Teoría: lgbti
Hacia un comunismo queer
11/07/2022
Federico Zappino
Filósofo y activista
Traducción: Marc Casanovas
Fuente: Contretemps
E
n su prefacio a la edición francesa de su libro Communisme queer. Pour un subversion de l’hétérosexualité publicado por Syllepse en 2022 (traducción de Stefania Caristia y Romain Descottes), Federico Zappino nos recuerda la posición que adopta a lo largo de este novísimo ensayo en el que la heterosexualidad es concebida, pensada y analizada como un modo de producción: una perspectiva radicalmente antiesencialista y antiidentitaria. Publicamos un extracto. Éste habla de la opresión, la desigualdad y la violencia, pero sobre todo de las formas de subvertirlas realmente para combatirlas radicalmente.
Han pasado tres años desde que escribí Comunismo queer y envié mi manuscrito a la editorial italiana Meltemi. En aquel momento, no podía imaginar que el libro encontraría un público tan amplio en Italia, ni que sería acogido como una intervención audaz y como una variación materialista inusual de la teoría queer. Más difícil aún era imaginar que se traduciría a otros idiomas. No soy un académico, no tengo ninguna posición social de prestigio. No tener poder académico significa, al menos en Italia, no tener acceso a la financiación pública de las propias publicaciones y, a fortiori, de sus traducciones a otras lenguas, lo que permite un eco internacional. Por ello, agradezco a Stefania Caristia, Romain Descottes y Syllepse la traducción de mi libro al francés: me alegra y me llena de esperanza saber que el Comunismo queer ha traspasado las fronteras por sus propios medios, por débiles y precarios que sean.
Cuando este libro apareció en Italia, el mismo día que mi traducción al italiano de The Straight Mind and Other Essays, de Monique Wittig, los portavoces, eruditos y no eruditos del orden heterosexual, trataron de obstaculizarlo de varias maneras: ignorándolo, como hicieron los diarios que se autodenominaban «comunistas»; ridiculizándolo, como hizo la prensa centrista y liberal; o dedicándole sus portadas, como hizo la prensa de derecha y extrema derecha, con el único objetivo de exponerme, en las redes sociales, a las ofensas y amenazas de todos aquellos que engrosan las filas de los populismos soberanistas y neofundamentalistas (realmente no fue agradable, pero no me sorprendió saber que la publicación de Comunismo queer suscitó entre estas personas reacciones que iban desde la incitación al internamiento psiquiátrico hasta meterme en un campo de concentración). Sin embargo, independientemente de sus afiliaciones «políticas», todos coincidían en que, fuera cual fuera el tema del libro -que en algunos casos entendían muy bien[1]En un artículo de la portada de un diario de derechas se podían leer frases como: «El hecho es que la actitud gay-friendly del capitalismo contemporáneo no es suficiente para nuestro filósofo. … Seguir leyendo-, sólo merecía el silencio, la burla o el odio.
Evidentemente, debe haber horrorizado a amigos y enemigos, desde la derecha hasta la izquierda, que por la razón que sea, un sujeto minoritario no se comporte como un loro domesticado y tome la buena costumbre de criticar la heterosexualidad en términos de un sistema social y, más precisamente, de un modo de producción que debe ser subvertido para hacer más deseable la redefinición de un proyecto comunista de igualdad y justicia social.
En mi libro, la reivindicación de los derechos civiles y la invocación de una cultura de la paridad y el respeto, que son los únicos argumentos de los que puede hablar un gay en Italia (con el añadido de un vago anticapitalismo, si quiere dirigirse a la izquierda), dejaron la plaza a una relectura de las teorizaciones de Monique Wittig y Mario Mieli; la exigencia de una mayor inclusión en el sistema social heterosexual se vio dramáticamente socavada por la aspiración a subvertirlo, así como por la conceptualización de la heterosexualidad en términos de «modo de producción», lo que permitió una relectura del concepto de clase, de la relación entre estructura y superestructura y entre opresiones culturales y económicas, y de la propia idea de anticapitalismo. Si se mira con detenimiento, ¿qué podía esperar sino el silencio, la burla y el odio heterosexual?
Al mismo tiempo, la comprensión, el intercambio y la difusión de este libro entre las minorías de género y de sexo, especialmente entre aquellos que están excluidos de los circuitos mainstreams e institucionales (principalmente académicos) y que no confían en las políticas de identidad ni se sienten políticamente representados por las formaciones ideológicas existentes -en este sentido, por tanto, queer- es la mayor recompensa al trabajo que ha supuesto su escritura. Además, si la teoría propuesta por este libro puede representar una clase, es sólo la clase cuya función histórica es la subversión del modo de producción heterosexual.
Me parece que quienes forman parte de esta clase no privilegian, como criterio de exclusión mutua -y de exclusión de las posibilidades mismas de una lucha común- la pertenencia a una clase de sexo, el compartir una herencia cromosómica similar, o el reconocimiento de una misma identidad de género u orientación sexual. En su lugar, se esfuerzan por mitigar el conflicto y la ira que surgen regularmente de la diversidad de formas sociales que asume su opresión, en la creencia de que se deriva de la misma matriz estructural, y que, en ausencia de una lucha política para subvertir esa matriz, nunca podrán corregir definitivamente la producción diferencial de opresión, desigualdad y violencia que les afecta.
Creo que es la perspectiva radical antiesencialista y antiidentitaria la que también ha propiciado formas significativas de entendimiento y de compartir dentro de algunos sectores del activismo antiespecista o más genéricamente anticapitalista, como muestran las numerosas reseñas de mi libro procedentes de estos sectores activistas. La subversión del modo de producción heterosexual -que no significa simplemente oponerse a la homo-lesbo-transfobia y a la misoginia- es una propuesta política en la que puede participar cualquiera que comparta sus presupuestos y se comprometa con ella.
Mi deseo al escribir este libro no era agotarme en la denuncia de la opresión de tal o cual grupo social, ni en la afirmación de una libertad al margen de la opresión, aunque ambas cosas son muy importantes para mí. Quería proponer una teoría y una práctica que, partiendo de una posición minoritaria y oprimida, afirmara otra idea de la sociedad, inspirada a su vez en otra idea de la realidad procedente, precisamente, de la subversión del modo de producción heterosexual. ¿Podemos pensar, me pregunté, en refundar un modo de relaciones sociales que no sea producto de la heterosexualidad? ¿Podemos pensar el mundo fuera del realismo heterosexual?
Estas cuestiones exigían partir de la consideración de la heterosexualidad como racionalidad subyacente a la producción material de «hombres» y «mujeres» como tales, así como de la relacionalidad desigual, violenta y, en todo caso, obligatoria que da lugar a esta producción y que no deja de derivarse de ella. En segundo lugar, se trataba de constatar que, en la medida en que ve constantemente «hombres» y «mujeres» estableciendo relaciones, la relacionalidad social en su conjunto depende de este modo de producción, y que es en este modo de producción donde hay que reconocer la producción de las formas más amplias -y no siempre codificables- de opresión, desigualdad y violencia social; Por último, se trataba de entender cómo subvertir definitivamente este modo de producción, porque sin esta subversión nunca conseguiremos subvertir -de una manera que no conserve su presupuesto estructural- la producción desigual de opresión, desigualdad y violencia que vive actualmente la mayoría de las personas en el mundo.
Tres años no son suficientes para evaluar el impacto cultural y político de un libro como Comunismo Queer. Sin embargo, este prefacio a la edición francesa puede ser una oportunidad para reafirmar o aclarar algunas cuestiones que han quedado abiertas. En primer lugar, este libro no presupone que la opresión, la desigualdad y la violencia que sufren las mujeres, los gays, las lesbianas, los transexuales, los bisexuales y todas las demás minorías de género y sexo sean totalmente iguales. No lo son ni lo han sido históricamente, y quizá por eso los grandes experimentos de lucha conjunta entre feministas, lesbianas, gays y trans nunca han tenido el efecto deseado (la experiencia francesa del FHAR – Front Homosexuel d’Action Révolutionnaire, lo demuestra). El Comunismo Queer, sin embargo, pretende resistir los intentos recurrentes de transformar la «historia» en una nueva «naturaleza» ineludible y afirmar que, aunque estas formas de opresión histórica han sido y siguen siendo experimentadas de forma diferente -además de estar vinculadas de forma diferente a la matriz de opresión-, no está en la naturaleza de las cosas que la diversidad de formas sociales que adopta la opresión no pueda establecer un terreno común para repensar una pluralidad de estrategias destinadas a contrastarla y derrotarla. […]
Al definir la heterosexualidad como un «modo de producción», obviamente estoy trabajando en una resemantización del vocabulario marxiano. Cuando habla del modo de producción, Marx se refiere al criterio que preside el conjunto de las relaciones sociales productivas y la organización de los medios de producción, «producción» que, para Marx, coincide con la transformación de la materia en una mercancía, y que consiste en un proceso circular que puede reproducirse simplemente o tender a la creación de plusvalía. El modo de producción es, pues, el criterio enteramente social -que para Marx se opone a la esencia- por el que la materia se transforma en mercancía, adquiriendo valor. Si un modo da una forma a esta producción, entonces, es porque en este proceso de transformación de la materia opera innegablemente un criterio determinado, que deriva del modo por el cual se organizan las relaciones sociales, y que está destinado a reproducirlas.
Por supuesto, Marx no consideraba los cuerpos entre los materiales que pueden transformarse en mercancías, al menos no en estos términos. Pero, ¿cómo se convierten los cuerpos, en su indiscutible materialidad, en significantes culturales? Aquí es donde, para mí, entra la heterosexualidad. En el «modo de producción heterosexual», la materia que sufre un proceso de transformación y valorización no es sólo la materia corporal: esto ocurre desde el día en que nacemos, o incluso antes de nacer, en la medida en que el modo de producción heterosexual no se decide en cada nuevo nacimiento, sino que está ahí antes de que nazca cada nuevo cuerpo. La heterosexualidad es el modo, o la racionalidad, que preside la transformación de los cuerpos en géneros, así como la producción en mercancías de la materia que somos. Y al igual que la producción en Marx, la producción heterosexual funciona en dos frentes: por un lado, sirve de forma independiente para reproducirse, y así mantener el orden de género heterosexual; por otro, sirve para crear plusvalía.
Mi otra tesis es que en este modo de producción se inscribe la producción de la desigualdad social. La producción de hombres y mujeres como tales tiene lugar de forma indistinta a la desigualdad y la jerarquía. Y en las sociedades en las que vivimos, las sociedades contemporáneas del capitalismo tardío, todos somos hombres o mujeres. Aunque esto pueda parecer un mero detalle, como muchos suelen argumentar, sabemos que el diablo está precisamente en los detalles. El producto de la heterosexualidad es una relación social obligatoria y jerárquica. Esto sucede porque el modo de producción heterosexual, para funcionar y reproducirse, se basa en la transfiguración de diferencias anatómicas bien definidas en principios de clasificación y jerarquía social. Creo que un ejemplo muy concreto de esta clasificación y jerarquización social nos lo ha dado el advenimiento de la pandemia, cuya gestión política ha hecho más cruel la exposición a la desigualdad, a la violencia, a la posibilidad, diferenciada por grupos sociales, de morir tempranamente, ya sea por privación, por desatención o por abandono. […]
En la base de la teoría del modo de producción heterosexual está la convicción de que, para que una política de género y de sexo tenga sentido en una época en la que el reconocimiento formal de los derechos tiene el poder de invisibilizar las formas de opresión y de desigualdad que el advenimiento de la pandemia restablece violentamente, esta política debe conllevar el derrocamiento de la concepción dominante de la relación entre el modo de producción capitalista y la cuestión de la producción del sujeto y de la relación social. Para el marxismo, como sabemos, todas las opresiones que no se pueden conciliar del todo con la relación conflictiva entre el capital y el trabajo -incluyendo la opresión de género y de sexo- son de orden «superestructural» (por tanto, cultural o, en la mejor de las hipótesis, ideológico). En ningún caso participan en la dimensión «estructural» del modo de producción.
Por el contrario, en el Comunismo Queer quiero afirmar no la importancia equivalente de las opresiones superestructurales y estructurales -lo que significaría simplemente hacer válida una distribución problemática-, sino una teoría que sitúe el modo de producción heterosexual precisamente dentro de la «estructura» concebida en el sentido marxista del término. Mi insistencia en la cuestión del modo de producción heterosexual pretende tener una función específica no sólo para la teoría política marxista y para los movimientos anticapitalistas, sino también, y sobre todo, para las minorías de género y sexo.
También éstas corren el riesgo de oscurecer la posición estructural del modo de producción heterosexual: La teoría marxista y los movimientos anticapitalistas lo hacen apuntando a una superación del capitalismo basada en una concepción de clase y de la relación entre estructura y superestructura que reduce las jerarquías y desigualdades de género y sexo a cuestiones «superestructurales»; las minorías de género y sexo lo hacen limitándose a celebrar la «superestructura», lo «cultural», basando su lucha en una racionalidad más o menos explícitamente liberal, en su vocabulario político y en sus instrumentos de corrección puramente formal, contribuyendo más o menos inconscientemente a ocultar la matriz de su propia opresión.
La corresponsabilidad de este segundo aspecto recae, sin duda, en la racionalidad neoliberal, que se ha afirmado descalificando las teorías radicales de gays, lesbianas y feministas como «ideologías» en sentido peyorativo, y admitiendo la posibilidad de considerar las cuestiones de género y sexo sólo en términos de reivindicación de derechos, y no en términos de transformación de los procesos de subjetivación, relación y producción social, dentro de una sociedad que, por tanto, debe seguir basándose en el modo de producción heterosexual.
Dicho esto, mi intención no es sólo contribuir a reforzar y clarificar la interconexión entre la lucha anticapitalista y la lucha por la transformación de las relaciones de género y sexo, sino enmarcar ambas luchas, desde un punto de vista teórico, dentro de una perspectiva materialista que asuma la posición estructural del modo de producción heterosexual. La idea que defiendo es que el modo de producción heterosexual es el que proporciona al capitalismo los recursos humanos y simbólicos -es decir, los hombres y las mujeres, sus procesos de subjetivación y relación- que son necesarios para su afirmación histórica y su continua reproducción.
Por lo tanto, la subversión de este modo de producción es sin duda uno de los requisitos para la subversión del propio modo de producción capitalista. Subrayo este punto no por un deseo de establecer una jerarquía entre lo que viene antes y después: lo hago para recordar que el capitalismo no es ni el punto de partida ni el final de toda opresión y desigualdad, y que su hipotética superación no eliminaría por tanto todas las opresiones y desigualdades. Lo que Marx definió elocuentemente como «asincronías del capitalismo» quedaría perfectamente intacto. Por lo tanto, al considerar el modo de producción heterosexual como lógica e históricamente anterior al modo de producción capitalista, quiero decir que el primero estaría destinado a sobrevivir al segundo, si la superación del capitalismo no fuera precedida por una subversión del modo de producción heterosexual.
Nos encontraríamos entonces, tal vez, en una sociedad ya no permeada por procesos de subjetivación y por relaciones sociales y de producción capitalistas, sino perfectamente sostenida por procesos de subjetivación y por relaciones sociales y de producción heterosexuales: la asignación de género, el binarismo de género y sexo, las desigualdades y la violencia de género y sexo, las formas de explotación y exclusión social vinculadas al género y la sexualidad, y que ni siquiera se perciben como tales, la división entre trabajo «productivo» y «reproductivo», o la persistencia de las desigualdades de poder que estructuran las posibilidades o imposibilidades de las relaciones entre los cuerpos – todas estas prácticas sociales no necesitan del capitalismo para seguir siendo como son, a diferencia del capitalismo, que sí necesita formas de clasificación y jerarquización social para afirmarse y reproducirse.
El hecho de que la transformación de estos dos modos de producción distintos no pueda realizarse de la misma manera ni según las mismas temporalidades, no impide que asumamos los diferentes modos de producción que contribuyen a determinarla, si queremos luchar eficazmente contra el capitalismo, del que dependen la opresión, la desigualdad y la violencia que viven actualmente la mayoría de las personas en el mundo.
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Notas del artículo
↑1 | En un artículo de la portada de un diario de derechas se podían leer frases como: «El hecho es que la actitud gay-friendly del capitalismo contemporáneo no es suficiente para nuestro filósofo. Está convencido de que la heterosexualidad produce una desigualdad cultural, política y económica entre hombres y mujeres. Según él, la izquierda del futuro debería tener como objetivo teórico y práctico la lucha contra la heterosexualidad, mientras que las actividades LGBT deberían cambiar su enfoque de una lucha indeterminada contra la homotransfobia a la subversión de la dominación heterosexual. |
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