a nivel internacional existen dos jerarquías de poder: la de los Estados y la de las empresas, y la segunda es cada vez más poderosa en lo que concierne a la organización del comercio y de los contratos de trabajo.
La crisis de la deuda de esta última década se ha desplazado desde Sur hacia los países capitalistas desarrollados: crisis de la deuda en los hogares en numerosos países (USA, India….) y crisis de la deuda soberana en Europa. Estas crisis aceleran los ataques sociales, la precariedad y las situaciones de miseria social; también aceleran la exigencia de auditorías y del control social para poner freno a dichas políticas. La noción de feminización de la pobreza alude a que son en este punto también las mujeres quienes se vuelven “blanco” predilecto de este tipo de política. Se las interpela en tanto que madres con exigencias de responsabilidad que deben cumplir para aplicar dichas políticas, y se ven envueltas en la bancarización y financiarización de sus economías.
Todas estas modificaciones debilitan la capacidad de organización colectiva y la estructuración a largo plazo de colectivos de resistencia en el seno de las empresas, aunque estimulan las resistencias y las dinámicas de autorganización. Lo que impone el desarrollo de organizaciones sociales territoriales orientadas a organizar, fuera de las empresas, a las trabajadoras y trabajadores aislados o itinerantes.
Los procesos de feminización aludidos, así como el debilitamiento de algunas identidades que en otro tiempo fueron aglutinantes, como la identidad sindical, explican también la emergencia de “nuevxs” actores sociales con un protagonismo inédito como son las mujeres y en muchos países la comunidad LGTB+.
3 / Los ataques sin cuartel contra las poblaciones campesinas
A pesar de que su número se reduce constantemente, la agricultura emplea a 1.300 millones de hombres y mujeres, siendo el 40% de la población activa. Los agricultores siguen siendo la mayoría de la población en África y Asia. En Asia, África y América Latina, los agricultores se han enfrentado a las estrategias de «modernización conservadora» durante dos décadas, cuestionando profundamente las estructuras campesinas que tratan de adaptarse a la globalización capitalista. Muchas amenazas pesan sobre el campesinado, pero también mas allá en el futuro de los sistemas alimentarios y el equilibrio medioambiental: el aumento de la agroindustria, la apropiación de tierras, la expansión de los monocultivos de exportación a expensas de los cultivos alimentarios, la presión sobre los recursos naturales. El acaparamiento de tierras es un fenómeno global, implementado por las élites locales, nacionales y transnacionales así como por los inversores y especuladores, con la complicidad de los gobiernos y autoridades locales. Esto lleva a la concentración de la propiedad de la tierra y los recursos naturales en manos de los fondos de inversión, grandes propietarios de plantaciones y las grandes empresas activas en la industria forestal, las centrales hidroeléctricas, la minería. También es causada por el turismo y la industria inmobiliaria y las autoridades de gestión de infraestructuras portuarias e industriales.
Esta concentración de la propiedad ha provocado la expulsión de sus tierras y el desplazamiento forzado de las poblaciones locales —en primer lugar las campesinas y los campesinos. Genera violaciones de los derechos humanos y especialmente los derechos de las mujeres.
Las instituciones financieras como bancos, fondos de pensiones y otros fondos de inversión se han convertido en poderosos motores del acaparamiento de tierras. Al mismo tiempo, las guerras y los conflictos asesinos son llevados a cabo en este preciso instante para tomar el control de los recursos naturales.
La apropiación de tierras va de la mano del creciente dominio de las empresas privadas de la agricultura y la alimentación a través de un mayor control sobre los recursos tales como tierra, agua, semillas y otros recursos naturales. En esta carrera por captar el beneficio, el sector privado refuerza su control sobre los sistemas de producción de alimentos, monopolizando recursos y adquirido una posición dominante en los procesos de decisión.
Las campesinas y los campesinos, los sin tierra y los pueblos indígenas, y en particular las mujeres y los jóvenes, se ven desposeídos de sus medios de subsistencia. Estas son además prácticas que destruyen el medio ambiente. Los pueblos indígenas y las minorías étnicas fueron expulsados de sus territorios, a menudo a través del uso de la fuerza, lo que refuerza aún más su precariedad y, en algunos casos, los lleva a una situación de esclavitud.
Movimientos campesinos de todos los continentes están llevando a cabo movilizaciones. Estas resistencias se han multiplicado en las últimas dos décadas, estando centradas en la soberanía alimentaria. Además, estas poblaciones agrícolas están en el centro de todas las crisis que atraviesan el mundo actual: la crisis económica mundial y las consecuencias de las deudas públicas y privadas, la crisis alimentaria, el cambio climático como vector de las migraciones, los ataques a los derechos de las mujeres y de las minorías. Los gobiernos de los países del Sur, a menudo bajo presión por el pago de la deuda, han multiplicado en los últimos años las políticas de exportación agrícola y extractivistas en cuyo caso la población campesina ha sufrido las consecuencias, por el daño ambiental y el control de la tierra por los trusts agro-alimentarios.
4/ ¿Cuáles son las consecuencias del importante incremento del fenómeno migratorio?
Varias regiones del mundo concentran los desplazamientos más importantes de población: los 250 millones de migrantes internacionales y los 750 millones de migrantes internos (desplazados…). A menudo estos desplazamientos se deben a cambios económicos estructurales y a importantes disparidades regionales: África del Sur y Angola atraen migrantes de los países limítrofes, al igual que Argentina y Venezuela en América Latina y Australia y Japón en Asia del Este y el Sudeste. Los Estados del Golfo atraen a un gran número de migrantes procedentes del Cuerno de África, de Turquía, del Subcontinente indio y de Filipinas. De este país, casi el 20% de la población activa, en su mayoría mujeres, vive y trabaja en el extranjero: 50% en Oriente Medio. Dos tercios de las migraciones internacionales se realizan entre países con niveles de desarrollo similares y un tercio, provenientes fundamentalmente de sus antiguos imperios coloniales, se dirige hacia EEUU (México) y Europa. Ahora bien, a estos fenómenos permanentes se añaden también los desplazamientos originados por las guerras, sobre todo en Siria, Irak, Eritrea y Afganistán y, en el futuro, los generados por el cambio climático.
La migración de las mujeres en el actual contexto de crisis y de globalización capitalista de la economía profundiza e incrementa las condiciones de opresión y genera múltiples impactos y muy diversas caras de la explotación de las mujeres. El contexto en que tiene lugar la migración expresa el empobrecimiento extremo y la pérdida de derechos de grandes sectores de la población mundial.
Las mujeres emigran por la necesidad de mejores condiciones de vida para ellas y sus familias, y porque en sus países de origen no encuentran alternativas laborales. También emigran por causas de persecución política y amenazas a sus vidas en medio de las guerras.
Por otro lado encontramos mujeres y sus familias que son parte del flujo de refugiados, huyendo de sus países de origen azotados por la guerra y la violencia, notablemente el caso de Siria y otras regiones del Medio Oriente, hacia diversos países de Europa. En este caso, también las dramáticas historias que ocurren en las vías de entrada a Europa, sea por las costas, cruzando el Mediterráneo o por los países de Europa oriental o balcánicos con los migrantes que tratan de llegar a Alemania u otros países. En estos contextos las mujeres se enfrentan a la discriminación de género, al racismo, y la explotación.
Otra de las caras de la migración está relacionada con la trata de mujeres que sufren en aquellos países a los que logran llegar, como Inglaterra, Dinamarca, Países Bajos u otros.
En países en donde el crimen organizado y los cárteles de la droga son muy fuertes, las mujeres enfrentan diferentes riesgos como el ser secuestradas y desaparecidas por los cárteles para insertarlas en el negocio de la prostitución de las redes nacionales e internacionales de trata de mujeres. En otros casos, a través de manipulaciones más sofisticadas como el enganchamiento amoroso en donde están involucradas familias enteras de traficantes de trata de mujeres. O con engaños y promesas de trabajo son trasladadas a otros países y la realidad que enfrentan es que son forzadas a la prostitución. En algunos lugares se da una relación entre la migración y el negocio del turismo sexual.
La campaña xenofóbica es utilizada políticamente al presentar a los migrantes como enemigos, incluso de la clase trabajadora, como se hizo durante el Brexit en Gran Bretaña y luego por Trump en Estados Unidos. En algunos países europeos como Dinamarca se han extendido campañas de corte xenofóbico que toman la forma de una retórica “femonacionalista” que señala que la migración está socavando los derechos de las mujeres nativas en el país de destino. El discurso del “femonacionalismo” esta muy relacionado con el “homonacionalismo” con el que la derecha xenofóbica esta reclamando que la migración es una amenaza para los derechos de la comunidad LGBT.
En paralelo, está la otra expresión del problema que tiene que ver con la migración de tipo económico, en que las condiciones de pobreza, desigualdad y falta de trabajo y oportunidades por las desastrosas consecuencias del neoliberalismo empujan a millones de personas a salir del país para buscar trabajo en otros lugares. Esto concierne principalmente a los jóvenes, cuya organización en el seno de organizaciones sociales y sindicales constituye un gran reto.
En el caso de Filipinas, por ejemplo, hay más de 10 millones de personas fuera del país trabajando en lugares tan lejanos de su origen como Arabia Saudita o en general en el Medio Oriente. El ingreso del dinero enviado por los trabajadores filipinos desde el exterior para sus familias por medio de «remesas» es parte central de la entrada de divisas al país. En este caso, la participación de mujeres entre el grueso de los migrantes filipinos es mayoritario, ya que supuestamente es más fácil obtener empleo para ellas, aunque estén frecuentemente sometidas a la trata y la prostitución. Con graves consecuencias y rupturas en los tejidos familiares.
De diversas maneras, en las varias regiones del mundo donde se expresan estas formas de opresión y explotación a los migrantes y en particular a las mujeres se dan formas prácticamente de esclavitud en el trabajo, de confinamiento y de trata de mujeres para la prostitución.
Para la ola de desplazamientos y migraciones en América Latina, uno de los casos más dramáticos y al mismo tiempo ejemplo de diversas experiencias de resistencia lo constituye México. Este país es el paso obligado de cientos de miles de migrantes, no sólo mexicanos, sino también centroamericanos y de lugares tan lejanos como África, para cruzar hacia Estados Unidos en busca de trabajo o refugio (los que huyen de la violencia en Centroamérica) por alguno de los puntos de una frontera de más de mil kilómetros en común entre México y Estados Unidos. Por eso la demagógica campaña de Donald Trump contra los trabajadores mexicanos, acusándolos de quitarle el empleo en las fábricas de Estados Unidos a los trabajadores estadunidenses, insiste constantemente en construir (en realidad terminar de construir) un muro a lo largo de esa extensa frontera.
A esta duradera situación crítica de la migración hacia Estados Unidos, se agrega ahora la amenaza de la racista y xenófoba política de Trump, que pretende expulsar a corto plazo a alrededor de 3 millones de trabajadores mexicanos. Durante los gobiernos de Obama, de hecho, se expulsó a 3 millones de trabajadores. El problema ahora es que Trump pretende deportar esa misma cantidad durante el 2017 lo que detonaría una crisis social de consecuencias imprevisibles en México aunado a la existente crisis de derechos humanos y política. Las deportaciones irían de la mano con las restricciones del envío de dinero de trabajadores mexicanos en EEUU a sus familias en México.
Las «remesas» representan la segunda entrada de divisas más importante para el país, solo superadas por las exportaciones de automóviles (de empresas que Trump quiere repatriar a EEUU), pero por encima de la inversión extranjera directa, el turismo y las exportaciones petroleras. México es la cuarta economía receptora de remesas, después de China, India y Filipinas.
Las consecuencias de estas políticas tienen especial significado para las mujeres. De acuerdo a las nuevas leyes que busca imponer Trump, como acabar con las «ciudades santuario» (donde no está permitido que la policía pida documentos migratorios a un infractor menor, como por faltas de tránsito), en las deportaciones se rompen familias. Si una mujer migrante indocumentada tiene hijos en EEUU, éstos adquieren la nacionalidad y la madre, después de un largo, costoso y arriesgado proceso también puede nacionalizarse. Con las nuevas disposiciones legales, se rompen las familias, quitándoles los hijos y deportando a las madres a México. Otra disposición legal que impulsa Trump es la de condenar a 10 años de cárcel al migrante indocumentado que, habiendo sido deportado a México, se le detenga en un nuevo intento de regresar a Estados Unidos.
Pero además de ser puente hacia EEUU, México también puede ser punto de llegada de migrantes de otros países. Con las restricciones en EEUU, miles de migrantes se están quedando varados en México, especialmente en ciudades fronterizas como Tijuana y Nuevo Laredo. Horas antes de su salida del gobierno, Obama canceló la orden legal conocida como «pies secos» que concedía asilo inmediato a cubanos que llegaran a Estados Unidos por tierra y no por el mar. En febrero de 2017 miles de cubanos en Nuevo Laredo estuvieron exigiendo pasar a EEUU, pero sin derechos tampoco en México.
Igual situación se presentó en Tijuana, donde está bloqueado el cruce de la frontera para miles de haitianos y africanos que pagaron mucho dinero a traficantes desde sus países de origen para, supuestamente, llevarlos hasta EEUU. Entre los haitianos hay familias completas y muchas personas cualificadas.
A la crisis social y económica que representan estos miles de migrantes varados, sin trabajo y sin derechos, se agrega ahora el racismo entre la población mexicana contra haitianos y africanos que son estigmatizados como delincuentes. Si México se queja del mal trato que los migrantes reciben en EEUU, ese mal trato se extiende a los migrantes que llegan a México o que van de paso hacia Estados Unidos.
Al racismo que les roba y explota, se ha agregado ahora que los cárteles de la droga que frecuentemente tienen el apoyo de autoridades mexicanas, asaltan autobuses de migrantes centroamericanos en lugares como San Fernando, Tamaulipas. Además de robarlos y asesinar a una parte de esos migrantes, a otros los reclutan para trabajo prácticamente esclavo o como sicarios o a las mujeres para usarlas como prostitutas como parte de su negocio o para uso de los mismos traficantes.
La tendencia, producto de la globalización capitalista, de expulsión de mano de obra se traduce también en un incremento de la migración de mujeres, niñas y niños, en condiciones de riesgo (incluso un incremento de niños viajando solos hacia Estados Unidos). Según datos oficiales, las mujeres migrantes pasaron en el periodo 2004-2006 del 44.7% del total de migrantes a 47.5% en el periodo 2013-2015 y las mujeres migrantes presentan mayor tasa de desempleo que los hombres.
La migración de mujeres mexicanas muestra un incremento desde los años setenta hasta a la fecha. En el año 2012, las mujeres que residían en Estados Unidos llegó a alrededor de 5.5 millones, representando el 46% de la población mexicana residente en ese país. Sus condiciones de inserción laboral y de empleo están ligadas a los roles de género tradicionales.
Diversas organizaciones señalan que el abuso contra las mujeres migrantes se ha naturalizado y que las violaciones se han convertido en un espectáculo. Los roles y estereotipos que les acompañan las vuelven más vulnerables a ser víctimas de violencia sexual, desapariciones, trata, prostitución, tráfico de personas, extorsión, separación de sus familias (muchas viajan con hijos), detenciones arbitrarias, enfermedades, accidentes y feminicidio. Como muchas veces son responsables del cuidado de niñas y niños que viajan con ellas, se vuelven blancos dobles y las dificultades aumentan, pues su condición de indocumentadas les dificultará la obtención de empleo, vivienda y recursos, así como cualquier servicio social para ellas y sus hijos.
Esta aceleración del fenómeno migratorio lo convierte en una cuestión política importante y en un fenómeno social a largo plazo. Los países industrializados tienen una gran capacidad para acoger a las poblaciones migrantes que desean llegar a ellos, pero estas poblaciones se convierten en el objetivo de campañas xenófobas en muchos países: EEUU, Australia, Europa y Sudáfrica. El doble desafío que se le plantea al movimiento obrero es el de luchar a la vez contra esta xenofobia y ayudar a la acogida y la organización de estos trabajadores y trabajadoras migrantes que llegan para reforzar la clase obrera en numerosos países envejecidos. Esto nos plantea el reto de intentar organizar a estos trabajadores en los sindicatos. Algunos países del Golfo, e incluso Israel, recurren a la reducción de los inmigrantes a una situación de semi-esclavismo para desarrollar su actividad industrial.
5/ El impacto de la crisis medioambiental
Estamos confrontados a desastres medioambientales a un nivel sin precedentes, siendo el cambio climático antropogénico su característica más peligrosa.
La desertificación, la salinización y las inundaciones hacen que importantes regiones del planeta se vuelvan inadecuadas para la vida humana o para el cultivo de alimentos. El caos climático crea fenómenos meteorológicos extremos en los que la pérdida de vidas humanas, la destrucción del hábitat y de las infraestructuras entraña la muerte, la miseria y una pobreza agravada para millones de seres humanos.
En las últimas décadas, numerosas regiones del mundo también han estado marcadas por movimientos de población provocados por el cambio climático y otros aspectos de la crisis medioambiental, que cada vez serán más importantes y afectarán a las poblaciones más pobres del plantea. Uno de los efectos de los proyectos capitalistas (por ejemplo, las macro-presas) y la insistencia de la cada vez más importante puesta en marcha de métodos extremos de extracción de combustibles fósiles en muchas de las regiones del mundo, ha generado una nueva ofensiva contra comunidades enteras: en Filipinas, en Canadá y en la Amazonia los planes para transformar regiones enteras agreden a los pueblos que pertenecen, la mayoría de las veces, a los primeros pobladores y a otros grupos ya enfrentados a otras discriminaciones. En estas regiones se ponen en pie frentes de auto-organización popular y de resistencia contra los desastres climáticos y los proyectos destructores.
Por consiguiente, el balance global es el de un mundo sometido a grandes cambios en numerosas regiones, con un desarrollo del trabajo asalariado que entraña importantes transformaciones sociales. Estos cambios se producen en un período en el que el desarrollo económico no se da en el marco en el que los Estados desarrollan estructuras o prestaciones orientadas garantizar mejores condiciones de vida. En la mayoría de los casos se trata más bien de todo lo contrario. A diversos niveles asistimos a una degradación de las condiciones de la vida cotidiana; degradación agravada en muchas regiones por la situación de guerra y el cambio climático. Las mujeres y los jóvenes son los más afectados por dicha situación.
II/ Frentes de respuesta
1/ El desarrollo desigual del movimiento sindical
Está claro que en los países inmersos en una industrialización asistimos a un desarrollo importante del sindicalismo entre los nuevos sectores asalariados y a un gran número de resistencias con huelgas frente a las exigencias patronales. Pero, en general, estas resistencias se dan en una situación en la que las conquistas sociales que logró la «vieja clase obrera» (fundamentalmente las pensiones y la seguridad social) lejos de extenderse a los países emergentes son, por el contrario, puestas en cuestión en Europa y en otros países industrializados en nombre de los planes de austeridad. Lo mismo ocurre en China, país que en estos últimos años ha conocido un gran número de huelgas locales, sobre todo en relación a los salarios, aunque éstas no han desembocado en la creación de un sindicalismo independiente del aparato estatal.
Cuantitativamente, la clase obrera está en progresión constante; es preciso señalar que los centros de esa progresión se han desplazado fuertemente hacia Asia y, en el futuro, lo harán hacia África. En estas regiones, nuevas fuerzas sindicales conocen una progresión numérica, la clase asalariada adquiere mayor peso, y se crean las bases de una conciencia de clase, pero, en general, no disponen de la fuerte referencia política que estructuró políticamente al movimiento obrero europeo, aún cuando la contradicción de ese modelo fuese a menudo el delegar las cuestiones «políticas» a los partidos políticos.
Se siguen dando grandes luchas obreras, no solo en los viejos países industrializados, sino también en Sudáfrica y África sub-sahariana, Argentina, Pakistán, Turquía, India…
Ahora bien, en la era de la globalización, la necesidad de tomar en cuenta preocupaciones más amplias, como el racismo, el conjunto de las discriminaciones o la vivienda, por parte de los sindicatos es cada vez más grande y representa un elemento de radicalización. Incluso si se han dado algunos intentos de organización de los sectores más precarizados (como los de comida rápida en EE UU y, a menor escala, en Inglaterra), en general, en los viejos países industrializados, las trabajadoras y trabajadores más precarios (los sectores más jóvenes con una proporción mayor de inmigrantes y mujeres) son los menos organizados.
La situación actual también plantea otras cuestiones estratégicas. En la era de la globalización, sindicatos de numerosos sectores plantean la cuestión de reemplazar la organización en sindicatos de industria por una organización en «cadenas de valor», es decir, una coordinación de todos los sectores necesarios para la realización de una misma producción. Esto es aún más importante en la medida que la búsqueda del máximo beneficio conduce a la dispersión del proceso de producción, con el recurso a la subcontratación, ya sea en el mismo centro de producción, o, más frecuentemente, a nivel internacional. Más allá de ello, la cuestión de la democracia sindical es esencial para la construcción de organizaciones eficaces.
La creación de una central sindical única a nivel internacional, la Confederación Sindical Internacional (CSI), que coordina a la gran mayoría de las fuerzas sindicales a nivel mundial no puede ocultar una gran disparidad; sobre todo en términos de capacidad para defender los intereses de los sectores asalariados y de oponerse a los planes capitalistas. La debilidad de los sindicatos y de las organizaciones políticas de matriz marxista y de lucha de clases que realicen un trabajo educativo en sus filas ha conducido al debilitamiento de la consciencia de clase.
El movimiento sindical se ve confrontado a diversos problemas cruciales:
- A su capacidad para integrar las cuestiones sociales que se plantean en la sociedad (racismo, homofobia, discriminación de las mujeres, vivienda, medio ambiente…). La necesidad de integrar las cuestiones ambientales es también un imperativo clave. Las tensiones creadas entre el mantenimiento de puestos de trabajo y la lucha contra las fábricas y la producción nociva imponen el establecimiento de un sistema de reivindicaciones que permitan superar dichas contradicciones.
- A integrar la situación del precariado en todas sus manifestaciones y, por tanto, crear e impulsar estructuras que permitan organizar a quienes lo integran, sobre todo mediante la creación de estructuras fuera de las empresas: en las zonas industriales y en los barrios y pueblos.Esto concierne particularmente a los jóvenes que a menudo son los que toman la iniciativa de crear secciones sindicales.
- A la urgente necesidad de coordinarse a nivel internacional, adaptándose a la realidad de las cadenas de producción en las que se pone a competir entre sí a los trabajadores y trabajadoras.
- A la capacidad para crear, a partir de la lucha en defensa de sus derechos, una identidad de clase que oriente las luchas de resistencia a partir de un programa que cuestione la estructura capitalista de la sociedad y esté orientado a derrocar el sistema.
2 / La auto-organización y cooperativas
En muchos países, frente a los despidos y a los cierres de empresas, la mayoría de ellas por grandes empresas internacionales, se manifiesta un movimiento reapropiación de empresas, siguiendo el ejemplo de Zanón en Argentina, lo que ha llevado a que desde 2002 existan en la actualidad más de 300 empresas recuperadas por los trabajadores. Del mismo modo, en Europa, una red de empresas autogestionadas desarrolla en torno a Fralib, Vio-me y Rimaflow…
Así mismo, frente a las grandes empresas y a los trusts agroalimentarios, muchas luchas de las comunidades campesinas conducen a la creación de cooperativas de producción que buscan controlar ellas mismas la distribución. Estas experiencias, aunque limitadas, ponen de relieve la cuestión del control, la recuperación de los medios de producción por los trabajadores, y también la elección del tipo de producción en relación con las necesidades sociales. Lo que falta es toda la fuerza de una conexión social basada en una sólida experiencia de luchas y de resistencias puntuales pero duraderas, embriones de sociedades alternativas, «bastiones» que resistan a los golpes y cultiven alianzas, espacios de confrontación, discursos políticos y culturales que realmente planteen la cuestión de la naturaleza de una alternativa económica y social.
Debemos tratar de articular de manera dialéctica el «por» y el «en contra»; resistencias y alternativas; mutualismo/cooperativas y luchas por derechos. Debemos apoyar y promover las experiencias de nuevas formas de organización directa del trabajo, tanto asalariado como cooperativo. La autogestión como un instrumento para poner en práctica el objetivo de reconstruir la conciencia de clase y proponer una nueva democracia desde abajo. Y organizaciones que finalmente rompan la vieja dicotomía entre espontaneidad y organización, entre conciencia política depositada solo en formas de partido a «importar» en las experiencias de lucha. Ambos momentos pueden coexistir en una fase en la que la práctica social ya no puede separarse de la elaboración teórica y cultural.
3/ Las luchas contra la deuda
Desde hace diez años, con el inicio de la crisis financiera, la crisis de la deuda ha adquirido una dimensión más amplia: más allá de América del Norte y de la crisis de la deuda soberana en la Unión Europea, la crisis afecta a los pueblos del Estado español así como las de numerosos países europeos, con más de diez millones de familias expulsadas de sus hogares estos últimos años y, también, con deudas estudiantiles, como en EE UU. Estas deudas ilegítimas han sido el vector para la construcción de numerosos movimientos y luchas a favor de la auditorias de las deudas.
4/ Las luchas campesinas
Múltiples luchas locales reúnen a los movimientos rurales e indígenas de África, América Latina, Asia y Europa. La cuestión de la apropiación de tierras y la soberanía alimentaria están en el seno de todas las luchas. Todas ellas están marcadas por su transversalidad, siendo anticapitalistas, medioambientales, feministas, contra las discriminaciones y las opresiones étnicas, por los derechos de los migrantes. La cuestión de la democracia, la soberanía y el derecho a decidir frente a los gobiernos y las multinacionales también se encuentra en el corazón de estas reivindicaciones. La Vía Campesina, que incluye más de 160 organizaciones de 70 países ha conseguido reunir con éxito a millones de campesinos y pequeños productores durante más de 20 años. Y especialmente, ha puesto en el centro de sus preocupaciones a la cuestión feminista y a las cuestiones indígenas y medioambientales. En América Central, en América Latina, se mezclan la lucha por los derechos de las comunidades indígenas y el derecho a la tierra frente a la represión mortal, como en Brasil y Honduras. En Asia o África —Mali, por ejemplo—, los campesinos se movilizan contra el acaparamiento de tierras.
5/ El lugar de los movimientos democráticos y por la justicia social
Desde el movimiento de indignad@s, el movimiento de las plazas en las grandes ciudades de las regiones árabes, el movimiento Occupy, se ha desarrollado desde 2011 una larga ola de luchas democráticas en África, Europa y Asia, en México, fuertemente marcada por la juventud y que vincula las cuestiones democráticas a las sociales. La ola de revoluciones en la región árabe, el Maghreb y Oriente Medio, tuvo su origen en los cuestiones democráticas y de justicia social. El movimiento de indignad@s y de Occupy tiene las mismas raíces en EEUU y Europa. Los últimos años han visto la proliferación de movimientos en el África subsahariana para imponer consultas democráticas (Nigeria, Senegal, Burkina Faso…). En Corea del Sur, la presidenta Park fue destituida en marzo de 2017 como consecuencia de una larga movilización democrática contra la corrupción. Las cuestiones relativas a las dictaduras y a los presidentes vitalicios, del aplazamientos de las elecciones, de los regímenes corruptos… han sido poderosos motores de movilizaciones en los últimos años. En los países que se enfrentan a una evolución autoritaria de los regímenes políticos (Brasil, Europa del Este, Filipinas…) los combates en defensa de los derechos democráticos tomaron y jugaron y jugarán un rol central en la agenda política.
6/ El lugar de la juventud desempleada en las formaciones sociales
En África, al igual que en América Latina, la juventud, sobre todo la escolarizada, constituye una capa social expuesta al desempleo y a la crisis. La revuelta de la juventud brasileña contra el precio del transporte, las huelgas estudiantiles en Chile y los distintos movimientos Occupy son el eco de las fuertes movilizaciones sociales en Túnez y en Egipto y de las numerosas movilizaciones democráticas y anti-corrupción que han tenido lugar en numerosos países del África occidental.
En todas estas movilizaciones, la fuerza de la juventud se corresponde con el nivel de precariedad estructural y paro masivo que ésta padece en numerosas regiones del mundo, aún cuando aumente su nivel de formación. Dicho aumento generó la esperanza en la mejora de sus condiciones de vida. No ha hecho más que amplificar la rebeldía y la exigencia de un porvenir con mejores condiciones sociales. Estos movimientos ponen sobre el tapete exigencias de democracia política y cuestionan los sistemas políticos controlados por las oligarquías capitalistas y rentistas. De ese modo, estos últimos años la juventud ha sido la fuerza motriz de las movilizaciones revolucionarias y ha jugado también un papel importante en el desarrollo de políticas progresistas, tales como la elección de Jeremy Corbyn a la cabeza del Partido Laborista en Gran Bretaña, el nacimiento de Podemos o el movimiento de apoyo a Bernie Sanders en EEUU en 2016.
7/ Derechos de las mujeres y movilización masiva contra las violencias, las violaciones y el feminicidio y por el derecho al aborto
De forma general, en lo que concierne a las cuestiones clave de las luchas feministas, la situación de estos últimos años ha sido contradictoria, dada una presencia cada vez mayor de mujeres en el mundo del trabajo. El movimiento de mujeres ha desarrollado múltiples estructuras y movilizaciones en todas las regiones del mundo, pero se enfrenta a una ofensiva reaccionaria en numerosos países, vinculada al ascenso de las corrientes neoconservadoras y fundamentalistas. Esta ofensiva vuelve a poner en cuestión derechos fundamentales: el derecho a vivir; el de la independencia financiera y social frente a los hombres (padres, hermanos o maridos); su capacidad para vestirse como quieran; y su derecho a controlar su capacidad reproductiva, sobre todo mediante el acceso legal, gratuito y seguro al aborto.
Durante estos últimos años, un factor de movilización social importante ha sido la respuesta a las violencias contra las mujeres, en primer lugar el feminicidio, en India, Turquía, Argentina, Chile, Uruguay o México. Desde las gigantescas manifestaciones en la India en diciembre de 2012, se han desarrollado muchas otras movilizaciones en otras tantas ciudades: el 7 de noviembre de 2015, 500.000 mujeres se movilizaron en Madrid contra el incremento de la violencia y los asesinatos de mujeres; en Argentina, centenares de miles de mujeres se movilizaron en 2015 en respuesta a varios asesinatos que impactaron al país; en México, la extensión de los asesinatos y desapariciones de mujeres marcados por el narcotráfico a un nivel hasta entonces desconocido también se tradujo en fuertes movilizaciones en el país.
Estas movilizaciones nos remiten al alto nivel de violencia que conocen numerosos países, violencia que afecta en primer lugar a las mujeres y pesa también sobre la realidad social: la mayoría de los países de América Central, México y Brasil y casi todos los del África subsahariana y África del Sur han alcanzado su más alto nivel en cuanto a homicidios no vinculados a la guerra.
Dentro de las novedades que se evidencian, encontramos una tendencia a interpelaciones y diálogos fructíferos con sujetxs sociales que hasta el momento no se habían sentido parte plena del movimiento de mujeres y feminista, los colectivos trans, las mujeres negras, indígenas, lesbianas, entre otras. También se presentan nuevas formas de movilización que incluyeron en algunos países recursos a medidas como la huelga, en diálogo y debate con el movimiento sindical, como la movilización del 8 de marzo de 2017, que se denominó Paro Internacional de Mujeres, con un aumento significativo de la movilización, lo que permite augurar un ascenso del movimiento feminista y la diversificación de sus alianzas.
La elección de Donald Trump provocó una ola internacional de protestas el 21 enero de 2017 a iniciativa del movimiento de las mujeres, no sólo en varias ciudades de Estados Unidos, sino también en muchas ciudades del mundo, colocando al movimiento de mujeres en la vanguardia de las luchas políticas contra la reacción. Los diversos gobiernos reaccionarios que llegaron al poder en la ola de las ofensivas liberales intentan poner en cuestión el derecho al aborto obtenido por las luchas de las décadas anteriores. Ante ello, surgieron movilizaciones masivas para defender y extender dicho derecho, especialmente en el Estado español en 2014 y en Polonia en 2016.
Es preciso también señalar el carácter internacional de este nuevo movimiento, que le aporta una potencialidad de crecimiento. Países como Argentina e Italia inspiran en distintas latitudes la posibilidad de configurar estructuras incipientes que conectan luchas, tácticas y estrategias. El papel que en ese sentido han jugado las nuevas tecnologías, en particular las redes sociales, como plataforma de difusión y comunicación es innegable.
8/ Las luchas LGBT+
En muchos países (si dejamos a un lado el mundo islámico y una parte sustancial del África subsahariana), la fuerza organizada del movimiento LGBT+ ha hecho posible la descriminalización de las relaciones homosexuales y de los derechos limitados a las personas transexuales. En ese proceso, el matrimonio homosexual ha sido legalizado en numerosos países: no sólo en los países ricos, sino también en Sudáfrica y cada vez en más países de América Latina. En la mayoría de las ocasiones con una amplio consenso social. Aún quedan batallas por ganar. En concreto, el reconocimiento de todos los derechos para los transexuales y los padres LGBT+. Sin embargo, la cuestión de la violencia y de las campañas homofóbicas pesan enormemente. El papel crucial de las corrientes religiosas reaccionarias contra el movimiento LGBT+ es clave en todas partes, bien se trate de corrientes cristianas —católicas o protestantes—, hindúes o musulmanas, o bien se trate de la violencia y el fanatismo de los grupos de extrema derecha, independientemente de su religión. En los países emergentes, la violencia anti LGBT+ se ha disfrazado bajo un discurso en contra de los modelos culturales europeos/americanos. A su vez, en los últimos años ha desarrollado una corriente homonacionalista que justifica la política imperialista —estadounidense especialmente— contra los países árabes, juzgada capaz de avanzar en los derechos de LGTB+. Esto pone de manifiesto aún más la necesidad de la interseccionalidad, así como la exigencia de una conexión entre todas las luchas contra las opresiones.
9/ Las organizaciones contra el racismo y en defensa de las y los migrantes
La organización autónoma del movimiento Black Lives Matter en EE UU, centrada en la cuestión del racismo policial pero poniendo al descubierto la cuestión más amplia del racismo de Estado, constituye, tras la desaparición del movimiento por los derechos civiles, el dato más significativo en EEUU. Estos combates también inspiraron luchas lideradas por la juventud negra en muchos otros países como Brasil y Sudáfrica. En muchos de los casos, son reacciones a la guerra contra la droga llevada por los Estados y que sirve de pretexto para el asesinato de numerosos jóvenes en muchos países como Brasil, Filipinas, EEUU, México, Colombia… En Europa, aún cuando las consecuencias mortíferas de las fronteras y de las políticas migratorias se hacen cada vez más visibles, asistimos al desarrollo de movimientos de solidaridad concreta al igual que de reivindicaciones políticas. Este desarrollo se da de forma más destacada en Grecia, pero también en Italia, Alemania, Gran Bretaña y en Catalunya. El contexto de lucha contra el terrorismo y las políticas de austeridad hacen resurgir un discurso racista, herencia del pasado colonial y que reestructura las discriminaciones en contra de las clases populares racializadas, primeras víctimas del desempleo y la precariedad, especialmente en Europa y Norteamérica.
10/ El ascenso de los movimientos contra el calentamiento climático
El ascenso de los movimientos contra el cambio climático también puede y debe jugar un papel central en la puesta en cuestión global del sistema en los años que vienen. El cambio climático deteriora, y va a continuar deteriorando, las condiciones de vida de centenares de millones de mujeres y hombres en los próximos años. A menudo son los pueblos autóctonos, las poblaciones que viven en las condiciones más precarias, las primeras afectadas, como lo han sido por las políticas de deforestación y de grandes proyectos capitalistas que ponen en cuestión su hábitat. En muchas regiones afectadas, las poblaciones se auto-organizan e intentan construir redes que integren a otras organizaciones sociales.
Vemos como en muchas regiones el problema del paro y de las condiciones de trabajo se mezclan con otras cuestiones sociales de primera importancia, percibidas como tales por las poblaciones afectadas.
III/ El problema de la transformación política, de las luchas y de la estrategia anticapitalista
A la hora de estructurar estos movimientos sociales y políticos, la cuestión fundamental es, evidentemente, la de las perspectivas de emancipación. La experiencia de Vía Campesina, de determinados sindicatos sectoriales y de las coaliciones contra el cambio climático muestran que, sobre todo entre la juventud, la puesta en pie de acciones a nivel internacional que cuestionen la sociedad capitalista constituye una postura natural. Pero la mayoría de las estructuras heredadas durante el ascenso del altermundista (FSM, Marcha mundial de mujeres, Attac…) conocen un parón en su desarrollo y han entrado en crisis. Vía Campesina y el CADTM han logrado garantizar su desarrollo por un lado gracias a las luchas de resistencia campesina y por el otro por la centralidad de la deuda y las auditorías ciudadanas durante estos últimos años. La situación es difícil y más contradictoria en lo que respecta al movimiento sindical tradicional, en el que aún pesan mucho las políticas de consenso o de compromiso nacional con las políticas de austeridad. Incluso la dinámica de los sindicatos alternativos en Europa del Este se ha quedado sin aliento estos últimos años. Lo mismo ocurre con las experiencias de convergencia anticapitalista amplia desarrolladas al filo de los foros sociales, que está estancada, en base también a la crisis de las organizaciones que formaban parte de ella (SWP, SSP, LCR/NPA…)
Es necesario abordar los nuevos desafíos en relación a la construcción de un movimiento revolucionario internacional, un movimiento anticapitalista apoyado en la defensa de los derechos y de la justicia social.
De entrada, en muchas regiones del mundo tenemos una batalla de nuevo tipo.
Como hemos analizado más arriba, los ataques sociales, las políticas de austeridad, el desmantelamiento de las viejas estructuras de solidaridad social alimentan un malestar cada vez mayor. Este malestar se orienta contra las instituciones nacionales e internacionales, contra los dirigentes y partidos que impulsan esas políticas y que a menudo constituyen los pilares de esos sistemas políticos. Este desgaste, esta erosión, plantean un problema estratégico a nivel internacional: sitúa a las y los revolucionarios, a las corrientes de los movimientos sociales que luchan contra las políticas reaccionarias, ante la responsabilidad de proponer una perspectiva política que permita ofrecer un vector progresista, revolucionario, al rechazo del sistema. Vemos toda una generación de jóvenes socialistas que se han movilizado en temas climáticos, del movimiento de mujeres, etc., y esto desarrollará nuestras propias organizaciones, así como las organizaciones sindicales y las del movimiento estudiantil, promoviendo un mejor equilibrio entre hombres y mujeres y ayudando a tomar en cuenta las diferentes cuestiones políticas de estos movimientos (por ejemplo, en Europa, la aparición de organizaciones de mujeres jóvenes en diferentes universidades puede ser un punto de apoyo para una red internacional de movimientos estudiantiles).
En sí mismas, las luchas a favor de la democracia y de la justicia social no desembocan automáticamente en la lucha por el derrocamiento de los sistemas opresivos.
Los últimos años han hecho emerger una cuestión política evidente. Confrontado a la puesta en cuestión de las dictaduras de Túnez y del Oriente Medio, o a los regímenes progresistas en América Latina o a las erupciones sociales contra la austeridad, las fuerzas reaccionarias se han puesto a la ofensiva en todos los países, sobre todo mediante el fortalecimiento de regímenes autoritarios e incluso oponiéndose a estos movimientos emancipadores. Esto plantea la necesidad de poner en pie una estrategia tanto para organizar la movilización popular como para contrarrestar la ofensiva reaccionaria.
Más aún cuando en el seno de las clases populares, vuelve a ponerse de actualidad la lucha por la hegemonía entre las corrientes democráticas, de clase o socialistas y las corrientes reaccionarias, religiosas o de extrema derecha filofascista. La influencia de la religión siempre ha sido muy fuerte en los sectores populares; a menudo, comunidades rurales y urbanas se organizan integrando estas referencias religiosas y poniendo en primer plano las reivindicaciones de justicia social contra los ricos y los poderosos. Evidentemente, en esos casos, las organizaciones socialistas revolucionarias pueden cohabitar con organizaciones que tienen esas referencias. Pero el problema al que nos encontramos confrontados en diversas regiones es el de las corrientes religiosas reaccionarias y de las corrientes de extrema derecha. En Europa del Este y en EEUU, estas corrientes actúan en medios populares en base a mecanismos habituales para desviar la lucha anticapitalista en períodos de crisis (miedo a las personas inmigrantes y extranjeras, nostalgia nacionalista…), a lo que, sobre todo en Europa, se añade la islamofobia galopante. En otras regiones de tradición musulmana, esas organizaciones han construido su hegemonía entre las capas populares para desviar las aspiraciones de justicia social o de lucha contra los países imperialistas y mitificando los viejos tiempos del Islam. Todas estas ideologías se apoyan en el malestar popular provocado por la crisis y/o el desmantelamiento de los sistemas de protección social, de los servicios públicos, el aumento de la precariedad, la desviación de la lucha anticapitalista hacia la vuelta a un orden religioso, una identidad o una nación imaginaria, que lleva consigo todos los elementos reaccionarios de sumisión al orden, a la familia patriarcal, a la homofobia y a la misoginia. A menudo, los problemas identitarios se convierten en un marco estructural tanto en las metrópolis imperialistas como en los países dominados, pudiendo dar lugar a una lógica infinita de repliegue hacia las identidades confesionales.
Pero esta competencia impone a las organizaciones anticapitalistas, tanto en los movimientos sociales como en los políticos, la necesidad de dar un nuevo vigor a una perspectiva de igualdad social en una sociedad desembarazada del capitalismo y la explotación.
A otro nivel, también debemos responder a otro desafío. A la vez que construimos organizaciones de masas en los movimientos sociales para responder a todos los ataques y agresiones del sistema, tenemos que construir, al mismo tiempo, vínculos sociales que permitan poner en común todos los frentes de resistencia. El peligro de repliegues identitarios, la debilidad en materia de respuesta política de cambio social que puedan servir de una referencia común, nos imponen más que nunca la interseccionalidad para trabajar hacia la convergencia de los movimientos contra la opresión, al igual que la dinámica de Black Lives Matter en EEUU.
En el ámbito político, la cuestión que se plantea es la de poder construir estrategias políticas que, lejos de limitarse a perspectivas institucionales, otorguen todo su lugar a la auto-organización de los movimientos sociales, poniéndose al servicio de las exigencias populares y poniendo las experiencias de gestión institucional a disposición de los movimientos sociales en la perspectiva de lucha contra el poder económico de los capitalistas. A este respecto, las últimas experiencias no son nada positivas.
En la primera década de este siglo sólo América Latina vio llegar al gobierno a sectores provenientes de los movimientos sociales, pero ello no condujo a la transformación de las condiciones de existencia de la población a un nivel que le permitiera redinamizar las perspectivas de emancipación social. La evolución de los gobiernos ecuatoriano, boliviano y venezolano nos llevan hoy en día a un cambio de ciclo y a la necesidad de poner fin a las perspectivas basadas fundamentalmente en políticas extractivistas. Los movimientos sindicales y sociales se encuentran en una situación de resistencia frente a los políticos que no han respetado sus promesas.
Por otra parte, en el Magreb y Egipto, los movimientos populares, basados en la movilización de la juventud y de las fuerzas sindicales, lograron derrocar los regímenes dictatoriales. Estos movimientos también se encuentran ahora arrojados al terreno de la resistencia. Podemos ver sin embargo la aparición de elementos de dinámica regional entre los movimientos de los países del Maghreb y aquellos del África subsahariana.
En Grecia, la traición del gobierno de Tsipras, fruto del rechazo a las políticas de austeridad, deja hoy al movimiento social en la responsabilidad de reconstruir una alternativa política con corrientes de la izquierda radical. En el Estado español, Podemos, fruto directo de la movilización social de los Indignados, sitúa hoy al movimiento social en una situación similar. Los debates estratégicos en Podemos planteados por Anticapitalistas a favor de un programa de confrontación directa con las políticas de austeridad va en consonancia con las exigencias impulsadas por el movimiento social.
En conclusión, en diversas regiones en las que han tenido lugar cambios políticos como fruto de las movilizaciones sociales, los movimientos sociales se encuentran confrontados a una situación defensiva en un contexto de desarrollo de fuertes luchas de resistencia portadoras de esperanza.
La cuestión clave en los próximos años, no será solo la del nivel de organización a la altura de los ataques sufridos, sino también la de la capacidad política para construir un movimiento político de emancipación vinculado a los movimientos sociales capaz de hacer frente al capitalismo.
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